El banderazo de la paz: una obra en dos actos

Fotografías y testimonio: Isaac Guzmán

Texto: Leonardo Toledo

El sábado 22 (y el domingo 23) se realizó en Aldama (y en Chenalhó) una pieza política (en dos actos) que marca el inicio del proceso de pacificación y reconciliación entre estos dos municipios: Se le tituló “El Banderazo de la Paz” y fue estelarizado por Ismael Brito Mazariegos, secretario general de gobierno de Chiapas y por Josefina Bravo Rangel, comisionada para el diálogo con los pueblos indígenas de México (Segob), acompañados de Adolfo López Gómez, síndico de Aldama y de Abraham Cruz Gómez, presidente municipal de Chenalhó.

Mucho se ha dicho de la relación entre política y teatro, la política como un espectáculo, la puesta en escena como elemento fundamental del poder. Luis Arroyo, asesor de comunicación del gobierno español, en su libro “El poder político en escena” dice: “Si la política es un espectáculo, podemos extender la metáfora dramática al contenido de las iniciativas y proyectos para hablar de los relatos de los líderes y de los guiones que estos representan conforme a una escenografía casi siempre diseñada según una narrativa secuencial. Y de los políticos mismos como personajes que actúan en un drama que se representa ante los espectadores generalmente pasivos en los que tratan de suscitar ciertas emociones”.

No exageramos si decimos que los dos actos que se realizaron este fin de semana en Aldama y Chenalhó fueron puestas en escena. Una simulación, una seña, un espectáculo montado para las cámaras y el público asistente. Aunque igual y no es simulación, porque siempre ha sido así, además que no se simula si hay acuerdo, complicidad de actores y espectadores. Participamos del performance porque nos gusta la fantasía que nos muestra, un Estado en funciones, aunque sepamos que en esta región está lejos de cumplir sus preceptos básicos. Procedemos, entonces, a la reseña.

 

Primer acto: Aldama

Tras bambalinas

En una reunión previa, se informa a reporteras, fotógrafos y activistas quiénes formarían parte de la comitiva y cuál será la tónica del evento. Se pide, se recomienda, a activistas y organizaciones de derechos humanos que no intervengan, que el acto es solo para los enviados federal y estatal.

En esa reunión hay una buena noticia: el joven con heridas de bala, las cuales le han provocado paraplejia, ha sido trasladado a una clínica de la Ciudad de México. Como si se hubiera especulado con su salud, el traslado —que había sido solicitado por familiares, médicos y activistas desde hacía meses— es realizado justo ahora, como parte de las negociaciones de paz.

La cita es en el crucero de Yetón. Ahí la presidenta municipal y el síndico de Aldama esperan a Josefina Bravo, por el gobierno federal, y a Ismael Brito, del gobierno estatal. En cuanto llegan se procede a la ceremonia del vestuario. La presidenta (Verónica Ruiz) y el síndico (Adolfo López) visten a los enviados con la ropa tradicional de Aldama. El síndico dirige unas palabras a los habitantes de Aldama ahí presentes. Cierra el discurso “coronando” al secretario de gobierno con el sombrero de listones. El público aplaude. 

El desfile

Una vez caracterizados de acuerdo a la usanza tradicional, los enviados se suben a sus autos y comienza el recorrido. La caravana es impresionante, son entre 25 y 30 autos y camionetas. Encabezan las autoridades municipales, seguidos de la suburban con el equipo de la secretaría de gobierno estatal, luego la camioneta de la Comisionada para el Diálogo con los Pueblos Indígenas y el equipo de gobierno federal. Les siguen los militares, cuyo vestuario verde tradicional trae incluido un brazalete con las siglas GN que indica a los espectadores que si bien parece el mismo personaje, este se ha transformado. Luego la policía estatal y la Policía sectorial. Detrás de la policía viene la camioneta del Frayba, seguidos por el transporte de la CEDH. Más adelante, un poco tarde como ya es costumbre, se une a la comitiva la CNDH.

