Amalia Avendaño, periodista y ciudadana. Su imagen fue colocada en el Muro de Reconocimiento Ciudadano de SCLC

Amalia Avendaño. Su vida fue muy útil, hermosa y positiva.

Amalia Avendaño. Su vida fue muy útil, hermosa y positiva.

 

No es por el mérito de la edad por lo que merece estar en el Muro del Reconocimiento Ciudadano de La Enseñanza, en San Cristóbal de las Casas,  sino por las acciones y hechos que hicieron de Amalia Avendaño una persona sobresaliente, que durante su vida hizo acciones dignas a favor de la ciudadanía de esa ciudad y de Chiapas.

Esas fueron las palabras con las que la maestra Amparo Coello dio apertura a la ceremonia con la que se reconoció a Amalia Avendaño, la periodista y ciudadana, como una persona sobresaliente en su comunidad. Amparo Coello reconoció a la niña a la que dio clase en preescolar, a la mujer entusiasta y alegre, a la madre de cinco hijos, la esposa que ayudo a cimentar una familia donde cada integrante se pudiera desarrollar en condiciones de dignidad, a la hija producto de un matrimonio honrado y trabajador, a la periodista certera. En todas su facetas, Amalia Avendaño «nunca dejo de ayudar a una persona. Su vida fue muy útil, hermosa y positiva».

 

Sus hijos, su madre, sus hermanos y hermanas, su esposo, sus compañeros de trabajo, la comunidad de San Cristóbal de Las Casas, participó en el reconocimiento de Amalia Avendaño, a un año de su fallecimiento.
La imagen de Amalia se encuentra ahora en el Muro del Reconocimiento Ciudadano de La Enseñanza, en San Cristóbal de las Casas.

La imagen de Amalia se encuentra ahora en el Muro del Reconocimiento Ciudadano de La Enseñanza, en San Cristóbal de las Casas.

Palabras de Amado Avendaño, dedicadas a Amalia en nombre de toda su familia, amigos y amigas

Amalia y el mar

A Amalia vale la pena recordarla no sólo por la excelente hermana que siempre fue, o por ser una mamá que cualquiera desearía haber tenido, o esa gran amiga, comadre o aliada, o simplemente por ser una mujer excepcional; sino sobretodo, porque de ella tenemos mucho que aprender porque aportó a esta sociedad mucho más de lo que hoy alcanzamos a ver.

El periodista Wilber Torre la describió como “una mujer encantadora que tenía la magia de lograr que la gente se pusiera de acuerdo…” siempre presente pero sin ser protagónica, hacía cosas por los demás sin que nadie se enterara, eso la hacía sentir bien. Amaba con profundidad, siempre buscaba un lado positivo o diferente a las personas y a las cosas, nunca se quedaba con una sola versión. Sabía escoger muy bien sus batallas.

Amalia, además de periodista, era una constructora de puentes de entendimiento, alguien que por encima de polemizar, trataba en cualquier circunstancia, de comprender, que no se tragaba ningún cuento, ni verdades absolutas, que no creía en buenos y malos, y que gracias a eso podía establecer una conversación casi con cualquiera.

Yo personalmente la extraño porque en sus conversaciones cotidianas tenía el enorme talento de hacerme comprender las cosas antes de juzgar. Su pensamiento era, por decirlo así, políticamente incorrecto pero muy preciso y útil.

Quizá ella fue el mejor ejemplo de una de las más preciadas herencias que nos han dejado mis papás: la vocación de servicio estrechamente vinculada a la firme convicción de negarse sistemáticamente a ser víctima, porque un periodista o un servidor por vocación, como un bombero o un socorrista, aún cuando tengan oficios de alto riesgo, fracasan en el momento en el que se convierten en las víctimas o en la nota, porque ya no pueden ayudar a nadie más.

Es por eso que la develación de esta fotografía contribuye a ello, a guardar en la memoria colectiva a una mujer inspiradora que, absolutamente despojada de egocentrismo o afanes protagónicos, se dedicó a servir sin esperar absolutamente nada a cambio. Simplemente por vocación y por convicción, porque le daba la gana, pues.

Antes de que su último aliento la abandonara, la mañana de ese jueves 11 de septiembre un escalofrío me recorrió y me estremeció. Se quedó inmóvil como yo, como en el poema de Benedetti, al borde del camino, y ya no se quedó con nadie, ni conmigo.

