El inocente y el ladrón (versión completa)

EL  INOCENTE  Y  EL  LADRÓN

MEMORIA DE UNA PERSECUCIÓN MONTADA DESDE EL PODER

 

ALFREDO PALACIOS ESPINOSA

 

A mi familia por su permanente amor,

A los amigos por la solidaridad manifiesta

Y a mis compañeros que padecieron lo mismo

 

El tiempo presente y el tiempo pasado

Acaso estén presentes en el tiempo futuro.

Tal vez ese futuro lo contenga el pasado. T.S. Eliot

 

A modo de introducción

Con este ejercicio de memoria intento explicar la persecución despiadada que sufrí de parte de un gobierno dictatorial como fue el de Juan José Sabines Guerrero, quien usó y abusó del poder en perjuicio de esta entidad y sus habitantes, mismos que hoy sufren las consecuencias al diluirse la fantasía y las mentiras que encubrieron una devastación sexenal sin precedentes, cuyos daños nadie explica ni finca responsabilidades, por el contrario, hay demasiados intereses y personajes en los poderes estatal y federal, encargados de encubrirlo por propia protección. Diariamente las verdades y los vicios ocultos van surgiendo. Cada día se descubre un  ilícito más cometido por este personaje que supo comprar la impunidad.

Alfredo_Palacios_Espinosa

Convencido que es una responsabilidad moral mantener viva la memoria, no quiero guardar silencio ante actos como los que sucedieron durante esa administración a pesar de exponerme a los ataques de sus beneficiarios.

Así pues, este texto, como dice el doctor Rogelio de la Fuente, refugiado chileno, en su texto Detrás de la memoria: <<…No tiene la pretensión de revelar verdades ni de juzgar la razón, los errores o los delitos>>, porque esa es tarea de jueces e historiadores. En este ejercicio simplemente cuento lo que padecí en “carne propia” a partir de la defenestración y la persecución sufridas, pasando por el destierro, el encarcelamiento, el arraigo (supuestamente desaparecido en la entidad) hasta la recuperación de mi libertad,  sin otro rigor que contar la experiencia como simple protagonista, en oposición a lo que no se dijo por rencor, conveniencia o consigna.

Escribo para los míos, víctimas de la angustia y la desesperación. Para los amigos que, sin importarles las amenazas y las intimidaciones se mantuvieron atentos del desarrollo de mi situación, lo que me ayudó a mantener la dignidad ante los sucesivos ofrecimientos cínicos que este gobernante mandó a hacerme a cambio de mentir y traicionar y, por supuesto, también para los compañeros de infortunio que por las mismas razones o con distintos pretextos fueron víctimas de este gobernante de personalidad extraviada.

Reitero, quiero que este ejercicio sirva para mantener viva la memoria y, aunque no soy el primero ni el último que injustamente sufrió privación de su libertad, no puedo sumarme al silencio y a la indiferencia al permitir que gente improvisada y ajena a Chiapas, venga a lastimarnos y a sumirnos en la miseria. En la historia local, hay ejemplos de hombres y mujeres que por “prestar su voz a los sin voz” o por ser críticos ante los abusos del poder han sido perseguidos, pero no de la magnitud de este Sabines, quien ante voces disidentes, opuestas a la frivolidad y a la farándula con que gobernó, “cuadró” delitos para perseguir y encarcelar.

Es cierto que Chiapas es tierra generosa y de gran riqueza cultural, pero es cierto también que no trasciende de la mera anécdota en el terreno político porque tolera los excesos de sus gobernantes que en la satisfacción del ego, viven en el desenfreno y la adicción, despreocupados del rezago y la pobreza  de un gran sector de chiapanecos, que evaden enfrentar los hechos, presumiendo el pasado lejano sin ocuparse de los acontecimientos cercanos.

Los chiapanecos somos orgullosos de la historia remota, pero menospreciamos la inmediata para no comprometer un futuro que es incierto. Los sucesos inmediatos no los cuestionamos: olvidamos que el pasado actúa en forma importante sobre el presente y que éste será pasado.

Sin duda que el peor de los males de Chiapas han sido sus gobernadores formados en la Ciudad de México que vienen acompañados de <<rasputines y fouchés>>  para atropellar derechos, corromper y saquear el patrimonio estatal, sin importarles la honestidad ni el bien común. Se someten a los poderes fácticos que los promueven a cambio del saqueo y apoderamiento de la poca riqueza que aún tiene esta pobre entidad a cambio de hacerlos populares y simpáticos, seguros de que el común del pueblo se conforma con despensas y apoyos mínimos a cambio de hacer y deshacer lo que se les antoje con el erario estatal.

La depredación social, económica y política de este sexenio represor y corrupto no fue un acto solitario, sino una asociación delictuosa con una delincuencia organizada, tramada desde que se propusieron expedicionar políticamente en Chiapas. Contaron con cómplices, dentro y fuera de la entidad. Muchos fueron los favorecidos que dividieron y dejaron en la mayor pobreza a los chiapanecos.  Aunque ahora, algunos de esos cómplices, cínicamente se deslindan o intentan encubrir los hechos.

Por la pugna de un gobernador enajenado que vio en su antecesor a su peor enemigo, pagamos con cárcel los que deseábamos un Chiapas más justo; que aceptamos formar parte de un gobierno que buscó mejorar las condiciones de los chiapanecos. En suma soy uno de los tantos chiapanecos que sin deberla sufrió persecución y encarcelamiento injusto.

Los medios de comunicación prefirieron el silencio cómplice o no informar con veracidad, para quedar bien con este gobernante arbitrario a <<cumplir con su tarea social de informar al pueblo>>, como dijo el doctor Belisario Domínguez hace más de cien años a propósito del silencio de los periódicos sobre el saqueo que hacían los gobernadores oaxaqueños enviados por Porfirio Díaz. Algunos editores prefirieron atacar al antecesor de Sabines para agradar y cobrar supina afrenta, creando para el imaginario chiapaneco un movimiento político inexistente que el paranoico gobernador compró y explotó en su beneficio.

Hoy, cuando las voces en las redes sociales exigen castigo, la restitución de la dignidad y el honor colectivos y la devolución de los bienes sustraídos, se impone ventilar los hechos y los abusos en esos seis años de saqueo y persecución, porque a diferencia de este exgobernador,  a mí y a otras de sus víctimas nos respalda una biografía de trabajo honrado como consta al propio depredador que quiso desprestigiarnos con la persecución.

En tiempos normales el pasado fue presente, que aquél fue y éste es y afectará al futuro, pero cuando la libertad y la existencia misma están en peligro estos tiempos se juntan. Caminan a la par y acompañan al perseguido que cuestiona y escudriña su pasado para preguntarse qué hizo mal para vivir un presente con un futuro incierto. Ahora sé que cuando se vive una persecución se  piensa en el pasado  y se suspira por la paz y la libertad arrebatadas.

En el pasado oí de los abusos cometidos en la impartición de la justicia, pero nunca imaginé constatarlo en carne propia y ver cómo gente inocente es víctima de una procuración de justicia arbitraria y artrítica, convertida en el instrumento perfecto para causar daño a quiénes gobernantes como éste imaginan sus enemigos.

Jorge Semprán dice: <<El tiempo pasado vuelve. Los hechos no son como sucedieron sino como los recordamos>> y así trato de relatarlo pasada la pesadilla porque aún me resisto a creer que haya sido realidad lo que sucedió.  Durante esta persecución, la solidaridad llegó de donde menos esperé. Algunos afectos se diluyeron, pero otros llegaron a fortalecerme. El amor de y por los míos creció. Valoré ese amor. Llegaron amigos que no esperaba a sustituir a los que creía más cercanos pero que en realidad no lo eran tanto o fue mayor el miedo o la conveniencia que los alejó. Cualquiera que haya sido la motivación trato de entenderlos.

Con estas líneas recorro el doble camino del destierro y el encierro y ojalá no el entierro, porque a Juan José le gustó tanto el poder que dejó sembrados los elementos suficientes para mantenerse en la senda de la influencia y la venganza: para intimidar o para cubrir la mayor corrupción ejercida durante su mandato. El miedo en que vive, así se lo exige, hasta en tanto no entienda que en política, lo que fue ya no es y que el poder no se comparte. Lo más duro para Sabines fue dejar el poder y no escalar otra posición como era su proyecto desmesurado. Para los políticos improvisados es fácil ser, pero no soportan el no ser.

Uno fue el mundo que dejé cuando emprendí el viaje obligado alejándome  de mis raíces, con una pequeña maleta con recuerdos y preguntas. Sintiéndome atropellado. El otro fue el de nuevas personas que me dieron refugio y protección y de los que fui despidiéndome conforme mis perseguidores se acercaban. Fue el tiempo de la percepción al peligro; el de la inseguridad y la preocupación por lo que podría hacerles el hombre del poder a los míos. Tardé comprendí que no me enfrentaba a una mente cuerda y coherente, sino a la de un tipo inmoral con la mente enfebrecida.  Con la soledad a cuestas por caminos ajenos y pocas veces seguros hasta llegar al penal, descubrí sorpresas desagradables y otras no tanto. El otro camino fue el regreso a la libertad y a la recomposición de mi vida Al de la recuperación de lo perdido con la dolorosa experiencia de un perseguido político acusado de “graves delitos del orden común” con los que la procuraduría justificó la persecución apoyada por el bombardeo publicitario que induce al miedo.

Rememoro el pasado respirando el aire fresco del presente. No dejo de evocar vivencias del peregrinaje obligado ni del lamentable encarcelamiento y posterior arraigo, entendiendo que éste entramado fue una estrategia judicializada para mantenerme incomunicado y alejado de los tiempos electorales por el temor de un gobierno negado a reconocer la inconformidad y el desencanto crecientes, a pesar del miedo impuesto para guardar silencio ante su abusiva forma de gobernar. El aparato judicial al servicio del tirano alargó el proceso para lograr mi libertad. Fue  tortuoso porque no acepté la oprobiosa exigencia de firmar un documento que lo eximiera de responsabilidad, comprometiéndome  a no recurrir ante autoridad alguna ni organismo defensor de los derechos humanos al recuperar mi libertad. El represor se fue sin conseguirla.

