Rafaelito, teje que teje

Mi pariente Arístides es un gran artista. Él me contó que no recuerda el día que conoció a Rafaelito. Desde niño la presencia del personaje fue tan cotidiana en su vida como en la dinámica sociocultural del centro histórico donde siempre ha vivido con su familia también de artesanos de la madera y tejedores de preciosas pencas o abanicos de “Rabo de zorra”. Lo que no olvida Arístides es cómo la amistad entre ambos creció día a día porque Rafaelito era muy accesible como buen cubano de a pie y participaba en todos los movimientos culturales de la ciudad. Los unió la pasión común por la artesanía y la cultura de su pueblo, así como la complicidad y la solidaridad para sacar adelante sus proyectos y a los suyos.[1]

Como una parte muy importante de mi familia, Arístides y Rafaelito son de Trinidad. Una ciudad colonial enclavada hace más de 500 años en la región centro sur de Cuba, mirando hacia el mar Caribe, como un balcón colgado de montañas con cuevas llenas de misterios. Una ciudad de artesanas y artesanos, donde la producción de artesanías transita de la resolución utilitaria de problemas cotidianos al ornato y al mercado de los recuerdos a través de la industria de los souvenirs. Allí el arte está presente por las calles empedradas con chinas pelonas o en los bancos de hierro colado de su señorial parque, otrora Plaza Mayor, con jardines interiores custodiados por verjas de fina filigrana traída de Filadelfia, copas o jarrones de cerámica y por galgos, también fundidos en hierro en una de las fincas de los ilustres de la ciudad. Ellos custodian esa central y pequeña escultura de la musa Terpsícore, una helénica inspiración de la danza y la poesía.[2]

Entre los artesanos y las artesanas siempre existen los y las que se convierten en referentes legendarios de tradiciones resistentes al paso del tiempo como las rocas frente a las olas del mar. En la singular belleza de esa ciudad de grandes artistas, la figura de una buena persona, un hombre de piel negra, espigado, artesano, bailador y rumbero, adquirió particular trascendencia. Me refiero a Juan Rafael Zerquera Rodríguez (1940-2003), más conocido como Rafaelito Tiembla Tierra o La Araña.[3] ¿Quién no lo recuerda sentado en la acera o en banco rodeado de un gran zoológico conformado por distintas piezas mientras no paraba de tejer, hacía contacto visual y hablaba con digna seriedad y buen humor?

Rafael Zerquera, Tiembla Tierra. Exposición personal, Salón de la ACCA, 2001

Sobre la calle Desengaño, justo en la casona situada en la intersección con la calle Media Luna, donde está actualmente la sede del Fondo de Bienes Culturales, cerca del Palacio de Cantero sitial del museo municipal, se instalaba Rafaelito para trabajar el yarey y crear con sus manos figuras increíbles en distintas escalas. A un ritmo imparable completaba pequeñas y medianas esculturas para reunirlas en una instalación artística de gran belleza y una imaginación desbordantes. Se trataba de un paisaje habitado por alacranes, arañas, cocodrilos o caimanes, jicoteas, lagartijas, iguanas, gatos, cerdos, caballos, mulas, culebras, culebrones, gallos, gallinas, patos, pajaritos, mariposas, grillos, peces, pulpos, toros, vacas, perros, hurones y hasta los más exóticos elefantes, camellos y canguros. También, por figuras de animales fantásticos y otros seres mitológicos inspirados en leyendas de muchas culturas y, sobre todo, de la afrocubana.

La fibra vegetal de guano o guaniquiquí, extraída de las palmas, puesta al sol para darle textura y color, separada y seleccionada, era modelada con gran maestría ante la expectativa de un público que no salía del asombro. Todas las figuras hechas a mano hipnotizaban a la niñez con la que Rafaelito hablaba de manera cariñosa mientras, quizá, recordaba sus propias travesuras infantiles. También atraían a muchos turistas y habitantes que lo rodeaban. La inteligencia y creatividad de este tejedor incansable se desplegaba durante las transacciones de compra y venta hasta en inglés. Entonces, el contacto visual y los gestos corporales invitaban a cooperar con el mismo ritmo de las manos logrando que en el ritual no se desligaran la lógica de la prodigalidad, propia del acto comercial, y la lógica de la reciprocidad del encuentro mutuo durante el tiempo compartido. En particular, me fascinaban las culebras o majás y siempre aspiré a comprarle alguna como muestra simbólica del respeto a sus creaciones y del vínculo expresivo de los intercambios siempre asimétricos, pero la situación económica no ayudó para hacer justicia.

