Migrantes en ruta… por dónde transita la ruta de la esperanza (*)

Mujeres migrantes en ruta. Foto: Moysés Zúñiga/Chiapas PARALELO

Mujeres migrantes en ruta. Foto: Moysés Zúñiga/Chiapas PARALELO

Por donde transita la ruta de la esperanza, por ahí caminan, se aferran, resisten, lloran, caen, y se levantan una y otra vez.

Cruzan la primer frontera, la del sur, la de la tierra caliente, tan parecida a la de la Patria que quedó atrás. Esa frontera es la que más duele en el corazón, cercano el recuerdo de la familia, de los hijos o la madre. Los sentimientos se mezclan con un sabor agridulce. La esperanza hace que los ojos se iluminen y el paso siga firme.

Un paso, el otro, el otro. Alineados y alineadas por las veredas, caminando de forma furtiva, mochila al hombro,  un poco de agua para calmar la sed, algunas monedas en el bolsillo, un número telefónico guardado celosamente, la incertidumbre.

30 kilómetros cada día, el sol calienta, no da respiro. Los pies empiezan a ampollarse. Pedir un raid, arriesgarse un poco. Con algo de suerte llegar al primer poblado sin incidentes, solo el cansancio.

En el camino la mujer migrante hace alianzas, con el primo, con el amigo, con el que se vea más fuerte. En esta tierra, en esta ruta, no cabe la debilidad, no caben las palabras, no hay leyes, cada kilómetro que se avanza implica un costo, y a veces, ese costo es perder el dominio del propio cuerpo, dejar que otros lo toquen, cerrar los ojos,  aferrarse al objetivo final.

De pronto, a lo lejos, se escucha un pitido agudo, el silbato del tren. El corazón se encoge con un poco de alegría. ¡Ya estamos cerca! ¡ya estamos cerca!

Un mapa lo desmiente, pero ahora, ese sonido que acompañará el resto del viaje, es una meta alcanzada, es un respiro, es tomar fuerza.

 

Los otros

Caminando con ellas y ellos, van los otros. Los que asechan, que miran, que calculan. Se mezclan entre los grupos migrantes mientras toman nota.  Llevan mentalmente las cuentas de una posible ganancia de la “mercancía humana”.

Cuando suben por primera vez al tren, algunos cuerpos ya llevan huellas, golpes, asaltos, mutilaciones. El camino es largo…

¡Bájate! ¿Cuánto traes? ¡Dame lo que tengas! ¡Ahora si los va a llevar la chingada! ¡Súbete al carro! ¡Métete! ¿Qué miras? Si tu familia no entrega el dinero, te mueres. Un golpe, otro. Una vejación, otra, otra, otra.

Los gritos, el miedo, salir, escapar, seguir. El cuerpo se encoge, las sonrisas se van congelando. La temperatura desciende. Un suéter, una cobija para cubrirse, un colchón tirado a la orilla de las vías del tren, una virgen colgada al cuello, una llamada telefónica, una fotografía escondida entre la ropa. Todo sirve para no caer, para no dar vuelta atrás.

La ruta también se va dibujando con otros y otras. Con clérigos, laicos, activistas, son hombres y mujeres, jóvenes y viejos que ofrecen un albergue, acompañamiento, un poco de alimento, un mapa que oriente, una palabra de aliento, una oración, un hombro para llorar las penas, para sacar la tristeza, para fortalecer la esperanza.

En este camino, todos y todas confluyen, converge, se encuentran.

Me siento sobre las vías del tren, escucho por enésima ocasión el sonido de la locomotora, el silbato tan agudo, me tapo los oídos. Me duele el cuerpo, me duele el alma. Estallo, lloro. Miro, observo, un padre abraza a su hijo ¡niños! ¿Porqué traen a los niños? ¿Porqué los suben al tren? ¿Acaso no se dan cuenta? ¡Claro! Allá con quién podrían quedar.

Al poco, los sentimientos se asientan, reposan.

 

Ya casi estoy del otro lado…

El norte, la frontera norte. La llegada. De nuevo la ilusión. Cierro los ojos, no quiero mirar atrás. Yo llegué, otros no. Otros y otras nunca llegarán, quedaron en el camino, acaso muertos, acaso atrapados.

Otros y otras sólo volverán al camino en la fotografía de sus madres. Madres centroamericanas buscan a sus hijas e hijos desaparecidos. Son cientos, son miles. ¿Has visto a mi hijo? Se llama Maynor, es como tu, así, muy joven. Es un buen muchacho, pero las pandillas lo buscaban, él quiere otro futuro… Rosa, mi hija se llama Rosa. Quería darle algo mejor a sus hijos, ahora yo cuido a sus hijos ¿La has visto? ¿Dónde?

Camino, camino, camino. Busco quien me cruce la otra frontera, la del norte. Saco las pocas monedas que me quedan, ofrezco, negocio. ¿Cruzar gratis? ¿Gratis? ¿Una mochila cargada de droga? ¿La llevo y ya? ¿Eso es todo? No, mejor no, mejor espero. ¿Sabes donde pueda encontrar trabajo? Yo puedo trabajar, a lo mejor mi familia me pueda mandar más dinero. Se lo voy a pagar. Ya debemos bastante al agiotista, vendimos mi tierra, pero voy a cruzar, voy a ganar muchos dólares. Voy a mandar dólares a mi familia, para que construya una casa, para que ponga un negocito. Ya estoy acá, ya casi estoy del otro lado…

(*) Este texto acompaña la exposición del fotoperiodista Moysés Zúñiga, que este 22 y 24 de octubre se presentará en la Universidad de Nueva York

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