Otra vez, los idiotas

Foto: @NuestroDiario

Por Raciel D. Martínez Gómez*

Aunque ya parece una costumbre que cada cuatro años el público de la selección mexicana de futbol desfogue sus críticas de forma exagerada, emulando sin querer a Fuente Ovejuna, es pertinente desnaturalizar esta práctica derivada de la saturación mediática que ha impuesto una glotonería de cultura alrededor del futbol.

Sabemos que no llega a derramarse el vaso, como en la obra de Lope de Vega, donde el Comendador es batido a pedradas por un asunto de justicia popular. Pero cierto dramatismo y esbirros de violencia simbólica no dejan de inquietar porque en medio, en vez de tener un conflicto de opresión, tenemos un inocuo, sí, insulso evento deportivo que no hace más que volarnos la cabeza como si fuese el recordatorio de un trauma infantil.

Los reclamos están en medio de alardes machistas, como la absurda amenaza del boxeador Saúl Canelo Álvarez a Lionel Messi, y a un lado se halla una aguda incontinencia verbal destacada en los canales de televisión especializados, con posturas de un nacionalismo muy ramplón sin estar a la altura de los tremendos cambios que se han suscitado en este sentido.

Canelo, ni por aquí, se enteró que dicha por él, un líder deportivo sin duda, la amenaza tendría implicaciones de letra de oro entre los millones, sí, millones de mexicanos que lo siguen tanto en Estados Unidos, su principal mercado de audiencia en sus peleas, como en su propio país. Reculó después admitiendo, interesante, que se había dejado ir por la pasión que siente por México.

La irresponsabilidad del Canelo, en efecto, es del tamaño de su falta de conciencia. Su cuenta de twitter, activa desde 2010, alcanza 2,4 de millones de seguidores. La cantidad es suficientemente considerable para pensar dos veces si un exabrupto puede ocasionar algún discurso de odio.

Pero Canelo no está obligado a conocer las tesis de Marshall McLuhan sobre los medios como extensiones del hombre. El boxeador es producto del espíritu de la época que le toca vivir, en medio de una vorágine tecnológica que diluye espacio y tiempo, y coloca a los emisores en situación confusa, en donde el que publica, lo hace como si pensara en voz alta.

A la actriz Kate del Castillo le pasó semejante que al Canelo con su célebre carta al Chapo Guzmán que escribió, dijo, durante la madrugada, y pensó que si la publicaba a dicha deshora, entonces no habría mucha audiencia que se enterara de su misiva al capo. Tampoco Kate se enteró, en ese momento, de la influencia que podría tener su publicación en redes siendo ella gente famosa.

Inocencia involuntaria al aire libre que orilla a reflexionar acerca de las nuevas víctimas de esta prontitud mediática, esta legión de idiotas, como dijo Umberto Eco, que se abrogan el derecho, como si estuvieran en la barra de una cantina, a deshonrar la opinión por reacciones en caliente y afirmaciones sin sustento -olviden el cientificismo, por favor.

Pues bien, desnaturalicemos ese gallo que llevamos dentro, con una pregunta básica: ¿de dónde sale ese encono del público masivo mexicano, experto en futbol, cuando le pican la cresta y emerge ese espíritu de unión colectiva para reprobar cualquier desacierto de su selección?

Es real que hay un drama -o mini drama-, para quienes se sienten defraudados en sus expectativas; sin embargo, estimamos que no es de la magnitud de un conflicto entre el señor feudal y sus vasallos como para “matar” a pedradas al abusador del poder. Tampoco Gerardo Martino, Tata, es un nuevo Comendador, que llegado al aeropuerto de la Ciudad de México fue injuriado por fanáticos del Tri.

Es necesario conocer el contexto porque, por supuesto, no es asunto de zombis sino de procesos sociales donde existe un caldo de cultivo para determinadas reacciones.

Digamos que la conversación en torno al Mundial se nutre de expectativas generadas desde un tejido social necesitado de diversas reivindicaciones políticas y económicas. Los equipos de futbol se vuelven emblemas nacionales de estados que, de alguna forma, ya gastaron su imagen y es suplida la ideología por héroes de calzón corto.

Se abona a los equipos un poder de sanación que, muchas veces, rompe moldes seculares. Y es que, la saturación mediática del futbol, más que en ningún otro deporte, gradúa al público que se queda sonámbulo al comentario del comentario del comentario y así hasta la náusea de la madrugada. La metaacción del fan post partido es un curso de superación personal que le otorga confianza para opinar como si fuera director técnico. Muchas de las pláticas giran alrededor del suspenso que implica integrar una alineación. Todo gurú con chela expresa su conocimiento. Y así se puede discurrir en torno a su deporte y agendarlo como prioridad, consecuencia del tsunami informativo.

Me parece que en pleno derecho se puede ejercer el coraje ante la derrota. A lo que habría que poner reparo, son a esos fantasmas de Fuente Ovejuna que se asoman entre la saturación mediática. No naturalicemos el odio, ni de broma, porque ello alimenta violencias por venir (por fortuna, los 2,4 seguidores del Canelo no son tan idiotas para cumplir su amenaza).

**Integrante del Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación de la Universidad Veracruzana.

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