El mundo está lleno de islas

Casa de citas/ 507

El mundo está lleno de islas

Héctor Cortés Mandujano

 

En Novelas y novelistas, el canon de la novela, de mi admirado Harold Bloom, leí un ensayo sobre Robinsón Crusoe, de Defoe, y decidí leer de nuevo esta novela (mi ejemplar es de RBA Editores, 1994, con traducción de Carlos Pujol) que leí en mi adolescencia y que he visto convertida en varias películas. La de Buñuel es mi favorita.

Daniel Defoe murió en 1731, muy pobre, dice la cronología (p. XIV), “escondido de los acreedores”; en la introducción dice Pujol que ésta (p. XVIII) “dentro de las letras inglesas es el primer caso claro y definido en el que podamos hablar de una novela”, cuyo título se ha resumido con el nombre del protagonista, pero que se publicó, en 1719, como (p. XX) “Vida y extraordinarias y portentosas aventuras de Robinsón Crusoe, de York, navegante”.

En el prefacio, el autor dice desear (p. 3) “que los hechos sirvan de ejemplarización religiosa, que es como los hombres cuerdos los utilizan siempre”. En la primera página el personaje se presenta y dice (p. 5) “Yo me llamaba Robinsón Kreutznaer”, pero lo empezaron a llamar “Cruso” y así se quedó.

Aunque la idea que por lo menos yo tenía es que la novela empezaba casi de entrada en la isla, en realidad hay muchas aventuras antes y Robinsón, incluso, vive (p. 38) “casi cuatro años en Brasil”. Al naufragar el barco en que viajaba y llegar de casualidad a la isla donde trascurrirá la mayor parte de la novela lo acompañan (p. 60) dos gatos y un perro. Los gatos domésticos se cruzan con los salvajes y dice Robinsón (p. 94) “se multiplicaron de tal modo que me vi invadido de gatos, y obligado a matarlos como a alimañas o fieras y a echarlos de mi casa como podía”. Su perro vive con él 16 años y el loro al que enseña a hablar, Poll, 26.

La maravilla de leer estos clásicos es que, aunque uno sepa lo que va a pasar, emocionan y sorprenden. Lo hace, por ejemplo, la llegada de Viernes, el nativo al que salva de la muerte. También me sorprende la descripción física que hace Robinsón de él, tan desprovisto de los pruritos actuales de masculinidad. Dice (pp. 182-183): “Era un muchacho apuesto y bien parecido, muy bien formado; con miembros largos y fuertes… […], una boca magnífica, labios finos, y los dientes hermosos y regulares, y blancos como el marfil. […] Iba completamente desnudo”.

Robinsón se vuelve creyente de Dios en la isla. Cuando conversa con Viernes, éste le dice que el mar, la tierra, las colinas las había creado (p. 191) “un anciano llamado Benamuki”, a quien (p. 192) “todas las cosas le dicen ‘¡Oh!’ ”.

Cuando llega el barco que lo rescata, Robinsón dice y hace decir a los demás que él es el gobernador de la isla, que deja en (p. 247) “1686, después de haber estado en ella veintiocho años, dos meses y diecinueve días”. Luego de estar en varias partes, casarse, volver a hacer riquezas en tierra, vuelve a la isla, como visitante y dueño.

Me encantó leer de nuevo Robinsón Crusoe. Gracias, Defoe.

Foto: HCM

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El corazón del hombre es una selva oscura

Coetzee,

en Foe

 

Decidí también leer de nuevo Foe (Random House Mondadori, 2005), de mi admirado J. M. Coetzee, que hace una variación de la novela de Defoe.

En la novela de Coetzee, dividida en cuatro apartados, nos encontramos primero la narración directa de una mujer, Susan Barton, que refiere las circunstancias (buscaba a su hija secuestrada, iba en un barco cuyo capitán fue muerto y ella echada al mar) que la llevaron a la isla donde conoce a sus dos únicos habitantes: Robinsón Cruso y Viernes.

No es tratada con mucha amabilidad y una noche en que cuida una de las enfermedades de Cruso, éste la toma sexualmente más o menos con su consentimiento (p. 32): “Él no ha conocido ninguna mujer en los últimos quince años, ¿Por qué no habría de satisfacer su deseo? No ofrecí, pues, más resistencia y le dejé hacer lo que deseaba”. Es la única vez.

Un barco rescata a los tres, pero (p. 46) “tres días nos quedaban aún para tocar puerto cuando Cruso murió”

Nos enteramos en el segundo apartado (cartas fechadas de ella a él) que la primera narración se la envió Susan Barton a Daniel Defoe para que éste la volviera una novela. Él, a cambio, se encarga de su manutención y renta una casa para que ella y Viernes vivan. Pero Defoe debe a sus acreedores y ha desaparecido, lo que pone a la mujer y a su mudo acompañante en una situación precaria.

En una de las cartas Barton cita a Cruso en una línea que me gustó (p. 72): “El mundo está lleno de islas”.

Como en varias otras, en ésta Coetzee reflexiona sobre la escritura. Susan escribe a Defoe que (p. 89) “el narrador […] ha de adivinar qué episodios de la historia prometen aportar algo al conjunto, extraer sus significados ocultos e ir trenzándolos como se trenza una cuerda”. Le dice que escribir es “arte de adivinatorio. En esta tesitura bien poco puede hacer el escritor por sí mismo: ha de confiar en la gracia de la iluminación”.

Hay una pregunta hermosa de Susan (p. 96): “¿Quién puede asegurar que lo que ocurre entre dos amantes –no me refiero a cuando conversan, sino a cuando hacen el amor– sea algo tangible y real?”.

En la tercera parte, casi a costa de sus vidas, Susan y Viernes encuentran la casa donde se esconde Defoe y viven juntos (Susan, incluso, tiene relaciones sexuales con él), conversan. Defoe, un autor real, que aquí es reinventado, se acuesta con un personaje imaginado por otro escritor. Curiosamente quien tiene más argumentos acerca de la escritura parece ser ella, quien le dice a él (p. 142): “Cuando escribimos, aunque parezca que lo hacemos en silencio, nuestra escritura no es sino la manifestación de una voz que nos habla, bien desde dentro, bien desde fuera de nosotros mismos”.

La novela, fuera del inteligente ejercicio de intertextualidad que es, cuenta también la historia de la hija de Susan en varios momentos y parece a veces realidad; en otras, locura, y luego un sueño, un juego literario de espejos que reproducen imágenes al infinito, como el final, absolutamente lírico, que le retuerce la cola no sólo a la novela de Coetzee, sino a la novela en general y, por supuesto, a la de Defoe.

Coetzee es, sin duda, un maestro.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

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