Las mujeres en el Congreso del Estado

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Exigirles a las siete mujeres que ocupan la mesa directiva del Congreso del Estado un mejor trabajo que los hombres, que han estado en ese espacio, es un acto discriminatorio considera Patricia Chandomí, en este artículo que hoy les comparto.
Pero, también el hecho que ellas, y sus compañeros consideren que con su sola llegada logran un cambio a favor de las mujeres es una lectura equivocada.
Ser “diputada” pudiera representar en el imaginario femenino un ideal, poco se habla de la difícil posición que implica ser de las “primeras” en estar en el poder. Difícil por ser inicial y porque se insertan en un sistema patriarcal. Aún así, estas mujeres ejercen su posición como una especie de privilegio enturbiada señala Chandomí en el artículo, que reproduzco de manera textual y que considero que nos ayuda a reflexionar sobre el trabajo de las mujeres en la política.

Patricia Chandomí

¿Qué nos pasa a las mujeres, particularmente a las feministas, que no salimos a festejar que la Mesa Directiva del Poder Legislativo de Chiapas quedó conformada exclusivamente por mujeres?
En el segundo periodo ordinario de sesiones, del segundo año de ejercicio constitucional de los diputados y las diputadas que integran la LXV Legislatura, la Mesa quedó constituida sólo por mujeres diputadas: siendo la presidenta, Mirna Camacho Pedrero del PAN; Claudia Guadalupe Trujillo Rincón del PRI como vicepresidenta; Obdulia Magdalena Torres Abarca del PVEM como vicepresidenta; como secretarias, Ana del Carmen Valdiviezo Hidalgo del PVEM y Alma Rosa Simán Estefan del PRI ; así como Sonia Catalina Álvarez del PT y Rhosbita López Aquino del POCh como prosecretarias.
Esta es la legislatura que más mujeres diputadas tiene (16), antes no pasaban de siete, que había sido lo máximo que tenía una legislatura. La mayoría de ellas, están ocupando una curul por la vía plurinominal (14); en la elección pasada se aplicó por vez primera la reforma constitucional relativa a la paridad, que exigía además que las listas de plurinominales iniciaran con la postulación de una mujer.
Actualmente son 24 diputados uninominales y 17 plurinominales, incluyendo a la representante de los migrantes. Es la primera vez que toda la Mesa Directiva está integrada solamente por mujeres. Sin embargo, no es la primera vez que la presidenta es mujer, en el 2009 la panista Ana Elisa López Coello se convirtió en la primera diputada en ser presidenta de este órgano del Congreso, y en el 2012 Arely Madrid fue la primera presidenta de la Junta de Coordinación Política y después también fue Presidenta de la Mesa Directiva. Lo notable es que por primera vez toda la mesa está integrada por mujeres. ¿Qué pasa con esas mujeres que han ocupado espacios inaccesibles para cualquier chiapaneca promedio, por qué no se reconoce su trabajo?
Aristocracia femenina. El primer punto es que la mayoría tuvo acceso a la élite gobernante por su relación familiar, ya sea por ser esposas o hijas de algún político, el segundo punto que históricamente ha sido un medio, para que las mujeres accedan al poder, es pertenecer a las familias de la “aristocracia” local. Es así que luego tenemos a diputadas provenientes de las familias pudientes o medianamente pudientes de la geografía chiapaneca. Estas son las dos vías de más fácil acceso para que las mujeres puedan pertenecer a la élite gobernante, en los últimos años, han dejado de ser las únicas, hay quienes haciendo doble o triple esfuerzo que cualquier diputado promedio se han logrado colocar donde están, pero son las menos.
La difícil posición de las élites femeninas. Ser “diputada” pudiera representar en el imaginario femenino un ideal, poco se habla de la difícil posición que implica ser de las “primeras” en estar en el poder. Difícil por ser inicial y porque se insertan en un sistema patriarcal.
