El Lenguaje de campaña de los candidatos

Show

 

Siempre una campaña política a cualquier puesto de elección popular requiere que el candidato sea cuidadoso con el lenguaje que utiliza cuando decide participar en ese proceso democrático.

Las líneas generales de su discurso y propuestas vienen de la plataforma de su partido político y mucho tiene que ver con la condición de oposición o gobierno. Bajo esta premisa muchos candidatos defienden las acciones y las obras que realiza el gobierno y quienes son oposición, señalan los errores de la administración en turno ya sea de corrupción o de cualquier otro tipo de excesos.

Generalmente, -al menos así lo percibo- a los electores les disgusta un lenguaje demasiado agresivo o grosero y que ataque cuestiones personales. Sin embargo, en muchos sentidos, las elecciones distan mucho de ser una competencia entre rivales civilizados; ya que muchas veces los candidatos hacen uso de los medios a su alcance para denostar y exponer las cuestiones privadas de sus oponentes, a veces de manera anónima, y también utilizando a terceros o a través de los medios electrónicos.

Durante las campañas, los candidatos son capaces de caminar hasta kilómetros bajo un sol abrazador, se atreven a tomar agua de la casa de los más humildes pero potenciales electores, si se llaman Francisco y aunque siempre les hayan dicho licenciado o Paco, exigen que se les diga “Pancho”. Incluso aunque hagan sus compras en los centros comerciales, se dejan ver en los mercados populares, tomando el transporte público, también se les ve pagando sus cuentas en los bancos y las tiendas departamentales no obstante acudan cotidianamente sus guaruras o choferes a realizar el pago de estos servicios.

En los extremos; usted será testigo de cómo son capaces de hacer hasta el ridículo con tal lograr el favor de su voto.

No nos engañemos; como decía Lord Acton “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”; en ese sentido, usted ya sabe que los probables ganadores de la contienda hace mucho que dejaron de tener una vida humilde; es decir forman parte de un grupo político que les ha dado todo y a carretadas y en muchos casos lo han hecho en poco tiempo.

Después de las campañas, si es el candidato ganador; usted no volverá a verlo en su cuadra, menos saludando a los más humildes pero eso sí; será testigo del despilfarro de recursos y de las ansias de reflectores cuando de dar su “informe legislativo” se trate.

Sin embargo, una campaña política no solo se caracteriza por el lenguaje de los candidatos condicionado al perfil que la plataforma política de su partido les otorga, ni a los ataques bajos vía terceros, tampoco a que son capaces de hacer hasta el ridículo.

Una campaña también se caracteriza por el dispendio en recursos públicos que estamos acostumbrados a ver. Por el tráfico de programas y proyectos oficiales que los candidatos tratan de ocultar disfrazándolo de “gestoría” y también porque en las elecciones, los políticos más importantes son los presidentes de los partidos políticos y claro está los gobernadores, ya que ellos avalan perfiles, obstruyen las posibilidades de sus enemigos políticos y definen candidaturas.

Particularmente, lo que a un servidor le llama mucho la atención es que el lenguaje que utilizan los candidatos siempre es el mismo. Es como si el tiempo se hubiera detenido y los votantes escuchamos la misma cantaleta de siempre: más y mejores empleos, seguridad para tu familia, más inversiones y hospitales etcétera y etcétera.

En este sentido, o de verdad no hay capacidad intelectual entre los candidatos -y los partidos políticos por supuesto- para generar propuestas acordes con nuestra realidad política, social y económica, tanto de manera local como regional, estatal y nacional; o los candidatos están convencidos de que decir la verdad no vende o se los prohíben o realmente no les interesa.

Lo patético sería que esta cantaleta de siempre respondiera a cualquiera de los anteriores supuestos, lo horroroso sería que respondiera a todas esas posibilidades juntas.

¿De verdad usted cree que por ejemplo Tuxtla Gutiérrez tenga el nuevo rostro que se le quiere promover y que sus candidatos a puestos populares conozcan a fondo los problemas de una ciudad que necesita generar empleo para sus habitantes si dichos candidatos solo se dedican a adular al ejecutivo estatal?

¿De veras está seguro que si viaja a un centro turístico chiapaneco no tendrá la posibilidad de encontrar -por ejemplo- la caseta de cobro de la carretera a San Cristóbal bloqueada o alguna otra vía de comunicación?