Rafael Zerquera, Alacrán, fibra vegetal, ca. 1990. Cortesía de Mercedes Martínez Medina

Con el arte del entrelazado de la fibra vegetal, Rafaelito creaba figuras del reino animal con fines lúdicos y decorativos. Era tan espontáneo, natural y rápido con sus pases como evocativos de la realidad los originales artilugios resultantes. Él fue un hombre en permanentemente movimiento y tejía hasta caminando. Sus ingeniosas creaciones incluían hermosas cabezas de caballitos con riendas para ponerle a los palos que los niños jugaban montándolos o los imprescindibles sombreros y pamelas para protegerse del sol tropical, jícaras, esteras, carteras, billeteras, jabas, búcaros o floreros, polveras, cestos, canastas u otros enseres domésticos y utilitarios medios de trabajo o uso personal. Entre los bienes más esenciales y cercanos, destacaban sus muebles tejidos con finos acabados y bordados con bellas formas y figuras, elegantes juegos de sala con sus butacas, sofás y mesas de centro, tocadores, juegos de canastilla con cunas y juegos de sillas. Además, hizo réplicas de yates, cohetes, mambises, enanos, diablitos y calaveras, así como de fotos por encargos especiales del Fondo Bienes Culturales.[4]

Las manualidades fueron su medio de subsistencia y procuración de seguridad en la vida. Constituyeron la herencia cultural de la abuela María Rodríguez de la Caridad al mayor de los tres nietos que le dio su hija Antonia. Compartiendo esa carga histórica desde los ocho años, Rafaelito aprendió a hacer los puntos conocidos en Trinidad como Santo Domingo, criollo, de plumilla, plano, de cochinita, de filigrana, cubano y corrido.[5] Él jugaba con las puntadas y las formas siguiendo las rutas trazadas por su inventiva, objetivando valores culturales y estéticos. Sin embargo, el valor de cambio de su trabajo difícilmente traducía con equivalencia el valor cultural, el poder emocional y significado de esa historia atesorada, arraigada y enriquecida por él.

Este personaje agencioso y protagonista de la cultura popular, formaba parte de una trama social con la que se trenzaba en experiencias profundas de mutualidad. Fue un gran bailador, un rumbero de comparsas y un bailarín en espacios culturales.[6] Él se entretejió con las personas, con los códigos de la calle, al compartir tradiciones, músicas, bailes y artes para hilar vínculos duraderos. Fue conocido cuando salió la comparsa de “Los Chucheros” en 1960 porque en un momento de la coreografía, para conquistar a la compañera de baile ganándole a los otros rumberos, introdujo el pasillo de la tembladera como en ciertas danzas rituales afrocubanas en los trances o posesiones.[7] Cuando él bailaba, la tierra vibraba y de ahí surgió el seudónimo de “Tiembla Tierra” aunque, también le decían “La Araña,” por el teje que teje.[8] Por algunos años dirigió la comparsa «La Jardinera» aportando muchos elementos coreográficos, diseñando y elaborando accesorios novedosos como cabezas de animales que contribuían, con texturas y volúmenes complementarios a la indumentaria, a la puesta en escena en general. Integró el Conjunto Folclórico de Trinidad, luego renombrado como Ballet Folclórico, desde principios de la década de los sesenta del siglo pasado hasta 1980 cuando fundó la Brigada Artística Escambray y, poco después, el Grupo Fiesta Sanjuanera para rescatar las tradicionales fiestas trinitarias. Siempre elaboró todos los elementos tejidos necesarios para la utilería de estas agrupaciones. Entre el repertorio danzario destacó por su originalidad “La matanza de la culebra” por lo que, culebra en la mano, se sigue bailando en el Cabildo de los Congos Reales al compás de:

Angué, angué, angué

que la culebra come gente

cuando muerde no se siente.

