El control del infinito

Casa de citas/ 527

El control del infinito

Héctor Cortés Mandujano

 

Disfruté leer Los idilios salvajes. Ensayos sobre la vida de Octavio Paz, 3 (Ediciones Era/Secretaría de Cultura, 2016), de Guillermo Sheridan, quien combina con fluidez las citas profusas y la escritura amena.

El libro se centra en dos de los idilios terribles de Paz: con Elena Garro y con Bona Tibertelli de Pisis para llegar al amor final (mar en calma después de dos tempestades) que constituyó Marié-José Tramini, quien fue su esposa y luego su viuda.

Erudito en la lengua, como es, Sheridan cita cartas, versos, declaraciones, textos diversos que, amalgamados y analizados, hacen de este un libro que uno, como lector, agradece.

Cita Sheridan una idea de La llama doble (p. 218): “El amor es ‘la caída del eterno ahora en la sucesión’, pues la conciencia del tiempo lo es de la muerte”.

En el pie de página (de la 219) cita unas líneas de D. H. Lawrence, que aluden a lo mismo: “Yacían muy juntos, completos y más allá del alcance del tiempo o el cambio […] En su momento estaban en el corazón de la eternidad, mientras el tiempo rugía allá lejos, siempre lejos, en el borde”.

La pasión por Elena Garro está llena de gritos y sombrerazos desde el inicio. En una de sus cartas juveniles dice Paz que (p. 225) “se odia por haberla acercado al ambiente teatral, ‘al más sucio, infame y torvo de los mundos, al mundo de la nada, de la vanidad y el vacío’ ”. Lo cito como un directo a mí, también, que soy teatrero.

Aunque se ha escrito mucho sobre el eterno pleito de Paz y Elena Garro, en este libro Sheridan nos cita directamente las cartas que muestran a un Paz a veces colérico, muy cursi al principio y luego desesperado, harto, en el infierno de una relación que supuso sería un paraíso. El matrimonio de Paz fue un desastre y con Garro se la pasó peleando toda la vida.

Ilustración: Alejandro Nudding

Habla de los peces (y yo soy piscis), a propósito de Bona, en el pie de las páginas 385-386, y me siento aludido: “Tradicionalmente los peces son ‘representación de la concupiscencia’, pues se dice que ellos son ‘ambiciosos, libidinosos, voraces, avaros y lascivos, emblema de la vanidad y los placeres’ ”.

Bona estaba casada con un amigo de Paz y durante un buen tiempo ella fue mujer de uno y amante de otro, con la venia del marido y la exasperación de quererla sólo para sí de Paz. [Ricardo Paseyro, en una recepción, golpea a Mandiargues, el marido de Bona, y Paz lo defiende. Paseyro le da una patada en los bajos, y es Bona, ahora, quien se quita la zapatilla y le encaja el tacón en la cabeza (p. 423): “Paz y Mandiargues eran un doble caballero andante al servicio de la Dama única”.]

Entramos a la cocina de Paz, gracias a Sheridan, quien nos dice en un párrafo imperdible (p. 407): “El 7 de enero de 1959 comenta algunos versos de ‘Noche en claro’ como ‘tu pelo es la tempestad en las terrazas del alba’, que ella dice haber disfrutado, a lo que él contesta el día 19: ‘Es verdad: ése es tu gesto, desnuda, al soltarte el pelo: una tempestad negra, y las terrazas del alba son tus hombros y tus pechos’. Luego le explica el título: ‘Noche en claro es como en Cervantes: no dormir y, además, entender, aclarar”.

A las tantas, Bona se divorcia y Paz le ofrece irse juntos a Delhi, donde podrán casarse, pero para esas fechas había llegado a París el pintor oaxaqueño Francisco Toledo y Bona se volvió su amante. Le dice con frialdad a Paz que no irá con él, y lo destroza. Paz queda deshecho y se acompaña del alcohol diariamente. Toledo le da una golpiza a Bona y eso hace que ella vuelva con Paz y también con su ex marido. Paz no sabe qué hacer, más que suplicar, imprecar, como en esta carta (p. 449): “Me masturbaré pensando en ti. ¡Chinga tu madre! ¡Te adoro!”.

En otra (p. 457): “ ‘¡En el erotismo hindú el beso no existe!’, escribe, y para vengarse de esa afrenta firma como un adolescente: ‘te beso, te beso, te beso, te beso’ ”.

Por fin (p. 489), “el 19 de febrero de 1964, termina la última de las ciento treinta cartas que Paz le envió a Bona a partir del 19 de julio de 1958”.

El 21 de junio de 1964 (p. 493), “Paz se encontró en la calle con Marie-José Tramini” y (p. 497) “el 20 de enero de 1966, la pareja contrajo matrimonio ante un juez en el jardín de la embajada”.

Bona había vuelto con Mandiargues; sin embargo, en 1965 (p. 499) “viajó a Juchitán para vivir con Toledo”; lo dejó después de que el pintor le diera varias golpizas e intentara matarla con un cuchillo.

Paz, dice Sheridan (p. 501), “borró de sus libros el nombre de Bona, las dedicatorias y los dibujos. […] Su empeño fue que de los años en la India, y la escritura surgida en el periodo, tuviese como fuente única a su nueva mujer”.

Bona se volvió a casar con Mandiargues, con quien tuvo una hija (p. 500): “Mandiargues murió en 1991” y “Bona en 2000”.

Paz murió el 19 de abril de 1998, Elena Garro cuatro meses después (el 22 de agosto); Marie-José murió el 26 de julio de 2018 y Francisco Toledo, quien hizo las paces y se volvió amigo de Bona, el 5 de septiembre de 2019.

Han dejado no sólo recuerdos, sino, en varios casos, una obra que tal vez no muera.

 

***

 

Leo Sebastian (Plaza & Janes Editores, 1996), con traducción de Marcelo Cohen, la primera de las novelas que constituyen El quinteto de Avignon, de Lawrence Durrell, de quien soy deudor desde que leí, hace mucho, su maravilloso Cuarteto de Alejandría: Justine, Balthazar, Mountolive y Clea.

Sebastian arranca con lentitud, pero la narración pronto se vuelve una novela de suspenso, sin dejar la reflexión, la sabiduría acumulada por este novelista genial. Dice al describir la casa de Affad (p. 55): “Los libros se alineaban a ambos lados del hogar; un hermoso montón de amigos”.

Affad recuerda las palabras de Max (p. 198): “El ser humano nació para vivir emparejado, como las palomas salvajes o las cobras. Pero con el tiempo perdió periodicidad; luego la costumbre de comer carne le descubrió el sabor de la sangre, y más tarde vinieron el azúcar, la sal y el alcohol, y así perdimos el control del infinito”.

El príncipe dice a Constance (p. 233): “Sócrates, al igual que Jesús, había buscado el suicidio, pero sin atribuirse la responsabilidad del hecho. ¡Qué diferencia con Buda, que pensaba que la felicidad y una buena barriga eran lo mejor!”.

            Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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