Homero Ávila Landa: Carnal Rodolfo

Carnal Rodolfo:

Por Homero Ávila Landa/ Aguardo anhelante el mundial, tengo razones para ello: El futbol me salvó de la vida de vago que me tenía dispuesto el destino: Cuando chico el barrio era brioso, las esquinas de mi calle eran de unos cabrones porros de la facultad de derecho de la UV (Universidad Veracruzana); vivían espantando a la vecindad completa; chupando y luciendo sus fuscas, en la esquina de mi calle, a unos treinta metros. Eran los últimos años 70 y primeros 80.

Entonces el deporte más generalizado en mi estado y en mi ciudad era el base ball (de hecho mi padre fue un gran catcher y primera base… hasta que se fracturó el cuello por treparse a unas sillas voladoras, ¡efectivamente voladoras! Incluso lo vi campeonar en la 4ª fuerza local), yo mismo a los 10 años era beisbolista, para el equipo Piratas hice mis primeros lances por el center field. Pero eso duró poco, a los doce años de edad ya había dejado los guantes, la pelota «spoldi» beisbolera, mis spikes, la franela de los Piratas; mi gorra pendía de un clavo en la pared de mi cuarto. Olvidé pronto cómo barrerme en 2ª, 3ª y home, pero no en 1ª, pues no se recomienda; adiós al bate, a las almohadillas, al diamante. Se trataba de chutar, esa sería la actividad futura; así es que aún con miedo a lo porros, salíamos mis hermanos y yo a cascarear, cada tarde, cada noche, hasta que pasadas las 12 llegaba la policía a reconvenirnos para que ya fuéramos a casa, que dejásemos descansar a los vecinos, quienes los habían llamado para poner orden, para ponernos en orden.

Nos aferramos al fut, y eso, te digo, me salvó, al menos me sacó del rollo deprimente de la falta de padres, de amigos, de viajes, de oportunidades, fue antídoto o refugio contra la autoestima baja de los años preadolescentes; el futbol fue la actividad que nos dio sentido de pertenencia a un barrio, a un equipo, al fut; y ya te imaginarás la chamacada flaca, prieta, briosa, de shorts largos, de camisetas disparejas, una perrada salvaje que sólo pensaba en meter goles, en armar las jugadas hasta lograr perforar las redes, imaginarias, enemigas, y morir si era preciso para nunca recibir gol en contra. Y no siempre fue así, perdimos muchas veces, sobre todo esa primera temporada que jugué en un equipo al que me invitaron mis vecinos (Lamborgini se lama el club, mucho nombre y poco fut), una campaña nefasta. La primera vez que fuimos mi hermano y yo, el equipo perdió 11 a cero, no nos sentimos tan mal porque no jugamos; pero en los siguientes sí; no ganamos nada, perdimos todo, con lujo de chafez caímos derrotados. No estoy seguro de que eso nos haya fortalecido a la larga; pero eso fue sólo el principio.

Seguí(mos) jugando, todo el tiempo lo hacíamos; en la secundaria era de esos cabrones que entran tarde después de los recesos, que llegan sudando, bufando, enardecidos porque vienen del juego; y entraba pensando en la cascarita no en la tarea; mi mente proyectaba por varios minutos las jugadas recién generadas en la cancha de barro: Ahí Homero con sus botines recién comprados en Naolinco, driblando súper, haciendo jugadas nuevas, ganándose un sitio en la vida, haciéndose respetar, dándose a desear; Homero tomando la pelota desde la defensa, esquivando uno, dos, tres jugadores, ¡cuatro!, y luego de dejar sembrados a los enemigos, ya parado frente el tembloroso portero con cara de perdido ante la imponente jugada de su adversario, ahí pues, a punto de firmar la gloria de ese día, resbalar porque los zapatos no tenían tapas; y a cambio de la gloria recibir la humillación, y para colmo, el chingadazo en la cabeza luego de caer como tabla sobre el cemento de la explanada central. Y las burlas, claro. Ese día se me fue el gol, como otras tantas veces las perdería.

Pero también fui campeón, y entonces mi orfandad, o el sentido de orfandad que llevaba por la vida, fue cambiando. El futbol me dio sentido de la sociedad, fue mi referente de pertenencia, una práctica identitaria: yo era del barrio tal (Netzahualcóyotl: y como tal, como coyote hambriento, luché en las canchas, a veces inteligente, a veces nomás por inercia, a veces con fuerza, a veces enfermo y a veces brillante), del equipo tal. El ser miembro de una sociedad me lo dio el fut; por eso me gusta el pambol, porque me veo en jugadores como Pelé, Maradona, Zidane, Ronaldo, todos jugadores de barrio, unos más inteligentes que otros, unos menos desordenados que otros, todos con hambre, con mucha hambre; unos de favelas brasileras, otros de barrios semiurbanos latinoamericanos, unos más hijos de emigrantes africanos a Europa. Todos con razones para luchar en la cancha, con el corazón que se divierte peleando una pelota, compitiendo. Claro, jamás alcancé las divisiones mayores (3ª división profesional nomás), pero los campeonatos obtenidos sabían como la Jules Rimet, como la copa del mundo.

Un abrazo hermano, un abrazo ajarochado, veracruzano, de la montaña y la lluvia, de hasta acá que no es lejos sino sólo hasta acá. Un abrazo grande, un abrazo azul cielo, de viento y de humedad, de verde bosque, cafetero, un abrazo para ti, carnal, con chanfle y al ángulo; ¡magistral chingao!

 

Homero A L

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