El sistema educativo desvencijado, una realidad que duele…

Alumnos afuera de escuela de educación media superior en Chiapas. Foto: Ángeles Mariscal/Chiapas PARALELO

Alumnos afuera de escuela de educación media superior en Chiapas. Foto: Chiapas PARALELO

 

De la misma manera que el sistema político mexicano, el educativo está dando señales de agotamiento. Así lo revelan los resultados arrojados por las evaluaciones aplicadas a maestros, directivos, egresados de normales, instituciones de educación superior públicas y privadas, y a miles de estudiantes de educación básica y media superior que, en conjunto, muestran un desempeño mediocre respecto a los parámetros establecidos y reconocidos a nivel mundial.

Esta situación era de esperarse, no es de extrañarse, ni tampoco es exclusiva del sistema educativo mexicano, pues otras naciones de América Latina se encuentran en circunstancias similares e incluso peores, pero la problemática cobra mayor importancia para México si se toma en cuenta que nuestro país es una economía emergente, de población mayoritariamente joven y que busca fortalecer su liderazgo en el panorama sociopolítico latinoamericano, y reivindicarse económica y políticamente con las potencias mundiales.

Para las autoridades educativas esta situación no era ni es desconocida, por el contrario, lo han sabido por mucho tiempo, así ha quedado documentado en una profusa literatura donde expertos en la materia -nacionales e internacionales- previeron, con antelación, estos escenarios en los que hoy se encuentra México, derivado de las evaluaciones internacionales que practicaron en diferentes momentos organismos internacionales como UNESCO y OCDE, cuyas recomendaciones –a juzgar por los resultados actuales- quedaron en el limbo institucional.

Luego entonces las preguntas obligadas: ¿En verdad se atendieron las recomendaciones internacionales?, ¿Se está invirtiendo suficiente en educación?, ¿Cómo se están ejerciendo los miles de millones de pesos del presupuesto educativo nacional?, ¿Qué provecho tuvieron las evaluaciones pasadas que mostraban ya las debilidades del sistema?, ¿Sirvió la descentralización?, ¿Qué acciones han sido benéficas para abatir el rezago y cuáles no?, ¿Están funcionando los programas federales para la calidad de la educación?, ¿Quién está fallando: los padres de familia, los maestros, las autoridades, los estudiantes… o todos? En suma: ¿Qué ha sucedido?

La respuesta a todos estos cuestionamientos es sencilla pero a la vez compleja: El Estado y la cúpula de su estructura (actores políticos y sindicales) han antepuesto sus intereses económicos y político-electorales a las necesidades de la educación mexicana, que ha sido prácticamente abandonada a su suerte, siendo la iniciativa privada el principal beneficiario de esta dialéctica absurda y perversa, que ha visto en las corruptelas de dichos personajes y en las deficiencias del sector educativo público una forma de incrementar sus ingresos a costa de la calidad educativa, a la que ven -en la mayoría de los casos- como un elemento mercadológico y no de retribución social.

Lo anterior ha quedado asentado en la historia educativa de México. Secretarios de educación han desfilado por las oficinas de dos grandes mexicanos, como José Vasconcelos y Jaime Torres Bodet, y a todos ellos les ha quedado grande la silla, pues sus ideas –muchas de ellas legítimamente de transformación- se han rendido ante los intereses corporativos de las camarillas sindicales, que no precisamente del magisterio de a pie, ese que día a día hace una labor titánica como transmisores de conocimiento, detectores de problemas de aprendizaje, administradores, tutores, orientadores, evaluadores y hasta de médicos, entre otros roles sociales, principalmente los de las zonas rurales.

Los resultados de esta orfandad del sistema de educación están a la vista de todos, triste y evidentemente: una población mayoritaria sumergida en la pobreza y la ignorancia (53%, según CONEVAL) incapaz de desarrollar habilidades básicas de matemáticas y español –en los pocos casos de aquellos que logran entrar a la escuela-, lo que los limita para realizar acciones tan necesarias para el crecimiento intelectual, emocional y social, como comprender un texto, hacer sumas, restas, multiplicaciones o divisiones (43% de estudiantes del nivel medio superior, según PLANEA).

Si esto un estudiante mexicano promedio no puede desarrollarlo, no esperemos que logre alcanzar competencias superiores como analizar información con un pensamiento crítico, u otras que implican un grado mayor de discernimiento ético-moral, como ejercer la ciudadanía exigiendo sus derechos y el cumplimiento de las responsabilidades de un Estado que debería cobijarlo y que hasta ahora se ha vestido de democrático, pero que en el fondo sigue actuando –cada vez menos, eso sí- como dictador.

Como puede constatarse la educación es un tema transversal, en sus productos finales se define el perfil de la sociedad que hoy tenemos y nuevamente los resultados están a la vista: discriminación, inequidad, injusticia, violencia y un sin número de anomias sociales que están mellando cada vez más el endeble tejido social mexicano.

Las estadísticas ilustran muy bien esta “catástrofe silenciosa”, como la llamara Gilberto Guevara Niebla. Según datos del Foro Económico Mundial en 2012 México ocupó el lugar número 100 de 140 países en materia de competitividad, el año pasado cayó al lugar número 123 de 140. La economía informal en nuestro país representa el 60% de la actividad económica, lo que podría explicarse cuando se ha detectado que el 32% de los profesionistas ocupados trabajan en otras actividades diferentes a su perfil profesional.

Si hablamos de la eficiencia terminal en educación, la situación es igual de desagradable. De cada 100 niños y niñas 99 inician primaria, 62 la termina, 45 de ellos logran egresar de la secundaria y solo 27 termina su bachillerato. De esta selecta población, únicamente 13 logra terminar sus estudios de licenciatura y de estos, 3 concluyen un posgrado.

En el tema de la investigación en México la panorámica es todavía peor. Para darse una idea, de los 5 mil 287 investigadores que Japón produce cada año, en nuestro país producimos solo 264. Esto es una respuesta a la baja producción de patentes a nivel nacional, pues 98% de estas son otorgadas a extranjeros mientras que solo el 2% es para mexicanos (según datos del Congreso Nacional Multidisciplinario de Educación 2015).

Con base a lo anterior la Reforma Educativa tiene un argumento sólido y por lo cual debe seguir siendo el tema principal en la Agenda educativa y el centro de los debates académicos, políticos y sociales, caso contrario todos corremos el riesgo de seguir cargando con el lastre del rezago educativo nacional, que seguirá vigente como lo ha sido por lo menos en los últimos 30 años. Hasta el momento este esfuerzo por apuntar a la calidad educativa, aunque tortuoso y difícil de asimilar ha valido la pena, pero todavía sigue en puntos suspensivos.

Por tanto y hasta que no haya un consenso en la materia, es un imperativo ético y moral de la sociedad mexicana y de todo aquel preocupado y ocupado por el tema educativo, hacer primeramente una reflexión profunda y desde su entorno sobre las causas y consecuencias que están afectando la calidad educativa y a demandar acciones contundentes a las autoridades, a fin de lograr un acuerdo nacional orientado a la mejora de la educación.

En cualquier Estado democrático, transparente y rendidor de cuentas los resultados recientemente presentados por las evaluaciones ya hubieran sido causantes de la renuncia de las autoridades responsables de la cartera educativa, particularmente de aquellas que tienen la importantísima responsabilidad de la operación de los programas educativos para el abatimiento del rezago educativo a nivel nacional y estatal. Sin embargo, lo que ha habido es un silencio, un silencio lastimoso y preocupante que de no atenderse seguirá causando la supuración de esta terrible herida nacional.

Comentarios: dialectica902@hotmail.com

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