Rosemberg Román y su vida sobre las ruedas

Por Andrés Domínguez

Originario de Salto de Agua, Chiapas, él y sus 6 hermanos crecieron en  un ambiente unido y muy trabajador; su padre les enseñó a realizar diversas actividades para ser autosuficientes. Rosemberg Román en su infancia se vio muy atraído por la electrónica tanto que fue contratado por una mueblería para reparar electrodomésticos en garantía.

Llegando a la cita  y a la hora acordada con una puerta completamente abierta, me adentré al interior de su hogar, el cual, la primera habitacion contenía a 2 sillas de ruedas con polvo; al pasar a su casa Rosemberg respondía mensajes en 2 computadoras a la vez y con su smartphone en la mano.

Me aventuré a comenzar desde el primer aspecto de la vida humana siendo la infancia y sus primeros años de la adolescencia.

—¿Cómo fue su niñez en Salto de Agua?

—Mi niñez fue exquisita; esa es una palabra que la define, yo caminé en muletas hasta los 14 años y fue una época increíble porque mis padres, lejos de ser los típicos que me protegían o que me sobrevaloraban, era todo lo contrario, me animaron, me daban libertad. Yo era de los que me iba al monte a explorar, a matar pajaritos con tiradores, a cazar pijijes con rifle; jugábamos mucho. En la cercanía del pueblo se encuentra el río Tulijá y nos íbamos por las tardes a sumergirnos; nadar es de las cosas que extraño, no había mayor limitación de lo que tenía en el momento. Y que definitivamente es la base de todo lo que soy ahora, el que mis padres me dieran esa libertad.

— En su adolescencia ¿Cómo fueron sus aspiraciones de vida?

—Muy limitadas, porque  mi adolescencia no la viví a plenitud, fue justamente cuando a los 14 años dejé de caminar y tuve una etapa que hoy día le podemos llamar depresiva. Me retraje mucho, decidí alejarme de muchas cosas y me volví un gran solitario; eso fue algo muy importante para mí. Fue donde justamente yo empecé, lejos de convivir con los demás a convivir conmigo mismo, pase mucho tiempo así y eso al final, hizo que yo resignificara muchas cosas y una de ellas fue si mis sueños con alguien que podía caminar ya no eran posibles, la solución sería, construir sueños con alguien que no podía caminar.

 

Rosemberg Román, infancia.

Rosemberg Román, infancia.

 

Justamente al empezar la adolescencia Rosemberg fue víctima de algo que era inevitable y fue el ya no poder caminar al par de perder la motricidad de sus manos, a causa de Síndrome Marfán genéticamente heredado por su padre. Con las hormonas disparatadas y el cambio de pensamiento de niño a adolecente, Román pasó durante más de 6 años en lo que describe: «un desengaño, una apatía, una depresión de la que no podía salir».

—¿Pensó suicidarse?

—Sí, claro, no muchas veces, pero pensé en su momento como una opción, como algo que era una salida. En los momentos en que yo no veía mayor futuro de mi vida; estando en un pueblo y en una situación bastante limitada, esto fue al principio. Con el paso del tiempo no lo concebí porque fui entendiendo poco a poco que no era la ruta. El suicido es válido siempre y cuando sea una elección totalmente personal y no sea una alternativa a terminar lo que se quiere concluir; en este caso el sufrimiento, porque en realidad el suicidio no cesa el sufrimiento; si la salida es dejar de tener dolor, el suicidio no lo es.

Un estudiante atrevido

A la edad de 29 años de vida y únicamente con la secundaría concluida, Rosemberg decide determinantemente tener una año de introspección, para pensar como pasaría los próximos diez años de su vida. Con un padre que lo llenó de cultura; brindándole libros y ayudándolo en sus talleres, Rosemberg determinó estudiar el nivel superior de manera presencial, lo que hizo que llegará a la capital del estado a estudiar en la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas en la Licenciatura en Psicología.

—¿Por qué estudiar psicología?

