Hipólito, un maestro que ama su profesión

Hipólito, un maestro que ama su profesión.
Foto: Amílcar Juárez

Desde hace once años, Hipólito es el director y desde entonces emprendió una lucha para que sus alumnos reciban clases en espacios dignos. Hoy se ven los primeros frutos: fuera del aula de madera hay volteos y albañiles trabajando en lo que serán las dos primeras aulas, la dirección y los baños construidos de concreto.


Texto: José Miguel Sánchez

Fotografía: Amílcar Juárez 

15 de mayo de 2022

Chilpancingo

Al fondo del aula de paredes de madera, techo de lámina y piso de tierra, está en un escritorio envejecido Hipólito Hernández Ojéndiz director de la primaria Gregorio Alfonso Alvarado López, de la comunidad Emperador Cuauhtémoc, en Chilpancingo.

Desde hace once años, Hipólito es el director y desde entonces emprendió una lucha para que sus alumnos reciban clases en espacios dignos. Hoy se ven los primeros frutos: fuera del aula de madera hay volteos y albañiles trabajando en lo que serán las dos primeras aulas, la dirección y los baños construidos de concreto.

En la comunidad Emperador Cuauhtémoc convergen los cuatro pueblos originarios del Guerrero: los ñomndaa, na savi, me’phaa y los nahua.

La primaria se fundó hace 16 años, es multicultural, bilingüe. Cuando Hipólito llegó a la primaria, en 2011, lo único que había era un aula de adobe construida por los padres de familia en un terreno escabroso e inseguro, eso fue parte de lo que lo motivó para quedarse.

“El derecho a la educación no se le niega a nadie y aunque eso signifique dar clases bajo un árbol, eso haremos”, asegura Hipólito.

La vocación de ser profesor

La vocación de Hipólito comenzó en su pueblo, Huiztlatzala, en el municipio de Zapotitlán Tablas en la Montaña, donde la principal actividad económica es el campo y las oportunidades para que los jóvenes se conviertan en profesionistas son muy pocas.

Hipólito es me´phaa, estudió la primaria en su comunidad, para seguir estudiando la secundaria tuvo que trasladarse a la cabecera municipal, a una hora de distancia, donde vivió con un tío.

Para la preparatoria tuvo que emigrar de su municipio, se trasladó a Chilpancingo; al terminar presentó un examen de oposición y consiguió una beca en la Universidad Pedagógica Nacional (UPN) campus Ajusco, en la Ciudad de México.

Cuatro años después, regresó a Guerrero y comenzó a dar clases en la comunidad de Agua Xoco, en Acatepec, en la Montaña, a cinco horas de la capital.

En Acatepec, Hipólito trabajó 28 años, ocho frente a grupo y los otros veinte como director.

Trabajó en distintos centros educativos en Acatepec, sobre todo en comunidades rurales, con hijos de campesinos, como Agua Xoco, Alcamani y Caxitepec, recuerda.

Después fue invitado a participar en un proyecto de enseñanza de lenguas originarias en la normal de Teloloapan en la región Norte. Ahí estuvo seis años.

Cuando cumplió 28 años de servicio, Hipólito pensó en jubilarse, pero en ese momento Vicente Melqueades Galeana, entonces director de Educación Indígena de la Secretaría de Educación Guerrero (SEG) le propuso irse a la primaria de la comunidad Emperador Cuauhtémoc.

“Me contaron de las condiciones de la escuela, las características, las carencias y lo vi como un último reto antes de jubilarme, los dos años que me faltan los dedicaré a esa escuela”, recuerda.

La realidad es que esos dos años que planeó se convirtieron en ocho. Cuando llegó a la primaria tenía 18 alumnos, un aula de adobe. Era él solo.

Para dar clases se organizaba por horarios y pasaba de un grupo a otro dejando trabajos en lo que daba clases a otros, al terminar tenía que atender la parte administrativa y directiva del plantel.

Años después, llegaron estudiantes de la normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa a realizar sus prácticas profesionales, eso fue un alivio para Hipólito.

Lucha contra la discriminación

La escuela primaria Gregorio Alfonso Alvarado López se fundó en septiembre del  2006 para que los hijos de familias migrantes de pueblos originarios tuvieran acceso a la educación.

