«Nosotros no paramos»: la sombra de la deportación y la red que la desafía

*Este trabajo fue publicado originalmente en Pie de Página que forma parte de Territorial Alianza de Medios. Aquí puedes consultar su publicación.


El sistema migratorio estadounidense no está roto: funciona perfectamente para criminalizar y aterrorizar. Su violencia, lejos de ser nueva, es un proyecto bipartidista que se ha financiado y fortalecido por décadas. Pero frente a las redadas y la crueldad calculada, las comunidades migrantes tejen redes de resistencia y solidaridad. La consigna es clara: no callar, organizarse y abolir un sistema de opresión

Texto: Daniela Suárez

Fotos: DeAndre Jackson

ESTADOS UNIDOS. – Personas secuestradas en el estacionamiento de una Home Depot; madres intentando explicar que tienen que recoger a sus hijos mientras un agente de ICE las arresta; redadas en escuelas primarias, en graduaciones, en el supermercado, en hoteles, en restaurantes, en talleres de costura, en los campos.

Las imágenes parecen estar en todas partes. Cuesta ser inmigrante y sacudirse esa sombra para navegar el día a día. Aun así, dice Ruben H.: “Nosotros no paramos, tenemos que seguirle”. Y Rubén H., como 11 millones más de inmigrantes indocumentados en Estados Unidos, le sigue.

“Sales de tu casa a trabajar y dices, pues quién sabe si regrese. No sabes si en el camino te encuentres con esos weyes de inmigración… y nomás sales con la bendición de dios, que nos deje chambear y regresar con bien.” Desde que llegó “ese señor” a la presidencia, dice, todo ha empeorado: hay poco trabajo y, además, “es un arriesgue, vas con el pánico si ves un policía. Yo que trabajo en construcción, imagínate ir ahorita a la Home Depot”.

Una amenaza constante

Las imágenes han dado la vuelta al mundo. Sin embargo, como señala GH, directora ejecutiva de ÓRALE (ONG dedicada a luchar por la justicia migrante en el Sur de California), sería un error pensar que la violencia estatal contra las personas migrantes es algo nuevo en Estados Unidos:

“Sin importar quién o cuál partido esté en la presidencia, las personas indocumentadas siempre han estado bajo amenaza”.

Y, aunque es lugar común que los políticos estadounidenses digan que el sistema migratorio está “roto” y que algunos, en lo que pretenden sea leído como un giro de generosa progresía, hablen de “reformarlo”, la realidad, como apunta GH, es que el sistema migratorio no está roto. Al contrario, “el sistema migratorio está funcionando a la perfección”, pues cumple cabalmente sus objetivos: criminalizar, excluir, controlar, violentar, militarizar, aterrorizar y, con más intensidad que nunca, usar la crueldad y la violencia como forma de comunicación; de ahí la persistencia de esas imágenes en la televisión, en las redes sociales, en la radio, en el periódico, en la publicidad, en las conversaciones entre vecinos.

La historia de Estados Unidos parece una de espejos enfrentados en los que la violencia estatal no es sino una larga proyección de un bucle que parece interminable. Una lista de ejemplos, en absoluto exhaustiva, incluiría las repatriaciones forzadas durante la Gran Depresión —episodio conocido como “Mexican Repatration”, en el que alrededor de 1.8 millones de personas, ciudadanas y no, fueron deportadas—; o la “Operación Espalda Mojada” (Operation Wetback, en inglés, y mencionada por Trump como modelo a seguir) de los años 50 y 60, que deportó a más de un millón de personas, miles de ellas detenidas en violentas redadas de estilo militar, y, como en el caso anterior, muchas de ellas con ciudadanía estadounidense.

En la década de los años 80 la Ley de Reforma y Control de Inmigración (IRCA, por sus siglas en inglés) ofreció amnistía a 2.7 millones de personas que residían en el país de manera irregular, pero también intensificó la criminalización del trabajo indocumentado y las redadas en centros laborales, además de endurecer el control fronterizo, tendencias todas ellas que se han intensificado hasta lo que conocemos hoy.

Una historia de represión tiene su resistencia

La actual escalada de violencia —y de financiación— del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) es consecuente con esa historia subrepticia y deja ver, también, de qué forma las políticas bipartidistas han moldeado las respuestas a la realidad migratoria del país.

Desde su creación en el 2003 bajo la administración de George W. Bush, el presupuesto destinado a las operaciones del Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés), y por ende de ICE, ha crecido exponencialmente sin importar quién esté en la presidencia. Desde entonces, en todas las administraciones – Obama, Biden, Trump— la infraestructura del sistema migratorio se ha fortalecido, y en todas ha habido deportaciones masivas, centros de detención, separaciones familiares y maltrato. Es decir, el proyecto de opresión y de persecución que vemos hoy es producto de políticas migratorias tanto republicanas como demócratas y de prioridades presupuestarias que han asegurado la existencia, el crecimiento y la expansión de ese sistema.

