Definición de Jaime

Hombre sentado con pipa. Pablo Picasso

Hombre sentado con pipa. Pablo Picasso

 

Puede ser el nombre de cualquier mortal. Conocí un Jaime que era cantinero. Cuando, con la banda íbamos a tomar cerveza, Jorge levantaba la mano y lo llamaba: “Jimmy”, el tal Jimmy se sentía soñado, porque los nombres envueltos en papel celofán toman otra categoría.

En Chiapas el nombre de Jaime es común, pero acá toma otra dimensión, porque si alguien dice: “Me gusta Jaime”, el otro sabe que este Jaime es Jaime Sabines, de quien dicen es poeta mayor. Decir “me gusta Jaime” es decir “me gusta su poesía”; es un poco como decir “me gusta Dalí”.

Jaime, en Chiapas, es mil objetos y mil sueños. Puede, incluso, ser Yuria. No hay, qué pena, otro Jaime más famoso. Los otros pueden apellidarse Valls, Gómez, Ramírez, Velasco o Escapulario, pero no llegarán al estrado al que llegó el Jaime único. Y eso que sólo fue un sencillo poeta. ¡Es increíble que en un estado tan lleno de miseria un hombre que abraza la palabra sea el más famoso! ¿Será que ante la carencia de piedras que fortalezcan los cimientos, los chiapanecos optan por pepenar papalotes? Y digo que sólo fue un poeta, porque de lo otro ni quién se acuerde. ¿Quién se acuerda que fue diputado? ¿A poco hay algún Jaime diputado que pueda superar la luz de Jaime?

Podríamos buscar el significado del nombre Jaime, a pesar de saber que esos significados contradicen en mucho la realidad real. Dicen que su origen es hebreo y que es el segundo de dos gemelos (¡ya, ya, con razón, el primer gemelo se llamó Juan, Juan I!). Por esto, al principio, nuestro Jaime río fue apenas hilo de agua al cobijo de esa represa sin contención llamada Juan, pero, por fortuna, un día Jaime hoja de hierbabuena halló la palabra y su rodilla no tuvo que inclinarse ante rey alguno (aunque algunos pesados dicen que su hermano Jorge era el verdadero poeta. ¡Habladora que es la gente!).

Hubo un tiempo en que muchas paredes se llenaron de versos de Jaime. Esos versos eran como arañas con las patas torcidas. Y digo esto porque los rotulistas (abuelos de los grafiteros) no tuvieron cuidado con la ortografía y llenaron de lodo la palabra de Jaime. Fue una buena acción mal ejecutada. Fue una acción que no hizo algún bien al poeta ni al peatón. Los niños y niñas que leyeron esos versos únicamente se llevaron palabras escritas con errores. En un kínder de mi pueblo se llegó al exceso de escribir un fragmento de un poema erótico de Jaime. No puedo imaginar la cara de la mamá cuando su criaturita le preguntó “mami, ¿qué es sexo ahíto?”.

De Jaime sabemos que fue un poeta sencillo que llenó el Palacio de Bellas Artes; por esto, en Chiapas, a Jaime se le define como una tierra fértil que cobija la pasión de los amantes. Jaime significa cama, almohada, cigarro, trago y avenida de río sin nombre.

En Chiapas, a los choferes de la ADO y a los cantineros podemos llamarlos Jimmy, pero a Jaime, el árbol mayor, lo llamamos por su nombre, sin necesidad de cubrirlo con impermeable, sin necesidad de construir puentes levadizos. Sabemos que para llegar a Jaime basta un cayuco o un simple puente de tablas y lazos.

Esa proliferación de bardas con versos del poeta hizo que mucha gente lo terminara vomitando. El exceso, en la bebida, es dañino. Uno debe beber a Jaime como se bebe el pozol a la una, como se bebe el aire en Comitán después de una tarde con lluvia. Uno debe beber a Jaime sin taza y sin aromas de tzizim. Uno lo debe beber como si fuese un libro con hojas de buganvilia. Jaime es un pozo; Jaime es la luz. A pesar de sus incorrecciones sintácticas, Jaime es un arco iris donde el lector halla el manantial. Jaime es el aire, el aire que corre por el pasillo de la vida; un trompo que –tepereta- da vueltas y vueltas alrededor del tiempo que es como una rueda de la fortuna, como una rueda de caballitos, como un sube y baja. Jaime, en Chiapas, es Jaime. No hay más. ¡Ah, cuánto daño ha hecho a todos los poetastros que lo imitan porque quieren ser Jaime! No saben, pobres, que en Chiapas sólo hay un Jaime. Todos esos aprendices deberían llamarse Pablo o Rogerio o Emaús o Protágoras. ¿Jaime? ¡Sólo Jaime!

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