Asimilando la violencia

Velada por Goyo. Foto: LadoB

Velada por Goyo. Foto: LadoB

 

Por Ernesto Gómez Pananá

Gregorio Jiménez es el más reciente y trágico, pero es realista suponer que no será el ultimo.

El país, como cualquier ente vivo que es, aunque no siempre para bien, cambia permanentemente y con él, cambian también, en este caso, nuestros umbrales de tolerancia. Probablemente nos indigna, probablemente nos preocupa, probablemente es algo que no aceptamos ni lo vemos razonable, pero el hecho es que nos estamos acostumbrando a vivir y a convivir con otro modelo de nota roja.

Recuerdo emblemáticamente el asesinato de Manuel Buendía en 1984. Recuerdo el asesinato de «El Pirulí» en 1987. Recuerdo a los célebre muertos del Rio Tula en 1982 y recuerdo la víspera del 2 de julio de 1988, los asesinatos de Ovando y Gil. Estos cuatro casos fueron, con sus matices cada unos, hechos-noticia y acontecimientos sociales que marcaron agenda mediática y agenda ciudadana.

Estos cuatro crímenes fueron nota en todos los medios de comunicación y motivo de plática en cafés y corrillos durante semanas o meses, pero fueron también, y esa es la diferencia central con sucesos de la actualidad, hechos aislados, singulares, atípicos que nos sorprendían justamente porque eran todos sucesos poco frecuentes a los que no estábamos habituados.

Hoy, y desde mediados de la década pasada, esta realidad se ha transformado abismalmente, y no hablo de la violencia en sí misma, sino de nuestra respuesta ante la misma.
Los marcos referenciales de entonces, los ochentas y los de hoy son francamente incomparables. Hoy nos encontramos en medio de una espiral que algunos han dado en llamar colombianización.
Hoy, la normalidad de la nota roja nos habla de secuestros por doquier, desde aquellos donde la exigencia es de millones de dólares, pasando por otros donde el botín no rebasa los cien mil pesos hasta esa tragicómica clasificación que solo en México podemos encontrar que incluye los secuestros exprés -de unas cuantas horas- y peor aún los secuestros virtuales, que son eso, solo una simulación pero que igual generan pánico y producen dividendos. Y en el colmo del surrealismo, el secuestro hasta de mascotas. Y nos hemos acostumbrado a vivir con ello.
Décadas atrás el asesinato de un mexicano era nota de primera plana. Hoy la nota puede ser que en la carretera al Ajusco levantaron a tres decenas de trabajadores, o que en una narcofosa -vaya que somos buenos para articular nuevas categorías-, aparecieron 50 osamentas. Y nos hemos acostumbrado a vivir con ello.
En mi personal opinión, la arista más preocupante de esta espiral de violencia no está en los hechos violentos en sí mismos, sino en cómo los hemos asimilado paulatinamente. Ese es ángulo mas profundo y preocupante.
 
¿Hasta dónde va a llegar y hasta dónde va a llevarnos esta espiral de violencia? ¿Dónde se va a detener y cómo? ¿Qué tanto es responsabilidad y tarea de los gobernantes? ¿Qué tanto es responsabilidad y tarea de la ciudadanía? El futuro nos alcanza. Y se nos hace tarde. Urge establecer límites de tolerancia emocional ante esta nueva realidad.

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