Reitero que este trabajo es personal. No escribo a nombre de nadie, sino para la memoria personal y colectiva, y para que mis paisanos, al leer estas líneas, sepan lo que una sociedad padece cuando permite que aprendices de Calígula, Leónidas Trujillo o Alazán Tostado, los gobierne.

EL AUTOR

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Y clamaban a grandes voces, diciendo:

¿Hasta cuándo señor (tú que eres santo y veraz),

 Difieres hacer justicia y vengas nuestra sangre,

 Contra los que habitan en la tierra?

Apocalipsis de San Juan

Cap. VI: 10

 

Los primeros barruntos

La infamia empezó cuando equivocadamente acepté formar parte del gobierno de  Juan José Sabines Guerrero al terminar mi compromiso como titular de la Secretaría de Educación en el gobierno de Pablo Salazar. Hasta ese momento, mi deseo era volver a la dirección del plantel escolar de donde salí, para continuar mi trabajo educativo de cuarenta años, suspendido para hacerme cargo de esa dependencia y si este regreso no era posible, por esas extrañas circunstancias del canibalismo político que se dan al final de cada sexenio, tenía la opción de irme a uno de los estados del norte del país, gobernado por un amigo que me ofreció trabajo al concluir mi responsabilidad. Sin embargo, atravesó su cola el diablo y tuve que atender la invitación de Juan José Sabines Guerrero para hacerme cargo del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes (CONECULTA), recordando las palabras del otro Juan Sabines Gutiérrez, 25 años atrás, cuando me ofreció y me negué a asumir la rectoría del antiguo ICACH en momentos de crisis, para no convertirme en instrumento persecutor del amigo destituido de ese cargo, cuando iracundo me dijo: «¿No sabes grandísimo cabrón que a un gobernador no se le puede decir no?» Felizmente aquella institución se elevó a rango de universidad. La aceptación a la reiterada invitación del hijo fue el inicio de esta amarga experiencia de vida.

Desde que tomé posesión de la dirección de CONECULTA me di cuenta de la anarquía con que empezaba esa administración gubernamental. Ese puesto tenía una dueña que se sintió despojada al  darme a mí la dirección general. A partir de ese momento, con los que se sintieron despojados de los cargos que ella tenía prometidos, hicieron sinergia convirtiéndose en sus amanuenses en los medios de comunicación, incluida la vía anónima, para fastidiarme. Ni cómo explicarle a esa señora que yo no busqué el cargo sino que su hermano y compadre, como ella  llamaba a Juan José, me lo ofreció y creo que no lo hubiera entendido. Fue el inicio de obstrucciones a las que se prestaron los titulares de Hacienda, Administración y la Coordinación de Comunicación del gobierno. Siguieron los chantajes, desplantes y calumnias que evidenciaban, no sólo el enojo y la molestia, sino la supina ignorancia de lo que es la promoción de la cultura y la política cultural. Con recursos proporcionados por el mismo gobernante, esta venerable señora realizaba actividades paralelas, ostentándose como la directora legítima, rodeándose de otros campeones sin corona. Esta situación fue lo de menos, si acaso una anécdota más que contar. Sabiendo que, si esa era la voluntad y forma de gobernar, no tenía caso calzarse los guantes para pelear con personas que al final de cuentas, resultaron víctimas de la señora. Lo más conveniente fue presentar mi renuncia para irme a casa. En esta dubitación del qué hacer y cómo presentar la renuncia, las desagradables sorpresas empezaron a darse, de tal modo, que muy pronto me sentí desalentado, como seguramente debe sentirse un gallo recién comprado y maneado, deseoso de salirse de la jaula. La primera de estas sorpresas fue cuando recibí la indicación del gobernador por interpósito funcionario, como serían las órdenes en adelante, para que reuniera a cien intelectuales y gente representativa de la cultura y las artes para un saludo navideño del nuevo gobernante, dos días después en la sala principal del palacio de gobierno. Reuní a los asistentes indicados, entre ellos a veinticinco premios Chiapas. Entre los presentes se agregaron personas sobradamente conocidas “entre sus cuates” convocadas por la directora legítima. Esa noche, por mi hábito a la puntualidad  sufrí lo indecible cuando pasaban las horas y el gobernador no se presentaba ni tenía a nadie que diera una disculpa o una mínima y creíble explicación. Tres horas después se presentó  Schubert García, el coordinador de giras y eventos para decirme que el señor se encontraba en palacio, pero que no llegaría a la sala hasta que moviera de su lugar al poeta Enoch Cancino Casahonda, que se encontraba sentado a un lado del asiento que el gobernante ocuparía. La indicación me pareció absurda, considerando que este poeta era el más querido y representativo de la cultura chiapaneca y sin duda alguna, el más cercano a los afectos de los hermanos Sabines Gutiérrez, sin embargo, haciendo de tripas corazón, obedecí la indicación, pidiéndole disculpas al poeta amigo para moverlo a otro asiento. La reunión fue brevísima donde el gobernador dijo unas cuantas palabras ininteligibles de felicitación y ofrecimiento de una actividad artística y cultural sin precedentes, palabras que jamás cumplió.

Meses después, en una cena organizada por el Congreso del Estado en honor a Carlos Monsiváis, después de que el Congreso le impuso la medalla Rosario Castellanos, por indicación del propio gobernador, cómo sería en adelante el otorgamiento de los reconocimientos a personas del medio político, empresarial o de la cultura que pudieran redituarle algún beneficio a su popularidad o por puro lucimiento político, aunque los galardonados no tuvieran nada que ver con los requisitos establecidos en los decretos de creación de esos premios. Esa noche aproveché la oportunidad de sentarme junto al poeta Enoch Cancino, para disculparme. El amigo, después de oírme, con toda la decencia y caballerosidad reconocidas en él, me dijo: <<No te preocupés hermano mío, ese hombre está loco de poder y la molestia en mi contra no sólo es de él sino de la persona que lo maneja>>. Enseguida me platicó el origen de ese rechazo que venía desde años atrás, cuando fue secretario de gobierno al lado de su amigo el viejo Juan y acudía con dinero y alhajas a la Ciudad de México, para mediar con una de sus mujeres para que no viniera a Tuxtla a descomponer el ambiente familiar del viejo gobernante.  La otra razón fue que al anunciar su candidatura para gobernador por el PRD, quería que él, siendo un viejo militante priista lo declarara su candidato. Por el contrario, le aconsejó foguearse como senador por el PRI para que luego, seis años después, fuera el candidato a la gubernatura, “pero esas son otras historias” para contarse en otro espacio. Esa noche, como los organizadores no servían la cena hasta que llegara el gobernador, el galardonado intentó retirarse, viéndose obligados los organizadores a servirla. A partir de este reconocimiento entregado a Monsiváis, cualquier premio o reconocimiento fue otorgado únicamente con el consentimiento y voluntad del gobernador a políticos, empresarios, intelectuales nacionales y uno que otro chiapaneco que se emborrachaba con él o que contribuía en algo a su popularidad en los medios nacionales.

En suma, entendí que éste era un nuevo estilo de gobernar en la que no tenía cabida, por lo que empecé a buscar el modo y momento de renunciar. Nada de lo que me dijo cuando me insistió que aceptara el cargo se cumplió. Fue una simple maniobra maquinada con propósitos perversos.  A la falta de respeto a la gente con la impuntualidad o la inasistencia luego de esperarlo por varias horas o al reconocimiento de gente sin merecimientos, siguieron las peticiones de la coordinación administrativa del gobernador para que  firmara facturas por trabajos editoriales inexistentes para favorecer: «a los amigos que contribuyeron para la campaña de su amigo el gobernador», me dijo el funcionario a modo de justificación, a las que por supuesto me negué, recibiendo como respuestas el entorpecimiento y retrasos a mis gestiones y presupuestos. Los acuerdos con el ejecutivo se daban a través de tarjetas informativas, nunca personales, que a la vuelta traían el acuerdo de un o un no  o simplemente el silencio como respuesta. Luego vino un carísimo Festival Internacional de las Letras, que inició en San Cristóbal y terminó intempestivamente en Tuxtla, por órdenes del enfurecido gobernador afectado en su ego. Este evento fue vendido, como otros tantos proyectos, por su amigo el exgobernador tamaulipeco Tomás Yarrington y la gente que éste incrustó en el gabinete estatal. La organización del citado festival estuvo representado por un poeta de apellido Mendiola, que por la sola agenda telefónica para contactar a los poetas y escritores invitados a participar, cobró varios millones de pesos por repetir como segunda versión del que realizó en Tamaulipas, dos años atrás. Felizmente esa organización y el manejo de ese presupuesto millonario extraordinario se la apropió la directora legítima (que en el pecado llevó la penitencia). En la inauguración del evento se dio un incidente por la impuntualidad del gobernador. Pasada las tres horas de espera del acto inaugural, los escritores convocados se pusieron de acuerdo para iniciar la lectura de los trabajos en atención a la nutrida concurrencia y cuando leía el poeta español Gamoneda, como penúltimo participante,  el coordinador de giras Schubert García entró a suspender groseramente la lectura, anunciando que en ese momento arribaba el señor gobernador. Indignado el dramaturgo Víctor Hugo Rascón Banda (q.e.p.d.), se paró diciendo: <<ésta es una grosería más de quien, después de esperarlo más de tres horas, llega a suspender los trabajos, sin una mínima consideración al público y a los participantes. Al señor gobernante le pido que tenga la decencia de esperar a que termine el último participante para decir lo que le tenga que decir>>. Esta brevísima participación que fue aprobada con estruendosos aplausos por los asistentes a la sala, la escuchó rabioso el gobernador, parado en la puerta. Cuando vino el ajuste de cuentas, quisieron culparme de este incidente, pero pude explicarle cuando me habló molesto el gobernador que nada tuve que ver con la organización porque fui excluido hasta de la invitación al evento. Por prudencia, no dije que la molestia de los escritores invitados estaba sintetizada en las palabras del dramaturgo: era justa y espontánea y no inducida por nadie. Los amanuenses, presurosos publicaron en los espacios periodísticos a su disposición una versión descabellada, presentándome como el maquinador del incidente. Como consecuencia de este asunto, días después, al finalizar esa semana de lecturas, el gobernador, quizás para quitarse el mal sabor de la reunión de San Cristóbal, invitó al pintor José Luis Cuevas para comer con él en casa de gobierno. Este reconocido artista plástico, llegó al mediodía de la Ciudad de México, cuya atención, de última hora me fue encomendada. Del aeropuerto lo llevé a casa de gobierno como me indicaron, de dónde, luego de esperar media hora, me mandaron a palacio de gobierno. Esperamos otro tanto para que nos enviaran a las instalaciones de La Feria Chiapas. Encontrándonos con una concentración de agricultores, campesinos y ganaderos que esperaba al gobernador para una comida y el banderazo de inauguración de una exposición de productos agropecuarios. Paciente y desconcertado, Cuevas, escuchó las bondades de los productos que se exhibían, hasta que me dijo incómodo que había venido atendiendo la invitación personal del ejecutivo para comer, pero que si no alcanzaba el avión de las cinco y treinta de la tarde, no podría cumplir con la inauguración de una exposición que tenía para las ocho de la noche en el palacio de Bellas Artes. Recurrí al secretario particular Héctor Luna para explicarle que el pintor no podía esperar más. Por fin, sin comer, lo llevé al hangar de gobierno, que aún funcionaba en Terán. El pintor se preguntaba en voz alta: « ¿Para qué me invitó el gobernador Sabines, si no podía recibirme?». Antes de despedirse me dijo mostrándome la bolsa de café que, por cortesía le dio el licenciado Tanus: «Si usted logra descifrar este enigma me la comparte, porque me voy profundamente intrigado. No van a creerme los amigos del Distrito Federal cuando les diga que vine a Chiapas únicamente por una bolsa de café».