“La fundación fue un logro de madres y padres para que sus hijos tuvieran acceso al derecho fundamental de la educación”, dice Hipólito.

Hipólito cuenta que los padres de familia son obreros que venden su fuerza de trabajo en la capital en la construcción o en el comercio, y debido a la lejanía de la comunidad tener acceso a un centro educativo era muy complicado.

Los pobladores dentro de la comunidad buscaron un predio donde se pudiera ubicar la escuela primaria, lo hallaron en el punto más alto, desde donde se puede ver gran parte de Chilpancingo.

En 2006 arrancaron sus clave, era de 18 alumnos la SEG no los tomaba en cuenta y se convirtieron un módulo de otras escuelas. Primero de Ometepec, luego de Acapulco y al final de una de Chilapa.

“Si no tienes clave no existes, y nosotros no existíamos, siempre que hacíamos gestiones nos pedían la clave”, afirma.

Sin clave les cerraron las puertas en las dependencia a todas las gestiones que realizaba. A pesar de eso los alumnos siempre recibieron documentos oficiales, aunque fueran de otras escuelas.

Hipólito no sólo atribuye esas negativas a una cuestión burocrática, sino a una cuestión discriminatoria.

“Por ser una escuela indígena y bilingüe nos hacían eso”, comentó.

Durante muchos años los niños recibieron clases en condiciones precarias: de las aulas se filtraba el agua, el polvo y sufrían las inclemencias del clima.

Los materiales como las butacas, pizarrones y libros de texto con los que trabajaron eran donados por otras escuelas.

En el tema de la infraestructura fueron los padres quienes siempre aportaron lo que pudieron para estar en condiciones aceptables, con el temblor de septiembre de 2017 el aula de adobe se derrumbó.

Eso no fue impedimento, los padres construyeron dos aulas ahora de madera con su propio dinero y recursos para que sus hijos recibieran clases.

Para lograr la clave tuvieron que enfrentar varios obstáculos: la escritura del predio, con la cual no se contaba y debido a un dictamen de Protección Civil necesitaba retajar el cerro para cumplir medidas de la seguridad que le requerían.

Después de ocho años de gestiones, en septiembre del 2020, la primaria recibió la clave (12DPB0554Z), lo que permitió tener el acceso a la construcción de dos aulas, baños y la dirección.

Un homenaje a la militancia indígena

Gregorio Alfonzo Alvarado López fue integrante de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación Guerrero (Ceteg) y del Consejo Guerrerense 500 años de Resistencia Indígena, proyecto del cual se desprende la comunidad Emperador Cuauhtémoc.

Alvarado López fue profesor zapoteca, originario de Oaxaca que fundó la comunidad, siempre cercano a las luchas de izquierda, indígenas y campesinas en los 90.

El 26 de septiembre de 1996, salió de una reunión del Consejo Guerrerense de 500 años de Resistencia Indígena, en la calle Nicolás Catalán, en el centro de Chilpancingo, cuando manejaba un Volkswagen fue detenido y desaparecido. Desde entonces no se sabe nada de él.

En su honor y memoria la primaria lleva su nombre.

La comunidad Emperador Cuauhtémoc surge como un espacio para que los habitantes de los cuatro pueblos originarios tengan un lugar donde llegar, es un espacio de autogestión e independencia, alejado de las formas tradicionales de la política mexicana.

Producto de la lucha del Consejo Guerrerense 500 años de Resistencia Indígena consiguieron el predio que lo comenzaron a habitar sus militantes.

Con una visión de autogestión, administran la comunidad, en asambleas toman las decisiones, su representación es horizontal.

Con esa visión fue que los habitantes buscaron un espacio para que sus hijos tengan acceso a una educación multicultural.

El futuro

Hipólito sabe que pronto tiene que retirarse, admite que ya no tiene la energía de antes, con carnosidad en los ojos pero sus convicciones continúan firmes, luchar por una educación digna para todos y todas las niñas del estado.

Actualmente la matrícula es de 53 alumnos, cuentan con tres profesores de base, dos egresados de Ayotzinapa, más practicantes, las condiciones, sin duda, han mejorado mucho, pero aún queda mucho por hacer.

“Las aulas son un primer paso, falta la barda perimetral, un techado para las actividades cívicas y muchas cosas, pero hasta donde podamos vamos a seguir buscando mejores condiciones”, asegura Hipólito.

 

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