El refugio de la identidad: mujeres lesbianas de la tercera edad hallan comunidad en Buenos Aires
Por: Lucila Pellettieri, Global Press Argentina
Esta historia fue publicada originalmente por Global Press Journal.
BUENOS AIRES, ARGENTINA — Una torta de chocolate casera reposa en una mesa ratona, rodeada de sillones. El reloj marca las 7. Suena el timbre y, con él, las risas de siete mujeres que llegan desde el pasillo. Todas tienen más de 60 años y conversan sobre sus vidas mientras esperan que comience la sesión de su grupo de reflexión.
“Muchas me dicen: ‘Estoy esperando toda la semana que sea jueves porque acá es el único lugar en donde soy yo realmente’. Es muy fuerte”, comparte, con una sonrisa triste, Graciela Balestra. Ella es la fundadora de la asociación Puerta Abierta a la Diversidad, donde desde hace 24 años organiza actividades semanales orientadas a mujeres lesbianas adultas mayores.
Si bien en Argentina, y sobre todo en Buenos Aires, hay una gran variedad de espacios y organizaciones de la comunidad LGBT, Puerta Abierta, como la llaman coloquialmente, es la única que se enfoca en personas de este grupo etario, que han vivido la transición desde la persecución policial por motivos de orientación sexual hasta el reconocimiento institucional de sus derechos. Para quienes participan es una familia, un espacio de contención y un lugar seguro para expresar su identidad, hacer amigas y hasta conocer futuras parejas, lazos que les ayudan a atravesar los momentos de incertidumbre ante el alza reciente en la notoriedad de crímenes y discursos de odio en el país.
“Somos como una red, una familia elegida donde nos aceptamos como somos. Podemos ser libres y mostrarnos libremente. Esto es importante sobre todo para las adultas mayores”, dice Balestra, de 61 años.
En la asociación participan mujeres que, en un contexto de estigmatización y de poco conocimiento sobre la diversidad sexual e identitaria, tuvieron que mantener su orientación sexual en silencio durante décadas. Muchas de ellas, cuenta Balestra, creyeron que estaban enfermas o “que eran las únicas en el mundo”, porque no conocían a más personas que hubiesen pasado por lo mismo. En ese sentido, su experiencia dista de la que viven ahora jóvenes y adolescentes.
Mercedes Caracciolo, de 78 años, quien se identifica como una mujer lesbiana visible —es decir, que vive su identidad abiertamente— y participa de las actividades de Puerta Abierta en forma intermitente desde el 2000, considera que tener un espacio para reunirse y conversar con sus pares es irremplazable.
“Yo siento la necesidad de tener amigas con las que pueda hablar de los temas específicos que nos atraviesan a las mujeres lesbianas. Hay cuestiones que no las puedes compartir con una amiga [heterosexual] aunque sea de toda la vida”, dice.
Caracciolo asegura que faltan sitios enfocados en personas de la comunidad LGBT de la tercera edad, pues muchos centros se enfocan en las juventudes. En este punto coincide Sebastián Amaro, sociólogo especializado en gerontología y activista, que aboga por una mayor apertura en la comunidad hacia las necesidades de sus integrantes de mayor edad.
“Hace falta seguir fortaleciendo esos puentes entre ambos mundos”, dice Amaro, quien se identifica como “puto”, un término peyorativo hacia los hombres gays que ha sido reapropiado por la comunidad. “Viejos, viejas, viejis de las diversidades sexuales hay en todos lados; el tema es si pueden estar con su identidad abiertamente en juego en esos espacios”.
El sociólogo explica que esta generación está atravesada por una historia de persecución por motivos de orientación sexual y género que alcanzó un punto álgido en 1976 con el inicio de la última dictadura cívica militar. El hostigamiento continuó mediante edictos policiales que usaban la figura del escándalo, incitación al acto carnal y uso de ropa del sexo contrario para detener a travestis, gays y lesbianas hasta el 2000. Por eso, dice Amaro, los entornos deben esforzarse por generar mensajes de inclusión.
“Me parece que es fundamental, porque si muchas personas tuvieron una vida más hacia adentro, en la invisibilidad o con temor, la vejez debe ser un momento de la vida para vivirlo con la mayor plenitud posible”, considera.
En los últimos meses, la contención de Puerta Abierta se ha vuelto crucial para sus participantes, en medio de un clima cada vez más hostil contra la comunidad LGBT. En mayo, un ataque dirigido contra cuatro mujeres lesbianas en la pensión donde vivían, que ocasionó la muerte a tres de ellas, fue catalogado como “uno de los crímenes de odio más aberrantes de los últimos años” por la Federación Argentina LGBT.
El Observatorio Nacional de Crímenes de Odio LGBT, una organización federal especializada en la materia, señala que desde 2019 hay una tendencia al alza en el número y la letalidad de los crímenes de odio. El año pasado, se registraron 133 de estos actos.
“Creo que hay que empezar a cuidarse. La verdad que da miedo”, dice Mirta Alterman de 78 años, quien empezó a relacionarse sexoafectivamente con mujeres hace casi tres décadas. “Yo no recuerdo encontrarme en lo personal en un momento como este”.
En medio del creciente clima de odio, la respuesta de Puerta Abierta es fortalecer su comunidad. Balestra, su fundadora, sueña con crear una vivienda comunitaria que le permita compartir con sus compañeras durante sus últimos años.
“A mí [Puerta Abierta] me cambió la vida. Para mí también es importante tener la puerta abierta de mi casa. Yo tampoco estoy sola”, asegura emocionada.
Global Press Journal es una premiada publicación internacional de noticias con más de 40 oficinas de noticias independientes en África, Asia y América Latina.
Sin comentarios aún.