A mediados de los años setenta, él colaboró intensamente con el Conjunto Folclórico Nacional de Cuba, y su fundador Rogelio Martínez Furé, Alberto Alonso y Ramiro Guerra, en sus investigaciones y elaborando máscaras, cabezas de diablitos o íremes —uno de los símbolos antropomórficos más bellos de la naturaleza y los antepasados de las hermandades, fraternidades o Sociedades Abakúa en el contexto religioso afrocubano—, cabezas de cerdos y caballos y otros seres mitológicos, así como accesorios para distintas puestas en escena entre las que destacaron, sobre todo, Trinitarias de Ramiro Guerra y la compasa La Jardinera. Sus contribuciones a esa extraordinaria compañía cubana de las danzas y las músicas socialmente practicadas, fueron muy reconocidas. Rafaelito fue un gran promotor cultural que trabajó para que las tradiciones trinitarias se mantuvieron vivas y su legitimidad cultural fuera reconocida a nivel nacional.

Aristides Rafael Sáenz Sánchez, La Trinidad, 2015, collage sobre lienzo, 100X150 cm

Un día quisieron expulsarlo del puesto que siempre ocupó porque “no era apropiado para las fotos” y “molestaba al tránsito de los turistas.” Ante las dificultades para protegerse a sí mismo, la alarma pronto se extendió entre quienes lo rodeaban y en toda la población. ¡Ay, “Mamía”! ¿A quién se le ocurriría ponerse por encima del trabajo para desalojar al que hizo cotidianamente del respeto mutuo una práctica expresiva, “Alma Mía”? El Conservador de la ciudad, Roberto Rafael López Bastida, “Macholo” (1958-2003), logró frenar lo que tenía visos de racismo, franco interés económico e imposición política de cierta forma de entender la institucionalidad. Desde su propia vivienda en el callejón del Estrecho, cerca del centro histórico, creció el apoyo popular al hombre que encarnaba la tradición popular y la lucha por legitimarla, al guardián del “arte del yarey” y del patrimonio intangible de los trinitarios.

En el gremio de los artesanos él destacó por su participación y sus distinciones en las Ferias de Arte Popular (1981 y 1982) y los Salones de la Asociación Cubana de Artesanos Artistas (ACAA) a nivel municipal, provincial y nacional. Obtuvo el Premio Memoria Viva (1999) y otros reconocimientos y menciones en el Festival del Caribe (Santiago de Cuba, 1986, 1987, 1988), el Festival de la Toronja (Isla de la Juventud, 1984, 1985 y 1986) y en exposiciones internacionales en las antiguas República Democrática Alemana y Yugoslavia, en Polonia, Checoslovaquia, Italia, Colombia y Cuba. Realizó muestras personales en la Ciudad de La Habana (Ministerio de Cultura, 1980, 1983, 1985) y en Trinidad (Galería de Arte y Casa de la Cultura, 1987, 1989 y 2001). Las máximas autoridades municipales le concedieron el Premio Único de las Artes (2000) y la ACAA, post morten, el Premio por la Obra de la Vida (2003).

Sin duda, Rafaelito acumuló prestigio, honor social y reconocimientos públicos, pero siempre mantuvo su personalidad austera y sencilla. Aunque se vistiera de safari, usaba tenis; aunque comiera con Armando Hart Dávalos, el Ministro de Cultura, o abrazara a su amigo Luis Carbonell, el Acuarelista de la poesía antillana, era auténtico y terrenal. Su estilo era único y se basaba en una habilidad desarrollada en altísimo grado. Rafaelito es un símbolo de los trinitarios y las trinitarias. Él encarnó la cultura del trabajo como responsabilidad cuidadosa con las herencias ancestrales y con la lucha por la sobrevivencia. También, personificó la maestría artística como acto expresivo de un don sacado de adentro hacia afuera como verdad cultural y bondad humana. La conexión especial que lograba entre lo imaginado en su cabeza y lo elaborado con la habilidad de sus manos tejiendo con el material de yarey, habla del compromiso creativo de los artesanos por hacer las cosas lo mejor posible apegados a prácticas epistémicas. Por eso, cuando Rafaelito murió el 16 de octubre de 2003, cuatro días antes de cumplir 63 años, su pueblo salió a las calles y formó una larga culebra que peregrinó acompañando su féretro hasta el cementerio para entregarlo a la tierra y hacerla retemblar con las rumbas que le dedicaron junto al himno nacional.

