Francisco Gabriel Ruiz Sosa: Euforia nacional

Euforia nacional

Por Francisco Gabriel Ruiz Sosa

Puede que los partidos de fútbol se ganen mucho antes de pisar la cancha. Pienso en las imágenes que me mostraban las cámaras de los jugadores justo antes de entonar los himnos nacionales. Los ojos y los rostros de los coreanos ya evidenciaban la derrota: se les veía nerviosos, inseguros. Paralelos a ellos, los mexicanos exhibían sonrisas y seguridad. México presentó el clásico parado ofensivo 4-3-3. Pero curiosamente, hoy no se habló del parado táctico como en otros partidos de la selección.

Corea jugaba replegada. De entrada, asumía una inferioridad deportiva. El juego no fue fácil, México lo trabajó mucho. Corea con sus limitaciones generó peligro. Pero gracias a ello, México no se vio expuesto a un empate, sobre todo en momentos en que Corea había encontrado la brújula, de no ser por el gol de Hernández que en definitiva le dio punto final al partido.

Corea sabía que si perdían se iban del Mundial, quizá por ello aplicaron el ablande a los mexicanos, mediante el recurso de once minutos de patadas pretendieron destrozar su moral. El árbitro solo marcaba los golpes como simples faltas hasta que un coreano cuyo nombre se corresponde al nivel de pelea de los personajes de un anime japonés fue amonestado. Cuando Corea cayó en la cuenta de su derrota inminente, perdió la cordura, ya en estado de demencia quisieron desquitar su enojo tomando a los mexicanos como contrincantes de muay thai, si no pregúntele a Lozano, a Layún, a Chicharito. Eso obligó al referí a amonestar a los coreanos, pero no expulsó a ninguno.

Aunque Corea esperaba desde la media cancha a los aztecas, tuvieron su chance para anotar primero, una de esas jugadas que no se consolidaron con la anotación se debe a Lozano que arriesgó el físico como si fuera un defensor inglés. Su dolor, a cambio del gol en contra, fue un pago aceptado por los dioses del Olimpo futbolístico. Después vino el gol de Vela. El portero intentó poner nervioso a Vela, a que pensara para que errara la pena máxima; pero Vela es un jugador muy mentalizado, el mejor de nuestro país, y tras dos minutos de espera para la ejecución del castigo, el exjugador de la Real Sociedad la mandó a guardar.

Francisco Gabriel Ruiz Sosa

A partir de ahí, a los coreanos se los vio muy precipitados, se hacían bolas entre ellos, se estorbaban. Me parece que desde el juego contra Alemania, México ha contado con la fortuna, dos disparos alemanes que no entraron a la portería porque rebotaron contra el poste y el travesaño son muestras evidentes de ella. Sobre todo el del poste casi al final del partido, disparo que pudo ser el del empate. Los comentaristas de TV Azteca reían nerviosamente: los mexicanos solemos relajear ante eventos de semejante naturaleza. Nos divierten nuestras suertes y desgracias. Contra Corea la fortuna también estuvo con México, rebotes y equívocos de los delanteros coreanos: hicieran lo que hicieran no acertaban, parecía que no anotarían. Siempre se encontraban con un cuerpo amigo o enemigo para que el balón no llegara a su cita con la portería, y cuando pasaba terminaba en manos o era rechazado por los nudillos de Ochoa. Ontológicamente, como dice Uranga, el mexicano es el ser-para-el-accidente: de ahí que seamos melancólicos, desganados, desconfiados. La zozobra es la plenitud y el ideal de la existencia del mexicano y la insuficiencia es la fundamentación ontológica de su complejo de inferioridad.

Hoy luego de ganar el segundo juego olvidamos estos modos de ser del mexicano, los goles nos sitúan en una animosidad distinta. La euforia nos toma y domina, y hace que olvidemos el estado anímico que mayormente vivimos mientras veíamos el juego, porque estaba ahí esa sensación de inseguridad, de peligro, de infortunio, de que pasará algo que tememos. Pero los dos goles aplicaron la amnesia de nuestra naturaleza. Esa latencia estuvo presente en gran parte del juego, pero a partir del minuto 56 éste se volvió de ida y vuelta y la sensación de peligro se acentuaba; recordemos que los comentaristas señalaban el riesgo de perder lo que con dificultad se había edificado con mucho esfuerzo. Diez minutos después vino la calma: el gol de Hernández trajo la paz al conjunto mexicano.

 

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