El inocente y el ladrón/ cuarta de diez partes

La aprehensión

Por Alfredo Palacios Espinosa

La intensidad del dolor en mi columna que me impedía conciliar el sueño y desplazarme sin apoyo, pudo más que las advertencias y reticencias de familiares y amigos que siguieron a mi lado, para decidirme a viajar al D.F. en busca de alivio. Hasta los parientes que me dieron el último refugio me pidieron no moverme porque los riesgos eran demasiados, «El trauma de persecución que este reptil carga ante la inevitable conclusión de su encargo, hace que se sienta acosado y en ese estado, da coletazos que pueden llegarte. Piénsalo bien», me dijeron a modo de advertencia y despedida.

Como ya expliqué, acompañado de mi mujer, salí la madrugada del día 17 de enero del 2012 de aquel rancho del norte del estado de Chiapas, por carreteras ignotas intentando vanamente evitar la vigilancia en las casetas de las autopistas. Llegamos casi a la medianoche de ese día. Al amanecer, mi mujer y yo quisimos aprovechar la mañana porque la cita médica la teníamos para la noche. Muy temprano, venciendo el dolor, nos fuimos al Instituto Nacional de Derechos de Autor para registrar, por servicio exprés, dos de mis obras escritas durante estos días aciagos porque tenía el propósito de publicarlas a través de algunos amigos en el D.F. intentando mantenerme activo y para demostrarle al perseguidor que conculcaba mi libertad física pero no mi libertad intelectual. Que podía aprisionar mi cuerpo pero no mi pensamiento que seguía siendo libre. Que mi libertad interior me pertenecía. Podía adueñarse de los espacios de expresión, pero no podría mantenerme callado ante su ignominia. Hacia las tres de la tarde me entregaron los certificados de propiedad de las dos obras registradas y nos regresamos al hotel. Como la cita con el médico estaba para las 8 de la noche, con el tiempo suficiente, tomamos el Metro con dirección a Cuatro Caminos para trasladarnos al consultorio. Salimos en la estación Hidalgo con una hora de anticipación para la cita con el médico a tres cuadras de ahí. Nos entretuvimos viendo la cartelera de las salas de cine que están en esa bifurcación de Reforma y Universidad. Fue a las siete de la noche y en este lugar donde cuatro agentes judiciales me detuvieron y subieron esposado a un coche para llevarme a la dirección de la policía judicial del D. F. Percibí que uno de estos judiciales iba drogado sofrenando los impulsos violentos para golpearme si le daba algún pretexto. Otro de ellos era un agente enviado por la Procuraduría de Justicia de Chiapas quien, no sé si con la intención de distender la situación o por pura sorna, me dijo en el automóvil: ─<< ¡Qué cambiado lo veo maestro!>>─ Como si fuéramos viejos conocidos.

Reconozco que fui víctima de la falta de malicia. Mi familia hizo la cita médica para la noche de ese día 18 de enero del 2012 y la reservación en un modesto hotel se hizo a nombre de mi mujer, seguramente esta información sirvió a la policía de la Ciudad de México para ubicarme o simplemente venían siguiéndome desde mi último escondite. Fui detenido y trasladado a las instalaciones de la Judicial capitalina donde me recibió el director que amablemente ordenó quitarme las esposas y me ofreció el teléfono para hacer algunas llamadas. La primera de esas llamadas fue a mi mujer para pedirle que avisara a mis hijos y demás familia y que viera cómo regresarse a Tuxtla, porque no tardarían en dar la noticia. En efecto lo primero que hizo el agente de la procuraduría de Chiapas fue tomarme la fotografía y enviarla para que el gobierno sabinista diera la noticia con la intención de mantener arrinconados a los interesados en la contienda electoral que no contaban con su voluntad todopoderosa y sobre todo para callar la voz denunciante de su enemigo que lo tenía en la prisión de Huixtla. Ahora sé que Sabines tomó la decisión de aprehenderme el mismo día de la entrevista que el exgobernador Salazar concedió a la periodista Carmen Aristegui, como un aviso para que se callara.

El director de la Judicial del Distrito Federal después de ordenar que me quitaran las esposas, también ordenó que se retiraran. Luego salió de su oficina para dejarme hacer las llamadas telefónicas con toda libertad. Cuando regresó me regaló una botella con agua de las dos que traía en las manos. Me comentó que a él le había tocado detener un año antes a Mariano Herrán Salvati a quien estimada porque había trabajado bajo su mando en la SIEDO, comentando: « ¿Qué le pasa al gobernador Sabines? ¿Por qué actúa así? ¿Está desatado deteniendo a quién le da su regalada gana? Discúlpeme la detención. Sé que usted no tiene la culpa, ni es lo que dice la solicitud de colaboración para su detención. Todos sabemos que esta es una venganza política, pero debemos cumplir con el convenio de colaboración interinstitucional: ¡Ah que Sabines, se ha convertido en el ogro que está comiéndose a sus hijos!».

