Oscar Arnulfo Romero: “Nuestro Monseñor”

Romero

 

“En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión”.

Estas palabras fueron las frases finales de la homilía pronunciada por el Arzobispo de San Salvador, Oscar Arnulfo Romero y Galdámez un día antes de su asesinato.

Su fallecimiento ocurrió a las seis de la tarde con quince minutos de un lunes 24 de marzo de hace 34 años, cuando al término de su sermón, se dirige al centro del altar, eleva los brazos levantando el cáliz; y es en ese momento que un francotirador dispara la bala que le atraviesa el corazón.

El asesino huye tranquilamente, porque según los testimonios posteriores, un coche color rojo lo espera a la salida de la capilla del hospital de La Divina Providencia en la colonia Miramonte de la capital Salvadoreña; además un cómplice del asesino hace dos disparos al aire provocando la confusión entre la feligresía.

Su funeral, ocurrido seis días después de su muerte ha sido una de las más grandes concentraciones populares de todos los tiempos en El Salvador y posiblemente de América Latina; las cifras más conservadoras hablan de entre 60 y 70 mil, otros de 120 mil y algunos dicen que 250 mil almas concentradas alrededor de la catedral.

Ernesto Corripio Ahumada, representante de Juan Pablo II visiblemente consternado exclamaba que la sangre de Romero “dará fruto a la fraternidad, el amor y la paz”. El Arzobispo Primado de México, acusado de salir precipitadamente de San Salvador ese día, declaró muchos años después que su tesoro más valioso era haber conservado un trozo de la casulla ensangrentada de Monseñor Romero.

El funeral de Monseñor Romero fue bastante accidentado porque estallaron bombas de humo y hubo disparos en las calles aledañas a la catedral de San Salvador, por lo que se contabilizaron entre 30 y 50 víctimas mortales, sobre todo por la estampida provocada por la confusión; sin embargo, el grueso de la feligresía soportó el hostigamiento y despidió a Monseñor Romero.

Monseñor Romero fue asesinado a pocos días de haber cumplido tres años como arzobispo de San Salvador. Pero a pesar del poco tiempo en esa responsabilidad ya era una leyenda en todo El Salvador. Prácticamente era el único defensor -de manera abierta- de los derechos humanos en su país que estaba al borde la guerra civil y era un personaje muy popular entre los trabajadores, los estudiantes y las clases populares.

Consiente de su papel, en su última entrevista concedida a la prensa escrita afirmó: “A mí me podrán matar, pero ya es imposible hacer callar la voz de la Justicia”.

Su voz en defensa de los derechos humanos era escuchada cada domingo en la Catedral de San Salvador y en emisiones radiales que reproducían el sermón semanal y un discurso de una hora para que llegara todos los rincones de El Salvador. Esta emisión llegó a convertirse en la principal fuente de información sobre lo que verdaderamente ocurría en un país cuya población sufría desapariciones diarias, torturas, asesinatos y despojos.

También, el semanario editado por la diócesis documentaba semanalmente los casos de tortura, las represiones y las desapariciones provocadas por la violencia del estado Salvadoreño.

El consenso al poco tiempo de la muerte de Romero, fue que los escuadrones de la muerte creados por el ex mayor Roberto D’Aubuisson  fueron los responsables de la ejecución. Veinte años más tarde se supo que el brazo ejecutor fue el Capitán de la fuerza aérea Álvaro Rafael Saravia, declarado culpable en un juicio en ausencia.

A treinta años del asesinato el presidente Mauricio Funes ofreció la disculpa oficial del Estado a la familia de Monseñor Romero y a los representantes de la Iglesia Católica Funes dijo en esa ocasión que los implicados en el asesinato «lamentablemente actuaron con la protección, colaboración o participación de agentes estatales»

En su 34 aniversario, el gobierno federal decretó que el Aeropuerto Internacional de San Salvador se llame desde ahora “Oscar Arnulfo Romero”. Pero lo principal es que miles de Salvadoreños en su país e incluso en el exilio siguen recordándolo como la voz de los más pobres.

Su muerte significó la perdida de esa voz y el inicio de los abusos y la violencia orquestada por la oligarquía salvadoreña. La larga noche de la guerra civil terminó y aquellos que defienden a los desposeídos son los que quedan en la memoria colectiva; los que abusan son recordados también pero nunca perdonados.

La tolerancia, el respeto a la diversidad, los derechos humanos, la ciudadanía responsable son parte de la herencia de quienes ofrendaron su vida por las ideas más nobles de la humanidad.

La terca memoria no te olvida Monseñor.

Audio homilía de Romero del 23 de marzo de 1980

http://bit.ly/1hWXPEq

 

Ser estudiante y oír a Alí Primera y “Los Guaraguao” era motivo de cárcel en El Salvador de la guerra civil

http://bit.ly/1nZmAHu

 

Homenaje de Rubén Blades

“El Padre Antonio y el Monaguillo Andrés”

http://bit.ly/1p3lisa

 

Twitter: @GerardoCoutino

Correo: geracouti@hotmail.com

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  1. De la locura a la esperanza | Chiapasparalelo - 24 marzo, 2015

    […] 24 de marzo de 1980 Monseñor Óscar Arnulfo Romero fue asesinado por un francotirador mientras celebraba una misa, justo momentos antes de del ritual […]

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