Situaciones como ésta sucedieron infinidad de veces que, a la distancia son anécdotas que mueven a risa, pero que en su momento, fueron desastrosas y angustiantes,  intercaladas por otras más que a través de sus dos inseparables amigos y ejecutores, el gobernador ordenaba destituir a colaboradores que se desempeñaban bien para dejar el espacio a  exdiputados o expresidentes municipales que, al quedarse sin chamba, tenía que darles un espacio, aunque no tuvieran la más mínima idea de lo que es difundir y promover la cultura, en pago por alguna tarea especial realizada durante la campaña.  Los ataques periodísticos en mi contra, con clara intención de hacerme renunciar, siguieron dándose. Cualquier movimiento de los maestros o desorden en el terreno educativo me lo atribuían a mí, como fue el caso de la joven periodista Jatziri Cava Córdova que se molestó porque sin consultarla, el periódico para el que trabajaba, tomó su nombre para firmar una nota a ocho columnas atribuyéndome la autoría de un movimiento magisterial liderado por los que fueron  mis  antagónicos cuando fui responsable de la educación del estado. A la periodista la despidieron por atreverse a expresar su inconformidad. Con estas evidencias de que la coordinación de comunicación del gobierno tenía la consigna de atacarme un día sí y otro también, sin ninguna necesidad, siendo tan fácil como aceptarme la renuncia. Fastidiado de esta situación caótica y surrealista me pareció que, un año de resistencia bastaba para retirarme dignamente del cargo que nunca debí aceptar. Presenté mi renuncia con el secretario particular Héctor Luna. El único que me recibía porque el gobernador y sus amigos Nemesio y Mauricio que lo acompañaban y actuaban como vicegobernadores y ejecutores de las ocurrencias, resultaban inalcanzables. Este funcionario, con la atención que me trató, me dijo: « ¿Ya lo pensó bien maestro? No creo que al señor le agrade su renuncia, mejor déjeme comentarle su preocupación por las cosas que están sucediendo y la disposición suya de renunciar, si eso contribuye a que las cosas mejoren. Recuerde profesor que hay gobernadores que no permiten que sus colaboradores renuncien si no hasta que ellos lo deciden y Juan es de esos». Confiado en estas palabras, sin saber si lo plantearía o no, me retiré para concentrarme en gestionar recursos federales porque el magro presupuesto asignado y etiquetado para la promoción de la cultura era insuficiente y por el contrario las órdenes para subsidiar conferencias, conciertos poéticos y musicales, festivales y publicaciones llevando como tema la vida y la obra del poeta Jaime Sabines se multiplicaban. La fiebre cultural sabinista de seis años se multiplicó con propuestas de ínfima calidad o incoherentes, surgidas de la mente de seudocreadores, como la propuesta hecha por un médico metido a mecenas y poeta de “grandes vuelos” que aprovechaba la cercanía con el mandatario, por ser el responsable de cuidarle el funcionamiento de las vías urinarias en  estado crítico, para recomendar a artistas y propuestas absurdas como el cambio de nombre a una importante institución educativa del municipio de Berriozábal,  por el de  Tía Chofi (personaje sabinista de un poema), con el único afán de darle un pellizco al magro presupuesto dedicado a la difusión de la cultura. Estas parodias mercantilistas de la obra del poeta,  si viviera, seguramente las hubiera rechazado. A Juan José poco le importó el respeto a la memoria de su tío ni el menosprecio hacía otros poetas chiapanecos no menos importantes, sino únicamente el usufructo propagandístico del nombre para favorecerse como el sobrino instalado en el poder estatal. Para el inicio del segundo año de gobierno, este gobernador empezó a obsesionarse con la idea desproporcionada de ser el próximo presidente de la república. Esta remota posibilidad, malévolamente alentada por sus cercanos colaboradores, para mantenerlo entretenido, cobró tal forma en su mente desquiciada, que fue en adelante la motivación principal en todos los actos de gobierno. Además de sabinizar la vida política y social de la entidad era importante para él instaurar una dinastía familiar para gobernar al estado por muchos años más.

A la espera de la aceptación de mi renuncia, me concentré con los colaboradores que sabían su oficio para presentar proyectos y gestionar recursos ante la federación. Logramos entre otros presupuestos para el Museo de las Migraciones en Tapachula, contando con la participación de la representación migrante: alemana, china, japonesa y centroamericana instalada en la región. El del Museo de Arte Sacro en el exconvento de Tecpatán con la platería dispersa y a punto de perderse por estar en custodia de pobladores de Tecpatán que es 95% adventista y no tiene interés, por antagonismo religioso, en la conservación de este acervo cultural que pertenece al exconvento de Santo Domingo. El de la galería de Arte Contemporáneo en Tuxtla Gutiérrez, con el acervo plástico  de creadores nacionales que CONECULTA tiene embodegado, sin mayor cuidado de conservación, por ser beneficiario del prorrateo que la SHCP  realiza entre las entidades con obras que los creadores entregan a cuenta de impuestos y que la institución estatal no tiene el espacio ni los recursos necesarios para resguardarlo convenientemente. Además se consiguió el recurso para instalar en San Cristóbal de Las Casas, el Centro de Arte y Cultura del Estado, entre otros proyectos, con presupuesto federal que por falta de interés gubernamental y la anarquía en su conducción, no pudieron consolidarse a pesar del recurso otorgado.

Como esperaba la respuesta de la consulta ofrecida por el secretario particular, con el pretexto de informarle al gobernador de los recursos autorizados por la federación me acerqué a palacio, pero para mi sorpresa me encontré con que el secretario Luna, víctima de intrigas había sido sustituido por Alejandro Gamboa, como fue el estilo de ese gobierno. El trato fue totalmente diferente. Aun así, replantee mi separación del cargo. Ante esta situación, recordé el comentario admonitorio de dos años atrás, en pasillos de un hotel de Acapulco, hecho por Manuel Burgos, uno de los colaboradores sabinistas más cercanos en ese momento: «Ustedes no conocen todavía el verdadero carácter del gobernador Sabines. Esperen a que tome posesión y ya verán cómo es realmente>>, cuando, en mi calidad de Secretario de Educación fui con los miembros de la junta de gobierno de la UNACH a tratarle el relevo y la designación  del nuevo titular de la rectoría.

Las relaciones entre Juan José Sabines y el anterior gobernador entraron en distanciamiento por lo que se podía leer en los periódicos y en la televisora oficial, desde donde atacaban al segundo, sin cuidar las formas. A eso se agregó la molestia por la circulación de un documento anónimo denominado El otro informe: lo que no dijo Sabines que, por primera vez cuestionaba el manejo a discreción del erario estatal y la evidente corrupción y galopante saqueo en el primer año de gobierno. Pronto empezó a buscarle autoría y más de uno de los «probables» autores sufrió consecuencias. Yo fui uno de esos sospechosos.

Con algunos que formé parte del anterior gobierno y tenían alguna responsabilidad en el presente, comenté la presentación de mi renuncia. Uno de ellos me dijo, aferrado al cargo, que esto era pasajero y propio del ritual de una transición, en el que, el gobernante entrante echa estiércol al que se va para que emerja el nuevo. En suma para algunos, aferrados al puesto, no debía tener la piel tan sensible. En fin, poco les importaba los malos tratos ni los barruntos de menosprecio y descredito del gobierno anterior. En lo personal yo no podía seguir «como perro en rancho ajeno», sintiéndome  arrinconado. En esta espera de la aceptación de mi renuncia, por fin llegó la voz de Alejandro Gamboa por la vía telefónica “autorizándome” a entregar mi renuncia. De una renuncia, primero rechazada y luego presentada en su oportunidad, llegó la orden de volver a presentarla, diciéndome en qué términos debía debía presentarla. Una hora después de la llamada de Gamboa hice llegar la renuncia en términos simples y sin seguir la indicación absurda.