Cuando volví a quedar solo en la pequeña oficina, sentí el vacío de la soledad en la gran ciudad. Me invadió la sensación de indefensión. Me sentí íngrimo y desvalido, como suelen decir mis viejos en el pueblo. Manteniéndome alerta por tanto que se dice de los agentes judiciales en general y de los separos de la judicial en la gran ciudad. Después de hacer las llamadas a mi mujer y a mis hijos para que avisaran a mis hermanas y cuidaran a mi madre enferma y la previnieran sobre lo que estaba pasando para evitarle una desagradable sorpresa para su salud. Llamé a un abogado a quien creía mi amigo para que preparara mi defensa, ignorando que estaba en la lista de los tantos favorecidos con una notaría. De ese amigo y de otros que llamé para que se hicieran cargo de mi defensa, hasta el momento de escribir estas líneas, sigo esperando una llamada para decirme “lo que debo hacer para mi defensa”. Nadie quería hacerse cargo de mi defensa para no ofender al gobernante. En ese momento de reflexión entró el agente ministerial chiapaneco con su celular para tomarme otra fotografía, diciéndome: ─Discúlpeme maestro pero debo volver a tomarle la fotografía para darla a los medios junto con el boletín que están preparando. La anterior no pasó─. Esta era la finalidad principal de Sabines mandar el mensaje para paralizar a los políticos con intenciones de contender electoralmente y para advertir al exgobernador que si no dejaba de hacer denuncias sobre la corrupción imperante, seguirían las detenciones de otros colaboradores, para eso nos tenía enlistados en un solo expediente.

Las horas pasaron lentamente esperando mi traslado a Chiapas. Oía al agente chiapaneco que reiteradamente hablaba con su jefe sobre los detalles del viaje. Casi a la una de la mañana llegamos al hangar privado del aeropuerto de Toluca. En ese lugar esperamos otras horas más porque el avión no llegaba. Con la boca reseca y amarga y con el dolor intenso de la columna, seguí esperando la llegada del avión del gobierno del estado en que debían trasladarme. Con dificultad y hasta donde el dolor me lo permitió empecé a caminar en el pequeño espacio del hangar desierto y helado para intentar relajarme. Por la indiscreción del mismo agente supe que el mismo gobernador dirigía el operativo de mi detención y traslado desde la casa de gobierno en compañía del procurador Salazar. Estaban urgidos por reafirmar el mensaje de intimidación a Pablo. Por fin llegamos al aeropuerto de Chiapa de Corzo alrededor de las cuatro de la mañana donde fotógrafos y camarógrafos de comunicación del gobierno y otros agentes policiacos esperaban el arribo. El gran aparato montado para presentarme como uno de los peores delincuentes estaba funcionando. Pasada la parafernalia mediática, otros agentes se hicieron cargo de mi detención para trasladarme a la Procuraduría del estado donde otro equipo de comunicadores oficiales esperaba con las cámaras. En seguida me pasaron con una doctora adormilada que de mala gana me hizo el chequeo médico de las condiciones en que me recibía. Fue la noche más aciaga y larga que recuerdo, hasta el amanecer en que llegamos a la entrada del penal de El Amate.

La lectura que fue mi principal actividad durante la persecución y final confinamiento, hacía que divagara comparando los personajes y las tramas de las novelas con la situación que estaba viviendo. Me identificaba con protagonistas, principalmente los de algunas novelas como las de Leonardo Padura, Dostoievski o las de Milán Kundera de sus años de persecución ideológica checa o las de Vargas Llosa en las que casi siempre hay personajes perseguidos por el poder que no quiere la presencia de ninguna disidencia. La lectura fue una buena actividad que me ayudó a sobrellevar la angustia y las horas de insomnio en este obligado año sabático que me impulsó a retomar el oficio de escritor, obteniendo como productos: la novela política El heredero y el miedo que recién publiqué y que tuvo mayor demanda en el D. F. que en Tuxtla, porque el presidente Samuel Toledo valiéndose de su cargo, a través de su tesorero, amenazó a los libreros con auditarlos si vendían la novela. El libro de cuentos: La perseverancia: testimonios de un pueblo bajo el agua que espera la oportunidad de publicación. Ambas obras están recreadas en el surrealismo político de Chiapas, en el que Juan José, a pesar de su ignorancia política e histórica, pero con suficiente perversidad −por ósmosis o simple paralelismo−, no porque haya leído las biografías, guardada la proporción y el tamaño− emulaba a Stalin, a Leónidas Trujillo, a Calígula o a Gonzalo N. Santos, personajes que hicieron de la política el instrumento idóneo para perseguir y avasallar a sus pueblos.

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