“Allá, tras lomita”

Para nuestra querida e inolvidable Lola Montoya que nos hizo reír a mares y nos abrigó en el afecto a la tierra y la gente de Chiapas.  Seguro está en algún lado en sabrosa plática con el Conde Drácula.

En múltiples ocasiones durante mis trabajos de campo antropológicos por diversas partes del país, al preguntar en dónde quedaba tal o cual poblado, la respuesta era “allá, tras lomita”. O bien como dicen los rancheros de los Altos de Jalisco, “está cercas”. Expresiones que llevo en la memoria, como aquella de “me regala su hora”. Precisamente pensando en ello, recordé una lectura de hace años: el libro de William Spratling, México tras Lomita, que conoce múltiples ediciones desde la primera de Editorial Diana en 1965. Esa edición contiene dibujos originales del autor, un “Prefacio” y dibujos de Diego Rivera y “Prólogo” de Budd Schulberg. Spratling nació en un poblado llamado Sonyea, en el Condado de Livingston, estado de Nueva York, el 22 de septiembre de 1900. Su niñez fue empañada con la muerte de su madre y hermana. Por razones de situación familiar, Spratling se trasladó a vivir a los suburbios de Auburn, en Alabama, una región de racismo acendrado en los Estados Unidos. Inclinado hacia el diseño y la construcción, William Spratling estudió arquitectura en el Instituto Politécnico de Alabama, institución en la que obtuvo el título. De inmediato, fue contratado como docente en el Departamento de Arquitectura de la Universidad de Auburn. Para 1921 lo encontramos como profesor de arquitectura en la importante Universidad de Tulane, en Nueva Orleans, la misma en la que estuvo Franz Blom. Un importante dato de su vida es que en Tulane compartió casa con el escritor William Faulkner con quien colaboró en la escritura de la obra satírica Sherwood Anderson and Other famous Creoles (William Sherwodd y Otros famosos Criollos), que hacia mofa del famoso barrio francés de la ciudad de Nueva Orleans. Pero en 1929, William Spratling decidió instalarse en México e incorporarse al mundo cultural del país. No tardó en hacerse amigo cercano de Diego Rivera a quien logró organizarle una magna exposición en el Museo de Arte Metropolitano de Nueva York. El evento le reportó importantes ganancias a Spratling, tanto, que con ello compró una casa en Taxco, Guerrero. El arquitecto que era Spratling se quedó sorprendido y admirado del poblado minero, gran productor de plata, metal que sin embargo, nadie de sus habitantes aprovechaba. Con visión empresarial y artística, Spratling decidió fundar el que fue el primer taller artesanal de la plata en Taxco, para enseñar a los habitantes del poblado. No es entonces casual que se nombre a William Spratling, el “padre de la plata mexicana” en referencia al trabajo artesanal en ese metal. El taller de Spratling alcanzó fama mundial en poco tiempo. Desde Taxco el Viejo, un rancho cercano a Taxco, Spratling y los orfebres mexicanos que acudían al Taller, lograron una distribución mundial de sus trabajos en plata. A tanto llegó la fama de la Plata de Taxco, que el Departamento del Interior del Gobierno de los Estados Unidos, financió un programa de intercambio entre estudiantes de diseño de Alaska y los del Taller  de Taxco, con el objetivo de instalar en aquellas gélidas latitudes un Taller similar al de México. Ese proyecto nunca se llevó a cabo. Pero los diseños de los artesanos de Alaska influyeron en México y muchos de los objetos que salieron del Taller de Spratling en Taxco acusan esa influencia.

Wiliam Spratling vivió su vida en México y principalmente en Taxco. Preguntando por los alrededores del poblado, de en dónde quedaba tal o cual otro poblado, Spratling, más de una vez, obtenía la respuesta “Allá, tras Lomita”, una distancia que para un campesino era “cercas” mientras que para un citadino significaba caminar horas. El libro de Spratling es una de las primeras etnografías de Taxco, escrita con simpatía no sólo hacia el propio poblado, sino hacia la vida campesina de México. Además, el libro se inscribe dentro del nacionalismo mexicano apoyado en la historia de las antiguas culturas del área que Paul Kirchhoff llamó Mesoamérica. El propio Spratling poseía una importante colección de piezas arqueológicas, igual que su amigo Diego Rivera. Justo, en el prólogo del libro, Budd Schulberg se muestra admirado de llegar a un rancho en plena campiña mexicana y encontrarse con una suerte de museo local que exhibía una importante colección de piezas arqueológicas. Justo Spratling, en otro de sus libros, Más humano que divino, usó a su colección de “caritas sonrientes” olmecas, para ilustrar el libro. En 1960, Spratling donó a la UNAM esa colección de las famosas “caritas” olmecas. Por cierto, ese libro de Spratling contiene fotografía de Manuel Álvarez Bravo. La muerte de William Spratling ocurrió el 7 de agosto de 1967 a causa de un accidente automovilístico en las afueras de Taxco. Se encontraba en el pináculo de su creatividad. Fue uno de esos personajes, que como Ralph Roeder, se quedaron en México país que adoptaron como suyo. Leer en estos días el libro México tras Lomita nos transmite una visión simpática del campesino mexicano, de su noción del tiempo, del arte en México y de esa visión que todavía perdura en no pocas regiones mexicanas, de que todo está “tras lomita”.

Ajijic, Ribera del Lago de Chapala. 3 de abril 2022.

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