Don Durito de la Lacandona y la historia de cómo el escuadrón 421 embarcó a la aventura

El escuadrón 421, fue despedido de las delegaciones zapatistas en algunas comunidades indígenas zapatistas, a orillas de los ríos Jataté, Tzaconejá y Colorado, montañas del sureste mexicano, Chiapas, México, América, Latinoamérica, planeta Tierra. Cortesía: Enlace Zapatista.

*El Ejército Zapatista de Liberación Nacional inició un viaje por el mar que va en sentido contrario al que los colonizadores hicieron hace 500 años. Envía con la delegación marítima Escuadrón 421 el mensaje del aprendizaje de su lucha y su historia de construcción de libre determinación. Este es un relato del viaje de despedida, hasta que zarpan.

*Historia escrita por el Subcomandante Moises. 


Don Durito de la Lacandona, el más grande caballero andante narró que, hace algunas lunas, en las montañas del Sureste Mexicano, quienes viven y luchan en el lugar lanzaron un nuevo desafío para sí mismos, sin embargo, vivían en la zozobra y el desaliento porque carecían de un vehículo para su travesía.

Recordemos que, siete personas, siete zapatistas, forman la fracción marítima de la delegación que visitará Europa.  Cuatro son mujeres, dos son varones y unoa es otroa.  4, 2, 1.  Quienes son conocidos como el escuadrón 421.

Fue así como Don Durito de La Lacandona llegó a sus montañas, tan pronto se corrió la voz de su presencia, jóvenes, infantes de todas las edades, e incluso ancianas, corrieron a aclamarlo.

Sin embargo, se mantuvo firme, pues no cedió a la vanagloria (orgullo de su propio valer), se dirigió entonces a donde se encontraba quien se encargaba de la malograda expedición.

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Por un momento, la fastidiosa nariz de quien hacía y rehacía cuentas para ayudar con los gastos de la expedición a Europa, le recordó a un capitán, conocido como el Subcomandante Marcos, al que orientó durante años y a quien educó con su sabiduría.

Pero no, aunque parecido, quien se dice llamar SupGaleano tiene todavía mucho que aprender de mí, el más grande de los andantes caballeros, expuso Don Durito.

Recordó que no contaban con una embarcación, por lo que, puso a la disposición su navío, pero el Subcomandante Galeano con sarcasmo, le respondió: “pero ahí sólo cabe uno, y tiene que ser muy pequeño, y es… ¡una lata de sardinas!”.

Don Durito de la Lacandona hizo caso omiso y caminando por entre la multitud que anhelaba una mirada suya o al menos una palabra, se dirigió hacia la isla, descubierta en 1999, donde esperó paciente a la madrugada.

Maldije entonces al averno, convoqué a diosas de todas las latitudes, llamé pues a la más poderosa de ellas: la bruja escarlata.  Ella, la despreciada por los otros dioses, dados como son al machismo fanfarrón y de espectáculo.  Ella, la alejada por las otras diosas, dadas a la belleza falsa de afeites y cosméticos.  Ella, la bruja escarlata, la bruja mayor: ¡Oh, die scharlachrote Hexe!  ¡Oh, die ältere Hexe!, dijo el más grande caballero.

Sabía que, las probabilidades de que los autodenominados zapatistas consiguieran una embarcación digna eran pequeñas, ya que, solo los poderes mágicos podría sacarlos del apuro y cumplir con su palabra.

Llamó a Ergo, la bruja mayor, la de ropaje purpúreo, quien puede alterar la posibilidad de que algo ocurra.  Ella hizo cuentas y cuentos, llegó a la conclusión de que, en efecto, la probabilidad de que consiguieran una embarcación era casi de cero.

Pero nada puedo hacer, si no hay una petición.  Y no cualquier petición.  Debe ser hecha por un Titán, un ser grandioso y magnánimo que a su buen talante cobije a quienes necesitan de un mágico evento, dijo Ergo.