Es un despliegue de poder (económico, simbólico y de fuego) que recorre los caminos del municipio de Aldama. Recuerda, proporciones guardadas, a las descripciones que hacía Antonin Artaud de los desfiles del emperador romano Heliogábalo. Descripciones que le permitirían a Artaud, más adelante, teorizar sobre la puesta en escena en el teatro de la primera mitad del siglo XX.

La fila de autos pasa por San Pedro Cotzinam. Es una de las comunidades que han sido atacadas con más saña, donde hay más heridos, donde hay más desplazados, donde, dicen, hay más zapatistas. Pero la fila de autos no se detiene, pasa de largo, como si San Pedro Cotzinam no existiera. O como si les hubieran dicho “aquí solo hacemos performance postestructuralista, no aceptamos propaganda de la misè-en-scène y su práctica significante”.

 

Tabac: Comienza el espectáculo

Se detienen al llegar a Tabac. Antes de que bajen los enviados de los gobiernos un grupo de policías desciende de sus camionetas. Todos vienen ataviados con equipo táctico. Se apostan a las orillas del camino, hacen señas como de película de guerra, los comandantes dan órdenes. Como si la posibilidad de un ataque armado fuera inminente, como si estuvieran bajo fuego.

Los habitantes de Tabac los miran, extrañados, mientras un señor les reparte banderitas blancas. Una vez que todos los policías han ocupado su marca y que todos los habitantes tienen sus banderitas, los enviados descienden de sus vehículos. Visitan la escuela que ha estado abandonada desde hace meses, miran las marcas de balas en sus paredes, comentan, les toman fotos. Luego recorren las barricadas. Todo a toda prisa. Descenso, banderitas, recorrido y fotos en menos de quince minutos.

No todos los policías y militares están en posición defensiva. Dos elementos de cada corporación están equipados con cámaras de foto y de video, registran todo el recorrido, toman fotos de sus compañeros, graban las palabras de los enviados y así seguirán todo el camino.

Cuando la comitiva ha terminado de recorrer la comunidad se juntan en torno al secretario de gobierno, que llama a las y los habitantes a reunirse con él. No para un discurso, sino que anima a la comunidad a levantar y agitar sus banderitas. En cuanto las banderitas se mueven aparecen los fotógrafos, se hace la foto necesaria. Esta primera etapa-escena ha sido un éxito. Antes de salir de Tabac, ya rumbo a su auto, el secretario de gobierno observa un poblado cercano, apunta su dedo hacia él y pregunta “¿Ahí está Aldama?”. Alguien le responde: “No, señor secretario, eso es Santa Martha”.

La misma escena se repite en la comunidad de Cocó. Otros 15 minutos para ver impactos de bala y tomar fotos. En Xuxen la visita es todavía más breve. En cuanto bajan las autoridades, los choferes ya dan vuelta a los autos, listos para salir. Pero ahí el guión da un vuelco: un empleado de la secretaría de gobierno se acerca a platicar con el secretario. 

—Por cierto, señor secretario, hoy es mi cumpleaños

—¿Es tu cumpleaños? ¡Felicidades!

Lo abraza. La Comisionada para el Diálogo con los Pueblos Indígenas de México se acerca y también lo abraza y lo felicita. El síndico avisa a todos los demás: 

—Es su cumpleaños del licenciado

El acto hace una pausa. Diferentes integrantes de la comitiva se acercan a felicitar al licenciado.

Pausa

La escena del cumpleaños entre los muros llenos de impactos de bala, adornado con banderitas blancas, entre policías apostados previendo el ataque… ¿Es esto el efecto de distanciamiento del que hablaba herr Bertolt Brecht en sus obras de teatro?

Antes de salir de Xuxen la comitiva se detiene para la foto. El secretario de gobierno intenta besar a una niña. La niña se asusta y lo rechaza en un primer momento. Se toman la foto y se suben a los autos.

