El mundo me ha hechizado

Casa de citas/ 751

El mundo me ha hechizado

Héctor Cortés Mandujano

 

 

La eternidad es el tiempo inmóvil

Aurora Bernárdez,

en “Historia natural I”

 

Durante muchos años, para mí, el nombre de Aurora Bernárdez era una especie de mito: fue la primera esposa de Julio Cortázar y su amiga cuando éste se casó por lo menos dos veces más. Aurora fue quien lo cuidó, ya viudo y enfermo, y fue su heredera universal y quien, con otros amigos, cuidó de su legado literario. Aurora era una mujer, visto su actuar, extraordinaria.

Murió en París, en 2014. Hasta allí parecía quedar su nombre para mí: enlazado al de Cortázar. Y ya.

Cuando vi anunciado El libro de Aurora. Textos, conversaciones y notas de Aurora Bernárdez (Alfaguara, 2017) quise comprarlo; mi amigo Alfredo Espinoza, sin embargo, por mi cumpleaños, tuvo la gentileza de obsequiármelo. Me encantó. Fue publicado póstumamente por la generosidad de sus amigos Philippe Fénelon y Julia Saltzmann.

Aurora fue traductora de libros célebres (El cuarteto de Alejandría y El cielo protector, sólo por nombrar dos hitos que yo leí, agradecido) y una gran lectora. En su apartado de poemas, dice en “La tarea de escribir” (p. 15): “Vaciarás las palabras de ti mismo,/ vaciarás las palabras de palabras,/ vaciarás de las cosas las palabras:/ siempre queda el vacío”.

Hace una oración al “Dios tutelar de los Aposentos Oscuros”, en su poema “De la asamblea nocturna (p. 77): “Si metí lo necesario y un poco más/ por gusto y por retórica,/ si ambicioné todos los bienes ajenos/ sin atreverme a tocarlos,/ si ardientemente quise matar a mi padre y a mi madre,/ pero los veneré, los respeté,/ ¿no estoy eximida de toda culpa,/ no prometiste absolución y olvido/ al que se arrepiente?”.

Escribe en “Sobre la agitación y el movimiento” acerca de los años (p. 82): “trescientos sesenta y cinco días cada uno:/ ordenada pila de sábanas de difuntos ajuares/ en un armario de rancias bisagras descontentas”.

En su apartado de relatos escribe en “Capelladas” mientras ve, en la ficción, a una niña gorda que finge no ver a quienes tiene enfrente (p. 100): “Pensé que le pasaba como al toro; había leído en El tesoro de la juventud que no ven de frente y por eso el torero se puede hacer el guapo, pero si el toro lo ve de refilón, el buen hombre está frito”.

En sus Cuadernos anota sobre un viaje a Santiago (p. 150): “Y donde hay una catedral de siete siglos, no hay modo de perder el camino, todas las calles conducen a ella. Es el centro de la rosa, el corazón del alcaucil, el eje de la rueda. Antes la fe, ahora la arqueología o el aburrimiento (que es el otro nombre del turismo) conducen a ella”.

Hay personas a las que no conocemos (amigos de amigos, novios de amigas, gente de la que sabemos muchas cosas sin conocerlas) y sobre ellas dice Aurora (p. 162): “¿De cuántas gentes que no conozco ni conoceré sé el número de zapato que calzan, la forma en que se visten, sus amores? ¿Qué es esa vida que alguien teje remotamente alrededor de nosotros?”.

Cuenta una anécdota (p. 174): “Le decía a Héctor Bianciotti: ‘Todo escritor quisiera ser poeta. Entre tanto va escribiendo Guerra y paz’ ”.

Dice que Octavio Paz dijo de Carlos Fuentes lo que dicen ciertos versos de Quevedo (p.177): “Nada me desengaña, el mundo me ha hechizado”.

Ilustración: Verónica Ordaz Trujillo

Escribe sobre los libros que se llevaría a una isla desierta. Clásicos (p. 180): “Don quijote, Ensayos de Montaigne, La recherche de Proust, el Cántico espiritual” y modernos: “Cortázar, Calvino y algunos poetas”.

Habla de la admirable ética de trabajo que tuvo Miguel de Cervantes Saavedra (p. 197): “A punto de morir (‘ayer me dieron la extremaunción’) Don Miguel le escribe a su dedicatario de Los trabajos de Persiles y Segismunda, Don Pedro Fernández del Castillo, Conde de Lemos, Marqués de Sarriá, etc., etc., el 19 de abril de 1616: ‘¡Adiós, gracias. Adiós, donaires. Adiós, regocijados amigos, que yo me voy muriendo y deseando veros pronto contentos en la otra vida’ ”.

Casi la tercera parte del libro lo ocupa la (p. 200) “entrevista audiovisual dirigida y filmada en París por el compositor y cineasta francés Philippe Fénelon durante los días 23, 24 y 25 de marzo y 7 de noviembre de 2005”.

Cuenta Aurora del viaje a la India que hizo con Cortázar (pp. 223-224): “Llegamos a Benarés. Si has estado en Benarés sabrás que la presencia de la muerte es tremenda, no solamente las cremaciones, los desfiles fúnebres con los cuerpos, ese río, el Ganges, con la gente bañándose y las piras ardiendo en las orillas. […] Y allí fue que yo le dije a Julio, cosa que él también manifestó: ‘Cuando me muera quiero que me entierren’. Como si eso no fuera morirse, como si enterrándote no estuvieras tan muerto como si te quemaran, una cosa muy muy fuerte”.

Habla en la entrevista muchas veces de Cortázar, de cómo era (p. 227): “Era muy ordenado con sus papeles, con su ropa, no tenía nada de bohemio en su manera de vivir, absolutamente nada. Era muy formal, cumplía con los horarios y era muy bien educado, cosas que no parecen muy compatibles con el supuesto desorden creador”.

Cuenta que Julio, cuando iban al cine, le preguntaba a ella sobre la película y quedaba asombrado con las respuestas que ella le daba (p. 237): “Esto me recuerda una historia de Calvino y su mujer, mi amiga Chichita Calvino. Cuando salían de una reunión, Calvino le preguntaba: ‘¿Qué pasó?’. Y su mujer le contaba lo que ella había visto y oído y él se quedaba muy sorprendido de que hubiera pasado en la reunión todo eso que su mujer le contaba. Julio en ese terreno era como Calvino también”.

Una de las palabras que más usaba Cortázar, dice Aurora, es pasaje (p. 251): “Nada le parece definitivo: todo lleva a otra cosa, todo es un paso. Partiendo de la gran metáfora de que nuestra vida también es un pasaje, un paso hacia no sabemos qué”.

A Cortázar le gustaba mucho la música, pero también su envés (p. 267): “El que ama la música ama el silencio”.

Aunque se divorciaron, cuenta Aurora, la relación entre ambos (de amistad, de amor, de complicidad) siguió. Estuvo con él en su lecho de muerte (p. 275): “Recuerdo que una de las últimas noches, si no la última que pasó en su casa, en el momento de prepararse para ir a dormir, todo estaba en orden, yo me acerqué a su cama y le pregunté: ‘¿Estás bien?’. Me dijo: ‘Sí, ahora me voy a mi ciudad’. Me lo dijo con una cara de paz, casi de beatitud”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

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