A 200 kilómetros de la #Marchafifí

A 200 kilómetros de la #Marchafifí
Por Víctor Penalete y José Ignacio de Alba

Querétaro, el estado que duplicó su población entre 1990 y 2015 cuando cientos de miles de mexicanos y extranjeros vieron en la apacibilidad del pueblo una nueva oportunidad de vida, vio de frente el éxodo este fin de semana; mientras las redes sociales inundaban de mensajes xenófobos reproducidos de una manifestación racista en la ciudad de México

Texto: Víctor Pernalete

Imágenes: Víctor Penalete y José Ignacio de Alba

QUERÉTARO, QTO.- Cobijas sobre el suelo, platos y vasos desechables, bolsas de plásticos, alguna colchoneta recargada sobre la pared. Las imágenes comenzaron a inundar las redes sociales queretanas cuando el sol ya calentaba un domingo templado de otoño. Para entonces, la Caravana Migrante llevaba varias horas de camino. Su nuevo destino: Irapuato.

No tardaron mucho en dejar el improvisado albergue del Estadio Corregidora. Cuando muchos dormían y otros tantos seguían de fiesta, los refugiados recogían las pocas pertenencias que pueden cargar y descartaban todo aquello que no pueden llevar entre las manos o amarrado a su espalda. A las 5 de la mañana retomaron la travesía, a pesar de que muchos habían llegado hasta entrada la noche del sábado. El éxodo tiene prisa por llegar.

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Los más afortunados lograron conseguir “aventón”, si puede considerarse así el hacinarse en una caja de tráiler, arriesgarse a ir sentado en una plancha sin protecciones o equilibrarse en los fierros de una “madrina” que transporta coches nuevos. Los demás tuvieron que caminar los 7 kilómetros que separan al estadio de la caseta a Celaya.

Mientras unos 6 mil refugiados hacían fila por un trálier, en Querétaro, las redes sociales se inflamaban de indignación. Medios de comunicación hacían eco del “tiradero” que habían dejado los migrantes en el Estadio. No era una escena distinta a la de cada 15 días de juegos de futbol, ni nada fuera de lo normal para cualquier concentración masiva. Para los opinadores, en cambio, era signo inequívoco de la falta de educación y valores que los “indeseables” migrantes, como les calificó una pintoresca señora en la Ciudad de México durante la #MarchaFifí, traen consigo a estas impolutas tierras.

En la caseta a Celaya no había tiempo de pensar en eso. Decenas de migrantes se abalanzaban desesperados sobre un tráiler con estructura para transportar cerdos. Ahí, entre los barrotes de fierro oxidado se hacían espacio para aminorar la carga del viaje a Irapuato, a poco más de 100 kilómetros de distancia. Y era tener suerte. Otros cientos mejor se lanzaron al pavimento hirviente para echárselos a pie. En una autopista con apenas acotamiento y sombras desperdigadas en el serpenteo de la carretera. Y aún así, se divierten como pueden.

Un grupo de abogados voluntarios estadounidenses acompañan a la caravana en una camioneta amarilla con pestañas de plástico sobre sus faros. Se identifican con las gorras de los spring breakers que suelen tener mensajes jocosos que hacen referencia a sus habilidades etílicas . Las de ellos dice “Pregúntame por Asilo”. La información no es halagüeña pero es bastante útil. Entréguense, digan que tienen miedo, demuestren como puedan que corren peligro y esperen. Esperen.  Y recuerden, la pobreza no es un motivo de asilo. Hay más de un millón de personas esperando obtenerlo en los Estados Unidos. En el mejor de los casos el proceso toma meses y para la mayoría, incluso años. Mientras tanto, tendrán que estar recluidos en un centro de detención para migrantes indocumentados. Una cárcel que no es cárcel. Eso sí le quita el ánimo a más de alguno.

En Irapuato está todo listo en la sede del DIF Estatal. El lugar es grande pero poco funcional. Una nave enorme está llena apenas a medio día. Faltan más de la mitad de los refugiados. La mayoría se acomoda sobre las jardineras, debajo de los árboles o incluso en algún huequito en el estacionamiento. Entrada la noche, los últimos peregrinos duermen sobre la calle.

Pero el Bajío recibió a la Caravana con un operativo policiaco un tanto inusitado. El ambiente se siente más distendido. Alguno que otro migrante disfruta de un par de cervezas.

En las redes sociales, en cambio, las posturas se dividen entre los que apoyan la caravana y los que se refugian en las nimiedades del alboroto que quedó atrás. Los que, ofendidos por las cobijas desechadas, piden que mejor se manden a Nayarit. Los que cuestionan la calidad moral de quien le mira los dientes al caballo regalado. Los que fueron educados por sus padres para dar las gracias y pedir por favor en casas ajenas. Incluso una página de Facebook apócrifa que se hace pasar por la oficial del gobierno estatal publicó fotografías del Estadio, tras la partida de los migrantes, acompañadas de un mensaje de odio. Y en los miles de comentarios, aplausos. Por fin el gobierno había actuado con firmeza.

Querétaro, el estado que duplicó su población entre 1990 y 2015 cuando cientos de miles de mexicanos y extranjeros vieron en la apacibilidad del pueblo una nueva oportunidad de vida, ahora acostumbra abrazar a los terratenientes de cientos de empresas extranjeras que vienen a instalar sus manufacturas y a despreciar a los “chilangos” que conducen como desquiciados y a esas bandas de colombianos y venezolanos que clonan sus tarjetas de crédito.

La ciudad, que suele arrumbar a los migrantes centroamericanos a los cinturones de miseria que rodean las vías del tren, desde donde algunos desesperados bajan de vez en cuando a pedir monedas a sus semáforos, miró este fin de semana el éxodo de frente

De acuerdo con las autoridades queretanas, unos 6 mil migrantes pasaron como un huracán por sus calles. Los vieron de frente. Le mostraron que Querétaro no es una isla idílica situada en medio de la barbarie. Querétaro es México. Y México es la Caravana.

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