¿Está seguro que los candidatos a diputados o alcaldes en la costa conocen a fondo el problema de nuestras comunidades pesqueras, de los productores agrícolas o de los ganaderos?

Y así con los de la frailesca, del norte, de la meseta comiteca y de todas las regiones socioeconómicas del estado.

Si ni siquiera pueden ni podrán sostener una serie de propuestas para reactivar la economía del estado más pobre del país, menos podrán convencer al electorado de que gobernarán o legislarán para resolver los temas emergentes de nuestras localidades y de nuestro estado.

En resumidas cuentas, al Congreso federal irán a levantar el dedo y a tomar de vez en cuando la tribuna para fijar el posicionamiento de su partido político sobre uno que otro tema.

Los diputados locales por su parte harán -como muchas otras veces hemos visto- una legislatura a modo, con una que otra voz crítica. Los nuevos presidentes municipales por su parte, disfrutarán el fruto de su “esfuerzo” en campaña, encontrarán las arcas municipales vacías y el alcalde saliente le dirá al entrante que los recursos se invirtieron en su campaña electoral.

Mientras tanto, nuestros problemas de falta de empleo productivo, de abandono del campo, de falta de infraestructura que impulse la generación de empleo y de nuevas empresas los seguiremos padeciendo.

¿A qué se reducen las elecciones con ese escenario? Al simple cumplimiento de un mandato constitucional. Por eso mucha gente ya no cree ni en las elecciones ni en quienes se presentan en ella.

Por supuesto también que en ese escenario, los candidatos a puestos de elección popular dejan de lado los temas emergentes nacionales y claro está; locales.

Por ejemplo: considerando los excesos de la clase política gobernante en lo que se ha llamado el “conflicto de intereses” por la Casa Blanca y las propiedades del Secretario de Hacienda. ¿Dónde están las declaraciones patrimoniales de los candidatos? Y más allá de ello tampoco se sabe de sus declaraciones de impuestos para que la ciudadanía -que votará por alguno de ellos- sepa con qué bienes llegan a los puestos de elección popular y con cuáles terminará su período constitucional.

Otros temas que tampoco he visto en el lenguaje de campaña de nuestros candidatos son precisamente las estrategias que impulsarán desde sus puestos para abatir la corrupción y los conflictos de intereses, el racismo en nuestro país, la violencia de género, los abusos de las trasnacionales mineras -por citar un caso-, los abusos contra los migrantes, la explotación infantil, la trata de personas, la falta de empleo, nuestros problemas de seguridad y de salud pública.

El show de los candidatos en un país de democracia representativa que le falta más democracia directa es necesario porque cada vez menos gente cree en ellos, porque no saben ni quieren enterarse de los temas emergentes de la agenda nacional y local y porque están en campaña gracias a un grupo político que los respalda.

Es decir van a las elecciones por voluntad propia a impulsar los intereses de una elite y los suyos propios; nunca los intereses de la mayoría que los respaldará en las elecciones por afinidad ideológica, por simpatía personal o porque vía programas sociales coaccionaron su derecho al voto.

El problema principal de México -y de paso de Chiapas- es que mucha gente ya no cree en los políticos ni en nuestras instituciones. La solución es transformarlas haciéndolas cada vez más ciudadanas. El asunto es que dichas instituciones están en manos de políticos en los que ya nadie cree.

Por ello la tarea ciudadana -si no se quiere violencia espontánea u organizada- es buscar la transformación de nuestras instituciones desde ellas, no contra ellas. Parece que ello no le interesa a nuestra élite.

Es evidente que la clase política no lo entendió y la posibilidad de transformar nuestras instituciones con la oportunidad de las elecciones en puerta ya se perdió. Alguien tendrá que cargar con el costo político de ello, ojalá y sea la clase política y no el pueblo.

Un debate entre los candidatos a puestos de elección popular sobre el tema del cuidado de nuestras instituciones es el que me gustaría escuchar en estas elecciones. Evidentemente no se podrá, y tendré -como todos- que escuchar las peroratas de siempre.

Hay cantidad, no calidad en el número de candidatos y el lenguaje es el mismo, pero el show en cada elección cuesta cada vez más dinero y ese dinero es nuestro, recordémoslo siempre.

Twitter: @GerardoCoutino

Correo: geracouti@hotmail.com

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