Los artesanos y las artesanas siempre tienen un diálogo abierto entre prácticas y pensamientos.[9] Poseen una actitud positiva ante los problemas que saben reconocer y resolver hábilmente con la mejor solución posible en términos concretos y estéticos, desde el patrón de su propia estética terrena. Una artesanía es un objeto hechizado, es una materialidad encantada por las propias manos de quienes la modelan con una imaginación sin límites. Es el fruto de la magia de creadores culturales que hacen de sus condiciones y necesidades materiales de vida el prodigio de la virtud. Se trata de conocimientos, saberes prácticos y sensibilidades movilizados desde los sentidos más profundos de la vida, de la naturaleza y del mundo. Mucho debemos aprender de sus dignas apuestas por la excelencia y la universalidad desde las más auténticas raíces culturales. Todo intercambio con ellos y ellas es un ritual que debería abonar a la construcción del respeto mutuo. No obstante, debemos reconocer con tristeza que nadie es dueño, ni comprende a cabalidad la trascendencia social y política, de lo que hace.

 

Citas y referencias

[1] Agradezco la extraordinaria colaboración de Arístides Rafael Sáenz Sánchez y Mercedes Martínez Medina que me facilitaron fotos, materiales impresos y un curriculum de Rafaelito. También, especialmente a mi artesana favorita Xiomara Seijas Hernández y a Ignacio Moreno Gascón que me ayudaron a descubrir la vida y obra de Rafaelito.

[2] El centro histórico de Trinidad, junto al Valle de los Ingenios, fueron inscritos en la lista del Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1988. Además, fue Declarada Ciudad Artesanal por el Consejo Mundial de Artesanías el 30 de julio de 2018, integrándose a una treintena de ciudades del mundo, por el arraigo de prácticas artesanales y conocimientos colectivos heredados entre generaciones como la cerámica, ebanistería y el deshilado, las randas o bordados de aguja entre los muchos bordados y tejidos. Asimismo, recibió la condición de Ciudad Creativa en Artesanía y Artes Populares de la UNESCO en 2019.

[3] Sobre esta personalidad de la cultura trinitaria puede verse el excelente el trabajo de Rafael Daniel, Rafaelito Tiembla tierra, Centro Visión, Sancti Spiritus, ¿2000? (7:53). https://www.youtube.com/watch?v=1aiBeT1QRLU. Además, se publicaron trabajos sobre él en las revistas Trinidad, Bohemia, Mujeres, Artesanía y Flolklore, Somos Jóvenes y Revolución y Cultura, así como en los periódicos Escambray y Juventud Rebelde. A pesar de algunos errores, ver: https://www.ecured.cu/Rafael_Zerquera_(Tiemblatierra)

[4] Evangelina Chio Vidal, “Tejedor” (con fotos de Juan Gutiérrez), Revista Revolución y Cultura, 1986, pp. 59-61.

[5] Evangelina Chio Vidal, “Tejedor”, pp. 59-61.

[6] Alipio Martínez Romero, “Rafelito Tiembla Tierra, leyenda del tejido de yarey”, 20 de octubre de 2020. http://www.radiotrinidad.icrt.cu/2020/10/20/rafelito-tiemblatierra-leyenda-del-tejido-de-yarey/

[7] Así lo cuenta él mismo en el citado reportaje de Rafael Daniel, Rafaelito Tiembla tierra, Centro Visión, Sancti Spiritus, ¿2000? (7:53).

[8] Como en el son: Eliades Ochoa y El Cuarteto Patria, “Teje Que Teje”. Sublime Ilusión. España: Virgin Records, 1999, track 11·(3:55).https://youtu.be/_Q-fug7AfjI

[9] Richard Sennett, El artesano. Barcelona: Anagrama, 2009.

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