La magia de la oscuridad

Imagen: José Rivera Pedro

El paisaje de montañas se avizoraba, ya estaban por llegar al pueblo donde vivían doña Lolis y don Ramiro, tíos de Lupita. Hasta después de más de tres ocasiones que Rita había recibido invitación de su amiga Lupita, para conocer el pueblo de sus tíos y pasar unos días con ellos, había aceptado. El viaje era largo y eso le animaba poco. Ese fin de semana viajaron con Roberto, Patricia y Aarón, sus mejores amigos.

El paisaje le llamó la atención a Rita. La casa estaba situada a las fueras del pueblo, como a 20 minutos. Doña Lolis y don Ramiro les recibieron con mucho ánimo, les gustaba que les visitaran. Lupita presentó a sus amistades, saludaron a sus tíos, luego se instalaron en el cuarto donde se quedarían a dormir.

La tarde comenzaba a ocultarse y Lupita les propuso ir al pueblo a comprar cosas para la despensa, la única que no quiso ir fue Rita.  Les dio su cooperación, se disculpó y dijo que prefería descansar un rato. Se fue al cuarto, prendió la luz. Se recostó en un sillón, tomó el celular, no había cobertura, así que se puso a jugar un rato con una aplicación.

Estaba entretenida en su afán por ganar en el juego cuando la luz del cuarto se apagó. Solo se quedó con la iluminación del celular. Se arrepintió de no haber ido con sus amistades. Sintió un sobresalto en el corazón, le temía a la oscuridad y mucho. Desde pequeña había escuchado en plática de gente adulta relatos sobre gente fallecida que se aparecía en las noches oscuras. Trató de tranquilizarse y pensar que la luz no tardaría en regresar, así pasaba en la ciudad.

Intentó seguir jugando, no pudo concentrarse. Comenzó a escuchar ruidos extraños. Se percató que la batería de su teléfono estaba en 38 por ciento. Decidió prender la linterna del celular e ir a buscar a los tíos de Lupita.  Salió del cuarto con cautela.

—¡Doña Lolis, don Ramiro! ¿Están por ahí?

Intentó reconocer el camino, no se acordaba, se detuvo. A lo lejos distinguió una luz que se acercaba, era doña Lolis que venía con una vela.

—No te aflijas Rita, acá andamos. Ven con nosotros.

Rita se apresuró y sintió que el alma le volvía al cuerpo. Doña Lolis le dijo que tenía rato que la luz no se iba en la casa, cuando sucedía eso tardaba hasta un día en que regresara el servicio. Sin embargo, no había por qué preocuparse, Don Ramiro había ido a buscar los quinqués para tenerlos listos por si se requerían.

Se sentaron en la sala, Rita aún estaba nerviosa. Doña Lolis se percató y le preguntó si le daba miedo la oscuridad, ella dijo que sí. Mencionó que había escuchado ruidos extraños. Doña Lolis le contó que no había que temer sino aprender a reconocer la magia de la oscuridad. Le platicó que los ruidos extraños seguro eran los patos que tenían mucha actividad, siempre hacían ruido; cuando había mucho viento las hojas de los árboles  se mecían produciendo un sonido especial, además el viento solía silbar. La oscuridad hacía que uno se percatara más de lo que nos rodeaba, sobre todo en un lugar con naturaleza.

Doña Lolis comentó que antes de que hubiera luz en el pueblo, la gente solía reunirse para platicar más, contar cuentos, relatos, leyendas y las historias cotidianas. Eso se había perdido poco a poco, así que lejos de asustarse se debía aprovechar ese momento sin luz.

—Ahora que regrese Ramiro verás que nos cuenta algunas leyendas del pueblo, es muy bueno para contar las historias, hasta les pone sonidos. Mira, ahí viene ya con los quinqués prendidos.

Rita volteó a ver donde estaba el sendero de luz, sonrió, le dieron ganas de escuchar las leyendas. La plática de doña Lolis la había tranquilizado, sin duda, esa noche sería inolvidable. Deseó que sus amistades regresaran pronto para compartir la magia de la oscuridad.

 

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