Buscando justicia para Chely

Amada Barranco, mamá de Araceli Vázquez Barranco. Foto: LadoB

Amada Barranco, mamá de Araceli Vázquez Barranco. Foto: LadoB

Por Mely Arellano

@melyarel

A las 9 de la mañana, Amada Barranco ya está parada afuera de la oficina del Ministerio Público de Tepeaca, en Puebla. La mujer que la atiende no la reconoce aunque ella misma la ha despachado antes. Ahora apenas la mira, su atención se centra en la abogada que esta vez la acompaña.

El 13 de noviembre del 2013 Javier Mauricio Díaz asesinó a Araceli Vázquez Barranco, hija de Amada, atestándole al menos seis puñaladas, dos le causaron la muerte inmediata: una en el cuello, otra en el corazón.

El 2 de diciembre el juez penal de Tepaca, José Luis Arenas Juárez, otorgó la orden de aprehensión por el delito de feminicidio a pesar de que, al solicitarla, el Ministerio Público no invocó la fracción III del artículo 312 bis del Código Penal de Puebla en la que “se encuadran los hechos motivadores”. Pero esto aún no lo sabe Amada. Por eso está ahí la mañana del martes 18 de marzo del 2014.

En la primera quincena de diciembre la secretaria del juez le dijo que ya había salido la orden de aprehensión pero, sin un papel de por medio, Amada dudó. Un par de semanas después se presentó en su casa un agente ministerial de nombre Abraham, le dejó un número de teléfono y le pidió que lo contactara si llegaba a tener información sobre el feminicida, pero ya nunca pudo volver a hablar con él, mucho menos verlo. Entonces Amada buscó ayuda y llegó al juzgado con la abogada Patricia Olarte a quien ahora la mujer que atiende le dice que el Ministerio Público adscrito, de nombre José Julio García Gayosso, “ya viene”.

Durante la espera, la abogada y Amada revisan el expediente completo del proceso 377/2013. Ahí se enteran de la omisión de la fracción III del artículo 132 bis, que –ente otras cosas- considera el acoso como un elemento para acreditar el feminicidio.

En su testimonio, Amada describió la obsesión de Javier, albañil de 26 años, por Araceli. Las llamadas frecuentes y los tantos mensajes que le enviaba después de que Chely, como le decían, decidiera terminar el noviazgo de dos años y medio.

Todavía tiene muy claro el momento en que lo vio salir de su casa tras haber matado a su hija en el baño. La rabia aumenta cuando dice que, desde ese día, la familia de Javier anda rumorando que él las mantenía, que le había pagado la carrera de Ingeniería Textil a Chely y que hasta muebles les había regalado.

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