Martha Moia define al patriarcado como un orden social caracterizado por relaciones de dominación y opresión establecidas por unos hombres sobre otros hombres y sobre todas las mujeres y criaturas. Los varones dominan la esfera pública (gobierno, religión) y la privada (el hogar).
De acuerdo a Marcela Lagarde los opresores patriarcales son el primer término los hombres, por el sólo hecho de serlo; las instituciones, sus normas, y también las propias mujeres que ejercen el poder patriarcal sobre otras mujeres con menos poder ya sea por la edad, su pertenencia étnica, su clase social.
Cristina Molina por su parte, define al patriarcado como el “poder de asignar espacios”. Son las mujeres quienes están de “intrusas” en estos espacios públicos, por ello, tienen que adaptarse a las reglas de juego que ya existen, a las formas de comportamiento y de relacionarse, son ellas las primeras que acceden a espacios históricamente vetados a las mujeres.
Estas mujeres tienen que demostrar superpluses, tienen que rendir más que un diputado chiapaneco promedio, deben demostrar a la sociedad que son el doble de buenas en su trabajo, porque esa sociedad las observa por ser las “primeras”. Se espera de ellas, rendimientos excepcionales y diferenciales; ello, les implica el “sacrificio” de tiempo dedicado a la familia, que vivan con la culpa constante de estar “abandonando” su papel de madre-esposa; a diferencia de los varones, ellas deben sacrificar su faceta de vida personal. Encima deben tener una fortaleza síquica enorme a diferencias de las medianías masculinas, deben enfrentar la crítica constante y la sobre-evaluación por ser las primeras.
Aún así, estas mujeres ejercen su posición como una especie de privilegio enturbiado. Maria Antonia García de León, teórica de las élites femeninas, diría “son una élite aislada dentro de la élite masculina y a su vez aislada dentro de la masa femenina, no dejan de estar constreñidas a la elite gobernante de su partido, de sus jefes”. Y aquí está la respuesta a mi pregunta inicial, pasa que las mujeres que de alguna manera están dentro de la élite gobernante, luego alucinan que están ahí por méritos propios y cortan con el movimiento de mujeres. Ignoran a las miles de mujeres que fueron asesinadas para que ellas, nosotras, las mujeres del aquí y del ahora, pudiéramos acceder a la educación, al derecho a votar y ser votadas, a apropiarnos del espacio público.
Al subirse a las gradas del poder, pocas veces ven al resto de las mujeres como iguales, es más, la mayoría emula a sus compañeros diputados, alta sensibilidad y rechazo a la crítica, a la actualización formativa, principalmente feminista; cuando conocer esta lucha, sería una herramienta a su favor. Les da el síndrome de la abeja reina, pensar que sólo su esfuerzo individual y sus relaciones las ha llevado al lugar donde están. Pasan por alto las cientos de marchas que a lo largo de los últimos siglos, las mujeres han realizado en demanda de mejores y mayores espacios, el lobby que han hechos feministas, activistas, académicas con diversos actores políticos para alcanzar las cuotas de género.
Y este no es el único síndrome que les da a las mujeres en el poder. Está un segundo síndrome, llamado el “síndrome del obrero desclasado” lo voy a ilustrar con esta historia, imagínese una fiesta de la aristocracia y a esa fiesta tiene acceso un obrero, ese obrero hará todo lo posible para que las miradas no se centren en él, para que no sea sobre-observado, aunque irremediablemente lo estará, él tratara de disuadirse, de comportarse como cualquier aristócrata de la fiesta, él sabe que está solo y que su gente está afuera de ese círculo. Algo similar les pasa a las mujeres que logran acceder a las élites gobernantes, lo primero que buscan es entender cómo funciona para adaptarse, para disuadirse y ser vistas pronto como iguales. Con todo y sus “asegunes” estas mujeres no dejan de ser ejemplo, fuente de inspiración de otras mujeres, en clara desventaja social y económica. Exigirles una excepcionalidad en su desempeño como diputadas, sería una discriminación.

 

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