Allá por el siglo XIX, el escritor inglés Charles Dickens ya describía (en The Pickwick Papers) a un político besando niños y estrechando las manos de la gente. Desde entonces la escena se repite. Este teatro está lleno de clichés, que no por clichés dejan de ser efectivos.

 

El escenario principal

La comitiva llega a la cabecera municipal de Aldama. Hay una valla de unas ciento cincuenta mujeres esperando. La enviada federal y el secretario de gobierno estatal las saludan una por una. El secretario da un discurso. Promete paz. Promete recursos. Promete proyectos. Pero lo importante es que no se rompa el acuerdo de paz.

—Si hay disparos, se investigará. Pero no por eso hay que romper el acuerdo que ya se hizo.

En el municipio que lleva meses bajo ataque, el representante de gobierno les dice que van a seguir bajo ataque, les dice que las investigaciones sobre los grupos armados no forman parte del presente, sino del futuro incierto. Pero habrá recursos y proyectos, siempre y cuando no se rompa el acuerdo, un acuerdo de paz que al parecer solo incluye aguantar las balas del otro bando.

—Venimos primero a Aldama porque nos aventamos un volado, por eso llegamos aquí primero, verdad, Adolfo? 

Dice el secretario, dirigiéndose al síndico municipal. El síndico asiente.

—El gobernador está en Veracruz -continúa el secretario- está en una reunión en Veracruz para hablar de asuntos de seguridad. Por eso no pudo estar aquí hoy. Pero ya vendrá el gobernador, vendrá a entregar las computadoras que les vamos a cambiar por las armas que seguramente ustedes tienen aquí.

Asuntos de seguridad. Diferentes, seguramente, al hecho de resolver un conflicto armado entre dos municipios. Pero vendrá a repartir computadoras, algo más acorde con su investidura.

Toca el turno a la autoridad municipal. Al síndico, porque a la presidenta municipal no le han dado ni le darán la palabra en todo el recorrido. Antes de tomar el micrófono, el síndico recibe instrucciones de un enviado del gobierno estatal, recordándole lo que tiene que decir. No hay concha ni tornavoz en el proscenio para este apuntador, pero es sorprendente cómo se hacen presentes todos los oficios del teatro clásico.

—Les tenemos un detalle que le vamos a entregar a nuestros visitantes —dice el síndico— pero antes les invitamos a visitar la feria artesanal para que conozcan lo que hacemos aquí en Aldama. Vamos a darles veinte minutos para que vean la artesanía y compren lo que quieran.

Luego de los discursos suben a las oficinas de la presidencia municipal. Ahí comen un caldo y beben posh. Al fondo suena la música tradicional. Todos celebran la paz. Las fotos de todos los ex síndicos y ex presidentes municipales les observan desde la pared (con excepción del más reciente ex síndico, secuestrado y asesinado presuntamente por el grupo armado de Santa Martha).

 

 

Segundo acto: Chenalhó

El libreto del segundo día es muy similar, aunque con pequeñas variantes. El encuentro de los enviados federal y estatal con el presidente municipal y el síndico de Chenalhó se da en el crucero de Mitontic. No hay paradas en comunidades, no se revisan las barricadas, no visitan ninguna casa atacada, ninguna escuela con balazos. No se corrobora la versión de que ha habido ataques por parte de Aldama.

En Santa Martha se lleva a cabo la acción de vestuario. Mientras los enviados son vestidos a la usanza tradicional, el presidente municipal presenta a los enviados del gobierno, explica lo que vienen a hacer. Recalca que lo que vienen a hacer es supervisar las labores de liberación del camino (Santa Martha-Aldama) que lleva varios años cerrado. 

—Vienen a firmar el acuerdo paz y a liberar el camino.