El más grave error político cometido por el antecesor de Juan José creo que fue la decisión de favorecer la candidatura de un gran simulador, en quien no supo ver la traición y el rencor acumulado y el anuncio innecesario de su retiro de la política de Chiapas al concluir su gestión, para no meterse en los asuntos del estado, (contrario a éste que a tres años de dejar el cargo, mueve sus piezas para justificar el saqueo y seguir influyendo en la vida política del estado), sin entrever que dejaba en la silla de palacio de gobierno al que sería su mayor enemigo. El mismo que se mantuvo acechando el momento del relevo para aliarse con sus enemigos y soltar el rencor y el odio acumulados, por quién sabe qué razones, con la peor de las combinaciones: poder, adicción, rencor y un delirio persecutorio creciente. El antecesor se olvidó que en política hay verdades que no se creen en boca de un político como la de anunciar que no haría política al retirarse por casi cinco años, tiempo más que suficiente para desacreditarlo en los medios aunque ésta es otra historia que no me corresponde ventilarla.

Los siguientes días, después de mi renuncia, fueron liberadores, pero también preocupantes: al CONECULTA llegaron cuarenta auditores a revisar minuciosamente las cuentas, con la consigna de encontrar cualquier cosa que pudiera inculparme. Al mismo tiempo, que otro tanto se presentó en la Secretaría de Educación con el mismo propósito, no obstante de que la Auditoría Superior de la Federación había auditado los recursos federales dedicados a la educación que representaban más del 95% del total del presupuesto educativo y las pocas observaciones habían sido solventadas en su oportunidad. Hasta el momento de escribir esta memoria, nueve años después, no he recibido el finiquito correspondiente y, en cuanto a la auditoría en  el Consejo, al no encontrar ninguna irregularidad, pero como debían cumplir con la consigna de perjudicarme, emitieron el resolutivo de un supuesto “gasto excesivo” de 85 mil pesos en gasolina (que nunca recibí y que era fácil de demostrar) y la inhabilitación para no ejercer cargo alguno, resolución dictada por consigna, sin posibilidades de defenderme por haberse emitido cuando me encontraba privado de mi libertad, en tanto que delincuentes encabezados por Sabines que se llevaron miles de millones de pesos, disfrutan  en la impunidad total.

Libre de toda responsabilidad oficial, empecé a ver el derrumbamiento de lo que se hizo anteriormente en beneficio de la educación durante seis años: nuevamente la corrupción volvió para quedarse e instituirse como gobierno. A Elba Esther Gordillo, por conveniencia de Juan José, dejó que designara toda la estructura directiva en los sistemas educativos federal y estatal. Los que enfrentaban averiguaciones por fraude o venta de plazas volvieron a puestos  directivos y operativos. Se rompió el equilibrio necesario entre los derechos de la sociedad y los derechos laborales del magisterio. Ahora sé cómo los gobernadores del estado, irresponsablemente han deteriorado la educación pública con decisiones arbitrarias,  contrarias al bien común, sumado al poder acumulado de la maestra Gordillo para imponer a sus fieles, no solo en las direcciones sindicales, sino en los cargos de primer nivel de la estructura educativa, sin tener una idea clara del daño causado a la educación de México. Alguna vez tuve la oportunidad de decirle a esta maestra su error de persistir en el manejo de la educación y de incidir en la política del estado con fichas de pésima fama entre el magisterio, pero entendí que a ella no le interesaba mejorar la conducción de la educación en México, sino el de mostrar el músculo para que supieran el poder que detentaba en los estados donde los gobernadores equivocadamente le entregaban la dirección de la educación a cambio de evitarse problemas laborales. Poco importó al gobernador en turno y la lideresa la imposición de una mafia arraigada en la burocracia educativa que imposibilita cualquier proyecto de mejoramiento, aun de aquellos surgidos de la propia dirección nacional del sindicato. En su momento, Sabines no me hizo caso de la recomendación que le hice para que no se inmiscuyera en la vida interna de los sindicatos magisteriales, para favorecer a alguien en los puestos directivos sindicales porque no lo permiten los maestros ni lo permite el CEN del SNTE; que resultaba políticamente más conveniente, levantarle la mano al ganador estableciendo una relación de trabajo de mutuo respeto, sin embargo, prefirió lo contrario: compró la voluntad de los dirigentes, concediéndoles lo que pedían a costa del erario del estado a ser el fiel de la balanza entre los derechos de la sociedad y los derechos laborales del magisterio.

Hasta el CEBECH Dr. Belisario Domínguez de donde salí para la Secretaria de Educación, que fue creado como un proyecto educativo local surgido de la misma base magisterial y que me tocó poner en marcha en 1982 con el apoyo del viejo Sabines Gutiérrez, convencido con la idea de crearla y protegerla como una institución de excelencia académica, emitió el decreto gubernamental número 80, estableciendo como prioridad el conocimiento y las aptitudes de los maestros, seguida de la antigüedad, para preservarla de cualquier acechanza política o sindical. Lamentablemente el propio heredero de aquel gobernador fue quien ordenó el asalto y destrucción de sus bases pedagógicas y magisteriales que la sustentaban, cumpliéndose el viejo refrán que nunca segundas partes son buenas. En este plantel, en un término de cuatro años, desde 2008, pasaron siete directores por la pugna creada desde el gobierno de dos grupos con directrices sindicales, sin calidad moral ni pedagógica para proteger el proyecto, sino por la pura ambición y megalomanía de los que están detrás de una y otra corriente sindical en busca de puntos para ganarse los favores del gobernador. Ambas corrientes decían contar con el apoyo de la  maestra Gordillo para cumplir la instrucción de este gobernador en contra de los maestros interesados en conservar el nivel académico de esa institución. Este proyecto educativo que se creó hace treinta y tres años como un centro de excelencia académica de la educación básica que rompió con la parcelación de los niveles educativos, tuve la oportunidad de construirlo y de reproducirlo en Tapachula y Cintalapa durante el mismo gobierno del viejo Sabines, con resultados satisfactorios que demuestran su pertinencia y viabilidad. Sin embargo, ante la simple y chata visión del hijo y colaboradores, poco importó ensombrecer la obra educativa de su progenitor, al preferir su destrucción por la idea de que esta institución es obra de uno de sus enemigos y no un proyecto del pueblo. Para los simplistas podrán decir que aquí quedó el triunfo y la derrota de un proyecto personal, sin embargo destruyeron un proyecto educativo surgido del magisterio con lo que se demostró que no sólo sabe protestar, sino también promover opciones de mejoramiento educativo y que hoy, a nivel nacional, a más de treinta años después, el gobierno federal intenta impulsar escuelas de excelencia por todo el país, mientras que aquí, Sabines la mandó a destruir, pudiendo ser proveedora de experiencias. Hoy, este proyecto está a punto de perecer  por pleitos interiores y carencia de voluntad política para rescatarla. No se trata de aportarle dinero, sino de eliminar las rémoras que impiden que siga siendo un modelo educativo viable.

A la denuncia anónima de regalar dinero en efectivo a manos llenas para comprar la conciencia de los líderes sindicales, de organizaciones, de empresarios y hasta de religiosos de una y otra denominación y la de otorgar bonos navideños considerablemente superiores al aguinaldo recibido en nómina confidencial, fue la otra razón por la que fui perseguido como el probable autor que los “investigadores espías”, incapaces de indagar y ante la presión de proporcionar resultados, un funcionario como yo, que venía de la anterior administración era el sospechoso ideal  para señalarlo como el posible autor. Además de los anónimos de gente resentida o deseosa de quedar bien con Juan José, a quien seducía sobremanera este tipo de información y montajes.

Los medios de comunicación, inducidos desde la coordinación de comunicación social,  siguieron señalándome como un desestabilizador pablista; término inexistente como corriente política porque los que acompañamos a Pablo Salazar durante su gobierno, procedíamos  de origen, formación e ideología distintos. Fuimos llamados para integrarnos a un proyecto de gobierno por nuestra experiencia y trabajo en las áreas en que nos desempeñábamos, no por ser parte de un grupo político o de amigos preparados para asaltar el poder. Ese fue mi caso: fui llamado por mi trabajo realizado en la educación y la cultura. Con algunos integrantes de ese gabinete tuve más relación que con otros durante ese sexenio por la naturaleza de nuestras responsabilidades, pero lo que sí puedo asegurar que nunca recibí una orden para favorecer a alguien en especial o hacer algo deshonesto, por el contrario, se me permitió impulsar en el ámbito educativo reformas y proyectos para mejorar el servicio educativo tales como: el otorgamiento de las plazas docentes del nivel básico y medio a través de exámenes de oposición, reales y supervisados, diez años antes que lo intentara hacer la federación de manera simulada del famoso 50 y 50 para la Sección y para la Secretaría, poniéndose de acuerdo únicamente en el precio de las plazas. La fusión de los servicios educativos federalizado y estatal, con pleno respeto a los derechos magisteriales; la creación del Instituto Estatal de Evaluación y la del Centro Estatal de Tecnología Educativa;  la creación de cinco universidades más, la valoración y el respeto a la ciencia y la academia, entre otras innovaciones. En fin, centramos a los niños y adolescentes como los protagonistas principales de la educación y reconocimos el trabajo de los maestros en las escuelas, siendo respetuosos de la autonomía y la vida interna de los sindicatos, entre otras decisiones que se tomaron en franca oposición a quiénes no querían que las cosas cambiaran para seguir usufructuando en su beneficio. Se tomaron decisiones pensando en la educación de los niños y jóvenes de Chiapas y no en los niveles de popularidad del gobernante en turno. Mucho de lo que en ese sexenio se aplicó hoy es motivo de debate nacional en el intento de hacer efectivas las reformas al Sistema Educativo Nacional que arrastra vicios e inercias difíciles  de corregir y que, sin la voluntad efectiva del Presidente y los gobernadores de los estados para hacer una cirugía mayor al sistema educativo será una simulación sexenal más, poniéndole vendoletas sobre el absceso. Requiere una  sinergia de fuerzas de todos los que tienen que ver con el proceso educativo, pero principalmente con la voluntad de los gobernadores para que dichas reformas no terminen siendo un intento fallido más. No es la solución centralizar nuevamente la administración del presupuesto de la educación nacional, que lo único que traerá es la concentración de las manifestaciones magisteriales en el D.F. Esa película ya la hemos visto hasta la saciedad. Ahora la corrupción será de las oficinas centrales a las locales.

