La comunidad maya que borda la resistencia

*Este trabajo fue publicado originalmente en Labo B que forma parte de Territorial Alianza de Medios. Aquí puedes consultar su publicación.


El Tren Maya puso al municipio de Felipe Carrillo Puerto en la ruta de un desarrollo acelerado que, hasta ahora, solo les ha traído inseguridad. Empeñados en defender su cultura, en la Escuelita Maya del centro comunitario U Kúuchil K Ch’i’ibalo’on, las niñas y niños tejen su propia historia como una forma de proteger su identidad y su territorio

Orsetta Bellani / Periodismo de lo Posible

Esther Sulub Santos, mujer maya, tiene una relación tan íntima con el bordado que se identifica totalmente con él. “Nací y crecí dentro del bordado”, dice. “Me crié mirando a mi abuelita, mi madre, mis tías, bordar a mano, a máquina o con el punto de cruz”.

Aunque ya se jubiló, siempre está activa, cuenta su hermano Ángel. Esther pinta y escribe cuentos y coordina el taller de bordado de la Escuelita Maya, un proyecto impulsado desde 2020 por el centro comunitario U Kúuchil K Ch’i’ibalo’on. Un espacio autónomo, gestionado colectivamente, ubicado en lo alto de un cerro bajo una gran palapa, e inmerso en la selva de Felipe Carrillo Puerto, en el sur de Quintana Roo.

“Este lugar está lleno de vida, de los espíritus del viento, del monte, de los espíritus de nuestros abuelos y abuelas que corren alrededor para protegerlo”, dice Wilma Esquivel Pat, una maestra de secundaria que forma parte de la Escuelita Maya.

Cada tarde, un grupo de niñas y niños se reúne bajo la palapa con sus mamás y abuelas para bordar todo aquello que es esencial para el pueblo maya: tucanes, jaguares, cenotes, maíz, milpas. “Bordar es una forma de recordar lo ancestral, de defender el territorio, de luchar contra el despojo”, afirma Esther, quien suele vestir elegantes huipiles. En este espacio colectivo, bordar animales es un ejercicio de memoria y de lucha contra los intentos de borrar la cultura maya que traen aparejados los megaproyectos turísticos.

Todo inició en los años 70, cuando en Cancún se impulsó un modelo de turismo masivo que, poco a poco, se extendió al sur de Quintana Roo. Primero a Playa del Carmen, luego a Tulum, y en los últimos años se está moviendo rumbo a Felipe Carrillo Puerto, en el centro del estado. Un gran número de personas que viven en las más de 150 comunidades rurales que rodean este pueblo de 30 mil habitantes trabaja en grandes hoteles y restaurantes de la zona turística, donde la identidad maya es banalizada y comercializada para el goce de los visitantes, que quieren ver bailes tradicionales y participar en rituales o temazcales.

“Muchas cosas están cambiando y, poco a poco, como que vamos soltando y olvidando quiénes somos”, lamenta Wilma. “Eso está pasando muy rápido aquí”.

Quienes integran U Kúuchil K Ch’i’ibalo’on (El Lugar de Nuestros Ancestros y Ancestras) piensan que, en Quintana Roo, la escuela tradicional busca borrar la memoria y la forma de vivir del pueblo maya, formando a las juventudes “para dar servicio al turista”. Una “estrategia cruel” que nulifica sus saberes y  los empuja a alejarse de sus pueblos para trabajar en las obras de desarrollo turístico que se multiplican en el Caribe mexicano: los grandes hoteles de lujo, los parques temáticos como Xcaret, y el megaproyecto del Tren Maya.

“La Escuelita Maya es un espacio que creamos para volver a tejer ese vínculo que el sistema educativo destruye, y acercarnos a las personas mayores, que es como acercarse a la tierra, a la memoria, a la red de la vida”, explica Ángel.

Algunos de los bordados de la Escuelita Maya. (Facebook del Centro Comunitario U Kúuchil K Ch’i’ibalo’on)

La violenta transición al desarrollo

Donde hay desarrollo económico, llegan también los grupos criminales en busca de ganancias, advierte Ángel; en Felipe Carrillo Puerto, en los últimos años se ha incrementado el número de desapariciones y asesinatos de jóvenes. Es por eso que U Kúuchil K Ch’i’ibalo’on rechaza el turismo de masas que avanza imparable, devorando a los territorios indígenas.

El nuevo monstruo que los pueblos tienen que enfrentar es el Tren Maya, un ferrocarril que recorre más de mil 500 kilómetros del sureste del país y conecta, con sus 34 estaciones, los estados de Chiapas, Tabasco, Yucatán, Campeche y Quintana Roo, atravesando la selva y áreas naturales protegidas.

Para su construcción se talaron millones de árboles, y se destruyeron cuevas y cenotes. En Quintana Roo, el Tren Maya provocó que se abrieran más de un centenar de bancos de extracción de materiales pétreos, gestionados por la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena). Solo este año, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) otorgó 11 permisos en Felipe Carrillo Puerto, que causarán la deforestación de grandes extensiones de selva. Este megaproyecto promete impulsar el turismo en los destinos menos conocidos de la región, como el municipio, alentar la industria agraria y energética, y multiplicar las oportunidades de trabajo.

