Y las expresiones lingüísticas ¿Se exhiben en museos?

Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.
Jorge Luis Borges

 

No a la cultura como negocio, pinta en Palacio Municipal de San Cristóbal. Foto: Anahid O. Egremy

No a la cultura como negocio, pinta en Palacio Municipal de San Cristóbal. Foto: Anahid O. Egremy



En los últimos días se ha desatado una feroz polémica sobre el uso de un espacio que históricamente ha resguardado los poderes en San Cristóbal de Las Casas. ¿Convertirlo o no en museo? y pensaba en aquel patrimonio intangible que se guarda en las expresiones que nos configuran como los que somos.

Me refiero al habla, como una de las manifestaciones más fieles de nuestra historia y nuestra cultura. Nos da identidad —en mayor o menor medida— nos unifica como miembros de una comunidad ligada por un pasado común. Nadie escapa a esta etiqueta, conscientes o no, la llevamos inherente a nuestra existencia. Nos permite representar y representarnos, le da nombre a aquello que nuestros sentidos perciben y al nombrar nos significa.

En nuestras expresiones podemos escudriñar nuestro pasado mediato, son pistas que nos dejan saber que caminamos pasos sobre las huellas de otros.

La pronunciación de algunos fonemas, la entonación de la voz, el timbre son elementos que hermanan en una otredad que hace únicos a sus hablantes. No es casual encontrar en esta región de América latina, variantes del castellano -voces singulares- que nos traen sabor a viejo, a tradición y pasado.

Escuchar a las coletas mayores decir: sentate, tomalo, comelo, míralo, velo… (Acentuando la penúltima sílaba) o bien vos vení, salí… puede ser motivo, en principio, de cierta ruptura con aquello que el oído reconoce como válido. Más tarde empieza una especie de ajuste, que lleva al respeto, a la comprensión y al aprecio. Empieza a servir de espejo para darnos cuenta que como fuereños tenemos lo propio, nuestra propia herencia.

El vos que se ha perdido en España y que sólo se emplea en literatura, cuando se plasma el lenguaje de épocas pasadas, expresiones hechas o textos religiosos o jurídicos pervive en el estado de Chiapas y ha sobrevivido una forma modificada del vosotros en países latinoamericanos como Argentina, Uruguay, el estado Zulia en Venezuela, la Región Paisa, en Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, algunas regiones de Panamá y varias provincias del departamento del Valle del Cauca en Colombia.

Para llegar al aprecio es necesario conocer, no se quiere aquello que no se conoce… y se empieza con una búsqueda de sentido en lo que en principio parece una “incorrecta” manera de expresar. Al buscar regularidades en esas expresiones nos damos cuenta que todas ellas son verbos conjugados en segunda persona. Son órdenes; que cargan consigo un imperativo, un mandato: sentadte, tomadlo, comedlo, miradlo… venid, salid, etc. Venidas de una herencia colonial que dan cuenta, de la procedencia de los conquistadores de esta región de América.

Por otra parte, el uso de un doble adjetivo (numeral y posesivo) usado por hablantes coletos de todas las edades, como ejemplo ¿Querés una tu tacita de café?, acá vive un mi tío, etc. Pareciera incompatible con la gramática del español moderno, sin embargo en el mío Cid podemos encontrar expresiones como la mi muger,

En San Cristóbal se pueden escuchar expresiones que denotan admiración o dan un aire de excelsitud a los objetos o personas a las que alude. Es común el empleo del superlativo con sufijo ísimo en adjetivos, por ejemplo: finísimo, altísimo, grandísimo, preciosísimo. También se emplean algunos adverbios cuantificadores como cuantimás o contimás, cual más…
O bien fórmulas de cortesía cargadas de sacralidad tales como: su divina presencia, criatura del Señor, este bendito hombre, bendita mujer, santísimo sacramentado, nos habla de una sociedad con gran apego a la religión católica.

Es un hablar pleonástico, cargado de referencias en la persona ¿Que’s que va’sté a queré’? ¡¡oiga uste’ –uste’!! es una forma de mostrar respeto, también empleado en situaciones comunicativas en las que se tiene poca relación o confianza con el interlocutor.

El yo y el mí son tan recurrentes en el habla popular que con frecuencia se emplean indistintamente, es común escuchar: yo me gusta o yo no me gusta; incluso, yo no muy me gusta.

El término «andar», por lo general refiere a caminar, transitar… en Chiapas y en particular en San Cristóbal, alude a llevar puesto; por ejemplo la frase «llevo puesta una corbata color gris» aquí se diría «ando una corbata color gris» … Se emplea también para referirse a posesión «Ando carro», «ando bicicleta», «ando caballo» en lugar de tengo un carro o ando en bicicleta…

La omisión de las preposiciones podría deberse a la influencia de las lenguas indígenas en el habla popular, que en el caso del maya tsotsil, emplea el vocablo “ta” para indicar pertenencia, ubicación, dirección, etc.

El habla devela, manifiesta, descubre y nos ubica.

Nombrar el mundo como lo nombramos nos configura de un modo particular, nos hace distintos y nos acerca a una historia común, a través de la lengua nos identificamos y nos distinguimos.

Es lamentable que la lengua escrita no tenga aun como recoger la entonación, el “cantadito” de la expresión popular, que es lo que la hace singular. Sería formidable una tecnología de la escritura audible, que nos lleve a los callejones, a las cocinas, a los puestos del mercado, a los viejos corredores de las casonas coletas. ¿Y si empezamos a resguardarla? ¿Y qué tal si se abriera una fonoteca en el museo que se instalará en lo que hasta hoy fue el Palacio Municipal de San Cristóbal de Las Casas, donde se recoja el hablar popular de la región?

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