Ojalá no sea posible

Casa de citas/156

 

El inglés Sam Mendes (1965) ya había triunfado en el teatro cuando dio el campanazo en el cine, en 1999, con la muy buena cinta Belleza americana (American Beauty); me pareció, como a muchos, que había que esperar más y mejor de él. Vi luego Camino a la perdición (Road to Perdition, 2002), que ya no me dejó tan satisfecho y luego una película que me pareció bastante plana, casi banal, mediocre: Soldado anónimo (Jarhead, 2005), en la que vi por primera vez al actor Jake Gyllenhaal.

Mendes hizo después una cinta más o menos buena (Revolutionary Road  o Sólo un sueño, en español, 2008) con DiCaprio y la solvente actriz Kate Winslet (que esos tiempos era su mujer) y dirigió la más reciente, hasta ahora, de James Bond, Skyfall (2012). Ya no le tengo mucha fe.

Gyllenhaal hizo un dueto actoral muy polémico con Heath Ledger en El secreto de la montaña (Brockeback Montain, 2004), dirigidos por el talentosísimo Ang Lee, de quien trato de no perderme ninguna peli. En Zodiaco (Zodiac, 2007) Gyllenhaal interpretó a un detective que persigue al asesino cuyo apodo da nombre al filme y aquí me pareció que este hombre tenía pocas caras que mostrar, que fuera de una buena hechura formal (pone la carota nomás, como dice Hugo Hiriart acerca de la actuación) lo suyo era la pasividad interna y externa. Estuvo después en la bastante lograda El sospechoso (Rendition, 2007), del sudafricano Gavin Hood, pero en Jake no vi algo extraordinario.

Fui con las reservas del caso a ver la primera película en Hollywood del director canadiense Denis Villeneuve, quien ya me había deslumbrado con La mujer que cantaba (Incendies, 2010). Una maravilla.

[Ya se sabe que grandes talentos extranjeros, cuando son absorbidos por la industria hollywoodense pueden volverse basura. El caso que yo recuerdo de hace no tanto es el del director alemán Florian Henckel von Donnersmarck, quien después de filmar en su país la espléndida La vida de los otros (Das Leben der Anderen, 2006), dirigió la pésima y estúpida El turista (The Tourist, con Angelina Jolie y Johnny Deep), en 2010.]

En fin, que aquí estaba Villeneuve con su Intriga (Prisoners, 2013), y con Gyllenjaal en el protagónico. La película me parece excelente, sin reservas (un thriller sin final gratuito, sin obviedades, bien tramado, bien resuelto), pero de nuevo sentí que este actor me quedaba a deber.

Hace unos días, en uno de los canales de cine y por azar me hallé de nuevo una cinta con Gyllenjaal. La caché justo cuando iba a empezar y decidí darle unos minutos de gracia. Me atrapó. Qué buena cinta y qué gran actuación. El filme se llama El código (Source Code, 2011) y la dirige Duncan Jones (hijo por cierto del mítico David Bowie). Y sí, Jake Gyllenjaal me ha convencido de su talento. Ya me imagino lo preocupado que lo tenía mi opinión.

 

***

 

Obra del pintor chiapaneco Manuel Velázquez

Obra del pintor chiapaneco Manuel Velázquez

Lo contrario me pasó con Jennifer Lawrence.

The Burning Plain (2008) llamó en inglés Guillermo Arriaga a su primera incursión como director de cine —Fuego la llamaron en español, pues la traducción literal, según mi inglés secretarial, hubiera sido El llano en llamas—; antes fue fundamentalmente guionista (hizo también otros guiones, escribió libros) de Alejandro González Iñárritu: Amores Perros (2000), 21 gramos (2003) y Babel (2006).

Con su separación profesional, pleito incluido, era normal cierto morbo en ver qué hacía Arriaga como director. Fuego no me parece una gran película y el estilo de Arriaga como guionista muestra cierta monotonía en el tratamiento (el entrecruzamiento de historias ya parece una fórmula sin tanta gracia como al principio), pero funciona aún. Y allí aparece una niña con un talento muy evidente: Jennifer Lawrence. El propio Arriaga dijo que uno de los méritos de su cinta, por el que podría ser recordada, era haber puesto en pantalla a Lawrence.

Otra película donde uno ve que en ella no sólo hay una técnica, sino un toque genial es Invierno profundo (Winter’s Bone, 2010, dirigida por Debra Granik), una actuación magistral para una muchacha de 17 años.

Aunque su trabajo más difundido es como protagonista de la saga Los juegos del hambre (lleva dos entregas), con David O. Rusell ha alcanzado altos rangos de interpretación en Juegos del destino (Silver Linings Playbook, 2012) y más recientemente con Escándalo americano (American Hustle, 2013).

A mí esta mujer me tiene subyugado, a sus pies. Veré todo cuanto haga. Me parece una actriz fuera de los parámetros, súper dotada, extraordinaria.

 

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Por una charla que di, releí con mucho gusto La muerte y la muerte de Quincas Berro Dagua, la breve y espléndida novela de Jorge Amado (1912-2001), que cuenta la doble vida de Joaquim (de ahí lo de Quincas), quien en una de sus existencias era un borrachín que al probar por accidente un trago de agua dio un grito espeluznante.

