Francisco Gabriel Ruiz Sosa: Mi experiencia de Rusia 2018

Por Francisco Gabriel Ruiz Sosa

Estamos a poco tiempo de que termine un evento que acontece cada cuatro años, el Mundial de fútbol organizado por la FIFA. Como siempre es un acontecimiento muy esperado por los futboleros y hasta para los que no lo son tanto. El Mundial de Rusia 2018, en lo personal, me ha dejado nuevas y satisfactorias experiencias. Creo que la más importante es la experiencia histórica. Esa experiencia que recordaré siempre por un algo valioso. ¿Qué es ese algo? Son muchas cosas. Es una lástima para mí, no poseer una memoria ideática para recordar todo lo que aprecié de buen agrado en el Mundial. Pero guardaré con mucho cariño cada aprendizaje, cada anécdota, cada lectura, cada jugada que me haya marcado de por vida en un periodo tan breve y sin embargo tan emblemático.

De los aprendizajes, me llevo las sorpresas, los imprevistos. Los favoritos no lo fueron tanto. Pronosticar los partidos era una locura. Parece ser una regularidad de los mundiales sorprendernos con resultados inesperados. Desde el Maracanazo en 1950, pasando por el gol fantasma que coronó a Inglaterra en el 66, hasta escasas pero sorpresivas participaciones de Croacia en los mundiales en Francia 98 por un tercer lugar y una final con altas probabilidades de ganar la Copa del Mundo en Rusia 2018.

Francisco Gabriel Ruiz Sosa

Este Mundial abrió la oportunidad de acercarme más a la literatura sobre fútbol. La lectura fue mi compañía en este Mundial, no solo los partidos. Prácticamente, como Galeano, me encerré en mi casa y me desconecté del mundo para ver el Mundial y para leer sobre fútbol. Me acompañaron Balón dividido, de Juan Villoro, Pelota de papel: cuentos escritos por futbolistas, de varios autores, Las llaves del reino, de Eduardo Sacheri, El partido (del siglo) Argentina-Inglaterra 1986, de Andrés Burgo, y hasta apenas ayer, Cerrado por fútbol, de Eduardo Galeano. ¿Qué me dejaron las lecturas? Pasión. La escritura tiene el poder de revivir cada momento que parece irrepetible e inmejorable, y sin embargo la escritura los evoca. La piel se nos pone chinita una y otra vez cuando nos identificamos con el sentir del escritor, ya sea porque conocemos dicha experiencia relatada o, bien, porque es semejante a alguna de nuestras experiencias. ¿Quién no se emociona por el mítico relato, considerado música sacra en la religión maradoniana, de Víctor Hugo Morales? Ha sido motivo de citas interminables el gol del genio, hasta de libros enteros. Que ese partido del siglo dejó muchos mitos, cábalas y curiosidades es cierto. Que la jersey de Maradona vale 380.000 dólares, o que la foto en la que el puño de Maradona impacta con el balón para “robarle la cartera” a Shilton valga 4.000 dólares, son muestras de esas curiosidades que asignan un valor exorbitante a las cosas, que de no ser por el marco del Mundial y de su significado implícito en dicho evento implicaría solo un valor estrictamente simbólico y en cuyo caso en términos económicos el valor de una prenda y foto más, así como se exhiben en los aparadores o en cualquier centro fotográfico.

De jugadas me llevo el sombrerito de Neymar en San Petersburgo, y me llevo el buen fútbol de Bélgica que me enamoró, el corazón de Croacia y la elegancia de Francia; además de las jugadas, guardo en mi memoria los goles que más me impresionaron: por si la memoria me traiciona decidí alojarlas en mi Instagram para verlas un millar de veces. Me quedo con los goles de Mertens, de Xhaka, de Quaresma, de Januzaj, y, por supuesto, por el valor del gol y por lo que sentí en todo mi cuerpo, el de Mandžukić.

Estas particularidades hacen del Mundial el evento más importante para muchos que siguen de cerca y de lejos este deporte. El Mundial tiene la facultad de reunirlos a ambos. Aún en pleno siglo XXI tiene vigencia, porque apela al sentido de pertenencia en un contexto en el que gana más fuerza la carencia de tierra. Y es que el Mundial velis nolisnos sitúa como nación.

 

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