El Poder heredado

José Ramón Guillén

El reciente “destape” del empresario Rómulo Farrera para gobernador en la próxima elección a gobernador del estado de Chiapas está dando mucho de qué hablar en los corrillos políticos y, por supuesto, en la prensa. Este tema merece una pausada reflexión que no pienso abordar hoy, sino en próximas semanas porque desde hace tiempo, por no decir que ha sido una constante nacional, se observa como hijos de políticos se lanzan al ruedo pare ejercer la misma profesión, si así se puede llamar, de sus progenitores. Y cuando se dice progenitores caben hombres y mujeres.

Es común en otras profesiones, por vocación observada o familiar, o por imposición que los hijos adopten el camino de sus padres, pero en el caso de la política la profesionalización, aunque ocurra, no ha sido buena consejera. No existe una escuela para formar políticos más que el ejercicio del servicio público y una buena dosis de sentido común, lo estudiado en Facultades de Administración Pública o de Ciencias Política, por citar dos casos, aporta conocimientos de suma relevancia pero no dotan, por sí mismos, de prudencia, capacidad de negociación, visión de futuro o de Estado. En definitiva, no existe mayor aprendizaje que el del servicio público y la paulatina quema de etapas en los diversos cargos de elección popular o en el poder ejecutivo.

Lo dicho parece ser una monserga para estos descendientes de políticos que suben como la espuma en su carrera por ocupar cargos de envergadura en la representación o ejecución, pero que poco contacto han tenido con la realidad compleja del país y de la administración pública.

No es un caso nuevo, como dije arriba, ni único. En otros países incluso el relevo entre esposos o parientes parece una moda adquirida de las monarquías europeas, como en el siglo XIX se deseaba trasladar a suelo mexicano todas las linduras y extravagancias que se creaban en el viejo continente. Lo que sí debe ser considerado, en esta inflación de traspasos generacionales con muy poca certeza de reales capacidades de los noveles políticos, es el tipo de síntoma que denotan tales prácticas sucesorias. No cabe duda que en primer lugar muestra debilidad o sumisión de las bases y cuadros de los partidos que aceptan con vehemencia y anhelo, incluso, a estos jóvenes. En segundo lugar, cuestiona la militancia partidista al poder, cualquier recomendado, infiltrarse con la velocidad del rayo en puestos de relevancia estatal o nacional por herencia y, la última de hoy, aunque se puede continuar con la enumeración, demuestra que la valía o la capacidad no es un requisito con valor en esta sociedad, o al menos en ciertos partidos, sino lo que vale es la recomendación por origen.

Si se observa bien se aprecia que cualquiera de estos tres puntos refleja a la perfección debilidades propias de nuestra sociedad, y no solo en el caso político. Todavía la herencia colonial pesa como una losa, lo peor es que ahora colonizadores y colonizados son los mismos.

 

 

 

 

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