Es Kuxel: tiempo de revivir, tiempo de reflexión en Zinacantán
Texto y fotos: Paola Ramos Moreno
“…dicen que si le pegas a alguien eres igual que Judas, igual que Judas que maltrató a Jesucristo. Esta semana no se debe de maltratarse…” platicaba Margarita, mientras meneaba los brazos hacia los lados bajo su rebozo violeta bordado con coloridas flores. Mientras tanto, por el pequeño mercado ubicado a un costado de la Iglesia de San Lorenzo, se veía pasar a las últimas familias que volverían a casa tras la misa del Domingo de Ramos.
A partir de hoy, como dicta la tradición católica, no se golpea fuerte la puerta, no se dicen malas palabras, no se comen carnes rojas y, entre otras cosas, no se puede hacer escándalo; pero aquí, además de esto, no se cortará un árbol; de ninguna forma se dañará a la Madre Tierra. Comenzará un tiempo de calma y autorreflexión… Es el inicio de la Semana Santa en Zinacantán, Chiapas: el kuxel.
Kuxel –de kux resucitar- es el vocablo que hace referencia a la conmemoración de Semana Santa en los pueblos tzotziles en Chiapas,. Esta celebración comenzó a realizarse tras la evangelización de la colonia alrededor de 1545, combinando elementos del catolicismo y algunos propios de creencias maya. Con esta Semana de Guardar, se respetaría la pasión, muerte y resurrección de Cristo, pues originalmente dichas fechas estuvieron reservadas para una celebración agrícola.
La celebración de la Semana Santa comienza después del carnaval Quin tajekmol, que son los 5 días perdidos del calendario maya, y tras el fin del ciclo agrícola. En seguida, de acuerdo a la religión católica, a partir del Miércoles de Ceniza se celebrará la Cuaresma, para que después de siete viernes se llegue a la Semana Mayor. Así explica Mariano de Jesús Pérez, Coordinador de Casas de Cultura del Centro Estatal de Lenguas, Arte y Literatura Indígena (CELALI).
Durante cada viernes se reúnen mayordomos, pasionerios –que se habrían encargado de organizar el reciente carnaval-, y un grupo de consejeros llamados ch’ul mol (sagrado viejo) –que se consideran ejemplares y, literalmente sagrados a partir de su anterior desempeño en cargos religiosos-. Para comenzar los preparativos de la Semana Mayor, que este año ha comenzado un 13 de abril.…
Casi toda la comunidad acudió a la misa oficiada por un padre que habló en tzotzil, la lengua materna. Era Domingo de Ramos. Una vez terminada, dentro de la iglesia, se podía observar ya sin la obstrucción de siluetas corporales, el colorido de los listones colgados en los cuellos de los santos que, después, mujeres les comprarán para utilizarlos en sus trenzas para que les guíe en su camino, o bien, sólo conservarlos. Las velas blancas derretían su cera sobre las figuras de barro con forma de toros como los que estaban en el pesebre en que nació Jesús; y también de Jaguares, símbolo maya de fuerza y de poder.
Los santos, vestidos con el atuendo típico de Zinacantán, parecían esperar ser descubiertos del manto morado puesto sobre su rostro en señal de luto, muy al estilo europeo: Hasta para los santos comenzaba la Semana de Guardar…
Durante el lunes y martes, en el pueblo se procuró no salir de casa, mientras que los mayordomos, pasioneros y los ch’ul moletik se esmeraron en las preparaciones para el buen desarrollo del Kuxel. Las esposas de éstos últimos, lo hicieron también desde sus casas, en las que se encargaron de detalles como las flores, que suelen ser de manzanilla, geranios, rosas y clavel.
En muchos de los hogares Zinacantecos, las mujeres se prepararon el tradicional pamal ul, un atole propio de estas fechas que es sazonado con azúcar, chile y pimienta dulce; y que acompañará un guisado de pescado –o de puerco para las personas que no pueden comer pescado- con un recado hecho con masa y chile para degustación de la familia.
Durante el miércoles, los zinacantecos acostumbran a acudir a la Iglesia a presenciar misa, en la que se lavan los pies a los principales mayordomos dentro de la iglesia, en representación del lavado de los pies que Jesús realizó a sus discípulos. Tras esto, y otra misa el Jueves Santo, vuelven a sus casas para esperar presenciar, el día viernes, la representación del viacrucis, después de lo que se dejarán de tocar los tradicionales tambores, flautas y la campana; y se procurará tener la mayor calma posible: “… así es como se va a ir entendiendo esta semana mayor, en que hagamos conciencia: sí con la palabra de Dios, pero también está la madre tierra, el padre sol, y la madre luna” señala Mariano de Jesús Pérez, del CELALI.
Por su parte, Víctor Esponda Jimeno, etnólogo y docente en el Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica (CESMECA), explica que durante el encuentro de las dos culturas, los mayas tenían ritos en los que se adoraban a elementos de la naturaleza, como el sol, el rayo y la tierra, pero que durante la evangelización católica y para mayor efectividad de esta, se buscaron equivalentes formales de tal manera que la gente asimilara los principios católicos europeos sin que dejara de hacer sus actividades normales. Así es como hoy podemos encontrar analogías entre el sol con Jesús; y la luna o la Madre Tierra, con la Virgen María.
La apropiación de las creencias espirituales es importante, y esto se expresa en las formas de adoración de elementos naturales, a Dios y a los santos; los rituales que se realizan durante los rezos; la vestimenta típica puesta en las imágenes; las formas de ofrendar; entre otras cosas.
