Los renacimientos del rock: ¿Una lista de clásicos?

Foto: Raúl Trejo Villalobos

Por Raúl Trejo Villalobos

(Segunda carta abierta a Juan Pablo Zebadúa Carboney)

 

Estimado Juan Pablo:

De acuerdo a los últimos avisos oficiales, todavía seguiremos confinados unas semanas más. Esta situación, sin embargo, no arredra la intención de continuar la charla cara a cara, con las normas e insumos reglamentarios, y tampoco este intercambio epistolar, a propósito del rock, de manera pública.

Además del gusto de saber que estás bien, te confieso lo grato que me ha sido haber rememorado y proponer un espacio para compartir ideas y emociones con respecto al tema: ha sido como una especie de fuga y de recreación ante la presión y la zozobra del ambiente pandémico. Mucho más grato, sin embargo, me ha resultado tu generosa respuesta y los comentarios de quienes se dieron la oportunidad de leernos (algunos compañeros estudiantes me aportaron algunas críticas chidas y chingonas a Lora, y un profesor compartió su clasificación personal). Con esto se constata, creo, que el diálogo abierto y público, además de posible, es necesario –y recreativo– ante todo tipo de confinamientos presentes y pasados. Agradezco, en definitiva, tu lectura y tu respuesta. De aquí las siguientes líneas.

Una de las primeras reacciones a tu carta, carnalito, fue cierta impresión de que este diálogo en realidad no empezó, sino que es una continuación de algo que dejamos pendiente, en puntos suspensivos, en algún momento, en algún lugar. De aquí que, ante un pretexto, “¿el rock no morirá jamás?”, siguiendo las letras de canciones, respondas que este es, en el fondo, el asunto consustancial al rock mismo; ante una clasificación tentativa, respondas con la polémica que le ha acompañado y sus contrapartes: Víctor Roura y José Agustín.

Dices haber transitado de una postura a la otra y señalas que mi carta es, en parte, la duda de una certeza. También puntualizas, y no tengo nada que agregar al respecto: “El rock tiene raíz maldita. Es contestón, no se hinca ante cualquier bandera que no sea la de una causa que rompa moldes, normas, reglas (…) Por eso nos gusta. Simplemente.”

Intuyo en esas palabras, estimado Juan Pablo, algo más: un sentimiento compartido en silencio, por saber que algo pasó en la segunda mitad de los ochenta y no acabamos de digerir. No creo que se trate de ver como algo negativo y criticar y rechazar todo lo que fue o implicó Rock en tu idioma; pero sí hay diferencias notables, con respecto a lo que nos tocó vivir y los referentes de los que nos hicimos previamente: elementos y contenidos  constitutivos de los ahora llamados clásicos.

Este sentimiento, creo, también lo comparte Efraín Ascencio Cedillo en su comentario del Facebook, aunque él indica el fin de la década de los setenta, con la llegada de los walkman, el paso de una sentido comunitario y dialógico a uno individualista para escuchar música y, además, amplia y enriquece el marco de referencia: de Zimmerman (1965) y Lennon (1970) a la caída del muro de Berlín (1989) y los libros de Lypovetsky (1983) y Fukuyama (1992). Después de exponer los planteamientos de Roura (la muerte del rock entendida como la pérdida de la identidad y los propósitos del rockero), Efraín agrega: “Me gustaba esa primera forma de socialización musical y no tanto la segunda de los años 80, cuando mutó desmedidamente al consumo individual. Se había creado una inteligibilidad nueva: individualista y ´egomaníaca´”.

Si me aceptas que hay un sentimiento compartido en silencio por saber qué pasó en la segunda mitad de los ochentas (invitación extensiva a Efraín) y que no acabamos de digerir, creo que aquí hay una posibilidad para hablar de uno de los renacimientos del rock.

Me explico.

A propósito de que Efraín habló de “My generation”, me imagino que nosotros no somos de la camada de José Agustín y de Roura. Mientras ellos vivieron los sesentas y principios de los setentas, nosotros apenas ibamos llegando a “este huerto” (Jaime López dixit). Mientras ellos experimentaron más directamente The Beatles, Rolling Stones, la primavera del 67, Woodstock y Avánadaro, a nosotros nos llegó como herencia. ¿Acaso no te resulta interesante que a nosotros, a pesar de no haber vivido ese primer momento, tengamos nuestro kit de clásicos? ¿Acaso no podemos considerar un renacimiento del rock el hecho de que nos hayamos apropiado de esa herencia, a pesar de lo nuevo que iba llegando? ¿Acaso no es trascendente que, además de lo heredado, nos hayamos ocupado en indagar más, en el pasado inmediato, sobre algo que nos llamaba y convocaba?

