Los chicotazos en día de San Juan

Foto: Luz del Alba Belasko©️
Por Luz del Alba Belasko©️
La madrugada del 24 de junio huele a tierra mojada y a promesa. Entre la bruma, los chicotazos resuenan como un antiguo diálogo entre el hombre y la naturaleza.
Los árboles, testigos silenciosos, reciben los golpes suaves de las varas, no como castigo, sino como una invocación. ¡Despierta, ya es San Juan!, les gritan en lenguas que el tiempo no ha borrado. Las campesinas murmuran que los árboles se duermen, que se olvidan de su deber, y que solo así, entre reclamos y rezos, vuelven a recordar su pacto con la tierra.
Es un rito tejido de sincretismo: San Juan Bautista, el santo del agua y la renovación, se funde con los ritos prehispánicos de lluvia y fertilidad.
Los golpes no son violencia, son un llamado, un bautizo salvaje que ahuyenta espíritus malignos y plagas. En otros patios, las cruces de palma se alzan sobre los troncos, y el agua bendita cae como rocío sagrado. La tierra, los árboles, los hombres, todos están unidos en este instante en que el solsticio de verano marca el tiempo de dar frutos.
Y luego, la fiesta. Los faldones negros ondean al compás de la música, los gorros de listones brillan bajo el cielo incierto. El posh fluye como fuego líquido, encendiendo risas y danzas.
El ombligo del universo late fuerte hoy, porque en Chiapas, San Juan no solo es un santo, es el recordatorio de que la tierra vive, de que los árboles escuchan, de que la cosecha será buena si el hombre sabe hablarles en el lenguaje antiguo del chicote y la fe.
Entre el humo, la llovizna y los cantos, todo es rito, todo es poesía. Y los árboles, acariciados por el viento, prometen en silencio que esta vez sí despertarán.

Foto: Luz del Alba Belasko©️

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