El perro muerto

Casa de citas/ 506

El perro muerto

Héctor Cortés Mandujano

 

Leo Jesús, profeta del Islam (Suluk Ediciones, 2010), de C. Atáur Rahim y Admed Thomson, un largo e informado ensayo que tiene como finalidad demostrar que Jesús no era Dios, sino hombre, profeta.

En la “Introducción a la edición mexicana” escribe Shaij Dr. Abdalqadir As-Sufi algo que me llamó la atención, porque habla de un “notorio convento” de San Cristóbal de Las Casas donde (p. 16) “fueron descubiertas sus pinturas pornográficas y pruebas documentales de sadismo (y) fue convertido en museo para que la gente pudiera ver el engaño que habían tolerado. Ante una planeada visita del papa Juan XXIII a México, se puso la condición de que este convento fuera cerrado”. No sé de cuál se trate, sólo cuento el chisme.

Rahim y Thomson son, entre otras cosas, especialistas en religión y citan a otros pares para fundar su dicho. Dicen, por ejemplo, citando un libro del Dr. Maurice Bucaille, que los cuatro evangelios aceptados por la iglesia católica no son coincidentes y que es sorprendente que hechos importantes sólo sean mencionados por un único evangelista (p. 28), “como ocurre con la Ascensión de Jesús a los cielos en el día de la Resurrección”.

En el Evangelio de Bernabé (que la iglesia no acepta y lo considera apócrifo, que por cierto no significa falso, sino oculto, como explican los autores) cuando Judas denuncia a Jesús y van a prenderlo, Dios cambia las identidades y a quien crucifican no es a Jesús, sino a Judas (p. 59): “Los soldados apresaron a Judas y lo ataron entre bromas, puesto que éste seguía negando que era Jesús”. El evangelio de Bernabé es más cierto que los otros, dicen los autores, porque (p. 67) “Bernabé aparece como uno de los líderes de los discípulos después de la desaparición de Jesús” y (p. 139) “parece ser el único Evangelio superviviente escrito por un discípulo cercano a Jesús”.

Constantino, emperador romano y adorador del dios Sol, fue quien decidió que la adoración de Jesús fuera, al mismo tiempo, adoración al sol (p. 126): “El sabbath cristiano sería el día del sol romano, por eso se denomina día del sol (Sunday) […]. El día del nacimiento de Jesús se establecía el 25 de diciembre, día del nacimiento del dios del sol. El emblema del Cristianismo sería el mismo emblema que el del dios sol, esto es, la cruz de luz”.

En el Concilio de Nicea se habló de que existían, para aquella época (p. 130), “al menos 270 versiones del Evangelio, aunque hay otras fuentes que aseguran la existencia de 4.000 Evangelios diferentes”; Atanasio, representante de Alejandro, emperador de Roma, escogió los cuatro que ahora acepta la Iglesia (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) y decidió que se quemaran los demás.

El ángel Gabriel se le apareció a Hermas y le dictó doce mandamientos. Resumo los diez primeros, que no estaría mal seguir (pp. 170-171): Has de creer que Dios es uno; No hables mal de nadie y haz el bien; Ama la verdad; Sé puro en tus acciones y en tus pensamientos; Sé paciente y comprensivo; Confía en lo correcto y desconfía de lo que no lo es; Cumple estos mandamientos; Apártate del mal; Apártate de la duda; Aleja la tristeza de tu corazón.

Las citas sobre la unidad de Dios en la Biblia, insisten los autores, son muchas (p. 229): “Yo soy Yahvé, no hay ningún otro; fuera de Mí ningún dios existe (Isaías 45:5)”; Jesús dice en la cruz “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” y (p. 238) “es evidente que Jesús no está diciendo: ‘¿Por qué me he abandonado a mí mismo?’ ”. Contra esta multitud de referencias bíblicas sobre la unidad divina, se preguntan (p. 254), “¿dónde hay un pasaje similar a favor de la Trinidad?”. Aún más (p. 274): “ ‘Si Jesús es Dios, ¿cómo es que Dios puede morir?’, o ‘si Jesús es Dios, y Dios estuvo muerto durante tres días ¿quién mantuvo en orden durante ese tiempo el Universo y todo lo que contiene?’ o ‘si Jesús era Dios, ¿a quién le rezaba?’ ”.

Le he echado flores durante mucho tiempo a “El perro muerto”, un breve cuento de Tolstoi, y ahora me encuentro que lo tomó literalmente de las obras de Az-Zalabi, Historias de los profetas, que dice (p. 293): “Jesús, la paz sea con él, caminaba con sus discípulos cuando pasaron junto a un perro muerto. Uno de sus discípulos dijo: ¡Qué hedor más insoportable el de ese perro! Y entonces Jesús, las bendiciones y la paz sean con él, dijo: ¡Qué blancos son sus dientes!”.

El Profeta Muhammad no se anduvo por las ramas y (p. 309) “dijo que Jesús era uno de los 124.000 Profetas, que las bendiciones y paz de Allah sea con todos y cada uno de ellos”.

Foto: HCM

***

 

La fama bien cimentada de Francisco L. Urquizo, en la novela de la Revolución, se debe a su eficaz escritura y al hecho de haber sido soldado. Qué suerte: sus dos oficios coincidieron y uno alimentó al otro. En Memorias de campaña (FCE, 1971) cuenta cómo se orquestó la muerte de Madero. Su narrador es un soldado que forma parte del equipo de guardaespaldas del presidente, a quienes piden se disuelvan, pues la idea de Huerta y sus secuaces era matarlo. Él regresa a ser un civil, pero va en busca de Madero y se pone a sus órdenes. No puede salvarlo y apenas logra sobrevivir.

Decide unirse a Carranza. Las memorias de esas campañas militares, a partir de 1913 y hasta la muerte de Carranza, son las que narra este libro vivo, orgánico, ameno.

Llega a un pueblo llamado Sabinas, donde a los prostíbulos los llaman de una forma que a mí me pareció graciosa (p. 60): “En las afueras del pueblo, según costumbre en los poblados norteños, dos ‘zumbidos’, lupanares o mancebías para el servicio y desahogo de los numerosos trabajadores de las minas de carbón”. No pasaría el texto la corrección política actual, pues sigue contando (p. 65): “El imprescindible ‘joto’ de estos lugares servía la bebida a los parroquianos”.

Hay encuentros armados y dice bien Urquizo (p. 81): “Marchaba la muerte en busca de la muerte”.

Un tío le aconseja sobre cómo disparar (pp. 85-86): “Apuntar siempre al ombligo. Así, si le yerras tantito para arriba o para abajo, no le hace; de cualquier modo, el cristiano se viene al suelo”.

Duermen amontonados en una casa y (pp. 122-123) “un concierto de ronquidos llena el ambiente. Son notas musicales de una originalidad caprichosa que, unidas, dan la impresión de una audición salvaje”.

Belem es una mujer joven y valiente, con la que comparte varios momentos. No se ha casado, es una avanzada para su tiempo (pp. 138-139): “Me gusta la libertad. No tengo ni admito compromisos. No soy una mujer fácil ni liviana. Cuando el cuerpo me pide hombre, lo busco, me satisfago, y a otra cosa. Los enamoramientos me parecen ridículos. Casi soy como un hombre”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

 

 

 

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