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“Soy tu hijo, soy tu cordero, cuídame, protégeme y guía mi camino, ilumíname con tu luz, que yo me sienta protegido…” Así reza el principio de una de las plegarias tradicionales en tzotzil que exclaman los creyentes frente los espejos que, junto a listones de colores, los santos tienen colgados en el cuello. Algunos creen que mientras rezan a un santo o virgen, se encuentran reflejados en dicho espejo; y esa imagen manifestada de sí, es una forma de tener confianza a quien escucha sus plegarias. Otros, sostienen que esos espejos rechazan, de algún modo, y mediante la luz, todo tipo de mal.
Las dos grandes figuras de Jesucristo que yacían recostados en el centro de la Iglesia, rodeados de flores, también tenían espejos en el pecho. Una de estas figuras había esperado la llegada del Viernes Santo, para ser crucificado, pues la otra se encontraba “indispuesta” tras un incendio sufrido en los 70`s en el que se dañó, y tuvo que ser sustituido por el que se crucificará esta ocasión.
Eso sucedía con los no-vivos.
Los vivos, tenían sus mejores vestiduras: Los hombres y mujeres encargados de la celebración de la ceremonia, portaban trajes exclusivos para el día de la Crucifixión y Santo Entierro de Jesucristo.
Ellos, además de vestidos con sus atuendos floreados tradicionales, portaban trajes de manta blanca de dos piezas, un pañuelo celeste a cuadros que les envolvía la cabeza, que para algunos otros era de color blanco con un pequeño pompón fucsia que colgaba de la larga punta; y para otros, los más importantes, era un pañuelo colorado envuelto de una forma diferente. Todos portaban listones de colores colgados del cuello y huaraches de cuero traídos de Chamula -otro pueblo tzotzil- con un diseño especial, al igual que su manto de lana de borrego, color negro. Ellas, vestidas con una toca blanca, en representación de la pureza de la Virgen María. Con listones también colgados de un rosario que lucía sobre el pecho, y una falda negra de lana de borrego bordada con algunos acabados de colores.
Comenzaba la crucifixión. En medio de un ruido estruendoso similar al de matracas, provocado por unas tablas con una argolla de hierro en el centro que eran agitadas por algunos voluntarios, el bulto de Jesucristo era subido a la cruz ubicada al fondo y centro de la Iglesia. Antes ya se le habían cambiado las ropas. Mientras tanto, otros emitían cánticos en tzotzil, y unos más pasaban a colocar canastos con manzanilla y velas blancas debajo de la cruz para encenderlas poco tiempo después.
Todos dentro de la Iglesia presenciaban aquello con calma, y únicamente se reservaban a hincarse y rezar en las ocasiones en que los mayordomos y ancianos lo hicieran mientras exclamaban oraciones, y esparcían incienso alrededor de la imagen de Jesucristo crucificado.
Una vez realizado esto durante algunos minutos, los mayordomos, ancianos y ancianas que tenían papeles principales en la ceremonia fueron saliendo en fila y, detrás, algunos hombres cargaban asientos especiales para ellos.
Afuera, a cada uno se les servía en un pequeño vaso algo de Pox, un aguardiente normalmente hecho con caña, propio de los pueblos autóctonos de los altos de Chiapas y de uso ritual. Una vez que a todos se les ha servido, vuelven adentro de la Iglesia para bajar a Jesucristo de la cruz, y representar el Santo Entierro, para lo que se hace una pequeña procesión rodeando la plaza que está frente al templo, con los dos grandes bultos de Jesús acostados sobre soportes de madera y rodeados de flores y figuras de otros santos.
En la entrada, los encargados de delinear el camino con juncia (hojas de pino) y pétalos de rosa, están listos y comienzan a avanzar desde la puerta de la iglesia, guiando el paso de quienes vienen detrás con los santos. Cánticos -esta vez en español- e incienso acompañan la pequeña procesión.
Mientras tanto, el rastro del camino que debería quedar, es atenuado por la acción de niños, niñas, ancianas y mujeres que compiten por recoger la mayor cantidad de juncia y pétalos, para poder conservarlos y utilizarlos, por ejemplo, para que sus gallinas pongan ahí: Esto traerá abundancia y bendición.
La procesión no ha durado más de 15 minutos. Los santos nuevamente son ubicados con calma y cuidado dentro de la iglesia, y los asistentes comienzan a formarse frente a la imagen de Jesucristo para “despedirse” de él al mismo tiempo en que rezan sus plegarias y reciben, uno por uno, uno de los muchos ramos de manzanilla y geranios rojos que rodeaban al mesías, para que los lleven a sus casas benditos… Los ritos del Viernes Santo habían terminado.
El Sábado de Gloria todos asistirán de nuevo a la Iglesia, para que se comiencen a repicar campanas, se truenen cuetes, se toquen tambores y se destapen los rostros de los santos que no tendrán, por ahora, que estar más de luto. Algunas mujeres, que aún conservan la tradición, asistirán con ramas verdes de xau para “ramear” a sus hijos, en signo de renovación, como indica el Kuxel. El Judas, que un par de días antes había sido colgado en la entrada del templo, se quema también en el Sábado de Gloria.
Sólo para el día domingo restaría concurrencia similar, pues para concluir la Semana Santa se acude con agua para que sea bendecida y con velas, con el fin de estar preparados el resto del año con suficiente luz, pues según una creencia maya, la luz, jamás debe faltar en casa.
Así termina el Kuxel. Tiempo de guardar, de reflexión, de adoración y relación de espíritu con Dios, y con la tierra.
El trabajo en equipo puede llevar a excelentes cosas, y la reflexión de lo sucedido va a prevenir que se cometan viejos errores y renovar la participación de las personas.