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¿Cuál es ese kit de clásicos? ¿cuál puede ser? O, en las últimas, ¿cuáles serían algunos artistas y canciones que serían al menos una parte de éste kit de clásicos? Retomo los que menciona Efraín: los Rolling, los Beatles, Led Zeppelin, Deep Purple, King Crimson, Pink Floyd. Agrego los siguientes: The animals, Cream, Jonis Joplin, Jimi Hendrix, Jethro Tull, The Doors, Joe Coker, Credence, Eagles, Carlos Santana (Dejo abierta la lista, punto específico para más charlas).

No sé que tantas correspondencias puedan haber en nuestras trayectorias vitales, pero te comparto algunos referentes de la propia con el propósito de apuntalar la idea de uno de los renacimientos del rock y la de una lista tentativa de clásicos.

Para empezar, te comento que al finalizar la década de los setenta, cuando cursaba los últimos años de la primaria, ya escuchaba: Rock a la Rolling, en Radio Capital y la hora de the Beatles, en Radio Éxitos, en lo más recóndito de Neza, casi llegando a San Lorenzo y Chimalhuacán. Se hizo costumbre reunirnos los amigos para escuchar en la esquina de la calle, en una grabadora: “To love sombody”, en la versión de The Animals, “I put spell on you”, “Black nigth”, “White room” y “Whole lotta love”. Alguna ocasión acompañé a mi hermana con sus amigos para ver un documental de The Who. Las novedades de entonces: algo de Kiss y de Queen.

Durante los primeros años de la década siguiente, por cambio de residencia, de la capital a la provinicia (Morelia), mi acceso al rock fue limitado. Solamente un amigo de la secundaria era con quien platicábamos y escuchábamos algo. En las tardes sonaba un programa de radio: Sweet Souvenier (“If you´re going to San Francisco,/ be sure to wear some flower in your head”)

En la prepa (84-87), amplié el repertorio. Conocí a dos amigos mayores diez años que yo y se sorprendieron porque les dije la música que me gustaba y con ellos conocí a más artistas y me prestaban sus discos. Creo que con ellos obtuve más información sobre Woodstock. Me estremecí con “Sky pilot”: “He blesses the boy,/ as they stand in line,/ the smell of gun grease,/ an the bayonets they shine (…) Sky pilot,/ how high can you fly,/ you never, never, reach the sky”. Escuché las flautas en “Thick as a brick”.

Asistí por primera vez a un concierto en el 85, al de El tri, cuando presentaron Simplemente, en el teatro del pueblo, de la Feria de Morelia; asistí solo, nadie de mis amigos de la colonia me quiso acompañar (¿Qué hace uno en estos casos, con la fresés?, me preguntaba). Dentro de esos acontecimientos poco comunes que a veces se suelen dar, también tuve la oportunidad de ver la proyección del documental sobre el concierto de Rolling Stones en Altamont: entonces,  “Simpathy for the devil” sonó de otra manera, con las chaquetas de Hells Angels en primer plano.

Entre 87 y 88, viví en Venice Beach, California. Ahí me enteré lo que fue ese lugar para The Doors y el hippiesmo en general. Escuché en su contexto  “Redhouse blues”; recorrí, por supuesto, Sunset Boulevard. Mientras lo que se ofrecía en MTV era The Cars, INXS, Guns and Roses, Michael Jackson, Bruce Sprinsteeng, lo primero que hice fue comprarme una guitarra y una amplificador, para nunca pasar del círculo de sol. También me dediqué a hacerme de más cassettes y discos de los rockeros arriba mencionados y otros. Cierta noche de sábado, me dispuse a grabar un programa completo de Rock clásico de una estación de radio de Los Ángeles, con comentarios y comerciales. Apenas empezó el programa, la primer melodía me llamó la atención, me atrajo, me absorbió: “Night in white satin,/ never reaching the end (…) Just what is truth is,/ I can´t say anymore…” A medio programa, sucedió algo similar con un coro de voces: “There are stars in the southern sky/ Southward as you go/ There is moonlight and moss in the trees/ Down the Seven Bridges Road (…) There are stars in the southern sky/ And if ever you decide you should go/ There is a taste of time sweetened honey/ Down the Seven Bridges Road”.

Caminando en el malecón de Venice, varias veces me quedé extasiado escuchando y viendo a una familia de como 20 integrantes, con rastas y coloridos vestidos, desde los abuelos hasta los nietos, tocando, cantando, bailando y viviendo: “Emancipate yourself from mental slavery,/ None but our self can free our minds,/ Have no fear for atomic energy,/ ‘Cause none of them can stop the time,/ How long shall they kill our prophets,/ While we stand aside and look?,/ Some say it’s just a part of it,/ We’ve got to fulfill the book”.