Cualquier malicioso e incrédulo podrá constatar que a lo largo de mi vida laboral  colaboré con gobernadores como: el doctor Velasco Suárez como coordinador de cultura; con Sabines Gutiérrez en la subsecretaría de educación básica y como su asesor educativo; con el general Castellanos en la misma subsecretaría;  con Pablo en educación y, brevemente con Sabines Guerrero en cultura, sin ser velasco-suarista ni sabinista ni castellanista, hasta que, por la persecución a Pablo, soy merecedor del mote pablista, que no me molesta, por el contrario, me siento satisfecho porque no hice acción alguna  de la que pudiera avergonzarme. Aunque para muchos, no pueda ser creíble que la honestidad es uno de los valores que  llevo a la práctica en todos los actos de mi vida diaria. Tengo una biografía de trabajo honesto que me respalda.  Sé que los ataques mediáticos que sufrimos los que  fuimos perseguidos,  obedecen a la bilis y mala intención de quienes resultaron afectados personalmente por privilegiar el beneficio colectivo.

Lo cierto es que ni los políticos ni los comunicadores ni la gente del pueblo supieron ver la verdadera personalidad de Juan José. El comportamiento real de este individuo fue develándose a lo largo del sexenio a donde fue dejando víctimas en los sectores económico, social y político. Los que avizoraron la desgracia para Chiapas callaron por miedo o conveniencia. No dijeron nada. Hoy, cuando la cloaca va destapándose para mostrar la vileza en los actos de este excelente simulador y el proceso institucional de limpiar su administración y justificar el saqueo perpetrado, algunos se muestran sorprendidos, cuando inocentes y culpables pagan ese silencio cómplice dejándolo  ir, sin exigirle cuentas de sus actos.

 

La orden de aprehensión

A partir del 16 de enero del 2009 en que me separé de toda relación del gobierno de Juan José Sabines, lejos de menguar los ataques periodísticos hacia mi persona siguieron responsabilizándome de cuanta manifestación de inconformidad ocurría en el sector educativo o cultural, hasta orillarme a jubilarme al ponerme obstáculos para reincorporarme a mis labores docentes. La continuación de los ataques mediáticos y las presiones me preocuparon porque tenía ejemplos de chiapanecos que, después de desacreditarlos mediáticamente, los responsabilizaban de supuestos delitos para aprehenderlos. Busqué al Secretario de Gobierno de ese momento, Jorge Morales Messner para comentarle las absurdas acusaciones de las que estaba siendo objeto, pero percibí en el funcionario escepticismo y reservas o imposibilidad de actuar, por esta razón, convencido que el poder real estaba en Nemesio Ponce, acudí ante él para decirle lo mismo, con la única intención de que me dejaran en paz. Nada sucedió, entendí que formaba parte de un paquete destinado al desprestigio por la voluntad del gobernante. No me quedó otra que aguantar a pie firme las falsas acusaciones y procurar no leer las notas periodísticas, aunque nunca faltó el amigo obsequioso que  me las llevaba o me las enviaba a mi correo. Desempleado y señalado como uno de los culpables de todos los males educativo de Chiapas, me dediqué a cosas personales que nada tenían que ver con el gobierno.

Fue hasta la noche del siete de junio del 2011, cuando me enteré de la aprehensión del exgobernador Salazar en el aeropuerto de Cancún. Repuesto de la sorpresa, me reuní con dos amigos en el intento erróneo de buscar razones a la persecución desatada, aunque sabíamos que iba en contra de Pablo por consigna de Sabines, nos confundía enterarnos que los integrantes de su gabinete estábamos con órdenes de aprehensión. Yo fui uno de los que tontamente me aferré a no moverme de Tuxtla considerándome inocente de cualquier delito. No faltó el amigo que me hiciera ver el error de permanecer en la ciudad. Fue así como el 11 de junio del 2011, emprendí la travesía hacia el destierro forzoso cancelando de manera abrupta proyectos personales y la separación de mis seres queridos. Aunque contaba con la comprensión de la familia, me molestaba abandonar la ciudad en mi condición de maestro jubilado, presentado ante los medios como un vulgar delincuente, sufriendo la condena superficial de los medios. Me sentí arrancado de mis raíces para ser trasplantado a un lugar desconocido.

A la sorpresa y molestia de convertirme de la noche a la mañana en un “peligroso delincuente” por voluntad expresa de quien vivía prisionero de su paranoia persecutoria, siguió la decepción al enterarme del apresuramiento de Horacio Shoeder y de Eduardo Chanona, subsecretarios de las Secretarías de Seguridad y de Administración respectivamente del gobierno de Pablo que estando en la misma lista negra y con los mismos delitos y órdenes de aprehensión, corrieron a desmarcarse por conveniencia, deslindándose ante los medios, quizás declarando y suscribiendo lo que les pusieron enfrente como condición sine qua non  para continuar libres y en los mismos cargos que desempeñaban en el gobierno de Juan José. Poco les importó la condena de la historia ni lo que pudiera registrar la  memoria colectiva, quiénes con seguridad desconocían la sentencia socrática: «En cuanto al castigo, debo decir que lo difícil no es morir, sino vivir con vergüenza».  Otros menos, buscaron padrinos para permanecer escondidos o para salir del país con una beca o para dedicarse a presentar libros de nostalgias chiapanecas o mantenerse atentos a la agenda de Sabines para salir en las fotos como un integrante más del contingente “leal y sumiso” al gobernante en turno, para dejar constancia del distanciamiento con quién un día les dio un cargo público para servir al estado. ¿A cambio de qué concedía favores a unos y perseguía a otros? Quizás para dividir al supuesto grupo o para inferirle decepciones al principal perseguido. Los que huimos nos distribuimos por diferentes lugares del estado, del país o fuera de él y perdimos contacto. Con los menos, pasada la tormenta de la infamia he vuelto a tener relación, unos intentando restablecer actividades y otros como yo, recogiendo los restos esparcidos, superando obstáculos aún por vencer  para normalizar la vida diaria.

Al principio de esta persecución, los valores de la democracia y la justicia en los que sigo creyendo y práctico hicieron resistirme a salir huyendo inmediatamente. Los cinco delitos por los que estaba acusado, entre los que sobresalían los más graves como: asociación delictuosa, delincuencia organizada y peculado  del expediente colectivo penal 96/ 2011 por los que se libraron órdenes de aprehensión, eran de lo más graves para que no pudiera obtener la libertad ni siquiera bajo caución para armar mi defensa, por el simple hecho de ser beneficiarios de un seguro institucional por defunción y sobrevivencia por una cantidad asegurada si moría y otra, mucho menor, si sobrevivía. Este seguro estaba debidamente registrado y otorgado después de cumplir con los requisitos exigidos de los trámites hacendarios y la licitación correspondiente. La póliza que recibí y cobré de manos de la Aseguradora contratada, no del gobierno del estado fue al término de mi encargo. Este seguro me protegió de los riesgos a los que estuve expuesto durante el trabajo realizado en los cuarenta y un municipios mayormente afectados por el huracán Stan en el Soconusco y la Sierra. En mi caso, primero ocupado en  la reanudación de las clases en lugares emergentes y provisionales, y luego en la reconstrucción de los planteles destruidos, enfrentado a la oposición de grupos de  maestros y padres de familia que, por intereses personales se oponían a la reanudación de labores. Los primeros buscaban alargar la suspensión de clases y los segundos querían que el gobierno comprara terrenos que no llenaban los requisitos mínimos de seguridad para no perder la comisión ofrecida por los dueños o, simplemente por la rabia que sentían por haber sido afectados por el fenómeno natural y que, al no tener contra quién desquitarse, personalizaban su enojo con los que llevábamos la representación del estado. La mayoría de las comunidades insistían en la reconstrucción de las escuelas en el mismo lugar que la furia de la naturaleza se había llevado, negándose a reiniciar labores en aulas provisionales. Las dificultades fueron mayores para acceder a las comunidades lejanas y ubicadas en la Sierra por la destrucción de puentes, carreteras y caminos, para evaluar y levantar las actas circunstanciadas de los destrozos y las pérdidas en los edificios escolares,  que las reglas del FONDEN, exigían como primer requisito. Los problemas y peligros se multiplicaron en la selección de terrenos para reconstruir las escuelas en la región serrana, donde no hay terrenos que ofrezcan el 100 % de seguridad exigida; que dificultaban el traslado y reposición de mobiliario, libros y útiles escolares, junto con los víveres, problemas a los que se sumaba la oposición  de las comunidades educativas de  colaborar para resolver los problemas en el menor tiempo. En fin, el 2006, el último año de ese sexenio, fue un año de riesgos permanentes para los que tuvimos la responsabilidad en la reconstrucción. Cuando recibí la prima del seguro, lo declaré ante el SAT y pagué los impuestos correspondientes como también lo di a conocer en mi declaración patrimonial anual y en la conclusión del encargo. Tarde vine a entender que no se trataba de demostrar mi inocencia, sino que formaba parte de un paquete destinado a sufrir la persecución, únicamente por mi colaboración institucional con quién Sabines veía, no como la persona que lo sacó del anonimato y le dio carrera política, sino como su enemigo acérrimo. El pretexto para perseguir fue lo de menos.

De repente mi vi separado  de afectos y familiares, no sólo por la distancia geográfica sino de comunicación, sin lograr asimilar esta acción vengativa de un hombre con el que contribuí con lo que sé hacer para que fuera gobernador. Perdí contacto con todos, sin saber qué hacer, cómo defenderme; preguntándome en mi soledad: ¿Qué hice mal para merecer esta situación? ¿Qué estaba pasando con los demás? Con la leve esperanza que este asunto se arreglara y que la persecución se suspendiera pronto, transcurrieron siete meses de ir de un lugar a otro, sin saber lo que estaba pasando en mi estado ni lo que me deparaba el mañana.

