Ángel Tadeo y Alfredo viven donde topa el arroyo de Jacola y comienzan las parcelas, esas que cuando pasó la tormenta parecía parte de una costa con islas de basura y no donde siembran maíz y sorgo.
El arroyo creció tanto que tenía olas, como esas del océano, aunque no eran azules, sino cafés, y no llevaba peces, sino chivos, gallinas, perros y puercos.
“¡Mamá, tenemos el mar en la casa!”, dijo Ángel Tadeo, un niño de apenas 5 años.
Su madre lo tomó de los brazos y lo subió a la cama para descargar su emoción mientras la tormenta se llevaba todo a su paso.
Los remanentes de Nora, un huracán que devastó el sur de Sinaloa, dejaron lluvias y anegaron pueblos enteros como Jacola, donde Tadeo vive con su hermano y su madre.
Viven donde topa el arroyo de Jacola y comienzan las parcelas, esas que cuando pasó la tormenta parecía parte de una costa con islas. Era el agua con tanta basura que sobresalía al horizonte.
“Mamá, tengo miedo, ¿y si nos lleva?“, decía por otro lado Alfredo, hermano de Ángel Tadeo, cuando veía los animales flotar mientras lloraban y se quejaban.
Uno de esos animales era una vaca que quedó atrapada en una noria de esa parcela.
Ángel Tadeo y Alfredo Solo veían desde la ventana y ambos se repetían que ahí estaba el mar y que llevaba animales, era la emoción y el terror juntos.
“Lo que pasa es que uno está más grandecito y tiene más noción, por eso estaba asustado. Él no, él se quería salir a bañar en el mar”, cuenta su madre, que rezaba para que el agua bajara en medio de una lluvia torrencial.
Junto a la casa hay un bordo, prácticamente un muro de contención que los salvó de este “tsunami”, pero si hubiera llovido más el desastre pudo ser peor.
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