Parado junto a ella en el umbral de la vida, su camino se iluminó y me soltó de su mano. Se elevó tan rápido y tan lento como un globo de helio y nos quedamos en ese silencio espiritual en que pude sentir la paz que ella anhelaba.

Se fue como si alguien más la estuviera esperando. Me quedé con el consuelo de la última promesa que me hizo para consolar mi tristeza amarrada y disfrazada de serenidad y fortaleza: “regresa a mi casa gordo, yo voy a estar en todas partes”.

Esperé dos minutos más hasta que me sentí realmente solo, desolado. Eran las 10.30 de la mañana. Contenido ante un abismo emocional al frente y una avalancha de recuerdos detrás, recordé las palabras que me dijo un mes antes al salir del Instituto Nacional de Cancerología en la Ciudad de México tras el fatal diagnóstico y con ese tono desenfadado tan suyo: “total, cada día que pase ya es ganancia… pero no vamos a hacer dramas cariño, no mientras yo siga aquí, mejor echemos desmadre».

Minutos antes había hecho estremecer a su médico, el Director de Gastroenterología del INCAN, cuando sin previo aviso y con un inaudito desparpajo le soltó: “¿Entonces qué doctor, ya me voy a morir?”, a lo que éste, delante de cuatro o cinco de sus residentes, tratando de recuperar la compostura y le respondió con términos médicos rebuscados tratando de matizar una respuesta positiva. “Dígame pues cómo se llama mi tumor, para que si me lo encuentro el la calle al menos lo pueda yo saludar”, le insistió ella. El galeno le contestó medio desencajado: Adenocarcinoma.

Ya de regreso, mientras nos subíamos al coche, tan serena como si le hubieran dicho que tenía gripe me dijo que llegado el momento quería que pusiera una de esas fotos que le había tomado un sábado del diciembre anterior. “No quiero que nadie me vea mal, quiero que me recuerden como era”… hizo un silencio y me insistió: “quiero ir a la playa”. No esperaba respuestas, mi silencio era suficiente. No había mucho que decir.

Mi mamá fue la primera en entrar a la habitación después del aviso. Abrazó el cuerpo y el alma de su hija como seguramente lo hizo la primera vez que la tuvo entre sus brazos, la envolvió de sus besos, sus palabras y sus lágrimas espesas se derramaron sobre ella. Fue mucho tiempo, todo el tiempo en que intentas que vuelva atrás, todo el tiempo que no aguantas contener con tus propias fuerzas el destino.

La vida no siguió, se quedó, se perdió. Ella no quiso que siguiera, no así. Desde la primera vez que nos dijo toda la verdad nos adormeció a cada uno con una gota de esperanza y de amor. No quería compartir su dolor. Por eso me costó trabajo pensar en el futuro sin ella. Le había hecho la promesa de acompañarla con fortaleza y serenidad, pero en esos momentos tenía las mismas ganas de no dejarla ir que de irme con ella.

Hice todo lo que me pidió con el silencio cómplice que la confianza exige, pero a veces uno quiere más que eso, uno quiere ser Dios y hacer más de lo que se puede. La impotencia de la condición humana se refleja en el dolor.

Comprensión, fortaleza, silencio y cercanía era lo que ella quería para enfrentar su transición. Sabía mucho más de lo que yo podía comprender; aún así fue compasiva conmigo. Ella fue quien me soltó a mi y a todos. Me tomó la nariz y me sonrió para despedirse.

Ella decidió todo lo demás, la emblemática fecha, la hora, el momento, el lugar y a su última compañía.

En los días previos de ires y venires escuchábamos a Sabina, a Silvio, a Tania Libertad a El Cigala; Aves de paso, Causas y Azares, Vete de mí, Lágrimas Negras. Parecía murmurar las canciones que se sabía, platicaba poco pero me decía cosas precisas y profundas, me contó de un desayuno que organizaron aquí en La Enseñanza, un par de meses antes, en junio, para apoyar a dos pequeños que le partían el corazón: Brayan de 4 años, quién padecía leucemia linfoblástica, una especie de cáncer infantil (y quién finalmente falleció dos meses después que ella) y Yoselín de dos años, una bebé que nació con síndrome de Bartter, un padecimiento que daña órganos vitales como riñones y corazón. “Uno como quiera, pero esas pobres criaturas no se lo merecen”, me decía con un dejo de coraje.

