La voz de las víctimas del 68 volvió a sonar: «Fue el Ejército»
En la marcha conmemorativa de la masacre del 2 de octubre, volvió a escucharse un grito que sigue vigente en nuestros días con las víctimas del ataque contra los normalistas de Ayotzinapa: «Fue el Ejército»
Texto: Kau Sirenio en Pie de Página
Fotos: Isabel Briseño y Alexis Rojas
CIUDAD DE MÉXICO.- Las mantas se extendieron en el Eje Central de la Ciudad de México y las consignas se deslizaron raudas por los canales informativos, con el mismo señalamiento de hace 54 años: «Fue el Estado”. «Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos» retumbó en la céntrica avenida donde el río humano alimentado por afluentes provenientes de toda la ciudad se transformó en un torrente variopinto de rebeldía.
Universitarios, normalistas y politécnicos caminaron codo con codo con el comité histórico de 68, madres y padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos en Iguala, Guerrero, el 26 de septiembre de 2014. En la misma columna iban con puño en alto organizaciones sociales y sindicalistas con la misma condena: “Fue el Ejército”.
La búsqueda de justicia y verdad fue el fantasma que recorrió el Eje Central y 5 de Mayo hasta llegar al corazón de México. Sin embargo, rebotó en los muros de la policía auxiliar de la Ciudad que mantenía el cerco en las bocacalles desde Reforma.
Los dichos y los hechos
Lo cierto es que la contención policiaca mostró lo contrario al discurso de la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, en la mañana en la develación de la placa en la Plaza de la Memoria de Tlaxcoaque.
En la develación de la placa de la Plaza de la Memoria de Tlaxcoaque, Claudia Sheinbaum dijo: “En la larga lucha por el derecho a la democracia, a la libertad a la libertad sindical, a la educación, a la salud, vino una escalada de violencia, pero luego de cada acto de violación a las voces de las víctimas y sobrevivientes, de activistas y ciudadanía que exigen justicia”.
En el movimiento de 1968, la violencia del Estado inició para contener una demanda sencilla de los estudiantes, sin embargo, el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz prefirió utilizar al Ejército mexicano para sofocar un movimiento que surgió de una pelea callejera. El conflicto se agudizó el 22 de julio cuando alumnos de la preparatoria privada Isaac Ochoterena incorporada a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y estudiantes de las Vocacionales 2 y 5 del Instituto Politécnico Nacional se inconformaron por la violencia del Estado.
Así empezó uno de los episodios más oscuros del siglo XX que incluyó desapariciones forzadas, torturas y asesinatos políticos. O sea, nombres, apellidos de desaparecidos que nunca volvieron a gritar.
Este domingo, aunque el grito fue el mismo, no fue suficiente para recordar el pasado y menos olvidar cárceles de torturas de Tlaxcoaque, de ahí que la Consuelo Solís haya derramado lágrimas cuando pisó esas gradas de la ignominia. ¿Cuántos millones faltan para alcanzar la justicia?
Tlaxcoaque no fue cárcel clandestina del 1968 solo para sindicalistas, organizaciones sociales, estudiantes, universitarios, normalistas, politécnicos sino también para la guerrilla.
“En Tlaxcoaque estuve detenido en los sótanos. Durante una semana ( la santa de 1972 ).
Al regresar de vacaciones y no saber de mí se convocó a Asamblea General y sin saber nada de donde estaba yo la asamblea acordó secuestrar 30 camiones y llamó al Gobierno del DF y advirtieron que si no aparecía en tres horas quemarían camiones”, Severiano Sánchez integrante del comité de huelga del Instituto Politécnico Nacional de 1968.
Agregó: “El general Daniel Gutiérrez Santos, jefe de la policía, me golpeó de coraje, me hizo firmar autoincriminaciones de robo al IPN ( papel tinta maquinas de escribir, etcétera) y me llevaron a Zacatenco bajo amenaza de que en la próxima ya no aparecería. Conmigo estaban detenidos y muy torturados un grupo de guerrilleros del MAR (Movimiento de Acción Revolucionaria) y ya me habían dicho mis captores que me encarcelarían como uno más del MAR. Me salvé y tuve que dejar escuela, amigos, novia y ciudad para irme lejos a seguir mi destino”, soltó con recelo.
La historia no termina aquí, dijo la maestra Consuelo Solís Morales, esposa de Genaro Vázquez, durante la inauguración de la Plaza de la memoria en Tlaxcoaque:
«Aquí fui torturada, por eso es un logro para recuperar la memoria de la patria, en este momento significa para mí recordar la memoria revolucionaria, porque aquí vi a compañeros desfigurados por la tortura de Nazar Haro. Por eso en nombre de ellos repito: lograr la liberación de una patria nueva o morir ella”.
Consuelo Solís Morales.
Las consignas entraron al Zócalo de la Ciudad de México, para volver con la demanda: “Nos faltan 43 compañeros y los seguimos esperando”.
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