—Porque me interesa el conocimiento humano, en realidad podría haber estudiado química, física, pero la elegí por un gusto personal, porque me atrae conocer a las personas. Al final del día decidí por una carrera que yo podría ejercer de la mejor manera sin depender de otras personas. El Tecnológico de Monterrey me concedía una beca del 50% para estudiar cualquiera de las carreras pero a manera distancia y elegí mejor psicología. Y elegí cursar psicología de manera presencial porque sentía la experiencia más rica, la psicología, en parte, tiene que ver con el contacto humano y no puedes entonces estudiar una carrera que te exige eso a distancia, es un poco incongruente.

— ¿Cómo fue su primer día de clases?

—El primer día fue muy sencillo, mucha gente me veía raro entre ellos; algunos pensaban que era maestro antes que alumno; por el motivo de que yo me veía más grande que ellos y porque no tenían la experiencia de un compañero con discapacidad, pero sobre todo, no esperaban que la persona con discapacidad tuviera la personalidad que tengo. Se esperaban al típico: “hay que ayudarle, pobrecito, le dieron chance de pasar, seguro no sabe nada”; para mi fortuna fue lo contrario. Al final somos excelentes compañeros y conforme los fui conociendo fue cambiando. Algo que valoro de ellos es que me dieron la oportunidad de no ver al típico discapacitado, yo aprendí a convivir con ellos y en su parte ellos también a mí y a dejar de verme con alguien con discapacidad en el sentido de menosprecio.

Román, sobre las ruedas

Román, sobre las ruedas

Para Rosemberg Román no solo fue la cuestión de estudiar de manera presencial y luchar día a día en contra de condiciones adversas en su alrededor. Las adaptaciones de pasar a vivir a Tuxtla Gutiérrez; la ciudad con más desarrollo que tiene el estado, tanto en población como en su demografía. Con valentía y deseos de superarse aún más, decidió pedir un intercambio a la máxima casa de estudios del país, la UNAM, pero los problemas terminarían siendo mayores de los actuales.

—¿Cuál fue su primera impresión y la última que tuvo cuando hizo su estancia en la UNAM?

—La primera fue: “Por fin logré algo que quería hacer y era estar en la UNAM”; definitivamente fue muy positiva, el simple hecho de estar en la Universidad Nacional Autónoma de México impone, impone mucho, me dio mucho orgullo personal, con todo sus pro y sus contra. Ser alumno de la mejor universidad del país siempre tiene que ser gratificante. Y al paso del tiempo fui descubriendo que no habían las condiciones; la Universidad por no tener estas condiciones no significa que no sea buena, se tiene que trabajar en esas condiciones. Cuando vi mi tira de materias en las que me habían aprobado 2 o 3, y las que habían aprobado estaban en tercer piso y no estaban los medios para subir. La segunda intención fue buscar el diálogo con los coordinadores, los encargados de movilidad, porque era parte del compromiso que había hecho la Universidad de tomar clases en la planta baja como aquí se dio. Cuando vi que existía negatividad, si lamenté el hecho y tuve que tomar la decisión de continuar o no. Antes de seguir dialogando, me di cuenta que el problema no era la UNAM, sino que no había existido alguien que les demandara lo que todo mundo decía sí, pero nadie hacía nada. Entonces me junté con CONAPRED (Comisión Nacional para Prevenir la Discriminación) y  la CNDH (Comisión Nacional para los Derechos Humanos) donde se les daba a la UNAM 15 días para dar una respuesta. Después de eso regresé a Chiapas renuncié a la beca y a la estancia académica. Esperé los 15 días y no hubo una respuesta alguna, en su apatía burocrática, pensaron que era un caso aislado más.

—Usted le escribió una carta al entonces rector de la UNAM, José Narro Robles ¿Cuál era el contenido de esa carta?

—La carta era muy dura, era que como ciudadano lamentaba que siendo la UNAM la máxima casa de estudios no incluyera entre sus políticas o sus intenciones primarias  la inclusión de un programa para discapacitados. Siendo ella una institución tan respetable no pusiera el ejemplo de inclusión y al no poner ese ejemplo como estancia académica, siendo el lugar donde se construye el pensamiento en el país no hubiera el pensamiento de la inclusión. Me informaron que había otra cede en Cuautitlan Izcalli me dicen que esa está adaptada, pero yo nunca fui a ese campus y aunque lo hubiera habido tiene que estar en todos. Lo invitó a que la incluya y a que tome en cuenta a que no debemos de esperar a que alguien lo demande, que tome la iniciativa. Es lamentable que si ellos no ponen el ejemplo pues no podíamos esperar algo de las demás instituciones.

