Se gesta una resistencia cultural en el “triángulo rojo”

Foto Marlene Martínez

#AlianzadeMedios /  Por Aranzazú Ayala @aranhera de Lado B

“¿Sí te enteraste que la semana pasada se balacearon aquí abajo en la presidencia? Yo iba justo saliendo para acá, para el taller, cuando vi patrullas y un montón de gente y soldados… A veces pienso si no empezamos a hacer esto muy tarde”, reflexiona en voz alta Caliche, mientras llena de color turquesa su pincel y con toda calma sigue pintando la calavera de papel y engrudo que está haciendo.

Conrado Serrano Ramos, alias Caliche, tiene un taller de cartonería y pintura en su casa en Tecamachalco, y ahora también un espacio en el centro cultural Casa Lila, a unas cuadras del zócalo.

Tecamachalco está a solo 70 kilómetros de la capital del estado y tiene 77 mil habitantes. Su principal actividad es la agrícola, aproximadamente el 70 por ciento de su población vive en pobreza, no es un pueblo mágico, ni atrae el turismo, pero en 2017 su nombre, junto con el de los municipios vecinos, Palmar de Bravo, Tepeaca, Quecholac y Acatzingo cobraron relevancia nacional.

En de mayo de 2017 la escena de un militar disparando a un civil, presunto huachicolero, en Palmarito Tochapan, comunidad de Quecholac, fue retomada por los medios nacionales: el país descubrió el “triángulo rojo”, la zona donde el huachicol, o robo de combustible, creció exponencialmente en el último lustro; tan sólo durante el sexenio de Rafael Moreno Valle las tomas clandestinas repuntaron 3028%.

En medio de esa violencia, de manera sigilosa y espontánea se comenzó a gestar una resistencia cultural traducida en un museo comunitario, una casa de cultura y talleres de cartonería que buscan aportar una visión diferente de sus comunidades, a las nuevas generaciones y recomponer el tejido social.

A través de las puertas de Casa Lila, la casa de cultura, entran decenas de niños y niñas de secundaria. La visita es parte de un programa escolar donde durante clases van al centro cultural para tomar talleres y tener pláticas.

Este martes de febrero se dividen entre los que aprenden a hacer un huerto urbano y los que juegan en el patio: Casa Lila, que tiene apenas unos meses de haber abierto, está llena. Ceci y Manolo Gámez, hermanos encargados de dirigir el centro cultural independiente, están contentos.

Foto: Marlene Martínez

Un polvorín de violencia

El “Triángulo Rojo” es una de las zonas más violenta de Puebla.

Desde 2011 los municipios que la integran -Tecamachalco, Palmar de Bravo, Tepeaca, Quecholac y Acatzingo- comenzaron a destacar por sus índices de delitos de alto impacto. Una investigación hecha por este medio reveló que para 2016 la zona era prácticamente un polvorín.

Los grupos culturales y artistas que empezaron a difundir la cultura lo hicieron porque querían rescatar la historia de sus municipios, nunca pensaron que podrían construir una suerte de muro de contención para esquivar la violencia, y acercar a los niños y jóvenes otras opciones distintas del ambiente a veces saturado por la delincuencia.

La calenda: el génesis

El evento más importante de la zona es La Calenda. El hilo conductor de todos los movimientos articulados de la región es la gran fiesta de Muertos que en apenas tres años ya se convirtió en una tradición.

La Calenda es originalmente una tradición oaxaqueña, donde se hace un recorrido por las calles cargando títeres o marionetas gigantes conocidos como monos de calenda o mojigangas.

En Tecamachalco fue Cletamachalco quien organizó la primera Calenda, una rodada bicicletera con motivo del Día de Muertos, a la que posteriormente se sumó Caliche con su taller de cartonería.

Una de las particularidades de la creación y vida de estas criaturas de papel y engrudo es que son resultado de un acto comunitario: el niño o la niña que va al taller y empieza a hacer la suya involucra a sus tías para que le hagan la ropa, a su mamá y su papá para que le ayuden, a sus vecinos para que lo acompañen.

Una sola mojiganga termina siendo obra de tres, cinco o diez pares de manos que se suman a una parte del proceso, incluyendo la parte del baile el día de la Calenda.

Aunque la fiesta principal es en Tecamachalco, el desfile se hace ahora casi en todos los municipios de la región. Quecholac, donde está el museo comunitario de la agrupación Quecholarte y cultura A.C., liderada por Isabel y Jorge, también tiene ya su propia Calenda.

En Quecholarte se enfocan sobre todo al rescate de la historia prehispánica pero también arqueológica y paleontológica del municipio.

Después de años de búsqueda, en 2018 consiguieron que el ayuntamiento les entregara un inmueble en comodato, a una calle de la plaza principal de Quecholac. La casa que estaba destruida en buena parte ha sido poco a poco restaurada para acondicionar el museo donde se dan talleres, pláticas y jornadas culturales, y donde ahora también hay una colorida fiesta de muertos.

Acatzingo, que en 2018 concentró la violencia de la región, tiene también su propia organización, de las más recientes de la zona, que inició sumándose a La Calenda hace apenas un par de años.

