Hermanas mixtecas, la resistencia inquebrantable

Hermanas mixtecas, la resistencia inquebrantable
Ilustración: Raíchali

*Esta nota fue realizada por Raíchali, parte de la alianza de medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes leer la original.


Sólo Dicen

Tan bella y poderosa como el resplandor de la luna
así dicen que soy,
tan temoerosa e insegura como un gato rodeado de perros hambrientos
así es como en realidad me siento
Dicen, dicen que soy libre como el viento,
que puedo elegir el camino que me lleve a mi destino,
dicen que soy tan libre como la mariposa en el aire,
que puedo votar tan alto como el águila o el gavilán
No entiendo, si dicen que soy libre
¿Por qué me siento encarcelada?
¡Claro! Casi lo olvidaba
soy mujer,
soy mixteca
(Fabiola Vásquez Tobón,  en
“Versos de mi corazón, poesía y fotografía mixtecas”)

Ciudad Juárez— “Una de las chicas rarámuri expuso su pintura, lloró y la gente lo vio. Estaba llorando por culpa de todos los que estábamos ahí (…) En su cuadro hizo dos realidades: la de la Sierra y la de aquí de Juárez (…) Se alcanza a ver en el cuadro una lágrima. Ella decía que veía en lo que se convirtió la Sierra, ya no son rarámuri los que viven ahí porque los expulsaron, ya son mestizos que han construido casas donde ella recuerda que sembraban”.

Quien habla es Fabiola Vásquez Tobón, una joven mixteca que desde los dos años conoció Ciudad Juárez con su familia y desde los ocho se quedó a vivir en esta frontera junto con su hermana Mariela y otros dos hermanos. En marzo pasado, Fabiola organizó un taller de autoetnografía a través de la pintura con mujeres rarámuri, chinantecas y mixtecas, que concluyó con una exposición.

Fabiola y Mariela sueñan con regresar a vivir a su comunidad San Andrés Montaña, del municipio de Silacayoápam , en la región mixteca de Oaxaca; sin embargo, en Ciudad Juárez se han empeñado en prepararse y trabajar para los pueblos indígenas. Las hermanas Vásquez han denunciado en diferentes espacios actos de discriminación, de racismo y de violencia institucional.

Mariela es abogada especializada en derecho constitucional y Fabiola estudió administración de empresa, pero fue la maestría en Trabajo Social en la que encontró su pasión en la vida: acompañar y empoderar a mujeres, niñas y niños indígenas.

“Mis papás venían por trabajo a Ciudad Juárez. Comenzó por redes de familia, de paisanos. Tenía una tía que vivía aquí, se casó en Juárez, le dijo a mi papá que había trabajo. La intención era cruzar de repente a Estados Unidos, antes era más fácil. Mi papá cruzó por periodos de un mes para trabajar en la pizca en el campo, pero vivíamos aquí en Ciudad Juárez”, recuerda Fabiola.

 

Desde un café tradicional del centro de Ciudad Juárez ubicado a unas cuadras de la Catedral, Fabiola recuerda que cuando llegaron a esta tierra, durante sus estudios de primaria y secundaria, también vendieron chicles y artesanía en los cruceros por un tiempo.

“Nosotros vendíamos chicles en los cruceros, bolsas, flores, mis abuelos hacían artesanías, canastas, bolsas allá en Oaxaca y se los traían. Aunque mis abuelos un tiempo también vivieron acá. Nosotros somos cuatro, tres hermanas y uno es hombre”.

Cuando eran pequeños, Fabiola, Mariela y sus otros hermanos regresaban con sus papás frecuentemente a su comunidad en Oaxaca, hasta que los estudios de primaria se lo impidieron.

“No recuerdo mucho de mi niñez en San Andrés Montaña porque no pasamos mucho tiempo, pero haciendo la comparación, era un ambiente en el que convivías tranquila, convivías con gente que vivía, hablaba, pensaba igual que tú. Aquí (en Juárez) es un ambiente diferente, donde tu lengua materna no es la que se habla, te enseñan en español”, dice Fabiola.

Sus padres intentaron que sus hijas estudiaran entre la comunidad oaxaqueña y Ciudad Juárez, pero terminaron perdiendo un año escolar y decidieron radicar en la frontera.

El principal cambio que sintieron fue en las aulas. Aunque en San Andrés Montaña recibían clases en español, los maestros eran indígenas y por lo tanto, el trato era diferente al que encontraron en Ciudad Juárez.