A principios de los noventa, no obstante haber estado familiarizados durante los ochenta con The wall, lo cierto es que las siguientes líneas se resignificaron en el concierto después de la caída del muro: “Mother, do you think they’ll drop the bomb?/ do you think they’ll like this song?/ do you think they’ll try to break my balls?// Mother, should I build the wall?/ should I run for President?/ should I trust the government?/ will they put me in the firing line?… Hush now, baby, baby, don’t you cry/ Mama’s gonna make all of your nightmares come true”.

En esos mismos años, los noventa, me entero de una infinidad de subgéneros de rock: hard, dark, death, metal, hard core, etcétera. De hecho, por algunos meses formé parte de un grupo de speed metal que teníamos el melódico y poético nombre de “Heces fecales”. En cierta ocasión le comenté a un amigo darketo no estar familiarizado con lo oscuro, sino con la luz, estados alternos conciencia, la comunidad, la mística (siempre me ha acompañado la duda interna sobre quién haya sido más mistico: Harrison o Lennon), la psicodelia, el amor y la paz. Me explicó algunas cosas que me parecieron razonables sobre lo oscuro. Sin embargo, más que querer saber más de lo nuevo, volvía una y otra vez a los clásicos. Ví, en ese entonces, los videos de Woodstock. Alusiné. Algunas imágenes que me viene a la mente son “Freedom”, de Richie Havens, la voz carrasposa y los movimientos epilépticos de Joe Cocker, cantando “With a little helps from my friends” y “Soul sacrifice”, de Santana, todas ellas expresiones tangibles y palpables de un tipo de comunión, de común-unión.

A pesar de escuchar a los Beatles y a Lennon desde los setenta, fue en estos años que conocí “God”, que menciona Efraín. Desde el inicio, con la primer frase, toda la canción es contundente: “Dios es un concepto, a partir del cual medimos nuestro dolor”. En la medida que conocía algo de su historia, recuerdo un sentimiento de estupefacción gradual y en ascenso –“se está negando a sí mismo”, me decía para mis adentros–, mientras canta pausadamente en lo que ya no cree; y, luego, un cierto culmen y estallido emocional al cierre,  cuando dice: “I just believe in my,/ Yoko and me./ The dream is over”. En el 94, por último, asistí al Festival Woodstock (en México), donde ví lo que quedaba de The Doors, Edgar Winter, León Russel, Erick Burdon, entre otros.

Desde ese entonces a la fecha, y desde que apareció youtube, he sido un asiduo a esa red  buscando nombres de artistas, títulos de canciones y letras de un soundtrack  adquirido en la infancia (y durante este trayecto) y del que traigo, muchas de las veces, nada más algunos tarareados y el tam-tam. Las sorpresas y las emociones no han sido menores. De “White rabbit” a “California dreaming”, de “The sound of the silence” a “Reflextions of my life”, por mencionar algunas. A pesar de saber desde los ochenta de la existencia de Monterrey Festival, a partir de una canción de Burdon, apenas hace unos meses pude ver y escuchar a Janis Joplin cantando: “Sitting down by my window, looking out at the rain,/ All around that I felt it,/ All I can see was the rain,/ Something grabbed a hold of me,/ Feel to me, oh, like a ball and chain,/ Hey, you know what I mean that’s exactly what it felt like,/ But that’s way too heavy for you, you can’t hold them all”. También ví cómo una de las integrantes de The Mamas and the Papas, la escuchaba con la boca abierta.

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Vuelvo sobre el planteamiento. Todas estas rolas salieron entre finales de los sesenta y principios de los setenta (excepto The Wall y quizás algunas otras). Tal vez falten algunas, tal vez sobren otras, tal vez algunas tuvieron mayor presencia que otras. En todo caso, no creo que se les pueda negar el status de resumen y máxima expresión de lo que se venía dando desde los cincuenta; no creo que se les pueda negar su calidad de clásicos. Cierto, más que una lista de clásicos tentativa, a partir de lo expuesto, también son algunos elementos de una trayectoria, de una subjetividad, la propia, de una ruta emocional y existencial (“Emotional rescue”, Jagger and Richard dixit).

Ahora bien, es altamente probable que todas estas rolas hayan sido escuchadas por José Agustín y Víctor Roura justo cuando ellos andaban padeciendo la adolescencia. Nosotros, nacidos en la camada siguiente, las heredamos y, más aún, nos las apropiamos e invariablemente volvemos a ellas. No dudo que muchos nacidos después, en los setenta y los ochenta, con otro contexto y perspectiva, también anden por estos rumbos. Ellos, Agustín y Víctor, con cierto camino andado, enfrentaron la segunda mitad de los ochenta de una manera; nosotros, en el proceso de apropiación, probablemente no acabamos de dimensionar qué es lo que pasó. De aquí que nos movamos en diversos momentos y planos, entre la nostalgia y la reafirmación, entre la retro e introspección y cómo responder a lo que está ahí, afuera, y a lo que viene. A esta apropiación, y lo que ello implica, le llamaría un renacimiento o un tipo de renacimiento. Al menos en nosotros.

