Erosión de una idea, La Independencia de México

Acta de independencia del Imperio Mexicano, 28 de septiembre, 1821

Acta de independencia del Imperio Mexicano, 28 de septiembre, 1821

Por Wilphen Vázquez Ruiz/El Presente del Pasado

Resulta imposible no referirse al significado que tienen las fechas patrias debido al concepto de independencia y soberanía implícito en ellas. Para 1810-1821, y en forma por demás simplista, la independencia significaba principalmente la autonomía política y económica con respecto a la metrópoli española, lo que sin duda se obtuvo. No obstante, los anhelos independentistas también contemplaban, en mayor o menor medida, el surgimiento de vínculos que hermanaran, o acercaran al menos, a los habitantes del joven país.

 

De todos es sabido que las distintas facciones en pugna —cada una con un proyecto que pretendía ideales muy elevados— no serían capaces de llegar a un acuerdo. Antes bien, las enormes diferencias dieron lugar a una guerra civil que prácticamente se mantuvo sumando y restando adversarios hasta el triunfo del bando liberal encabezado por Benito Juárez. Los costos de esa desunión se reflejaron en la secesión de Texas, la guerra con Estados Unidos y la intervención francesa. De cualquier forma, el triunfo liberal de 1867 dio pie a un reconocimiento tácito de las potencias europeas del momento, así como de los Estados Unidos, en cuanto a que el nuestro era un país independiente y soberano.

 

A pesar del triunfo liberal que cristalizó en la restauración de la república, el devenir de la aún joven nación no estuvo exenta de contradicciones, mismas que Edmundo O’Gorman señala en México: El trauma de su historia (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1977) y que se agudizarían durante el régimen de Porfirio Díaz. Al término del conflicto armado iniciado en 1910 se estableció un sistema político que otorgó al país, no sin tropiezos ni levantamientos, la estabilidad suficiente para iniciar una serie de transformaciones encaminadas a volver de éste, ahora sí, una nación moderna —en el sentido que de ello se tenía en las primeras décadas del siglo XX— e indudablemente independiente aunque en la realidad no lo fuera del todo. Baste mencionar la incapacidad que los caudillos revolucionarios tuvieron por llevar a la práctica los preceptos constitucionales que señalaban al subsuelo y los distintos tipos de riqueza que éste poseía, como propiedad de la nación, lo que en términos reales limitaba el ejercicio de una condición soberana.

 

Sin desconocer las limitantes que tuvo en su momento, la expropiación petrolera decretada por Lázaro Cárdenas en 1938 y la defensa que hiciera de varios aspectos de la misma en los sexenios siguientes pueden ser consideradas como el último bastión o hito que tuvo una idea de soberanía fincada en la apropiación y defensa de los recursos naturales, específicamente el petróleo, y que aún con errores permitió un desarrollo significativo para el país en materia industrial, económica y política, a la cual en este momento y después de un largo camino se le ha dado la espalda.

 

La teoría de la historia nos permite reconocer los cambios que se presentan en la comprensión del pensamiento histórico en diversas épocas, teniéndolos como herramientas con las cuales podemos asir la idea que el ser humano ha tenido de sí mismo y de su lugar en el universo y en la sociedad. Conforme los conceptos cambian, las preguntas sobre el pasado y la relación de éste con el presente también lo hacen.

 

¿Es México un país que corre el riesgo de alguna intervención militar o la imposición de algún tipo de protectorado económico? La respuesta es tan obvia que la pregunta puede parecer absurda; no obstante, si a partir de la teoría de la historia nos detenemos a considerar el significado de independencia que se tenía en el siglo XIX y parte del siglo XX, que no guarda una relación plena con la situación actual, las interrogantes sobre la soberanía nacional pueden ser pertinentes. Siendo así, ¿qué tan independiente podemos considerar a nuestro país cuando la mayor parte de los alimentos que consume son importados, cuando en materia científica y tecnológica la inmensa mayoría de los insumos para la investigación también lo son, cuando el número de patentes registradas a nivel nacional es irrisorio frente al que registran tan sólo Estados Unidos y Canadá, cuando la política exterior de las últimas décadas hacia Latinoamérica está condicionada en buena medida por la relación que guardamos con la unión americana? ¿Y qué hay de las políticas de seguridad interna, control de precios, salarios, mercado interno, etcétera, etcétera, que terminan por ajustarse a los dictados de la macroeconomía global? El ejemplo de la producción y compra de gasolinas es paradigmático en ese sentido.

 

¿Qué tan independientes podemos sentirnos como ciudadanos en tanto que, a pesar de los avances que se llegaron a generar, hace décadas que dependemos de camarillas y partidos políticos alejados del tejido social, cuando seguimos dependiendo de un caudillo en turno que, al margen de sus intenciones y cualidades, parece ser la única figura capaz de sacudir nuestro letargo? ¿Qué expectativas tenemos cuando el estado ha renunciado al control de la renta petrolera?

 

Por supuesto, en tanto conocimiento científico, la historia nos recuerda que las utopías tan sólo son eso, utopías, y que sería bisoño pensar a México como una economía y sociedad aisladas. Sin embargo, también nos recuerda nuestra obligación de revisar tanto el pasado como la situación presente de manera crítica, lógica y analítica, a fin de poder contribuir a la resolución de los problemas actuales ante una independencia y una soberanía muy cuestionables. El momento es clave, y lo estamos dejando pasar.

Sin comentarios aún.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Comparta su opinión. Su correo no será público y será protegido deacuerdo a nuestras políticas de privacidad.