“Toda esta transición violenta hacia el desarrollo que nos prometen que llegará con el tren pone en riesgo la vida de la niñez, el disfrute de la naturaleza, el vínculo con el territorio, todo aquello que valoramos y preservamos en la Escuelita Maya”, advierte Ángel.

El 2 de mayo de 2023, la caravana El Sur Resiste, integrada por organizaciones indígenas y de derechos humanos, que denunciaba los impactos ambientales provocados por la construcción del Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec y del Tren Maya, se detuvo en Felipe Carrillo Puerto. Sus integrantes contaron cómo, durante su recorrido, pudieron constatar que donde antes había un hábitat para centenares de especies como tucanes y mariposas, solo quedaba la selva arrasada. En la Escuelita Maya reaccionaron: inauguraron un mural pintado por Russel Castillo Alamilla que celebra la resistencia de los pueblos, y también la esperanza, encarnada en su niñez.

Imagen del mural creado por Russel Castillo Alamilla durante el paso de la caravana El Sur Resiste. (Instagram @_ac.ar)

En Felipe Carrillo Puerto existe una estación del Tren Maya, que fue inaugurada en diciembre de 2024. El pueblo nunca fue turístico y, a pesar de que el gobierno anunció que la obra iba a traer muchos visitantes a la región, esto aún no ha ocurrido.

“El pueblo sigue igual que antes, las instalaciones del Tren Maya son tremendamente grandes y vacías”, dice Ángel. “El tren pasa por Felipe Carrillo Puerto cuatro veces al día y es nada más un vagón. Antes nadie bajaba, pero en los últimos meses pusieron un tianguis con productos locales en la estación y la gente empezó a bajar del tren. Se quedan unos 20 minutos para hacer sus compras y salen otra vez”.

Hasta el momento, a Felipe Carrillo Puerto el megaproyecto solo le ha traído inseguridad, incluso antes de que fuera inaugurado. “Yo estaba acostumbrada a caminar tarde de noche, pero ahora sales y ves un grupo de trabajadores del tren… Te ven o escuchas algo, y pues ya no te sientes cómoda, ya no te sientes segura”, dice Linnet Baltazar, mamá fundadora de la Escuelita Maya, quien se dedica a sanar con plantas medicinales.

“Allá por Cancún, hasta por acá cerca, hasta Tulum, en Playa [del Carmen], pasan muchas cosas: dicen que matan la gente, que roban la gente, se pierden niños y niñas”, cuenta Pastora Santos, una mujer de 86 años que participa en el taller de bordado. Toda su vida ha vestido huipil y hablado el maayat’aan, como una forma de resistir a la desaparición de su cultura, una lengua que ahora intenta que aprendan sus nietos.

“Cuando desaparece la lengua, desaparece todo lo que en ella habita: la manera de sentir la vida”, dice Ángel. “El idioma maayat’aan está en peligro ante la imposición de lenguas extranjeras que sirven al turismo. Se alienta a hablar más el inglés, francés o cualquier otro idioma que pueda intercambiarse por una propina”.

 

Esther Sulub Santos le muestra a Darío cómo hacer una puntada del bordado. (Ángel Sulub Santos)

Hilos que cobran vida

En Felipe Carrillo Puerto siempre se ha bordado para el vestir cotidiano y para estrenar los trajes en fiestas como el Hanal Pixan, Día de los Muertos. Luego, estas creaciones empezaron a venderse, convertidas en objetos de valor comercial. “Antes se bordaba para las familias y ahora se borda para el turismo, para los políticos que lo necesitan para lucir como mayas, aunque están muy lejos de sentirlo”, dice Esther.

También su compañera Wilma lamenta la mercantilización de la cultura maya. “Lo más triste es que nuestros bordados solo se valoren como un objeto comercial; al final, llega el punto en que volvemos a ser objetos para exhibir, que se utilizan y se desechan”, señala la maestra. “Yo, cuando me pongo mi huipil, siento que estoy cerca de mis abuelas, siento que ellas me acompañan, que son felices al verme”.

Es para mantener su memoria y su conexión con este territorio codiciado por las empresas turísticas, que los niños y niñas de Felipe Carrillo Puerto bordan en la Escuelita Maya, frente a una manta del Congreso Nacional Indígena, rodeados por los sonidos de la selva. Su mirada está concentrada en sus aros de bordado, y al mismo tiempo ríen, charlan, juegan.

“Cuando termino de bordar”, dice la niña Naayten Marroquín, “siento que los hilos cobran vida y se convierten en parte de nuestra selva”.

“Bordar con los niños y niñas”, concluye Esther, “es enseñarles una manera de defender nuestro territorio, de salvar la tierra. Es una manera de sentirnos vivos, de continuar, de no perdernos”.

Esta historia es la versión escrita del pódcast “Quintana Roo: Una escuelita para bordar el territorio”, cuya investigación y guion fueron realizados por Esther Sulub Santos y Ángel Sulub Santos. Forma parte de la serie “Periodismo de lo Posible: Historias desde los territorios” —proyecto de Quinto Elemento Lab, Redes A. C., Ojo de Agua Comunicación y La Sandía Digital—, que también puede ser escuchada aquí: https://periodismodeloposible.com/.

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