Aquí también les reparten las banderas blancas a los asistentes. Estas son más grandes y de plástico. Se repite el momento en que todos las levantan mientras se toma la foto, seguido de las palabras de los enviados sobre el “banderazo por la paz”.

El coro

El desfile con los mismos 25-30 autos avanza por los caminos de Chenalhó. Llegan a Saklum. Muy cerca, a 300 metros del camino, se alcanzan a ver las comunidades de Aldama que han sido atacadas. Pasan junto a los restos de una construcción de la que solo quedan cenizas y el techo de lámina. Los guardias personales del presidente municipal convertidos en guías narran:

—Esa era la escuela, la quemaron los de Aldama, dice uno de ellos.

—Si, fue en el 2017, dice el otro.

—En abril del 2017, tercia el profesor.

Dan muchos detalles de ese día, como si todos hubieran estado ahí. Entonces el fotógrafo pregunta:

—¿Y dónde están las trincheras de este lado?

—Ah, no, desconozco

—¿O sea que no sabe desde dónde disparan aquí?

—No, de eso no sabemos nada.

En cuanto la comitiva llega a Saklum empieza a sonar la música. Aquí también les recibe una valla, pero en este caso es de puros hombres, todos armados con garrotes. Al final de la valla las visitas son recibidas por las autoridades de varias comunidades. También están ahí cinco chicas que les arrojan confeti y luego les toman del brazo para acompañarles al lugar de la fiesta.

Una fiesta, sí. Bajo el domo de la cancha de basquetbol se congrega mucha gente, hay confeti en el aire, juncia en el piso, música… en las gradas están las mujeres, a un lado de las gradas, los hombres. Al entrar la comitiva toda la gente saca sus celulares, toman fotos y graban videos del momento hasta que ocupan su lugar en la mesa de honor.

Comienzan los discursos. Hablan primero las autoridades de Chenalhó. No hay apuntador en esta ocasión, el presidente municipal dice lo que quiere decir. Otra persona habla solo con ayuda de un pequeño trozo de papel. Hay expectativa por lo que dirá. Cada vez que dice algo relevante para la comunidad es interrumpido por la banda musical con una diana. Así, entre diana y diana, transcurre todo el discurso. Luego toca el turno del secretario de gobierno, dice que es importante que no se rompa el acuerdo de paz. Insiste en dejar claro que viene en nombre del gobernador. Dice que Rutilio le encargó “solucionar el problema” y que hoy viene a dar el banderazo de la paz.

 

El musical

Cuando acaban los discursos se reparte el posh. El presidente municipal no toma, pero las autoridades de Saklum le ofrecen de beber a las visitas. Josefina es la primera. Toma su vaso y sin dudarlo empieza a beber. El público grita, piden que se acabe todo el vaso. Llega al fondo y el público aplaude. Luego toca el turno al secretario de gobierno. Se pone de pie y vacía el vaso de un solo trago (de “hidalgo”). El público aplaude y grita.

Ya con los tragos encima el paso al baile tradicional es sencillo. Le dan una sonaja a cada invitado y ocupan la pista. Aparecen muchos fotógrafos, los del equipo federal, los estatales, los policiacos, los militares y una cantidad impresionante de celulares. El posh vuelve a circular y las visitas vuelven a beberlo hasta el fondo.

Intermedio

El baile termina y la comitiva pasa a comer a un cuarto aparte, lejos de la fiesta. Se sirve comida y también más posh. 

 

El happening

Afuera se queda el público, sin comer, a la espera del encore. Una persona avanza hacia el escenario y toma el micrófono. Hablan en bats’i k’op (hasta ahora todos los discursos habían sido en castilla). Su voz suena fuerte y no de buenas. Reclama que nadie los escucha. 

—¿Por qué estas visitas no están escuchando nuestra palabra? 

Otro señor pasa y toma el micrófono. Habla del día que hirieron a su hijo, una bala le fracturó la mandíbula mientras trabajaba en el campo. Los discursos improvisados y fuera de programa siguen, pasa otro, da su opinión, pasa otro, reclama, siguen hablando, el tono de los discursos  va subiendo de intensidad.

