Choles y tseltales rumbo al norte

*En su obra, el autor estudia a los intermediarios indígenas como un nuevo actor en las comunidades de la región de la zona norte de Chiapas. Así como los vínculos de la red social tejida entre la comunidad indígena y empresas agrícolas del noroeste del país, con sus rasgos específicos y repuestas a condiciones coyunturales, tanto internas como externas de las comunidades choles y tseltales.


El propósito del libro “Rumbo al norte. Narrativas de jornaleros choles y tseltales en la migración de Chiapas a Sonora» de Óscar Sánchez Carrillo, doctor en Antropología Social, es mostrar la dinámica y contradictoria complejidad de las relaciones sociales tejidas entre jornaleros agrícolas indígenas de Chiapas y las agroempresas del noreste de México.

Durante la presentación del libro, Gabriela Robledo Hernández, doctora en Ciencias en Ecología y Desarrollo Sustentable, dijo que la obra llena un vacío al estudio de uno de los sectores más vulnerables, la juventud indígena jornalera de Chiapas, pues forman parte de los contingentes de campesinos del sur sureste de México que migran de manera estacional a las empresas agrícolas y agroexportadoras del noroeste mexicano, en especial a los estados de Sonora, Baja California y Baja California Sur.

Por ello, su interés se centra en mostrar la compleja y contradictoria dinámica de las relaciones sociales que se tejen desde las comunidades donde provienen estos jornaleros agrícolas choles y tseltales, y las agroempresas del noreste de México. Así mismo, el estudio se sitúa en los municipios de Sabanilla, Tumbalá, Chilón y Yajalón.

En efecto, indicó que el escrito tiene la capacidad de entender en términos culturales y lingüísticos, el comportamiento de la cuadrilla de trabajadores mientras se relaciona con ingenieros y empleadores que están a cargo de la operación de los campos.

El autor recupera categorías del fenómeno y la teoría migratoria, previo a la discusión de las principales perspectivas teóricas para su estudio desde las ciencias socio antropológicas. En su análisis destacan las categorías de circuitos migratorios, territorios migratorios, redes de intermediación, grupos domésticos, expuso Robledo Hernández.

También, da cuenta de la construcción de los sujetos, quienes son vehículos de procesos de cambio, configuración y nuevas relaciones en las estructuras e instituciones comunitarias. Así, construyen una comunalidad en espacios ambiguos y móviles, donde se integran diversos universos: transcomunitarios, translocales, desterritorializados y reterritorializados, dan lugar a una nueva ruralidad, resultado de la adaptación de las familias campesinas arraigadas a sus territorios y a condiciones impuestas por las relaciones de producción del mundo globalizado.

Portada del libro: Rumbo al norte. Narrativas de jornaleros choles y tseltales en la migración de Chiapas a Sonora del autor Óscar Sánchez Carrillo. Cortesía: CIMSUR

Dentro de los elementos que el autor destaca en la nueva ruralidad, manifestó que se encuentra la articulación entre los espacios que conecta al migrante, la innovación en el estilo de vida de los jóvenes, con el uso de las tecnologías de información y comunicación, en especial el de la telefonía celular. Así como la adaptación de los cultivos de las empresas agrícolas a los sistemas de producción campesinos.

Aunado a ello, las modalidades de migración de los miembros de una unidad domestica campesina, como parte de una estrategia colectiva para sobrevivir de manera económica, diferenciación social en las comunidades, a través de nuevos productos de consumo y estilos de vestir entre los jóvenes. Y, un cambio en las relaciones de género marcado por la incorporación de mujeres jóvenes a los mercados de trabajo que les provee de mayor autonomía en el ceno familiar.

En la narrativa se describe el circuito migratorio Chiapas – Sonora, cuyo dinamismo sobresale por encima de otros, a partir de la recesión financiera que enfrento la economía estadounidense en el 2008. Debido a esto, los migrantes deportados de Estados Unidos se incorporaron rápido a la mano de obra joven requerida por la industria agroexportadora, donde convergen familias sonorenses, acaparadoras de tierra con capital transnacional y con un nicho en el mercado norteamericano.

Más de 1.2 millones de trabajadores y trabajadoras agrícolas en México son migrantes que se mueven a lo largo del país en diversas temporadas del año. Cortesía: ECOSUR

Es así como se establece una compleja relación entre las comunidades campesinas y empresas, que contratan a sus jóvenes en los sistemas de producción agrícola. El libro muestra, además, las condiciones de producción que imponen una gran flexibilización y precariedad en las condiciones de empleo, donde estos jóvenes se ven forzados a adaptarse.