De pronto empecé a resentir el exilio obligado. El golpe brutal del cambio de vida que solo aspiraba a vivirla tranquila, dedicado a leer y a escribir, pero preocupado porque el asunto iba más allá del daño personal. El gobierno de  Juan José Sabines se mostraba cada día más en toda su crudeza en el manejo de las finanzas del estado para su propia promoción y enriquecimiento  con sus más cercanos colaboradores. Despreocupado del grave retroceso en los procesos democráticos, construidos por gobiernos anteriores, a veces a zancadas y otras a pasos cortos, pero al fin avances en un crecimiento desigual y combinado, se siguió de frente en la devastación social y económica de la entidad. Los dueños de las televisoras nacionales y de los medios radiofónicos e impresos fueron directamente beneficiados no solamente con la contratación excesiva de espacios publicitarios y promocionales de su figura sino en negocios de otra índole, quiénes en agradecimiento y buscando continuar beneficiándose, hasta hoy ocultan la cruda realidad que Chiapas vivió durante esos seis años, cuyos efectos se sienten y resienten. La acusación en contra nuestra fue un mero distractor para desviar la atención  de los chiapanecos para que no vieran la corrupción y el nepotismo desaforados con que se conducía este Juan José en el último tercio de su administración. Además, sirvió para inhibir a los que quisieran alzar la voz para denunciar los acontecimientos de la realidad chiapaneca, como sucedió con  chiapanecos que nada tuvieron que ver con la lista Sabines de 56 perseguidos, pero que valientemente se atrevieron a denunciar o simplemente expresaron su deseo de contender por algún cargo de elección en contra de su voluntad.  Aunque los medios de comunicación nacionales ya tenían en Peña Nieto al candidato idóneo para sus propósitos, mañosamente montaron una costosa campaña publicitaria con cargo al erario público para seguir alentando en este gobernante el sueño imposible de mostrarlo como un buen prospecto para la candidatura presidencial. Farsa que Sabines compró totalmente para continuar sus propias acciones, entre ellas para congraciarse con el precandidato presidencial inyectándole recursos a la campaña nacional y acercándose a personajes cercanos y, por otro, sedujo al representante de la ONU Magdi Martínez, proclive a la vanidad y a los regalos onerosos en detrimento del patrimonio de la entidad y a la credibilidad de la institución que representaba. Este representante, alentó los sueños de internacionalización de Sabines para ocupar un alto cargo en representación de México en el extranjero o en el mismo consejo de la ONU, para ello intensificó las relaciones con gobernantes centroamericanos intercambiando condecoraciones y reconocimientos con cargo al erario estatal para mostrarse como un destacado protector de los migrantes, aunque la realidad dijese otra cosa. Encarceló a políticos para promocionarse como un gobernante “inflexible” en la aplicación de la justicia. Virtualmente, de la noche a la mañana, nos despertamos ocupando los primeros lugares nacionales en: producción alimentaria, agroindustrial, en biocombustibles, en construcción de carreteras, en hospitales y escuelas. La pobreza y la marginación pasaron a ser cosa del pasado. A la clase política local y nacional, como a los representantes de la comunidad farandulera, los uniformó con la famosa camisa sabinera que, hasta hoy  día, sigue mostrándose en escenas de telenovelas pagadas con recursos del erario estatal. Compró certificaciones de empresas internacionales de dudosa credibilidad para mostrarse al mundo político como el gobernador de la entidad más segura del universo.   Nadie escapó a la seducción y al engaño. El propio presidente Calderón urgido de aplausos y reconocimientos cayó en la adulación y el engaño. En fin, que los recursos del estado y el subsidio federal, lejos de resolver los graves rezagos sociales, sirvieron para satisfacer la vanidad y las ambiciones de un gobernante perdido en la frivolidad de la farándula, ocultas por la algarabía de una costosa publicidad y el entretenimiento de circo, maroma y  teatro como negocio familiar del tío materno con cargo al erario gubernamental. La premisa era ganar la candidatura presidencial o, como dicen en el pueblo: perder ganando, una secretaría en el gabinete federal.  La ambición desmedida alcanzó a todos los miembros de la familia Sabines Guerrero y a los amigos cercanos pero escondidos detrás de empresas constructoras, reales unas e inexistentes otras; de bienes y servicios (medicinas e insumos fantasmas y hasta aviadurías en las alcaldías municipales más allá de la conclusión de su gestión. La consigna familiar era apropiarse de todo a la mayor brevedad posible. No cuidó las formas, seguro de contar con la impunidad a través de un sistema de complicidad vinculada con gente cercana al gobierno federal encabezada por Peña Nieto, a partir de la entrega formal del cargo. Asegurándose de que, en el supuesto de ser observado por algún órgano fiscalizador, los cómplices operarían inmediatamente para deshacer cualquier proceso, para que no fueran descubiertos como los beneficiarios de obras y servicios cobrados, pero no realizados. Por ejemplo cometió sendos fraudes con constructoras inexistentes con el padrinazgo de exgobernadores. Subsidió campañas de candidaturas ganadoras de otros estados. Además de los diputados locales y federales y senadores que lo protegen para evadir cualquier juicio por el empobrecimiento y endeudamiento en que dejó a Chiapas. Un excelente montaje de impunidad.

En los casi tres años de persecución, este gobernante dio rienda suelta a la imposición del silencio y el miedo colectivo. Adquirió voluntades para hacer lo que se le viniera en gana con sus sueños de grandeza, aunque esto incluyera la destrucción sistemática de los valores de la participación democrática y el sometimiento servil impuesto por el terror. Fue un sexenio pleno de ocurrencias, de montaje y desmontajes legales, dependiendo para donde soplaran los vientos o con qué humor despertaba con delirios persecutorios o con el sueño obsesivo de ser el próximo presidente de la república y al mismo tiempo que preparaba el camino para su cachorro, porque quiere que sea el tercero en la ruta del usufructo de un nombre que él se encargó de ensuciar y llenarlo de la peor fama. La imposición del cachorrismo político en toda su expresión.

Mi primera parada en este recorrido obligado fue la ciudad de Oaxaca, donde, en mis años mozos, me formé como educador en el Centro Regional Normalista (CRENO) para ejercer el magisterio y dedicarme al arte. En ese tiempo, las circunstancias me llevaron fuera del país, gracias a una beca proporcionada por los países socialistas a mediados de los años sesenta. Regresé inconscientemente a esa ciudad, cuarenta y tres años después, perseguido por un loco con poder, guiado por el agradecimiento que le guardo a esta ciudad y para no distanciarme de mis afectos abandonados en Tuxtla. Actualmente la Bella Antequera es otra, conserva sus edificios históricos, es orgullosa de su historia y tradiciones, pero ha crecido enormemente. El espíritu combativo de sus pueblos originarios sigue manifestándose en la sociedad actual. Es una ciudad viva donde se manifiesta la vitalidad de todo el estado y al gobernante pueden decirle lo que piensan de su gobierno y no pasa nada, a diferencia del sexenio de Sabines que bastaba una simple sospecha inducida por los espías o susurrada al oído por los poderosos cómplices Mauricio Perkins o Nemesio Ponce, para caer en desgracia, sin merecer el beneficio de la duda. A pesar de mi reencuentro con la vitalidad y vivencia democrática oaxaqueña no pude evitar condolerme por el alto costo que estaba pagando por atreverme, sin partido ni grupo político atrás, a participar en un gobierno que tuvo el atrevimiento de romper con la continuidad de un sistema político arcaico y corrupto y que al cabo de esa experiencia sexenal de alternancia volvió a imponerse con un cachorro, aunque bajo otras siglas partidistas, de manera brutal y desvergonzada, con lo que se inauguró la era del pedigrí o del cachorrismo, que quién sabe qué peores cosas nos esperan en ese sueño de exgobernadores, sintiéndose con derecho de sangre para volver a detentar el poder estatal a través de sus vástagos. Siendo ésta única prenda principal que esgrimen para gobernar, sin importarles la experiencia, el conocimiento, la formación y la buena fama pública, cualidades que no se necesitan para los propósitos de este tipo de jóvenes ambiciosos.

En la Ciudad de Oaxaca empecé a hacer ejercicios de concentración para no caer en la melancolía, consciente de que ésta es la afectación más grave que acecha a los que, como yo, estaban siendo perseguidos, porque física y sicológicamente afecta y perturba las defensas y porque además destruye la memoria y obliga a una renuncia adelantada del derecho a la libertad. En ese escondite me refugié en la lectura y la escritura. Humorísticamente, en mi soledad me decía que estaba viviendo mi año sabático, pero en realidad estaba luchando para no ser víctima de la melancolía y el resentimiento. No deseaba enfermarme. Sin ningún contacto con la familia por el riesgo de ser localizado ni buscar a los viejos amigos oaxaqueños, opté por buscar cómo entretenerme. Al no tener computadora ni máquina de escribir, con extremo cuidado empecé a visitar un discreto cíber para informarme lo que estaba sucediendo, leyendo entrelíneas a los medios que únicamente se ocupaban en difundir las fantasías y las mentiras del gobernador como única realidad y verdad oficiales. Mi conclusión dolorosa fue que la ética y los derechos humanos en Chiapas estaban secuestrados y en manos de una pandilla que legitimaba la privación de la libertad o decretaban libertades a los que abandonaban la resistencia o se comprometían a validar cualquier atropello con silencio y sumisión. La judicialización de la política y la democracia estaba a todo lo que daba.

