Orquesta ofrece un medio de expresión creativa a jóvenes de pueblos originarios

Tania Cristal Pérez López, de 12 años, toca el teclado en el Centro Cultural de la Zona Norte en San Cristóbal de Las Casas, México. Marissa Revilla, GPJ México

Esta historia fue publicada originalmente por Global Press Journal

Por Marissa Revilla, Global Press Journal México

Flor de María López tuvo una infancia dura. “Los malos amigos, los malos compañeros, malos consejos”, comenta. López creció en San Juan Chamula, un municipio en el altiplano central de Chiapas, al sur de México, donde vive una gran población tsotsil. En la escuela secundaria y preparatoria se sentía perdida, y para lidiar con ello, comenzó a beber.

En la actualidad, López, de 21 años, se expresa mediante la pintura y el canto. “Es algo que te hace sentir bien. Te distrae. … No vayamos a los caminos malos”, dice. “Cómo me gustaría haber sabido esto a los 12 o a los 14 años”. López es parte de una nueva orquesta en el municipio de San Cristóbal de Las Casas, a 10 kilómetros de su pueblo natal. Creada en 2022, la orquesta es una iniciativa de un grupo de jóvenes en el Centro Cultural de la Zona Norte, un espacio comunitario que ofrece programación cultural para la juventud del pueblo, cuya mayoría no tiene ningún otro medio de expresión creativa.

La Orquesta por la Paz está compuesta por jóvenes indígenas locales, la mayoría tsotsiles como López. Esto la llena de gran alegría. “Como que si te abrazaran para no irte en esos caminos”, dice. “Es como que te dicen, ‘Vente aquí y no te vayas allá; aquí hay un lugar para ti’».

A diferencia de San Juan Chamula, que está habitado y administrado completamente por mujeres y hombres tsotsiles, cerca de un tercio de las más de 215 800 personas que residen en San Cristóbal de Las Casas son, en su mayoría, tsotsiles y tseltales. Seis de cada 10 personas viven en la pobreza. Muchas son relativamente recién llegadas a la ciudad. Algunas se reubicaron a las afueras a causa de las disputas entre grupos católicos y protestantes en la década de 1970; San Juan Chamula, en particular, se vio afectado por el conflicto religioso de esa época. Otras personas emigraron debido a la creciente escasez de tierras en las partes rurales del estado, lo que ocasionó que fijaran la vista en las ciudades en busca de mejores oportunidades económicas.

“Es una zona de desplazamiento forzado interno, entonces desde ahí ya hay un estigma y un rechazo social simplemente por ser indígenas, desde la gente que ya vive en la zona más del centro”, dice Yolanda Pérez Hernández, quien está involucrada con varias organizaciones juveniles sin fines de lucro, incluyendo la Casa de la Cultura, donde se presenta López.

La población joven carece de espacios donde puedan existir sin prejuicios, dice Pérez Hernández, sobre todo en la parte norte de la ciudad, donde se concentran las comunidades tsotsiles y tseltales. Aquí es donde se encuentra el centro cultural, cerca del mercado más concurrido de la ciudad, entre talleres de carpintería y terminales de autobuses locales, alojado en un edificio antes abandonado. Sus seis salones albergan clases de baile y ensayos de orquesta, además de un área al aire libre que pronto se convertirá en un huerto.

En Chiapas, un abrumador 97.5% de la niñez indígena vive en la pobreza. Según un reporte publicado en 2021 por la Red por los Derechos de la Infancia en México, el 8.1% de los niños y niñas del estado está en riesgo de reclutamiento por parte del crimen organizado debido a su vulnerable estado social y económico. A lo largo de México, indica el reporte, el número de niñas y niños que los grupos criminales reclutaron aumentó de 30 000 en 2015 a 460 000 en 2018.

No obstante, en algunas formas, la percepción del crimen ha excedido la realidad en los últimos años. Por ejemplo, la imagen del llamado “motoneto” ha permeado la opinión pública en San Cristóbal de Las Casas y más allá. El término hace referencia a hombres jóvenes presuntamente originarios de San Juan Chamula que cruzan la ciudad a toda velocidad en motocicleta, “sembrando el terror, supuestamente, al servicio de políticos y narcos. Cualquier joven que se desplace en motocicleta, especialmente si pertenece a una comunidad indígena, es ahora fuente de temor y desconfianza, lo que conduce a un mayor ostracismo”, dice Leonardo Toledo Garibaldi, quien es investigador en El Colegio de la Frontera Sur.

La ruptura social causada por la pandemia por coronavirus también dejó a muchas y muchos jóvenes con un sentimiento de flotar a la deriva. “Ahora que la pandemia y el confinamiento se han suspendido, hay una necesidad de realmente … abrir espacios donde vuelvan a convivir”, dice Pérez Hernández, “vuelvan a sanar para poder crear nuevas dinámicas a partir de los traumas que ya vivieron, el sufrimiento de las pérdidas familiares, jóvenes que … tuvieron que trabajar y dejar la escuela”. Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, más de 5 millones de jóvenes en México no se inscribieron a la escuela a causa del coronavirus o de la falta de recursos. Algunas personas no encontraron útiles las clases en línea o no tenían acceso a una computadora, teléfono ni internet, mientras que otras enfrentaban conmoción en el hogar, como que alguien de la familia o un tutor o tutora perdiera su trabajo.

“Esta orquesta que sea como una herramienta de integración social”, dice Jorge Guillén, de 25 años, miembro y uno de los motores principales de una organización sin fines de lucro llamada Sociedad en Acción. Las clases de la orquesta se imparten entre semana por las tardes junto con otros talleres como terapia musical y resolución de conflictos, repartidos cada día. El objetivo, dice Guillén, es tener una orquesta de 150 jóvenes: 90 en los instrumentos y 60 en el coro. “Ahorita tenemos la participación de 46 jóvenes y una actividad diaria cercana a las 100 personas en este espacio”. En agosto del año pasado se llevó a cabo la primera presentación de la orquesta.

Gil Valentín Pérez, de 10 años, nunca había cantado antes, pero de todos modos se unió al coro. “Pues la verdad me gusta como suena”, dice. “Me gusta como se combina con la música. Siento una sensación muy alegre cuando canto y se siente libre”. Cuando Tania Cristal Pérez López, de 12 años, se unió a la orquesta alentada por Flor de María López, su tía, ya tocaba el teclado desde hacía casi cinco años. A ella le gusta lo cerca que está el espacio cultural de su casa. Teme que la asalten o la secuestren en San Cristóbal de Las Casas si se aleja de su vecindario. “Es inseguro todo esto por más bonito que sea”, comenta ella sobre su ciudad.

Sin embargo, en el Centro Cultural de la Zona Norte, puede olvidarse de esas preocupaciones, aunque sea temporalmente. “El arte puede relajarnos”, dice. “El arte realmente es como una medicina”. Le gusta tocar todo tipo de música, pero su melodía favorita es el himno nacional mexicano.

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