Entre la gente del público hay un muchacho, vestido con ese estilo anorteñado que se ha extendido en la región desde hace varios años. Trae colgada al cuello una cadena dorada y un dije en forma de arma de fuego. En la cintura una hebilla con un texto reivindicatorio de la segunda enmienda de la constitución estadounidense.

—¿Sabes qué significa lo que dice ahí?, le pregunta el fotógrafo

—No, solo me gustó, responde el “accidental NRA supporter”

El fotógrafo le explica.

—Ah, pues está chido, dice el joven, y sonríe.

Mientras tanto sigue pasando gente al micrófono. Al notar que los ánimos del público se caldean, alguien da la orden de sacar las cocas. Los refrescos calman los ánimos y hay para todos, aproximadamente 80 “rejas” de refresco que se reparten entre hombres, mujeres y niños. 

 

Final abierto

Ante el rompimiento del libreto alguien manda llamar a los que están comiendo. Salen de comer y se sientan a la mesa para escuchar los discursos espontáneos de los presentes, que ahora centran su narrativa en acusar a los habitantes de Aldama de los ataques. El presidente municipal se ve nervioso, el resto de la comitiva presenta ya los estragos del posh en su mirada y su equilibrio, así que deciden retirarse.

Los visitantes responden a los comentarios de los pobladores. Prometen investigarlo todo. 

A la 1:20 deciden retirarse. El secretario de gobierno da un discurso final para responder a los reclamos. Promete de nuevo investigar todo lo que se ha denunciado.

—El que no respete este acuerdo que la ley lo juzgue. Aquel que no cumpla y haga disparos, entréguenmelo y lo sujetaremos a la ley. Y no estamos jugando, porque esto no es un juego, esto es un compromiso de hombres y mujeres de paz. 

El público aplaude.

Termina el evento.

Vaclav Havel, quien además de dramaturgo fue el último presidente de Checoslovaquia y el primer presidente de la República Checa, dijo alguna vez, hablando sobre la relación entre teatro y política, que las y los ciudadanos “reconocen perfectamente bien si las acciones políticas tienen una dirección, una estructura, una lógica en el tiempo y el espacio, una graduación y un poder sugestivo, o si carecen de todas estas cualidades y constituyen simplemente una respuesta azarosa a las circunstancias”.

 

Se cierra el telón.

Dicen los que saben que para la construcción de paz se requieren al menos cuatro cosas básicas: paciencia, discreción, alto al fuego y desarme. Para el especialista en mediación de conflictos, John Paol Lederach, cuando se busca un cambio social en comunidades divididas la presencia institucional no debe limitarse a la convocatoria de eventos, pues estos no permiten una participación amplia y suelen priorizar a personas con representatividad, lo que se convierte en un modelo excluyente. La construcción de paz es un proceso, una conversación sostenida en la que se debe avanzar paso a paso, para que los distintos actores vayan encontrando puntos de coincidencia hasta lograr la capacidad de soñar un futuro juntos. Por eso no basta con hacer un evento con solo unas horas de dedicación, sino que hay que tejer una red a partir de las relaciones existentes.

Los eventos —sigue Lederach— se caracterizan por ser espacios en los que los asistentes tienen un gran y justificado afán por ser escuchados, circunstancia que convierte las intervenciones en descargas o monólogos que no se conectan. Más que discursos, lo que se necesita hacer es preguntarse “qué relaciones existen, con el fin de lograr un proceso con más apoyos, en lugar de pensar que no existe nada en medio de escenarios polarizados y alzados en armas y creer que todas las soluciones deben venir de fuera”.

Eso dice Lederach, que algo sabe de eso de construir la paz. Quizá nos vendría bien invitarlo como guionista de estas nuestras tragedias que pretenden resolverse a banderazos.

 

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