Una mañana, muy temprano, en que me atreví a ir al mercado de aquella ciudad tuve dos encuentros, uno con un viejo compañero estudiante del CRENO con quien sostuve una larga y agradable conversación. Este encuentro vino a darse después de varios meses de soledad y silencio en el pequeño cuarto que tenía en una casa de huéspedes, en las afueras de Oaxaca. Este buen amigo se convirtió en mi protector, guía y contacto con otros amigos y con mi familia. El otro encuentro fortuito, aparentemente agradable, fue con un conocido militante de izquierda que me platicó que se encontraba en Oaxaca para asumir un importante cargo en el gobierno de Gabino Cué, ofreciéndome toda la ayuda posible, expresándose mal de Juan José y de los desmanes que hacía en Chiapas, donde el ambiente político era irrespirable por el secuestro de los partidos y organizaciones políticas para que no participara nadie que no contara con su voluntad. Después de estos dos encuentros, me invadió un sentimiento de inseguridad por el riesgo a que me estaba exponiendo, ya que, así como encontré a estos amigos, podía algún otro, no tan amigo, verme y denunciarme. Coincidentemente con este desasosiego recibí la información de que en la Procuraduría de Justicia de Chiapas sabían de mi residencia en aquella ciudad. Atrapado en la paranoia del perseguido, decidí cambiarme a otro lugar del mismo estado de Oaxaca.

Del encuentro con mi amigo oaxaqueño surgió el contacto con otros que se solidarizaron con mi situación, dispuestos a no dejarme solo. Ese aviso a tiempo, permitió a estos amigos llevarme a otro refugio. Sin embargó, los cuatro meses pasados en aquella ciudad me sirvieron para refugiarme en la nostalgia de mis días de estudiante normalista. Ellos, me ayudaron con su compañía y me proveyeron de lecturas suficientes, sin faltar los ofrecimientos solidarios, muy común en ellos, en situaciones de riesgo. A pesar de mi rechazo al ofrecimiento tentador de reunirme con otros excompañeros del CRENO, siguieron ayudándome.

En mi clara oposición de alejarme más de Chiapas, surgió la propuesta de los amigos de refugiarme bajo la protección de otros compañeros en Salina Cruz. En aquella ciudad, la más calurosa del Istmo, me recibieron y alojaron con igual afecto, en donde pasé otros tres meses para recibir la primera visita de mi familia, principalmente de mis cuatro hijos y de mi mujer. Emotivo y caluroso encuentro. Los recibí ávido de saber de ellos y de mis nietos Hablamos de los sucesos que me estaba perdiendo, de la oportunidad de verlos crecer o de verlos nacer como me pasó con la última de ellos. Me inquietaba la salud de mi madre y del impacto por la noticia de que su hijo estaba siendo perseguido como si fuera un bandido por el aparato de justicia de Chiapas. Dura y dolorosa despedida con los mios. Cuando se fueron me quedó el enorme vacío. Me dejaron una computadora con la que me entretuve en el rudo y necesario aprendizaje de un analfabeto tecnológico. Acostumbrado a redactar a mano, aprendí a manejarla en lo básico como una máquina de escribir.

De la ciudad de Oaxaca, pasé tres meses de estancia en Salina Cruz y ante la engañosa información de que Juan José buscaba distender la relación con su antecesor, me atreví a trasladarme a un rancho del Norte de Chiapas, propiedad de un pariente, que bondadosamente me ofreció refugio, a pesar del riesgo que corría al ayudarme. Con el pretexto del frío y para evitar que me reconocieran, aprendí a llevar pasamontañas cuando salía o  caminaba por el bosque de pinos, niquidambares y robles. En esta parte del norte del Estado de fuerte presencia zoque, estaba mejor por el clima opuesto al de Salina Cruz. Por consideración, mi sobrino Luis, pensando tal vez que su tío era un político ávido de noticias, con frecuencia pasaba a dejarme noticias de las precandidaturas al gobierno del estado y de las persecuciones a personas que les vetaban la participación en el proceso electoral, ignorantes que la existencia de un operativo legal y del montaje de una maquinaria electoral capaz de revivir a muertos y habilitar a lactantes para hacer ganar generosamente a los candidatos del gobernador y hacer perder vergonzosamente a los indeseados. A los que manifiestaban su derecho de participación les enviaban auditorias o les abrían averiguaciones previas para hacerlos desistir tal como sucedió con dos aspirantes a la presidencia municipal de Tuxtla para quien ya tenía en Yassir, al candidato idóneo que le ayudaría a realizar sus ocurrencias y corruptelas para dejar a la capital chiapaneca en la peor de sus crisis. Entendiendo hoy, que si así quedó la capital, obvio es suponer las condiciones de desgracia en que quedaron los demás municipios de la entidad. La votación del 2012 fue la más fraudulenta y descarada que se haya visto en Chiapas. Quienes participaron voluntaria o involuntariamente legitimaron una elección de estado. Sabines, llevado por el temor y la ambición de perder el control del poder, en complicidad con los dirigentes de los partidos, hizo lo que quiso  para protegerse. Por esta razón no le importó comprar y controlar a todo el órgano electoral para que ganaran sus candidatos. Con la aprehensión de su antecesor y de nosotros sembró el miedo en los chiapenecos. En este escenario, Juan José pasó de la simulación al cinismo para seguir expoliando el patrimonio del estado, en favor de quiénes lo adulaban y presentaban como un hombre de estado con talla internacional. El interés enfermizo de trascender como candidato presidencial, quimera que le hicieron concebir los que lo cultivaron para distraerlo de su mal humor, hacía que cometiera constantemente violaciones a los derechos humanos. “En el peor de los casos alcanzar, –decían sus cómplices- cuando menos la Secretaria de Turismo o la de Relaciones Exteriores para pelear la grande en la próxima”.  El nepotismo,  la mezcla de los cargos políticos con los negocios, la corrupción en todos los niveles de gobierno llegaron a su máxima expresión. La mentira y el miedo aunados al sistema judicial como instrumentos represores fueron prácticas comunes. En este lapso de tiempo, Chiapas pasó del intento de sanear la vida política, social, administrativa y financiera del estado a la regresión y a los peores vicios que los chiapanecos creían en vías de superación, sobresaliendo el gran endeudamiento estatal para los próximos treinta años, el encumbramiento de un grupo de jóvenes en la política del estado con los mayores defectos para gobernarlo. El financiamiento de campañas para gobernadores en otros estados como Veracruz y Guerrero, en complicidad con los mandatarios salientes, además de las televisoras nacionales que metieron la mano al erario del estado, sirvieron como hilos y rueca para tejer el amplio manto de impunidad del que ahora goza para no ser llamado a cuentas con sus cómplices y familiares y por el contrario, cobrar los favores para ser ubicado en el consulado de Orlando, Florida como primer escalón de otros que reclama a sus cómplices instalados en el gobierno federal.

Hasta donde me encontraba, a pesar del ocultamiento consensuado de mis familiares, llegó la noticia desagradable del intento de extorsión, a cambio de una supuesta protección para no seguirme perjudicando  en mi patrimonio ni en mi prestigio. Lo que no pudieron ocultarme fue la llegada a casa de un personero del gobernador Sabines con la propuesta de suscribir una carta de reconocimiento a su gobierno y un deslindamiento político con el exgobernador Pablo a cambio del desistimiento de la orden de aprehensión, poniendo el supuesto ejemplo de otros excompañeros de gabinete que ya habían hecho lo propio para no ser molestados. En este refugio enteré de la detención de David, un joven administrador graduado con honores y que colaboró eficientemente en la desaparecida Secretaría de Administración; luego vino la detención de Leonardo, otro joven profesionista graduado en protección civil durante los días más difíciles del Stan, que se unían a las detenciones anteriores de Daniel y de Gabriel, reconocidos en los ámbitos de la administración y la hacienda pública. Me inquieté, pero entendí que nuestra problemática estaba sujeta a los estados de ánimo del que aún gobernaba a la entidad en permanente delirio persecutorio. Esta situación quedó confirmada cuando se dio a conocer la detención del maestro Miranda que, como en mi caso, tuvo la osadía de ser funcionario de educación, sin otro mérito que ser un buen educador, pero carente de protección porque no pertenecía a ningún grupo político local o nacional ni ser protegido de Elba Esther.

En este refugio del norte de Chiapas tuve el segundo aviso del viejo malestar de mi columna vertebral que me postró en cama durante varios días y ya no me dejó en paz. Días en cama y días con relativa actividad, llevando a cuestas el viejo diagnóstico de la impostergable operación, luego de mi peregrinar, algunos años atrás en busca de alivio. Vi a traumatólogos y quiroprácticos de Yobaín, Yucatán, en San Pablo, Guatemala; hasta la Habana Cuba, pasando por la Ciudad de México que me recomendaron lo mismo: la intervención quirúrgica. El estrés que padecía por la persecución y las noticias que llegaban hacía que los nervios se inflamaran más y no respondieran a los medicamentos. Esto me obligó a tomar la decisión de someterme a la cirugía que tanto evité, sin importarme los riesgos para mi libertad o para mi vida. No tenía otra opción. Los dolores insoportables hicieron que considerara viajar a México para someterme a la intervención quirúrgica. Cualquier riesgo era menor con tal de obtener alivio. Por esta razón mi mujer hizo los contactos necesarios en la Ciudad de México.                  

En suma: políticamente fui víctima de una vil traición. Humanamente una violación a mis derechos y garantías puesto que me privó de mi libertad con delitos inexistentes, y éticamente padecí una injusticia.

