De la presidencia comprada a la descomposición del régimen

Guillermo Fabela Quiñones

PEÑA UNO

En menos de dos años, el gobierno que encabeza Enrique Peña Nieto patentiza un alto grado de resquebrajaduras, cuando lo que se esperaba era su consolidación estructural conforme al plan surgido con el Pacto por México. Lo que resta del sexenio es un camino lleno de obstáculos, que serán insalvables en la medida que la alta burocracia esté imposibilitada de maniobrar con una elemental independencia. Se antoja un reto casi imposible de superar, porque es de tal magnitud la descomposición del régimen, que aunque Peña Nieto quisiera hacer algo para remediar un poco la grave situación actual, no hay condiciones objetivas que permitan negociar, con la oligarquía y las fuerzas económicas trasnacionales, un mínimo cambio de rumbo.

En muy poco tiempo, el esquema trazado en Los Pinos se desdibujó totalmente, no obstante el apoyo de la “izquierda” para que las cosas siguieran el rumbo dispuesto por la oligarquía. No hay explicación lógica de cómo ha sido posible que los sucesos rebasaran la capacidad del gobierno federal para evitarlo. Se suponía que lo más difícil había quedado atrás, luego de la compra literalmente de la Presidencia en las amañadas elecciones de julio de 2012, y una vez que se había construido lo que llamaron un acuerdo superior incluso al Pacto de la Moncloa, con “Los Chuchos” en plan de subalternos de Peña Nieto.

Lo que es inocultable es la mano del sector más reaccionario del grupo en el poder, el cual quiere asegurarse de que Peña Nieto no se deje amedrentar por las presiones de organizaciones populares que ya no ven lo duro sino lo tupido en las políticas públicas gubernamentales. Cabe recordar las veladas y no tan veladas amenazas de personajes claves de la cúpula empresarial cuando el descontento popular fue creciendo en contra de los abusos del consorcio Grupo México de Germán Larrea, luego de los gravísimos derrames tóxicos en dos ríos sonorenses. En cuanto vieron que la ira popular podría influir en la actitud protectora de Peña Nieto a sus intereses, sumaron fuerzas y como un solo hombre salieron en defensa de Larrea.

En este escenario, el país está viviendo uno de los periodos más complejos de su historia contemporánea, por la avidez de una élite oligárquica que quiere llevar hasta sus últimas consecuencias un modelo que les ha sido muy funcional y enormemente benéfico, que por desgracia para los mexicanos coincide plenamente con el proyecto geopolítico estadounidense de convertirnos sin cortapisa alguna en su patio trasero, y así asegurar sus intereses en el nuevo contexto global multipolar, donde Estados Unidos tendrá que competir de igual a igual con el grupo de los Brics, como es previsible que suceda en muy corto plazo.

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