Habría querido grabarla cuando aquellas madrugadas despiertos en el hospital me iba describiendo con un incomparable amor y satisfacción a cada uno de sus hijos como si yo no los conociera: la determinación y la inteligencia de Sophie; la fortaleza y la capacidad de Elio, lo independiente y talentoso de Germán y lo despierta y atrevida que es Erica… y todo lo que extrañaba al pequeño Eric, después por ratitos dormitaba y hablaba de su marido.

Junto a Elio aprendió a ser periodista directamente del teclado de un linotipo. Práctica y objetiva, valiente y protectora, amorosa y comprensiva, generosa y firme, conciliadora, pero digna.

Nos reímos a carcajadas cuando alguna vez como corresponsal de Radio Red reportó un temblor de 6 grados centígrados en lugar de Richter, o cuando le tocó interactuar al aire con el personaje de “Anahís” de el Weso en W Radio, su último trabajo como corresponsal, aquella vez que el gobernador Manuel Velasco se desmayó en Teopisca.

Por eso quizá sigo con el corazón apachurrado, porque su partida me enseñó muchas cosas sobre la vida y su vida muchas cosas sobre la muerte.

Aprendí, por ejemplo que desde el 2008, el cáncer es la principal causa de muerte en el mundo, que hay más de cien tipos de cáncer; que cualquier parte del organismo puede verse afectada, que en el mundo mueren más de 8 millones de personas al año por esta enfermedad, eso es una de cada mil y que en México es la tercera causa de muerte con casi 130,000 personas anualmente.

Quizá ahora estoy apenas aprendiendo a entenderla, para que deje de hacerme tanta falta, para que aprenda a encontrarla en donde realmente está, en todos partes.

Algún día cumpliremos con nuestro único pendiente: ir juntos a la playa, pero eso será cuando ambos tengamos ganas, cuando tengamos tiempo, cuando sea el momento, igual y nos quedamos para siempre ahí, en silencio, como Alfonsina, caminando por la blanda arena que lame el mar.

Yo creo que hay muchas cualidades de Amalia que le hacen falta a esta sociedad sancirstobalence que ella tan bien conoció y supo describir. Cualidades que pueden servirnos de inspiración en el umbral de sus 500 años para construir la ciudad y la comunidad que realmente merecemos… una sociedad más crítica, pero menos enfrentada, más comprensiva pero igualmente exigente, menos iracunda, pero más digna, una comunidad más informada, pero menos inquisitiva.

Quizá por eso ella representa mejor que nadie a esta familia que tiene casi medio siglo de ejercer el periodismo, porque lejos de considerar su labor como heroica, procuró más bien cumplir a cabalidad con una función social que es muy relevante para la consolidación de la democracia en un país tan incompresiblemente estancado en la pobreza, la desigualdad, la injusticia y la violencia: ejercer el periodismo y la ciudadanía activa como un contrapeso real al poder político y factico y con la prudencia de no ser protagonista, sino propiciadora del cambio.

Ese es el tipo de liderazgos ciudadanos que necesita esta país, de los que hagan más y que hablen menos.

Muchas gracias pues a quienes se tomaron la molestia de acompañarnos hoy, en especial a la maestra Amparo Coello quien desde que nos tomó de la mano en el Kinder Rosaura Zapata iluminó nuestras vidas, gracias a ella seguimos siendo esos niños que nos convertíamos en ardillitas, domadores de circo o pescadores.

A nombre de las familias Avendaño Villafuerte y Henríquez Avendaño agradezco especialmente la iniciativa de la Enseñanza Casa de la Ciudad de develar la fotografía Amalia en este muro del reconocimiento ciudadano junto a otros entrañables coletos, porque para mí es un reconocimiento implícito a la trayectoria periodística y ciudadana de mis papás Amado Avendaño Figueroa y Concepción Villafuerte y de mi cuñado Elio Henríquez. Gracias gracias sobretodo a ti querido Emilio.

2 Comentarios en “Amalia Avendaño, periodista y ciudadana. Su imagen fue colocada en el Muro de Reconocimiento Ciudadano de SCLC”

  1. Miguel Angel García Aguirre
    14 septiembre, 2015 at 10:09 #

    Inolvidable la compañera…abrazo para toda la familia avendaño y para Elio y sus hijos-as

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