Crystal para el deporte, sexo, trabajar: soldados-máquina de la guerra

Crystal para el deporte, sexo, trabajar: soldados-máquina de la guerra
Foto: CHS/Especial

*Esta nota fue realizada por Perimetral, parte de la alianza de medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes leer la original.


Por: Brenda Vázquez. Foto: CHS/Especial. 

La incertidumbre y la violencia se han marcado sobre los cuerpos y las subjetividades de quienes habitan este tiempo y espacio de terror.

Las personas deben habitar, desarrollarse y significarse entre la supuesta guerra contra el narcotráfico, las guerras entre ellos; el aislamiento, la pandemia, las constantes amenazas entre las grandes potencias y todo tipo de crisis: climáticas, políticas, económicas, institucionales y sociales.

La violencia actual en México se adjudica al crimen organizado.

Esta se reafirma y reproduce en valores, coyunturas profundas del Estado y la sociedad, como la impunidad, la corrupción, la acumulación de poder, el sexismo, la misoginia, el clasismo, el racismo; se relaciona con el proceso de extermino y acumulación capitalista.

Un país donde las madres tienen que aprender a identificar el olor a muerto, que salen a preguntar, cavar y buscar a las personas desaparecidas, donde se pasea un tráiler lleno de cuerpos sin identificar, donde fusilan a 17 personas y no existe delito qué perseguir, porque no existen cuerpos.

Un país que huele a muerte, en donde hablar de violencia y justicia no es suficiente.

Donde, todas estas personas, las que están y se quedan, experimentan la angustia, la falta, el miedo y el dolor provocados por quienes les atacan o la ineficacia de las autoridades.

Enfermedad social

Entre la falta de memoria, pertenencia, pasado y comunidad y este peligroso e incierto presente, el futuro deja de ser visto como un espacio donde quepan las promesas o la esperanza.

Entre el miedo, la incertidumbre, la impotencia o el sufrimiento propio de la época, dice Lipovetsky que “la modernidad, el futuro, ya no entusiasman a nadie”.

La falta de entusiasmo y el exceso de malestar en la subjetividad, entre otras cosas, provoca y refuerza la indiferencia individual y colectiva ante la injusticia y crueldad.

La apatía e indiferencia son una de las muestras del deterioro humano y solidario de los sujetos, pero también pueden ser una respuesta de éstos ante la realidad que los desborda, y a la que se adaptan de diversas formas.

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Además, pareciera que entre más aumentan el malestar subjetivo y material, la violencia, la decadencia y las crisis, suben las exigencias de productividad realización sobre las personas.

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Las falsas razones de estar bien

Una imposición y responsabilización individual de ser productivos y exitosos en un entorno sumamente decadente, o felices en un entorno de terror e incertidumbre, es el contexto actual.

Hay libros, cursos, terapias, coaching y prácticas que promueven la autoayuda y empoderamiento del individuo, que entre otras cosas, arraigan la creencia de que el éxito se basa en la meritocracia y los esfuerzos personales.

Con un principio y finalidad hedonista de evitar el dolor provocado por malestares físicos y psíquicos: fracaso, fatiga, sensación de vacío y angustia, sin indagar en los motivos profundos y sociales, pero generando una supuesta armonía en el sujeto, para que éste pueda ser productivo y activo en la búsqueda de sus ambiciones.

Sumado a esto, ante la insuficiencia y falta de efectividad de las diversas prácticas positivistas y motivacionales, estas se pueden sustituir o complementar con la amplia gama de productos que ofrece la industria farmacéutica.

Por si sola “La medicalización del sufrimiento psíquico» que considera a la tristeza como una enfermedad, cambia por completo la relación que las personas tienen consigo mismo.

Esto complejiza todo, considerando la extensión que tiene la medicalización de la vida en general, no solo del sufrimiento y eso problematiza aún más la relación de la persona con su entorno.

Medicarse, el paso previo

En la actualidad existe toda una cultura de la medicalización derivada de la industria farmacéutica que genera sociedades y personas pro autorregulación por fuentes externas.

Esta cultura abarca y promueve la intervención de la medicina en muchos ámbitos de la vida, patologizando el comportamiento social e individual, atacando las causas aparentes de las problemáticas, sin tratar las causas profundas, que suelen ser de naturaleza social.

La autorregulación del sufrimiento y potencialización de la vida no abarca solo la industria farmacéutica, sino que se extiende a otro tipo de sustancias legales e ilegales:

En este contexto, el alcohol y las drogas se convierten en bienes de consumo y se incorporan al mercado.

Son bienes deseados por las mismas razones que se desean otros objetos, bajo la premisa: este consumo hará la vida más productiva y agradable o un poco menos dolorosa.

En esta lucha cotidiana por sobrevivir, no se busca sanar el sufrimiento, entender el malestar, sino anestesiarlo y escapar de ello.

“Hemos desarrollado un complejo escapista. Este complejo escapista es autodestructivo” dice Michael Tabor en Capitalismo más droga igual a genocidio, desde 1969.

Felicidad, felicidad, felicidad

Pensar el consumo de sustancias solamente como una herramienta de evasión de sujetos enfermos, con problemas o traumas individuales, autodestructivos, sin voluntad, débiles o criminales, además de fomentar estigmas, limita en entendimiento de este fenómeno y su evolución.

Desde finales de los noventas se comenzó a relacionar las motivaciones del consumo de sustancias con el mantenimiento de la productividad y para elevar la competitividad, rendimiento y confort psíquico, motivaciones que no se relacionan con un tipo de persona pasiva o evasiva.

Esto se podía observar en algunos entornos laborales y deportivos, pero también se dio su uso instrumental para conseguir beneficios específicos relacionados con el desempeño intelectual o la apariencia física.

Esta inclinación social por las sustancias que elevan el rendimiento, se relaciona directamente con el aumento de la oferta de todo tipo de sustancias, legales o ilegales con esas cualidades.

La metanfetamina irrumpe como una sustancia que ofrece efectos de estimulación y euforia.

Puede ser utilizada por diversos fines y personas, es una sustancia accesible en todos los sentidos y lugares del mundo.

Obedece de forma instantánea a la imposición de la felicidad, el goce y el éxito, basado en la propaganda positivista e individualista que le otorga toda la responsabilidad de su bienestar material, corporal y mental a las personas. 

Además, como lo muestra la historia, esta es una sustancia que responde ampliamente a contextos de guerra y postguerra, al ser momentos de tensión, incertidumbre, peligro, malestar, pero que requieren de un alto compromiso y nivel de productividad de los “soldados”.

La metanfetamina tiene la cualidad química de estimular la productividad y ofrecer por corto tiempo, la sensación de euforia, satisfacción, autoestima, poder y fuerza.

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