Las contrataciones se realizan de manera oral por periodos de tres a seis meses, tiempo en el que deben permanecer en los campos agrícolas, estos jóvenes están en general contratados entre las edades de 15 a 29 años, son albergados en barracas colectivas construidas exprofeso, regidos por una serie de normas que regulan su convivencia y estancia en el lugar, y dependen en buena medida del criterio de los empleadores. Estos patrones deben proveerles de alimentación con una cocina colectiva, cuya calidad siempre es cuestionable, dijo la investigadora.

Por esa razón, los jornaleros se enfrentan a jornadas extenuantes, sin días de descanso, organizadas en dos turnos. En un ambiente que los lleva a enfermarse de manera habitual, por las extremas temperaturas del desierto que minan la fortaleza de los cuerpos, así como aquellas provocadas por la intoxicación de los agroquímicos, mismos que se utilizan en el proceso de producción agrícola en donde se invierte capital en alta tecnología, pero que precariza las condiciones de trabajo.

Como si fuera poco, carecen de seguridad social, cuando son víctimas de enfermedades regresan a sus comunidades donde la familia se hace cargo de su restablecimiento. Sin embargo, los testimonios recuerdan las ocasiones en la que algunos jornaleros han perdido la vida por la deshidratación severa a la que están expuestos.

Se trata de un sector de la población trabajadora que se encuentra sumamente desprotegido, que difícilmente acceden a los beneficios de algunos problemas de gobierno que prometen recursos, pero cuya burocracia exige requisitos que muchos de ellos no pueden cumplir. La migración, el ser migrante y la migrantidad como la llama el autor, son fuentes de vertiginosos cambios en donde toman formas las diversas violencias estructurales y donde los migrantes funcionan como pivotes o bisagras entre lo local y global, detalló Robledo Hernández.

En ese proceso, el territorio se convierte en un espacio de transito del que se han apropiado diversos grupos sociales y familias jornaleras con miras hacia su reproducción social, entretejido por complejas relaciones que definen la interacción de un ejercito laboral de reserva, visto así por los interés económicos de empresarios capitalistas de antaño, estos fueron dueños de las vecinas pintas cafetaleras, donde se empleaban y ahora fueron sustituidos por las empresas agroexportadoras y alimentadas por capital transnacional.

Por otro lado, el autor compartió que su obra muestra la importancia del trabajo agrícola, como su interés por entender cómo funcionan las redes de intermediarios, al creer que son un eslabón entre la agroempresa, empresas, comunidades y los jóvenes.

Por una agenda social incluyente: La situación de vida de jornaleros(as) agrícolas en México. Cortesía: Redtdt

En tal sentido, entender el fenómeno del intermediario laboral, ayudaría a comprender como funcional el capital agroindustrial en México. Al principio, creía que solo eran empresas mexicanas, pero abandonó esa idea de manera paulatina, porque parece que no hay fronteras, entre ellas con las estadounidenses.

De entre una gran área agroindustrial: Sonora, Arizona, Baja California y California, no existe una frontera, porque el capital se mueve sin tener un límite. La pandemia trajo nuevos circuitos negativos, por ejemplo, la gente va a las empresas que hacen plántulas de frambuesa y fresa en el bajío, recientemente están contratando de nuevo a choles y a tseltales para ir a laborar a las agroempresas en Estados Unidos, con visas agrícolas temporales (H-2A), está sucediendo desde noviembre del año pasado, comentó Sánchez Carrillo.

Incluso, los jóvenes están interesados en sacar su pasaporte, pero hay un problema, les piden más documentos de los que aparecen en los requisitos, “es como si en la institucionalidad, al joven indígena no le creyeran quien dice ser”. Es decir, hay una violencia estructural y un racismo institucionalizado.

Así pues, quienes obtienen su pasaporte, tramitan la visa a través de otras agencias, estas se encuentran en Monterrey. El autor enfatizó, que tanto el gobierno como instituciones mexicanas, en lugar de facilitar los trámites son enfadosos, muchos se quedan truncos a falta de un solo papel y se desaniman.

Ordenar la migración internacional depende mucho de México, de facilitar los pasaportes. En Yajalón, Sabanilla y Tumbalá, hay una historia de finqueros del Siglo XIX y principios del XX, en esta zona no hubo migración hacia el Soconusco, más bien gente llegaba de Los Altos a laborar a las fincas. En Sabanilla, había alrededor de 3 fincas de gran tamaño y se fueron reduciendo, las que se fueron quedando se invadieron para las comunidades zapatistas que en la actualidad siguen existiendo, finalizó el autor.

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