Hacer el amor con una nube

Casa de citas/ 505

Hacer el amor con una nube

Héctor Cortés Mandujano

 

Leo el Diccionario de mitología universal (Editores Mexicanos Unidos, 2003) del Profr. Aurelio Millas. El hecho de que le pusieran “Profr.” en la portada me hizo dudar de su contenido, antes de leerlo. Prejuicios. El libro me encantó.

Adze es un vampiro en la mitología africana (p. 10): “Su afición es desaparecer el dinero y, si en su camino tropiezan con una persona pobre, se enfurecen tanto que la matan sacándole y comiéndose sus intestinos. Cuando se ven en peligro de ser atrapados, toman forma humana y siempre se mantienen lejos de las brujas”.

Hay métodos adivinatorios con muchos elementos: el café, la mano, el ojo, etcétera. Aquí se menciona otro (p. 12): “El método adivinatorio basado en el movimiento de las aguas, llamado hidromancia, fue inventado por los persas”; páginas adelante nos dice el profesor Millas que (p. 44) “existe una técnica de adivinación a través del cabello que se llama la fisiognomía”.

Aprendí sobre el ahuizotl (el ahuizote), de los mayas. No sabía sus gracias. Llora como niño en las orillas de los ríos y cuando una persona se le acerca (p. 12) “Ahuizotl aparece de la nada, la sujeta por la espalda con una de sus manos y con otra le arranca los ojos, los dientes, las uñas; luego tira el cuerpo y desaparece”.

Según la mitología germana, del tronco del fresno (p. 24) “se creó el primer hombre”.

Se habla mucho de Loki (personaje de La canción de los nibelungos) y ahora de moda por las películas de Thor. En una de sus aventuras (p. 27) “se transformó en una yegua en celo”; en la entrada de su nombre dice (p. 119): “El dios más complejo de la cultura germana; es el padre de todos los enemigos de los dioses; posee la capacidad de transformarse en animal o en anciana. Las formas que más utiliza son: yegua, halcón, mosca y foca”.

El gigante Farbauti un día (p. 77) “se encontraba lanzando uno de sus poderosos rayos luminosos, pero éste cayó por accidente sobre la giganta Laufey, quedó embarazada y dio luz a Loki”.

Bodn, nos dice este libro de maravillas, es una jarra donde (p. 37) “los enanos Fjalarr y Gallar prepararon un brebaje especial: el que lo bebe se convierte en poeta”.

Hay muchos nacimientos mágicos (p. 48): “El rey de Tesalia llamado Ixión, copula con una nube que tenía la figura de Hera, engendrando a los centauros”.

En Groenlandia, dice el libro, antes de enterrar a un muerto (p. 76) “se plantaba entonces con toda la tranquilidad del mundo y en presencia de los dolientes, una estaca en el pecho del muerto y, cuando el clero se había ido ya, se arrancaba la estaca, se arrojaba agua bendita por el agujero y se celebraban en aquel lugar las honras fúnebres. Esta costumbre refleja perfectamente el miedo a los aparecidos”.

Fotografía: HCM

***

 

Regalo de mi amiga Marilú, leo La plenitud de la vida (Editorial Sudamericana, 2000; el original se publicó en 1960), de Simone de Beauvoir.

El libro es prolijo en detalles y habla no sólo de Simone, sino de cómo aparece en su vida y cómo se vuelve pareja con Jean Paul Sartre quien, además, con la venia de ella y sin subterfugios, cohabita con muchas mujeres (evidentemente, los dos tenían la misma libertad, pero aquí sólo cuenta algunas de las aventuras de Sartre); el libro aborda, también, los constantes viajes que los dos hicieron y cómo se las vieron con la guerra civil de España (que les tocó de refilón) y con la Segunda Guerra Mundial, que les tocó de frente. Sartre estuvo en las trincheras, lo hicieron prisionero, logró escapar; Simone pasó hambre, comió comida descompuesta…

Ocupan muchas páginas, igualmente, los libros que leen (el deslumbramiento de ambos por Kafka, Faulkner, Hemingway, Camus), las películas y las obras de teatro que ven; las tentativas de escritura, los rechazos editoriales, las primeras publicaciones y su consagración como la importante pareja de intelectuales que fueron: vivieron juntos más de 50 años, sin duda porque, entre cosas, dice Simone (P. 148): “Concedíamos mucho precio a las humildes dulzuras de la vida cotidiana: un paseo, un almuerzo, una conversación”.

Reflexiona De Beauvoir (p. 68): “Quizá no sea cómodo para nadie aprender a convivir pacíficamente con los demás; yo nunca había sido capaz. Reinaba o me hundía”. Habla del principio con Sartre (p. 69): “Éramos demasiado tímidos para ir en pleno día a un cuarto de hotel; además yo me negaba a que el amor cobrara la forma de una empresa concertada: lo quería libre pero no deliberado. […] La alegría amorosa debía ser tan fatal y tan imprevista como las olas del mar, como la floración de un duraznero”.

Aunque tuvo que tomar muchas decisiones en su vida, afirma (p. 96): “En toda mi existencia nunca conocí un instante que pueda calificar de decisivo”.

Hay muchas pequeñas historias en el libro (p. 139): “Un joven ingeniero químico y su mujer, casados desde hacía tres años y muy felices, llevaron una noche a su casa a una pareja desconocida que habían encontrado en un cabaret: ¿a qué orgías se entregaron? Por la mañana, el joven matrimonio se mató”.

Sartre sufría alucinaciones (p. 224): “Las casas le hacían muecas […], una langosta trotaba detrás de él […], una mancha negra bailaba obstinadamente en el espacio a la altura de su mirada”. Lo que más le dura es la langosta, que aparece en muchas de las notas de Simone. Sartre estaba convencido de que se iba a volver loco.

En la guerra, dan a los parisinos máscaras para respirar, previendo que el aire se vuelva venenoso. Simone apunta (p. 407): “Las mujerzuelas hacen la calle con máscaras de gas al costado”. Me llama la atención la insistencia de Simone acerca de las prostitutas: o habían demasiadas o a ella le molestaba verlas. Las menciona mucho. Dos veces, por ejemplo, en una misma página (p. 480): “Sólo tres o cuatro rameras en la terraza; buscan a la clientela alemana, no sin algún éxito” y “Hoy las rameras han invadido toda la parte de adelante del café, a tal punto que parece que se entra en un burdel”.

Una alumna le reclama que no la pueda ver. De Beauvoir le dice que no puede porque está escribiendo una novela. La joven estalla (p. 459): “¡Y es por eso que se niega a verme! […] ¡Para contar historias que ni siquiera han ocurrido!”.

Tantas cosas le pasan, que llega a una conclusión, luego de que Sartre y ella logran sobrevivir la guerra (p.513): “Yo admitía por fin que mi vida no era una historia que me contaba a mí misma, sino un compromiso entre el mundo y yo; al mismo tiempo, las contrariedades, las adversidades, habían dejado de parecerme una injusticia; ya no había motivo para sublevarse contra ellas; había que encontrar la manera de apartarlas o de soportarlas”. Cierra esta idea páginas adelante (p. 531): “¡Cuántas cosas todavía para mirar, para comprender, para amar!”.

Cuenta cómo Valéry conversa con Einstein. El poeta anotaba sin parar sus ideas y pregunta al científico sobre ello (p. 577): “Einstein sonrió: ‘¡Oh, sabe, las ideas son muy pocas!’, dijo. Estimaba que en toda su vida había tenido dos”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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