El grupo cultural Acatzinco se fundó oficialmente en octubre de 2017, promoviendo las festividades del día de muertos y organizando un festival navideño con títeres. Fernando Machorro, un hombre joven encargado de la agrupación, tiene la intención también de hacer talleres y trabajar en el rescate de las tradiciones de Acatzingo.

Pero por ahora su actividad fija anual es La Calenda, a la que van danzantes con sus coloridas mojigangas desde Tecamachalco y otras comunidades para tratar de enamorar a más personas e integrarlas a sus proyectos.

En Palmar de Bravo la primer Calenda fue apenas el año pasado, en el marco del festival Elena Luna. Juan Carlos sumó la consultoría en turismo que dirige, Be&Go, con el Centro Cultural Jerónimo Lima para acercar el festival de día de muertos a su municipio. Elena Luna fue la hija del fundador del pueblo, Agustín Luna, y dice la leyenda que su espíritu todavía se aparece en una de las calles principales que lleva su nombre.

Juan Carlos dice que la bisagra articuladora fue de alguna forma la violencia que reventó. “Hace tres años que empezó el boom del triángulo rojo, antes no se hablaba de Palmar pero se empezó a hablar del robo de combustible y se hizo una zona caliente junto con municipios del estado. Hoy en día está manchado por esa imagen de inseguridad; en el exterior existen estos prejuicios.”

Sin apoyo del gobierno

Las autoridades de los tres niveles de gobierno han estado ausentes para dar alternativas exitosas a la violencia. La estrategia para contraatacar la inseguridad se ha centrado sobre todo en un ataque directo con más elementos de seguridad, más patrullajes y vigilancia –muchas veces plasmados sólo en acuerdos de papel–, que en general no ha dado buenos resultados.

Aunque los planes municipales de desarrollo de todos los municipios incluyen arte y cultura, algunos de manera muy general, en la práctica poco se ha hecho. Los gestores culturales de Quecholac, Tecamachalco, Palmar de Bravo y Acatzingo coinciden en que prácticamente no han tenido apoyo oficial, todo el trabajo ha sido autogestivo y con donativos de particulares.

Juan Carlos Varillas Lima, organizador del festival Elena Luna en Palmar, cree que esta falta de atención de parte del gobierno es porque hay temas prioritarios en la agenda pública, para atender la violencia, lo que desplaza la cultura.

Por eso lo que ellos intentan hacer con el centro cultural es revertir la mala imagen del lugar, y “no para tapar el sol con un dedo”, sino para hablar de cosas importantes como la riqueza histórica y artístico-cultural del municipio.

En Tecamachalco, Cecilia Gámez, del grupo Los Culturistas cuenta que aunque llevan años trabajando tenían un espacio muy pequeño. Finalmente, este año lograron que el centro cultural Casa Lila abriera sus puertas.

Arte y cultura para trascender la violencia

Carlos Maldonado es uno de los asistentes al taller de guitarra de Casa Lila en Tecamachalco. El progreso, dice, es rápido, y ve que todos los asistentes tienen un beneficio. Incluso aunque los talleres tienen costo, a algunas personas sin recursos no se les cobra, lo que en su opinión deja ver que el objetivo es apoyar a la comunidad y no sacar provecho económico.

Para Carlos es bueno que existan estas iniciativas culturales, porque son una opción para que los jóvenes no se involucren en la violencia y los delitos. Y cree que cada vez hay más iniciativas culturales en Tecamachalco porque hay gente a quien les gustaría ver una sociedad donde la cultura sea uno de los valores principales.

Los estudiantes coinciden con los maestros en que el beneficio va más allá de sólo tomar algunas clases.

“Los artistas vamos en contra de la marea, lo que hacemos es por satisfacción personal o buscando trascender”, dice René Sánchez, cuando habla del grupo de danza folclórica que lleva años encabezando.

Actualmente reúne a aproximadamente 12 personas en Casa Lila. Se juntan entre semana, en las tardes, y los sábados en la mañana, para que cada persona interesada se acomode a un horario y todos puedan asistir a pesar del peligro que se vive en la zona.

“Ya no hay tanta libertad como hace 5 años, ahora la gente sale temerosa ya sea de mañana o de noche, a lo mejor ellos no tienen nada que deber, pero pueden ser víctimas de un enfrentamiento o una bala perdida”, dice.

La delincuencia ha obligado no solo a los alumnos de René a cambiar su rutina, sino que también a jóvenes involucrados en otros grupos culturales pertenecientes a Casa Lila e incluso a comerciantes, que deben cerrar más temprano por miedo.

Así como René va de Cuapiaxtla a Tecamachalco, Caliche va a Quecholac para participar con Isabel y Jorge, de Quecholarte, en el tradicional baile de los Gracejos de carnaval. Apenas el domingo 24 de febrero estuvieron en Puebla en el desfile de huehues invitados por el Barrio de El Alto.

Lo mismo Caliche ha tomado talleres en Quecholac que imparte el de cartonería también en Casa Lila, y él y Juan Carlos se preparan para ser parte de una Calenda convocada por paisanos de la región en Estados Unidos.

Cada organización tiene metas a corto plazo, únicas, y un camino propio que recorrer. Pero eso va de la mano con la articulación regional que promete no terminar pronto y que todavía va a crecer más y más. Los gestores sueñan con que algún día la cultura supere a la violencia en el “triángulo rojo”.

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