A Fabiola, por ejemplo, le costó trabajo adaptarse a hablar español porque confundía muchas palabras, “y hasta la fecha, creo”, dice entre risas. “En secundaria, por ejemplo, decía ñiña. Recuerdo esa palabra porque se burlaban de mis unas compañeras. O confundía la ‘p’ con la ‘b’, como también. Influyó también que soy un poco más relajada, no me afectó tanto como a otras personas”.

La etapa más difícil para Fabiola fue la preparatoria porque era particular, aunque posteriormente pasó a un colegio de Bachilleres, en un sistema público. Su hermana Mariela, mayor que Fabiola, había elegido la preparatoria El Chamizal porque sabía que tenía buen nivel académico.

Además de la convivencia con sus amigos, fue difícil esa etapa porque los profesores no tenían ni tienen pertinencia cultural. “Yo soy más de campo, Mary es más de estar leyendo y escribiendo mucho tiempo”.

En la universidad todo fue diferente porque los horarios le permitían interactuar con gente distinta. Además, trabajaba por las mañanas en una biblioteca como beca de trabajo y por la tarde estudiaba. Ingresó a clases de inglés y comenzó a hacer proyectos, mientras tomaba clases de pintura.

“Traté de entrar a la maquila para quitarme las ganas, pero no me atrevo a levantarme a las 4 de la mañana para ir a sentarme nada más”.

 

UN PUNTO DE ENCUENTRO

La determinación y el carácter de Fabiola Vásquez la llevó a tener más claridad en lo que buscaba. Estudió administración de empresas porque el mercado más amplio eran las maquiladoras y porque siempre se ha dedicado al comercio. Sin embargo, no le llenó lo suficiente.

“No me veía 8 o 10 horas en una maquila sentada. Pagan bien, sí, pero no soy yo. Aparte, estoy acostumbrada a mi comunidad, a estar con la familia y hay unas cosas que una no quiere sacrificar: El tiempo con mi familia no estoy dispuesto a sacrificarlo porque desayuno, como o ceno con ellos , pero algo hay. En la maquiladora es todo el día. Pero puedo decir que la maquiladora es uno de mis sueños que siempre quise. Con la idea de que voy a pasar 8 o 10 horas ahí, no puedo. Yo quiero tener mi horario”, agrega.

Mariela, su hermana, le pasó una convocatoria para aplicar en una beca de maestría en Trabajo Social. Ahí descubrió que a través de la intervención podría conjuntar sus sueños, su energía, su ser mujer y su ser indígena.

En su comunidad realizó un taller, con pintura sobre comal. Y en Ciudad Juárez, ha desarrollado un par de talleres que busca amplia en otros espacios, con mujeres indígenas de distintos pueblos.

Se dedica actualmente a la intervención de manera independiente. Su último de taller de autoetnografía, lo desarrolló a través del Instituto de la Mujer del municipio de Juárez.

¿Cómo fue la diferencia con las mujeres rarámuri y las indígenas de pueblos del sur?

“De las cosas en común, la desigualdad económica, falta de oportunidades laborales, el estigma con el que cargamos, si eres indígena eres tonta, no sabes, eres sucia. Luego la discriminación porque vistes con ropa típica. Te toca esperar más que una persona blanca y diferente que tienen la atención inmediata. Veo que en la comunidad Mixteca reclamamos más, siento que defendemos poco más a diferencia de la comunidad rarámuri, que dejan pasar más”.

“En la comunidad rarámuri de Juárez, hay mucho problema de alcoholismo, está también la desintegración familiar aquí. En lo que conozco de mixtecos, lo más sagrado es la familia, la comunicación, y siempre tienes que estar para ellos. Siento entre ellos (rarámuri) les afecta estar en Juárez o así es su cultura, no sé”, comparte la joven.

Para Mariela Vásquez, las mujeres rarámuri son más tímidas y calladas que las mixtecas, por ejemplo. Fabiola ha visitado comunidades de los municipios de Bocoyna y de Batopilas de la Sierra Tarahumara. De esta última estuvo en la comunidad de Polanco. Le impresionó las distancias que recorren de una casa o de un lugar a otro “por un plato de comida”, a diferencia de la geografía oaxaqueña, por ejemplo.