Durante el tiempo que estuvo estudiando a Rosemberg Román se le ocurrió la idea de escribir un libro con base en su experiencia sobre la vivencia de su discapacidad; este se concluyó con el apoyo de la UNICACH y lleva por título Discapacidad, mitos y realidades: lo que otros no imaginan. El impacto tanto emocional como social fue brutal llevándolo a realizar más de 40 conferencias en diversas universidades del país. Este libro marcó su reconocimiento ante toda la sociedad, desde ese momento fue tomado en cuenta para diversos reconocimientos como: Nominación en dos ocasiones para el Premio Nacional a la Juventud en 2004 y 2008 y ganador del Premio Estatal de Juventud en 2008 por el Gobierno del Estado de Chiapas.

Rosemberg Román y Andrés Domínguez

Rosemberg Román y Andrés Domínguez

—El escribir un libro ¿Qué significó para usted?

—Un parte aguas, porque la intención básica del libro fue compartir el conocimiento que ya tenía sobre el tema. Resulta que con el acceso a Internet, me voy haciendo del conocimiento de otros lados y voy viendo cómo se concibe la discapacidad en España, Ecuador, Argentina y en otros países. Descubro ciertos patrones sociales de cómo es vista la discapacidad. Encuentro que en México hay algo que le llamo, una disparidad social, la realidad de la persona con discapacidad y la realidad institucional, no están sintonizados. El Gobierno dice apoyamos a los discapacitados pero en esencia no lo es, la realidad social dice: queremos a los discapacitados pero no queremos tener uno en casa. Por eso decido trabajar en difundir la realidad de la discapacidad y construyo un texto para ofrecer conferencias. Este texto llega a manos de María Elena Tovar (exrectora de la UNICACH) donde me dijo que el texto era tan bueno que debería de convertirse en un libro y que, sobretodo, que no hay textos que hablen de discapacidad desde el punto de vista personal, no hay gente con discapacidad que hable de los problemas sociales. La idea básica del libro era desmitificar la discapacidad más hacia los demás, no hacia los discapacitados.

—¿México es incluyente o excluyente?

—México ha sido generalmente excluyente, pero no podemos culparlo de todo al país; somos una sociedad compuesta por muchos micros sociedades y los grupos sociales son como un mini mundo donde hay luchas y existen influencias. México ha sido un país que poco a poco se ha ido abriendo en la inclusión de la diversidad no solo en discapacitados, también hacia el feminismo, la libertad sexual, la diversidad cultural o indígena y eso va ir transitando poco a poco de menor a mayor.

—¿Cómo se sintió cuando supe la decisión de otorgarle el Premio Estatal de Juventud en 2008?

—Muy tranquilo, hay algo que yo meditaba, el año pasado me toco ser uno de los coordinadores del proceso de selección del premio y desde hace dos años he sido muy promotor de este premio. Hay personajes que quieren el premio por el simple hecho del premio, hay personas que quieren el premio para obtener el reconocimiento que ellos quieren tener y en cambio hay personas, como yo, que no dependemos de un premio. El premio no hace a Rosemberg, de hecho es lo contrario, los premios deben de ser la consecuencia de quien tú eres.

Rosemberg Román concluyó la licenciatura en Psicología en 2014 por parte de la UNICACH, actualmente es asesor de José Luis Orantes Constanzo (titular de la Secretaría de la Juventud, Recreación y Deporte) y de Fidel Velázquez Toledo (Diputado Local en el H. Congreso del Estado). Este ser humano con cuadriplejia ha demostrado como él mismo menciona: «Mí  posesión más valiosa es mi conocimiento», y no se ha acomplejado de sus limitantes mentales y las físicas para el son lo mínimo.

 

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