El día en que los padres de Ayotzinapa se negaron a llorar #Crónica

PADRES

Es la mañana del 4 de octubre del 2014 y en la Normal Rural de Ayotzinapa “Raúl Isidro Burgos” sinceramente se duerme poco y mal. De los mosquitos y la angustia, los habitantes efímeros, estudiantes y padres de familia de los 43 desaparecidos en los hechos del 26 de septiembre, son presa fácil. Se antojan luego las ojeras pronunciadas. También las movilizaciones nocturnas. Los jesuses en la boca. Una consigna que se repite sin descanso: “¡Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos!”.

Han pasado 8 días desde que ocurrió la masacre en la que murieron seis personas y a un número considerable se los tragó la tierra, literalmente. La escuela ubicada a unos cuantos kilómetros del municipio de Tixtla, cuna del prócer de la independencia, Vicente Guerrero, a raíz del ataque, se ha convertido en un rosario gigante.

También se ha vuelto un centro de reuniones para quienes esperan a sus hijos. Un centro de planeación política. Un internado para jóvenes de escasos recursos. Un nicho para los fantasmas guerrilleros de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez. Velatorio con altar y flores blancas. Festín inagotable para la prensa. Cama para los perros del lugar.

En tanto, en la cancha de basquetbol, decenas de dolientes se apostan, como en una sala de espera a recibir las noticias de los suyos. ¿Y después? Después aparece una llamada inoportuna. Algo que sabía yo, desde hacía al menos una hora pero no me atrevía a decir: encontraron cuatro fosas clandestinas repletas de cadáveres en Iguala. El mismo lugar donde empezó todo.

Vuelta atrás

‒ Buenos días compadre. ¿Qué pasó? No me diga eso… ¿dónde lo vio? ¿Está seguro de lo que me está diciendo? Revísele, ande. No… compadre. No chingue. No me chingue. ‒susurra el hombre de camisa azul que luego remata la frase con un grito agudo; termina rascándose la cabeza, un hilito de sudor recorre sus sienes. No cree:

‒ ¿Cómo que fosas clandestinas? ‒pregunta, en voz alta, sin cuidado de sus vecinos. No advierte que le escuchan, aunque fingen tener intimidad en la plaza púbica escolar. ¿De verdad serán ellos? El rumor se hace carne. Carne roja y abierta. El hombre desaparece pero la duda no.

La mayoría de los familiares, quienes se resisten a asumir ese estado de anomia, el de la muerte, callan y siguen sus labores cotidianas: tragar el tiempo contando sus vidas. Aguantan y reprimen la irá. No pueden llorar. No pueden. ¿A quién le van a llorar si no hay muerto ni vivo de regreso? A las dos de la tarde, la cancha de basquetbol cubierta por una estructura metálica se antoja más gris de lo que es. Nadie puede asumir lo que ha escuchado con sus propios oídos. La mentira vienen de todos lados y ellos lo saben bien.

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