Redescubrir la hipnótica escritura de este gran autor brasileño, a quien tanto he leído, me hizo buscar una nueva novela para gozar de su sabrosa escritura, que más que escritura parece —y eso sólo lo puede hacer la técnica y el talento— una conversación amena a la orilla del mar. Ya es un lugar común decir que si el paraíso masculino existe allí nos estarán esperando las mujeres que inventó este hombre, a quien se ha llamado simpáticamente “el blanco más negro de Bahía”.

Me encontré Mar muerto (Editorial Losada, 1991) que es, en resumen, el nacimiento, la vida (varias mujeres, el mar) de Guma, dueño en forma sucesiva de dos barcos y enamorado del misterio marino y de Livia, la mujer que a la muerte de Guma se entrega al trabajo de mar y a enseñar a su hijo que allí en esas olas vive aún el hombre que ella amó, su padre.

En sus palabras iniciales Amado dice (p. 7): “Difícilmente un hombre de tierra entiende del corazón de la gente del mar. Aunque ame esas historias y esas canciones y vaya a las fiestas de Janaina (uno de los nombres femeninos del mar, la nota es mía), aún así no conoce todos los secretos del mar. Porque el mar es tan misterioso que ni los viejos marineros lo entienden”.

La novela es dulce y triste, con alusiones constantes al hombre como barco, a la mujer como ola (p. 99): “Dicen que el hombre cuando anda metido con una mujer, es  hombre a pique”.

 

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¿Qué comen aquí los niños?, pregunto,

ya después a solas con mi amigo el muchacho.

Odio, responde él.

Gonçalo MTavares

 

Ya he hablado en una columna anterior de Gonçalo M. Tavares, de quien la editorial Almadía (¡Gracias!) ha publicado en español hasta el momento seis libros. El que más recientemente he leído se llama Canciones mexicanas (2013), con un diseño creativo, maravilloso de Alejandro Magallanes.

            Sin preocuparse por los géneros, en este libro Tavares habla de nuestro país, a raíz de una de sus visitas (Pp. 7-8): “El caminar es el que salva, pero este exceso de movimiento en el mismo sitio, este baile que salva, sólo existe en México; si paras te doy un tiro, me dicen, y yo agradezco esta forma de enseñarme a bailar”.

Insiste en la misma experiencia (p. 20): “Estoy aquí en las calles del centro de la Ciudad de México y aquí todo es gente, no hay calle, no se ve el suelo, si miras hacia abajo te empujan, si miras hacia arriba te empujan; estás en México, querido, aquí hay veinte millones de personas, ochenta personas a tu alrededor, ¿qué quieres hacer?, ¿bailar?”

            En “El caballo” cuenta la historia de un sacerdote que (p. 23) “se cortó el cuello en medio de la plaza central, antes de gritar Te amo, Cristo. O no, al final gritó: Te amo, Ricardo. Así fue”. Lo salvan y lo intenta otra vez y grita: “¡Viva México! ¡Vivan los pobres!” Para el tercer intento lo contrata una tienda porque (p. 24) “cuando el cura trataba de suicidarse se juntaba una multitud, entonces hicieron eso, y se cuenta que le dieron mil pesos, sólo mil pesos para que él gritara antes de cortarse el cuello, ¡Viva la Tienda de los Insurrectos!, y se suicidó después sin decir una palabra más, ni Dios ni Jesús ni nada”.

En “Los bellos nombres de las casas” cuenta sobre los hombres de la ley (p. 70): “Hay incluso policías que no se limitan a dibujar los contornos de los muertos, también hacen dibujos al lado, dibujos de casas, de ángeles, de diablos, de una gran casa ardiendo, en fin, sí son artistas, los policías”.

Y en “Eso es imposible” habla de algo que, de veras, ojalá sea imposible; de un espectáculo salvaje en el que la entrada cuesta dos mil pesos y la pregunta que permite el ingreso es ¿tú conoces la maldad? Sí, debe responder quien quiera entrar. Y Maldad es el nombre con el que se conoce a la vieja que promueve esto. Los espectadores (Pp. 87-88) “entran en una casa privada, que parece minúscula y sin salida, pero que de repente atrás tiene un enorme patio, en el que se juntan docenas y docenas de hombres, sólo hombres, y lo que hay allí no son dos gallos sino dos niñas de siete y doce años, que van a pelear, y si piensan que la niña de siete va a perder están muy equivocados porque ella es la campeona y está allí porque ha vencido a muchas […] y a veces alguien muere, y si alguien habla de lo que ha visto u oído o de lo que pagó o recibió lo matarán como se mata a las gallinas”.

Contactos: hectorcortesm@hotmail.com

Un comentario en “Ojalá no sea posible”

  1. baltazar zanabria sol
    19 febrero, 2014 at 11:22 #

    Gyllenhaal tiene una película de culto llamada «Donnie Darko», la cual sin ser la obra maestra, atrapa a primera vista, aunque ya no se sostiene en la segunda revisión, en cuanto a Jennifer Lawrence, salvo «Winter´s bone», siento que esta sobrevaluada, salir de histérica en cada película es cansino, Aun así es una chica con mas talento que cien actores de televisa, que hacen siempre los mismos bodrios – guardando las respectivas distancias- y que nunca se cambian, ni el peinado. Saludos.

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