Esta entrada es una respuesta a La cultura libre vive, la lucha sigue de SurSiendo, que han tenido la amabilidad de comenzar a dialogar con las ideas planteadas en este blog, en concreto con lo expuesto en La muerte de la cultura libre (no necesitamos licencias, necesitamos sindicatos).
La cultura ha sufrido periódicamente de enormes convulsiones generadas por los cambios políticos. Remóntandonos al siglo XX, Walter Benjamin escribió en 1936 La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, cuatro años antes de suicidarse en Port Bou cuando huía de los nazis:
La distinción entre autor y público está por tanto a punto de perder su carácter sistemático. Se convierte en funcional y discurre de distinta manera en distintas circunstancias. El lector está siempre dispuesto a pasar a ser un escritor. […] La reproductibilidad técnica de la obra artística modifica la relación de la masa para con el arte.
Por tanto, el cuestionamiento de la distinción entre autor y público, retomado posteriormente por Rolan Barthes y Michel Foucault al plantear la muerte del autor, es algo vinculado (por lo menos para Benjamin) a la aparición de nuevas tecnologías y a la instrumentalización del arte como herramienta política, mucho antes de la aparición de internet.
No hay que sentir especial pena por la muerte de los autores, ya que no han sido los únicos en morir. Marshall McLuhan vaticinó en La galaxia Gutenberg (1962) que el libro moriría en torno a 1980 debido a la televisión. Y es célebre una frase de Woody Allen, donde éste resume magistralmente el pensamiento occidental del siglo XX: “Dios ha muerto, Marx ha muerto y yo mismo no me encuentro muy bien ultimamente”.
Hablábamos en estas páginas de la muerte de la cultura libre ya que, a día de hoy, no hay autores de éxito relacionados con las licencias libres, ni organizaciones o colectivos (de cualquier tipo) que asesoren y defiendan los derechos de los creadores que quisieran utilizar Creatives Commons. En este escenario, después de más de diez años de cultura libre creo que podemos afirmar que la cultura libre está al menos tan muerta como el autor. En SurSiendo afirman:
La cultura libre trasciende fronteras, como bien saben también los pueblos indígenas o los hackers, trasciende generaciones, géneros, etnias, sexos; y vive en este momento de crisis social, política, ecológica, y de paradigmas. El viejo mundo está muriendo, otro está naciendo y ponemos sobre la mesa que la cultura libre está muy viva, quizás quien esté muriendo es el concepto de autor y muchas instituciones modernas. Sin volver al pasado pre-moderno, sí necesitamos re-aprender cómo hacían los pueblos originarios, las colectivizaciones, las comunas, las relaciones con las demás personas y el entorno, sumando todo lo que hemos aprendido y descubierto en los últimos tres siglos. Es un gran salto adelante, necesario para humanizarnos de nuevo, salirnos de las lógicas privatizadoras. Y porque sabemos que la cultura se defiende compartiendo.
Estamos de acuerdo totalmente con Siva Vaidhyanathan: podemos estar unas cuantas décadas más debatiendo sobre la muerte del autor, pero eso no nos va a clarificar nada sobre la aparición y dominio absoluto de intermediarios ya ineludibles como Google, Amazon o iTunes. Y además hay que recordar que licencias y productos culturales que superaran el ubicuo “todos los derechos reservados” ya se han usado muchas veces: ya lo hicieron el Arcipreste de Hita, Karl Marx, Leon Tolstoi, Mahatma Gandhi, Woody Guhtrie, los Situacionistas, los Yippies… sin conseguir ningún cambio en las industrias culturales.
La alusión a los pueblos originarios por parte de SurSiendo nos ha recordado una externalidad negativa de la cultura libre que normalmente se pasa por alto: el colonialismo cultural. En ¿Hackear un país? ¿Hackear una cultura? Un acercamiento crítico a proyectos intervencionistas de arte y cultura libre en América Latina Rosa Apablaza Valenzuela plantea que:
Desde que se extiende el concepto de subjetividad y esa aparente solidaridad transnacional entre activistas, pareciera estar fuera de lugar hablar de occidente, pero para muchos de nosotros, los latinoamericanos, occidente sigue siendo occidente. Quiero decir, que en las comunidades ancestrales los bienes siempre fueron comunes. Marx, había llamado a este fenómeno “comunismo primitivo”. Mucho después se inventó el concepto de procomún. Y mucho, mucho antes, nuestros pueblos originarios habían acuñado la experiencia del SUMAK KAWSAY, que en rigor significa “buen vivir”. Luego, vino la conceptualización del “buen compartir”, “el buen conocer” y todas las interpretaciones que se hayan hecho y se podrán hacer de nuestra cosmovisión.
Hasta ahí todo bien, el problema es cuando comienza el colonialismo cultural o “cognitivo”, en base a conceptos que se manejan desde hace siglos en el pais de destino y que se reinventan para la ocasión:
En 2013 se creó en Ecuador, por parte de un grupo de “expertos” europeos, el proyecto FLOK Society que ha tomado como base para el marco conceptual de su planteamiento estos conceptos. Curioso, ¿no?: Como se explica en el Cook Report sobre Flok “En septiembre del 2013 el “gobierno” ecuatoriano encargó a Michel Bauwens y a un grupo de investigadores de la Fundación P2P que fueran a Ecuador. Ellos debían diseñar un proceso para proponer a los políticos y ciudadanos ecuatorianos que, si fuera adoptado podría cambiar fundamentalmente la organización de la economía del país […] para permitir que los ciudadanos de Ecuador tengan vidas más decentes y en plenitud […] crear una sociedad del conocimiento, nacional, abierta, y basada en el pro-común.” […] Consideramos que el proyecto Flok tiene muy buenas intenciones. ¿Entonces, qué sería lo perturbador de todo esto? La razón es sencilla: no es el primer proyecto que vincula arte, ciencia, tecnología y procomún que ingresa a nuestro continente que está coordinado por activistas europeos. Por lo cual, esto empieza a oler a un concepto clave que me dijo una amiga: “colonialismo cognitivo”.
La cultura libre en EEUU y Europa tiene más que sospechosas coincidencias con la agenda neoliberal: fervor por las desregulaciones, fe ciega en la autorregulación de los mercados y pasión por la iniciativa privada. Y, en el caso de participar en proyectos estatales como FLOK Society, se practica en nombre de la cultura libre o su primo-hermano conceptual el procomún un colonialismo cultural y tecnológico igual de absurdo que la infausta campaña One Laptop per Child.
Los autores no han muerto y la cultura libre en realidad tampoco. El reto es si se van a convertir en zombis, personajes de The Walking Dead, en el seno de un escenario de mercantilización total de la cultura, o bien van a asumir por fin la dimensión política de la actividad cultural y creativa. La cultura libre no está fuera del capitalismo, si no todo lo contrario. La Ideología Californiana nos recuerda que el idilio entre capitalismo y cultura libre es duradero y apasionado. Fue un flechazo, un amor a primera vista que a día de hoy goza de muy buena salud. Pero la cultura libre no debe ser cultura libre para el capitalismo.
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