Josué Hernández Ramírez: Futbol y política: una primera reflexión mundialista

Fútbol y política: una primera reflexión mundialista

Josué F. Hernández Ramírez/Tal vez parezca obvia la relación. De lo que estoy seguro es de que hay suposiciones diferenciadas que caben en la enunciación del vínculo entre futbol y política, por ello quiero referirme aquí a lo que busco elucubrar cuando empato ambas ideas.

Primero, quiero distanciarme de esa concepción de que el futbol es una cortina de humo, una máquina enajenadora de masas, o un dispositivo de reproducción del poder. No es que no funcione así también, pero como lo han ido atisbando aproximaciones que, incluso, podemos rastrear hasta el trabajo de Dunning y Elias (1996), el futbol es un fenómeno sociológico, cultural, político y, me atrevería decir, filosófico o, cuando menos, uno en el que se puede desdoblar cierto pensamiento filosófico que, en lo personal, me resulta muy interesante y del que se pueden desprender e insertar formas de resistencia y emergencias de la política cuestionadoras del establishment.

Josué Hernández Ramírez

Debo admitir que no es tan sencillo. ¿Cómo, en un contexto de hipermercantilización del futbol cabría la posibilidad de pensar en formas de resistencia? Sí, escierto, existe una cooptación gigantesca de las posibilidades de resistencia que puede articular el futbol. Algo así a lo Black Mirror, temporada 1, capítulo 2 en el que el gesto disidente se ve más bien como un performance con un potencial valor de cambio y, por supuesto, termina incorporándose a ese flujo mercantil.

Y sí, hace falta mucho para establecer gestos de resistencia significativa en el futbol.

Existen gestos que no surgen como programas que buscan un objetivo concreto, pero que pueden ser reinterpretados y reincorporados a ciertas demandas;activar, si se quiere, ciertas cadenas de equivalencias de valores, según el concepto de Chantal Mouffe y de Ernesto Laclau, para articular y dar fuerza a exigencias particulares. Por ejemplo, un equipoabrazado a mitad de cancha en una negativa a jugar por falta de pago de su directiva, hasta, en su momento, el silencio de Carlos Vela respecto a su decisión de no ir a la selección. Si nos vamos un poco más atrás en los años, está también la experiencia de la Democracia corinthiana en Sao Paulo.

Aquí recupero un poco a Agamben. En su libro El fuego y el relato, el filósofo habla de la frase de Deleuze respecto a que el acto de creación es un acto de resistencia. Agamben dice, inmediatamente, que Deleuze no aclara resistencia respecto a qué o cómo, y eso le sirve de pretexto para discurrir a lo largo de ese capítulo. Simplificando un poco la reflexión que hace, se trata de que sólo aquella persona que tiene la potencia de crear algo, decide no hacerlo; en ese sentido, alguien que tiene una habilidad y conocimiento para tocar el piano, es quien, en ese acto, decide no no-tocar el piano. De tal forma, en esa circunstancia, negarse a ello pudiendo hacerlo, pero, sobre todo, mandatado a hacerlo, constituye un acto de resistencia.

¿Qué hubiese pasado si el Piojo hubiese dicho que fallaran el penal inexistente contra Panamá en la pasada Copa Oro? Tal vez no mucho, pero sí hubiese sido un gesto inusual, cuando no único en la trayectoria de la Selección masculina de futbol en México en el que, entre muchas lecturas (algunas que argüirían, quizás, falta de profesionalismo), podríamos haber hecho la de la oposición a los pactos mercantiles que llevan a los equipos más rentables económicamente a ganar esas competencias.

Ciertamente, si los actos de resistencia resultan difíciles ahora en los espacios más evidentemente politizados, en un lugar que está cercado por la mercantilización de todo lo que en él se encuentra parece irrealizable. Pero, para dejar sólo la provocación desde la referencia a Agamben: ¿qué pasaría si, en un mercado de consumo futbolístico, se decidiera por suspender ese ciclo? Un suicidio profesional, podría ser, sobre todo cuando las banderas de la resistencia política parecen seguir despreciando al futbol como para adoptar los gestos, pero creo que existe, aun así, alguna posibilidad que vale la pena pensar, o por lo menos poner atención por si se nos cruza alguna en el camino.

La razón de traer esto a cuento ahora que empieza el Mundial en Rusia es precisamente porque, como diría Miguel Lisbona en su artículo, el evento es esa cuaresma secular como acotación de un tiempo determinado que parecería provocar una retracción de los demás espacios de interés. Incluso desde los espacios más reacios a aceptar el futbol como un lugar de pensamiento y que lo siguen viendo como un dispositivo enajenador, se ha aceptado la imposibilidad de hacer que sus agendas compitan con la de las fechas mundialistas.

Precisamente, no trato aquí de hacer competir la política con el futbol, sino de colocar una mirada para atender los gestos y dispositivos de poder que sí se están produciendo y reproduciendo, particularmente, en la narrativa mexicana sobre este deporte.

Por otra parte, quisiera aclarar que no busco racionalizar la manera de verlo; eso sería peligroso y nos quitaría aquella forma de relación primaria entre el cuerpo, la afición y el deporte en sí mismo. Tratomás bien de poner entre paréntesis el evento a ratos para ver si descubrimos estos gestos, tanto los que reproducen las relaciones y narrativas de poder (v.gr. Meade contestando con buenos deseos a la selección ante una pregunta sobre trabajo doméstico en el tercer debate), como aquellos que pueden desviarla o aparecer en sus intersticios. En Brasil, quizás recordarán, hubo quejas apagadas respecto al estadio Mané Garrincha (“la alegría del pueblo”, seudónimo que frente a la inaccesibilidad del estadio permite elucidar la contradicción), enclavado en una zona sin equipo de futbol y bastante difícil de acceder.

¿Habrá algún gesto silencioso que podamos percibir ahora durante el Mundial que nos pueda servir para seguir pensando en el sistema de desigualdades, en la producción de sujetos de rendimiento (como diría Byung Chul-Han), en encubrimiento de nacionalismos racistas? Más allá de eso, nos queda una dificultad más grande, referida a la deslocalización aparente del poder, que no es un individuo o una instancia, aunque lo evidencie. El más grande gesto de resistencia nos tendría que permitir develar ese sistema, pero aún nos falta un gran trecho y sería mucho pedirle al futbol por sí solo.

De cualquier manera, creo que existen posibilidades de que en él emerjan ciertos actos que apunten a generar esos develamientos. Después de todo, a pesar de la corrupción, las utilizaciones políticas y mercantiles del deporte, sigue conservando, a mi juicio, una relación que nos devuelve a la experiencia del cuerpo, misma que, aun cuando está cada vez más oculta detrás de las mediaciones que se tejen sobre ella, mantiene todavía un resto, un escape no considerado en ese control, pues vale la pena recordar que “la pelota no se mancha”.

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