Pero si la historia del sistema migratorio es una de opresión, la historia de la resistencia y de la respuesta organizada de las comunidades migrantes y trabajadoras ha caminado en paralelo a ella. Por eso, insiste MC, directora asociada de ÓRALE, es importante no perder de vista la perspectiva histórica, pues la realidad es que tanto a nivel individual como colectivo la lucha migrante ha tenido que hacerle frente a miedos que atentan contra sus comunidades y contra su propia vida.

MC subraya:

“Nuestras comunidades han vivido muchas cosas. En los años 90, por ejemplo, con la proposición 187 hubo mucho miedo, pero la gente se levantó para no dejar que eso pasara, se organizaron y pelearon contra esas políticas”.

Esa ley que, recuerda MC, fue derogada en 1997, buscaba impedir que las personas indocumentadas tuvieran acceso a los servicios más básicos, como la escolarización o la sanidad. En última instancia, el rechazo a esa medida racista y xenófoba movilizó de tal forma a la sociedad civil, que Gustavo Arellano le atribuye en no poca medida haber transformado a California en un “faro progresista” dentro de EE. UU.

Por eso, insiste MC, tenemos que recordar esa “historia de organización y de empoderamiento de la comunidad que sucede cuando aparecen estas políticas a nivel nacional. Ahí lo que vemos una y otra vez es que mucha gente da la cara y pelea por sus propios derechos”. Esta última parte es clave: todas las personas, independientemente de su estatus migratorio, “tienen derechos y pueden alzar la voz”.

Es precisamente en esa dirección en la que se ha canalizado la energía de ÓRALE y de varios sectores de la sociedad civil estadounidense. En las primeras planas de los periódicos hemos visto esas imágenes de violencia, crueldad y abuso, pero, esa violencia, subraya GH, “es un espectáculo para sembrar el pánico”, para hacer de las comunidades migrantes un chivo expiatorio y para, en última instancia, desactivar su organización y profundizar la desintegración social que buscan lograr con la violencia de las deportaciones.

La respuesta, en medio del dolor y de la rabia ha sido, precisamente, organizarse, defenderse, tomar las calles y fortalecer aún más las redes comunitarias que se tejen desde hace años. Unas redes cuya fuerza radica en su voluntad de resistir y organizarse en situaciones, como la actual, de suma adversidad.

«Si nosotros no podemos dormir, ellos tampoco»

En California, organizaciones civiles y de base como ÓRALE instan a los ayuntamientos locales a garantizar fondos para la defensa legal de personas detenidas por la migra; se organizan crowdfundings para apoyar a las personas arrestadas durante las protestas recientes; la ciudadanía se organiza para exhortar a los gobiernos a que rompan lazos entre la policía y las agencias migratorias; a pequeña y gran escala se forman grupos locales y redes vecinales de vigilancia de la migra, de gente que acude a ayudar y a apoyar cuando ésta aparece; abogados con conocimientos del sistema migratorio ofrecen talleres para que la comunidad conozca sus derechos; un trabajador filtra la dirección del hotel en el que se hospedan los agentes migratorios y un grupo de personas, entre ellos una joven con trompeta, llega a sus puertas a las 5 a. m.

“Si nosotros no podemos dormir, ellos tampoco”, dice una manifestante; se reparten alimentos, pañales, productos de primera necesidad; se ofrecen “raites”; se organizan recaudaciones de fondos para cubrir sueldos no percibidos; en una cafetería un grupo de amigos organiza un maratón de escritura de cartas para presionar a los concejales locales para que favorezcan una legislación pro-migrante; se crean cordones de protección para impedir el paso de la migra.

Para GH, esa organización es la puerta hacia la posibilidad de imaginar otros sistemas, otros mundos. Es un proyecto a largo plazo pero, mientras tanto, insiste, “se trata de ir más allá de las redes sociales; es importante ser muy vocales, pero es sumamente urgente trabajar para cubrir las necesidades inmediatas de la comunidad” y, también, que cada persona se dé a la tarea de presionar a sus oficiales y funcionarios electos, no solo en Estados Unidos sino también en otras geografías, pues si algo está claro es que las luchas por la justicia migrante están interconectadas al antiimperialismo, al antiimperialismo y a la búsqueda de la justicia social a lo largo y ancho del planeta.

La violencia de las deportaciones, las redadas, la falta de debido proceso, las desapariciones, el protagonismo mediático de la retórica racista, la propaganda y violencia estatal siembran terror en las comunidades y buscan erosionar su tejido social. Pero, en medio del dolor, de la violencia y del sufrimiento, también florece la rabia. Por eso, dice GH, “guardar silencio no salvará a nadie”; es necesario que la rabia se oiga y que reverbere lejos, para que sacuda los cimientos de un sistema que no debe reformarse, sino abolirse.

“Lo único bueno de todo esto es que sí se ha visto que hay mucha gente a la que le importamos, aunque a los políticos no tanto”, dice Rubén H. Mientras tanto, las acciones de la actual administración buscan que, ante la hostilidad y el miedo, las personas se autodeporten. Ante esa disyuntiva, dice Rubén H., “no es de que simplemente agarras y te vas y vuelves a México y ya estuvo. Yo ya tengo muchísimos años viviendo aquí, aquí está mi gente, aquí he hecho mi vida. Es más, aquí también es nuestro país, aunque les pese… Y aunque nos pese”.

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