La nueva generación de demonios, dos

Casa de citas/ 531

La nueva generación de demonios

(Dos de dos)

Héctor Cortés Mandujano

 

Por azar, buscando otra cosa, me hallé con el ensayo Ante los demonios. A propósito de la novela excepcional: Los demonios de Heimito von Doderer (UNAM-Ediciones del Equilibrista, 1993), de Juan García Ponce.

No he leído esa novela, sólo este ensayo, pero me llamaron la atención las coincidencias. Dice García Ponce que el suceso central de esta novela (p. 10) “es el incendio del Palacio de Justicia en Viena el 15 de julio de 1927”, es decir, también parte de la realidad como la de Dostoievski, aunque “Heimito no trata de escribir una novela histórica”.

Y más (pp. 10-11): “Los demonios, con su título voluntariamente igual al de la novela de Dostoyevski, ocurre en tiempos de paz”.

También, como en la novela de Fiódor, uno de los dos narradores es cronista (el otro es novelista).

En el palacio en llamas (p. 60) “se guardaban todas las actas de la ciudad de Viena, incluyendo las de propiedad. Ya nadie es nadie”.

 

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En El evangelio de Stanislavski según sus apóstoles, los apócrifos, la reforma, los falsos profetas y Judas Iscariote (Col. Escenología, 1990), del actor y director Sergio Jiménez, se dice que (p. 347) “la compañía de Chéjov estrenó en el Liceo Teatro de Nueva York, una adaptación de Los poseídos, de Dostoievski”. Los poseídos, otra forma de llamar a la novela en la multiplicidad de las traducciones.

Ilustración: HCM

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La lectura es entregarse, rendirse, no mantenerse distante ni burlón

J. M. Coetzee

 

Cuando Dostoievski fue condenado a trabajos forzados en Siberia (lo acusaron de conspirar en contra del zar), dejó el castigo, pero no la ciudad, porque le dieron un empleo que debía cumplir como parte de su condena. Allí se casó, por primera vez, en Siberia, con la viuda María Dmítrievna Isáyeva, quien tenía un hijo de siete años, Pavel Isaev, de su anterior esposo.

Pavel Isaev, su hijastro, nunca dejó de causar dolores de cabeza a Fiódor y siguió dependiendo de él, aun después de que el vínculo matrimonial con su mamá hubiera concluido, de que ella hubiera muerto.

El maestro de Petersburgo (Random House Mondadori, 2004), de J. M. Coetzee -justo como este brillante narrador sudafricano lo hizo con Foe, donde inventa una historia paralela en torno a Daniel Defoe y su novela Robinsón Crusoe– gira en torno a Los endemoniados y sus personajes principales son Dostoievski, su hijastro Pavel y, entre otros, no faltaba más, Nechaev.

J. M. Coetzee toma, pues, personajes de la realidad, y un hecho que ocurrió y que fue relatado antes por Fiódor. Sobre esa base construye su ficción.

En El maestro de Petersburgo Fiódor Dostoievski llega un poco de incógnito a esa ciudad, porque tiene varias deudas y podría ser detenido por ellas; busca la casa de huéspedes donde vivía su hijastro Pavel Alexandrovich Isaev, renta el cuarto y se pone en varios momentos su ropa. Pavel se ha suicidado, se supone (no sé si eso ocurrió en la realidad, pero, para efectos de la ficción, no importa). Visita su tumba, sufre por la soledad que lo llevó a tomar la decisión de matarse y va a la policía para intentar rescatar sus cosas, sus papeles incautados.

La dueña de la posada dice al viejo, antes de que el narrador nos revele su nombre, que en su casa (34) “tenemos un libro suyo, Pobres gentes”.

Fiódor piensa (p. 39): “Yo eduqué a Pavel Isaev como si fuera mi propio hijo, y lo quiero como si fuera sangre de mi sangre y carne de mi carne”.

Cuando Dostoievski va a la policía lo enteran (aunque se supone que ya lo sabe) que su hijastro era parte del grupo desestabilizador de Nechaev. Le leen un cuento donde parece hacer la confesión de un delito y le muestran una lista de personas a las que el grupo, comandado por Nechaev, y al que evidentemente pertenece Pavel, han decidido matar.

Fiódor dice a la policía que Nechaev está poseído por un espíritu y que (p. 55) “Nechaev tenga seguidores es debido a que el espíritu reside en él. Son seguidores de ese espíritu, no de ese hombre”.

¿Y qué nombre tiene ese espíritu?, le inquiere el policía. “Baal”, es decir, el demonio, responde Fiódor.

Dostoievski, el personaje de Coetzee, se vuelve amante de la vieja dueña de la posada. Ella se sorprende de que la desee, porque Ana, la mujer del escritor, es muy joven. Dice Fiódor (p. 76): “Mi esposa y Pavel son más o menos de la misma edad”. También le dice que Pavel, en su victimismo, se refería a sí mismo en tercera persona: “Al huérfano le apetece otra tostada”, “El huérfano no tiene dinero”, etcétera”.

Nechaev aparece en la posada, vestido de mujer, para no ser reconocido, y pone en la mente de Fiódor una idea que a él no se le había ocurrido. Pavel no se suicidó (p. 104): “¿Se da usted cuenta de que fue la policía la que mató a su hijastro?”. Nechaev lo pone contra la pared con su discurso (p. 119): “Estamos hartos, asqueados de la inteligencia. Están contados los días que le restan a la inteligencia. La inteligencia es una de las cosas de las que hay que deshacerse”.

Y más, dice Nechaev (p. 134): “Pavel Isaev fue uno de nuestros camaradas. Nosotros fuimos su familia cuando no tenía familia. Usted se marchó al extranjero y lo abandonó aquí”, y sigue (p. 135): “¿Sabe a qué me recuerda usted? Al típico pariente lejano que aparece en el entierro con el bolso en el hombro, venido a saber de dónde, para reclamar una herencia de una persona a la que no vio en toda su vida”.

Fiódor lee un escrito de su hijastro, que se refiere a él (p. 169): “Murió mi madre y me quedé solo con mi padrastro, un lúgubre individuo que prácticamente no me dirigía la palabra durante días enteros. Me sentía solo; mis únicos amigos eran en parte los criados. Gracias a ellos tuve conocimiento de cómo sufre el pueblo”.

Tiene otro encuentro con Nechaev, donde le dice más sobre sus planes (p. 201): “¡Y habrá trabajo que hacer, muchísimo trabajo que hacer! En primer lugar, arrasar los bancos, destruir las bolsas de valores, los ministerios de gobierno; arrasarlos por completo que nunca puedan ser reconstruidos”.

Hay otro demonio que descubre Fiódor en las sesiones eróticas con la dueña de la posada, un demonio más íntimo (252): “El demonio: ese instante en que se inicia el clímax y el alma se retuerce al salir del cuerpo para comenzar su espiral descendente hacia el olvido”.

Los demonios, que pensó, sintió, escribió, imaginó Dostoievski, siguen vivos.

            Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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