A propósito que Efraín también refiere la historia de los dispositivos y los formatos, y cómo éstos han venido transtocando nuestras prácticas en la relación con la música, me atrevo a remontarme un poco antes en la historia. Aquí se puede hablar de otros tipos de renacimientos.

Entre finales del siglo XIX y principios del XX, nacieron varios ritmos y géneros: blues, gospel, folk, jazz. Los primeros registros de estos datan de los años veinte y treinta del siglo pasado. Entre los cuarenta y los cincuenta, tiene un auge importante la industria disquera y la comercialización del vinilo y el cassette. Al mismo tiempo, nace una fusión: el rhythm and blues; y, enseguida el rock and roll, como un renacimiento de los ritmos originales: no es lo mismo escuchar los cantos en las prisiones y campos de algodón, origen del blues, a escuchar una canción de blues en la sala de la casa. De ahí, fusiones más, fusiones menos, el rock ha ido variando y renaciendo invariablemente.

Bien dices en tu carta, querido Juan Pablo: “A estas alturas no me creo mucho la idea de que `todo pasado fue mejor´. Indudablemente hay fundamentos, raíces, historias que todo, absolutamente todo roquero debe saber, pero sostengo que siendo una música irracional y salvaje en el sentido de, primero y, ante todo, proviene de las entrañas, el rock debe ser un campo artístico cambiante y contextuado a un postor donde su vertebra musical no debe doblegarse. El rock tiene muchas variantes ahora, pero una cosa le viene en común: la gran capacidad de expandir mundialmente esa proclama que lo ha hecho especial. El pensar en un mundo de libertad y plenitud; una especie de nirvana terrenal donde cabríamos todos los creyentes de este estado ideal”. Yo también así lo creo.

En este mismo tenor, si en la primer carta refiero las fusiones y los tiempos híbridos, fue más como pretexto que como argumento a favor de la muerte del rock. En descarga de ese pretexto, te refiero otro tipo de renacimiento, saltando en el tiempo y en el espacio: el de Panteón rococó. Dos cosas me llamaron la atención en su momento: uno, que sea una bandota, expresión de la fiesta en común, el jolgorio y esa ineludible relación estética del hombre consigo mismo y con su entorno y el mundo –una relación sensual, emocional y apasionada–; y, dos, llevar las expresiones de la calle y de la banda –además de la crónica, la crítica y la denuncia– a otro escenario y contexto, resignificándolo. “–Ahí viene… –¿Quién viene? –El chile que te mantiene…” Esta era para mí una expresión común en la infancia, jugando y albureando con los cuates. “Botellita de jerez, botellita de jerez, todo lo que me digas será al revés”. “Carcacha, carcacha, todo lo que me digas se te rechaza”.  Éstas eran otras.

Creo que ya me extendí demasiado, carnalito. Por tal razón, nada más te comento que acabo de encontrar un artículo que trata sobre el rock urbano en el Estado de México (Neza, Ecatepec, Tlalnepantla –“Países Bajos”, les llamó en alguna ocasión Lora) y trae la siguiente lista: Charly Montana, Banda Bostik, Interpuesto, Hazel, Esp3cimen, Garrobos, Sam Sam, Isis, Tatuaje vivo y Los cogelones. Efectivamente, carnalito, justo ahí, en esas “ciudades perdidas”, donde la crisis económica y la incertidumbre era el pan de cada día, santo y seña peculiares de la marginalidad, donde apenas había algunos hoyos funky en los setenta y los ochenta, justo ahí, se ha venido gestando desde hace algunos años un renacimiento del rock, uno más, con estos valedores…

A propósito de este confinamiento, encierro o cerrazón, o de otros posibles; a propósito de que al rock, más allá de sus variantes, le es común “el pensar en un mundo de liberta y plenitud”, me viene a la mente una rola de la Banda Bostik, para cerrar abriendo:

 

“Andan afueeera, en el talón,
Son aferrados,
A ellos les late el Rock & Roll.

“Yo he sentido la tensión de estar afuera en la puerta
Oyendo a la guitarra y a la banda gritar
He taloneado a la banda para entrar al refuego
También he armado portazos para poder entrar.

“Abran esa puerta y déjenlos pasar
Organizador ponte a reflexionar
Nunca te has alivianado con el personal.

“Hasta parece que tienes un hoyo en el alma
Te gusta que sufran por no poder entrar
Estás haciendo fortuna caciquiando a la banda
Es tiempo que te alivianes ya con el personal.

“Abran esa puerta y déjenlos pasar
Organizador te tienes que alivianar
La banda está alterada, quiere rockanrolear”.

 

Tuxtla Gutiérrez, 20 de agosto de 2020.

 

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