 

Con su trabajo, Fabiola Vásquez, busca expresar que las personas indígenas son igual de capaces en todas las áreas. “Con los proyectos de intervención es reconocer que somos víctimas de este sistema y después adquirir herramientas para defenderte tu solo y demostrar a la sociedad que puedes ser una empresaria, académica o lo que sea exitosa como ellos. Te va a costar más, porque tenemos que ser honestos, hay un sistema discriminatorio.

UN FUERTE TEJIDO COMUNITARIO

Para Fabiola y Mariela es un sueño regresar a Oaxaca para hacer una escuela con las comunidades indígenas y porque anhelan fortalecer sus lazos comunitarios, ya que con todos los años que han vivido en Juárez consideran que los han ido perdiendo.

“Creo que migrar o vivir tanto tiempo aquí, nos ha enseñado a ser más individualistas, perseguir más lo económico que compartir información”, explican.

Precisamente es la necesidad de alimentar esos lazos comunitarios lo que las impulsa a viajar cada año con su papá y su familia al suelo oaxaqueño. Y es por ello que su padre ha ocupado cargos en la comunidad aún a la distancia.

“Si te toca formar parte de la mayordomía, te toca dar 30 mil 0 40 mil pesos por cada miembro. Tienes que alimentar a todos, comidas, bebidas, son cuatro días de noviembre y uno de diciembre”, explican.

“Por eso muchos deciden alejarse de la comunidad, no formar parte. Aquí en Ciudad Juárez hay personas que han ido al pueblo para decir que no quieren formar parte de la comunidad para no cubrir esos cargos, porque son obligatorios, aunque estén fuera. Por eso mis papás no venían en años porque tenían que cubrir un cargo en las fiestas patronales o en cargos administrativos, por ejemplo, que te toque ser agente municipal, consejero principal o encargado de comité de la escuela, etcétera, lo tienes que hacer sin recibir pago, es tu dinero, por eso debes ahorrar mucho para aguantar ese año”.

En su caso, Fabiola y Mariela no han podido regresar ni tampoco su papá, quien ha pagado a otra persona para que ocupe su cargo. Sin embargo, las mujeres no pueden ocupar cargos, le tocará ahora a su hermano que recién ya tiene familia y no tarda en que le llamen. Una vez que lo nombren, su papá dejaría el cargo.

Desde la abogacía, Mariela Vásquez también ha observado y sido testigo de la discriminación contra los pueblos indígenas, principalmente los del sur.

“Nos ha tocado que luego nos llaman a los intérpretes en las audiencias penales, pero donde está procesada una persona que es rarámuri y  una es mixteca, o que usualmente lo que hacen siempre es llamar a un rarámuri porque es lo único que tienen de intérpretes, entonces llaman a una persona rarámuri para que asista a un a un tsotsil de Chiapas, por ejemplo”.

Generalmente, las autoridades de los pueblos que no son originarios de Chihuahua, se encuentran en sus respectivas entidades, por lo que se les dificulta más cualquier trámite.

A esta familia mixteca la mueve la devoción por el apóstol San Andrés, que festejan cada año en noviembre. En esas fechas viajan a Oaxaca para formar parte de las festividades y reforzar su arraigo en aquella tierra.

“La mayoría de las personas que sí decidimos seguir realizando la actividad del tequio, de la actividad del trabajo comunal, es porque confiamos y creemos que ese Dios superior siempre va a estar con nosotras y con nosotros y que nosotras tenemos que estar con él. Es una obligación espiritual y también por amor a la comunidad. Y a esto, aquí en Juárez, le damos un sentido. Es nuestro arraigo, me enorgullece ser parte de una comunidad y admiro mucho la resistencia que hemos tenido porque de muchos modos se ha buscado quitarnos”, concluye Mariela desde su casa en la colonia Anapra.

Colonizada
No me exijas que sea menos rebelde
ni me digas ¡qué irreverente!
Que callada me veía mejor,
tampoco pidas que baje la mirada, que camino con jorobas,
agachada mi cabeza
porque colonizada, ausente llegaré a estar jamás
(Mariela Vásquez Tobón, en “Versos de mi corazón, poesía y fotografía mixtecas”)

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*Esta crónica forma parte de la investigación Border Fronterizos, historias de migración y violencia indígena de Oaxaca y Chihuahua, en Ciudad Juárez, realizada por RaíchaliElMuroMx y El Universal Oaxaca con el apoyo del Consorcio para Apoyar el Periodismo Regional en América Latina (CAPIR), liderado por el Institute for War and Peace Reporting (IWPR).

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