“¿Y quién mejor que yo?” mencionó, pero la dama del manto carmesí le susurró que, con ello, estaría arriesgando su vida, fortuna y reputación en la odisea, y estuvo de acuerdo pues su única fortuna son sus hazañas, la vida la arriesgo con sólo existir y, su reputación está por los sótanos del mundo.

La bruja encendió su ordenador, se conectó a un servidor en Alemania, tecleó algún conjuro, modificó una gráfica de probabilidades y subió-De nuevo volvió a teclear y un zumbido de su impresora delató el papel que de ella salía, tomó la nota, con una única sentencia: “Si el titán de acero es, encuentre su semejante, que de eso depende el faltante”.

Don Durito no sabía que significaba aquello, mucho menos donde podría encontrar algo o alguien, parecido, sino cercano a su grandeza. Recorrió la Patagonia hasta la lejana Siberia, cruzó caminos con el digno Mapuche, gritó con la Colombia ensangrentada, atravesó la dolida pero persistente Palestina, pasó por los mares teñidos de la pena negra de migrantes, y volvió sobre sus pasos, creyendo que había fracasado en su misión.

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Cuando desembarcó en México, algo llamó su atención, pues sobre aguas turquesas un navío sufría los arreglos y parches que su tripulación le daba, “Stahlratte”, se leía en un costado, y como bruja escarlata la encontré en la Alemania de abajo, y esa palabra significa “rata de acero” en su lengua, así que decidió probar fortuna.

Esperó paciente a que la noche cobijaran la soledad del barco, trepó con habilidad por la proa y bordeando el estribor, llegó al centro de mando, donde un varón maldecía en lengua germana.

Don Durito lo escucho hablar sobre la pena que da dejar mares y aventuras, ahí supo que el navío contaba sus últimos días, y su capitán y tripulación tenían “pesadillas” de una vida en tierra firme.

Aunque las brujas escarlatas de todo el mundo estaban a su favor y ventura, todo dependía de él, un escarabajo de acero inoxidable, del más grande de los andantes caballeros, esperó a que el capitán cesara en sus lamentos y maldiciones.

Cuando al fin calló, se trepó al timón fue entonces que, con voz potente, se presentó. Bastaron unas cuantas frases para que ambos entendieran que eran gente de mundo, aventureros por vocación y elección, seres dispuestos a enfrentar cualquier desafío por imponente y terrible que fuera.

Ya en confianza, le contó sobre la odisea en curso, pero sobre todo el más peligroso e ingrato de los quehaceres: la lucha por la vida.

Me prodigué en detalles, le hablé de una embarcación construida en medio de las montañas, sin más agua que la de la lluvia para darle vocación y razón de ser.  Le platiqué de quienes habían decidido abrazar tamaña osadía, de leyendas sobre una montaña que se niega a la prisión de sus pies en tierra, de mitos y leyendas mayas en voz de sus originarios, expuso Don Durito.

Posterior a ello, el capitán encendió un pitillo, le ofreció uno, pero lo rechazó y saco su pipa, compartieron el fuego y el humo del tabaco. Después de algunas bocanadas dijo algo como: “a fe mía que gran honor sería sumarse a tan noble y descabellada causa”.  Y agregó: “no tengo tripulación ahora, pues estamos ya al retiro, pero estoy seguro que mujeres y hombres se acercarán con tan solo el encanto de esta historia.  Ve con los tuyos y diles que cuenten con lo que somos, humanos y navío”.

Y así es como termina la historia, de cómo el escuadrón 421, unos simples mortales, se embarcaron en la aventura.

Don Durito agregó que al finalizar su historia alguien gritó desde la cubierta “¡Delfines!”, todas y todos subieron armados de cámaras, celulares o sólo sus ojos asombrados.

En la confusión, Durito, el más grande de los Titanes, se escabulló y trepó a la Cofa y desde ahí entonó cánticos que juro, eran replicados por los delfines que, entre olas y sargazo, bailaban por la vida.

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