En busca del médico

Cuando mi estado de salud se agravó no me quedó  otra que buscar el alivio y ante la corazonada de que mi último refugio en las montañas del norte del estado ya no ofrecía mayor seguridad, con el apoyo de mi familia, aunque no muy convencida, tomé la decisión de trasladarme a la Ciudad de México para operarme. Durante el viaje por tierra, pensé que el mayor error hasta ahora cometido por los que estábamos siendo perseguidos o encarcelados era: juzgar los actos y decisiones del perseguidor con los valores éticos nuestros, cuando este hombre carece de esos valores o simplemente los desconoce. En segundo lugar el error de confiar en el sistema de justicia estatal en la que nos aferramos porque no habíamos cometido delito alguno como para ser perseguidos y/o encarcelados, negándonos a aceptar que el sistema judicial estaba al servicio de la voluntad del gobernante, y tercero que no consideramos que las detenciones  seguidas a la de Pablo, tenían el propósito de humillarlo y hacerlo callar definitivamente antes, durante y después de las elecciones electorales para que Sabines dispusiera a su antojo de la selección de candidatos para todos los puestos de elección, desde la más pequeña de las presidencias municipales hasta el mayor cargo de elección popular para el Congreso Nacional. Tenía únicamente dos propósitos: protegerse y mantener el control del poder una vez que dejara el gobierno para seguir teniendo los hilos y resortes de control de las decisiones políticas de Chiapas. Los que habitamos esta entidad nos encontramos ante un ser que perdió la proporción de las cosas. Ignorante de los límites y tiempos del poder para seguir dañando, sin el mayor respeto a quien gobierna ni reconocimiento al trato respetuoso que recibió sin merecerlo cuando no era nadie. Para él Chiapas sigue siendo suyo. Triste panorama político se avizora y mayor responsabilidad para quienes lo dejaron ser, hacer y crecer, porque sus acciones no acabaron con la separación del cargo, seguirá haciendo el mayor daño que le sea permitido. Tiene con qué y cuenta con quiénes para hacerlo, primero desde la suntuosidad en de sus propiedades en Acapulco y hasta ahora desde su posición de cónsul en Orlando. Error grave el nuestro haberlo juzgado con la lente de la ética y no con los de la siquiatría. Error político de los que lo promovieron minimizando la capacidad de perversidad y simulación que le son innatas.

Por mi parte intenté sobreponerme a lo que me estaba ocurriendo, considerándolo como un mal menor o como una simple anécdota que pronto pasaría, estuve lejos de imaginar lo que me esperaba. Si la partida de Tuxtla el 11 de Junio del 2011 hacia el destierro fue dolorosa, la del 17 de enero del 2012 con destino a la Ciudad de México en busca de la intervención quirúrgica no fue menos dolorosa física y anímicamente. A mi edad, como hombre de hábitos fijos fue una fuerte sacudida a todo mí ser. Me sentía como res hacia el matadero. El desprendimiento de los míos, sin mayores recursos que los de mi pensión como profesor jubilado y ante la inseguridad del éxito de la operación, lejos de casa y con la incertidumbre de la persecución hacían que me sumiera en mis propios pensamientos a punto de caer en la melancolía. La falta de noticias de mi situación legal y la de mi familia aumentaba mi preocupación. Ir al quirófano con esta incertidumbre no era poca cosa para dejar de considerarla, pero en contrapeso el dolor insoportable me urgía  buscar una solución.

A pesar de que en el pensamiento de Sabines nos tenía considerados como parte de un grupo político que podíamos afectar sus deseos megalómanos. La mayoría no éramos más que personas que un día fuimos convocados para formar parte de un gobierno con aspiraciones de trabajar por el estado, sin otra relación que la institucional establecida en el trabajo diario. En suma formé parte de un gobierno de trabajo, no de amigos o de cómplices que una vez efectuada la fechoría sexenal, salimos huyendo del estado hacia otras entidades para gozar del saqueo. La mayoría éramos chiapanecos con la firme voluntad de servir a la entidad en que nacimos, para hacerla mejor para nuestros hijos y seguir viviendo en ella con dignidad y respeto. Nunca imaginé convertirme en presa del canibalismo político y del escarnio por una mente extraviada, enloquecida por el poder y con la ambición personal desmedida de atesorar los recursos que correspondían a la entidad.

La persecución a la que me enfrenté fue tan inesperada como anunciada, aunque parezca un contrasentido. Fui miope que no vi o tal vez no quise ver lo inevitable. Ignorante de que, en el terreno político, personas con poder como Sabines y los integrantes foráneos de su pandilla y de uno que otro autóctono que se sumó al saqueo, no reconocen la trayectoria de nadie ni manifiestan respeto a los principios éticos, por el contrario, el que trasciende del gobierno anterior, por las razones que sean,  molesta porque es un espacio más para los amigos de la gente cercana al nuevo mandatario. Ignorante que lo peor de la brutalidad y la saña extrema estaban por llegar, me confié, pensando en el refrán de que <el que nada debe nada teme>.  El desproporcionado e innecesario despliegue de fuerzas de persecución, incluyó a la Interpol presentándonos como los peores delincuentes. Los delitos graves por los que fui acusado fueron meros pretextos para justificar la aprehensión y más tarde la retención en la cárcel, siendo el odio en contra de su antecesor la verdadera causa ─por razones que hasta ahora desconozco─. Lo único claro y cierto es que, junto con los otros compañeros, fuimos víctimas colaterales –como se dice ahora─ de ese odio desmedido de una mente enfebrecida por el poder y las adicciones.

En mi caso, la persecución se puso en marcha desde 2009, con la búsqueda intensa de supuestos delitos cometidos durante mi gestión como titular del sector educativo, que al no encontrar nada dejaron la investigación hasta la presente fecha en que no me entregan el finiquito correspondiente, para luego pasarse a Coneculta con la orden de encontrar elementos necesarios que pudieran agregarse a los delitos que ya los de la Procuraduría nos habían inventado para los que participamos en el gobierno del 2000 al 2006. Lo único que pude ver fue la orden de aceleración de estas auditorías. La aprehensión de Pablo fue rápida, efectiva por lo inesperada, aunque también anunciada, pero que tampoco supo verla. A ésta siguió la incomunicación con familiares y amigos.

El desarraigo obligado de la tierra en que nací, crecí y trabajé por la educación y la cultura de mi estado, donde hice toda mi vida y están mis afectos es de por si doloroso y si éste se da de modo violento y sorpresivo, con una orden de aprehensión de por medio, paraliza tu forma de vida. Definitivamente fue traumático. A estas alturas de los acontecimientos, aunque ya no tenía caso lamentarme por el rechazo a la invitación del amigo gobernante para irme al Norte del país, por no separarme de mis afectos, no podía dejar de pensar en ello, pero tampoco me atreví a buscarlo para pedirle refugio. Me dio pena. En esos momentos no era explicable ni entendible para los de afuera, ante la campaña publicitaria de que Juan José, no era el personaje que los medios vendían. La venda de los ojos se cayó  cuando engolosinado rompió con otras reglas del juego político. Lo contradictorio fue que alguien, sin ser de Chiapas, vino a posesionarse del estado para saquearlo y perseguir a su gente. En fin, se efectuaba la gran paradoja: un ladrón de altos vuelos, aprovechándose del poder absoluto que le dejaron tener, perseguía a inocentes con delitos construidos para intimidar a otros. Todo un  suceso absurdo para la historia surrealista de la entidad.  En lo personal nací aquí, me ausenté para formarme y regresar para servirle y no al revés, como este usurpador que, sin ser de aquí: vino, vio y arrasó con todo.

Con sombrero y barba, sorteando vías libres y conexiones interestatales para evitar casetas y revisiones llegamos avanzada la noche a un hotel en el D.F. para descansar y guardarnos, según mi mujer y yo, de cualquier mirada inquisidora, ignorantes que ya me tenían en la mira para detenerme por órdenes de Juan José Sabines.

 

La aprehensión

La intensidad del dolor en mi columna que me impedía conciliar el sueño y desplazarme sin apoyo, pudo más que las advertencias y reticencias de familiares y amigos que siguieron a mi lado, para decidirme a viajar al D.F. en busca de alivio. Hasta los parientes que me dieron el último refugio me pidieron no moverme porque los riesgos eran demasiados, «El trauma de persecución que este reptil carga ante la inevitable conclusión de su encargo, hace que se sienta acosado y en ese estado, da coletazos que pueden llegarte. Piénsalo bien», me dijeron a modo de advertencia y despedida.

Como ya expliqué, acompañado de mi mujer, salí la madrugada del día 17 de enero del 2012 de aquel rancho del norte del estado de Chiapas, por carreteras ignotas intentando vanamente evitar la vigilancia en las casetas de las autopistas. Llegamos casi a la medianoche de ese día. Al amanecer, mi mujer y yo quisimos aprovechar la mañana porque la cita médica la teníamos para la noche. Muy temprano, venciendo el dolor, nos fuimos al Instituto Nacional de Derechos de Autor para registrar por servicio exprés dos de mis obras escritas durante estos días aciagos porque tenía el propósito de publicarlas a través de algunos amigos en el D.F. intentando mantenerme activo y para demostrarle al perseguidor que conculcaba mi libertad física pero no mi libertad intelectual. Que podía aprisionar mi cuerpo pero no mi pensamiento que seguía siendo libre. Que mi libertad interior me pertenecía. Podía adueñarse de los espacios de expresión, pero no podría mantenerme callado ante su ignominia. Hacia las tres de la tarde me entregaron los certificados de propiedad de las dos obras registradas y nos regresamos al hotel. Como la cita con el médico estaba para las 8 de la noche, con el tiempo suficiente, tomamos el Metro con dirección a Cuatro Caminos para trasladarnos al consultorio. Salimos en la estación Hidalgo con una hora de anticipación para la cita con el médico a tres cuadras de ahí. Nos entretuvimos viendo la cartelera de las salas de cine que están en esa bifurcación de Reforma y Universidad. Fue a las siete de la noche y en este lugar donde cuatro agentes judiciales me detuvieron y subieron esposado a un coche para llevarme a la dirección de la policía judicial del D. F. Percibí que uno de estos judiciales iba drogado sofrenando los impulsos violentos para golpearme si le daba algún pretexto. Otro de ellos era un agente enviado por la Procuraduría de Justicia de Chiapas quien, no sé si con la intención de distender la situación o por pura sorna, me dijo en el automóvil: ─<< ¡Qué cambiado lo veo maestro!>>─ Como si fuéramos viejos conocidos.

Reconozco que fui víctima de la falta de malicia. Mi familia hizo la cita médica para la noche de ese día 18 de enero del 2012 y la reservación en un modesto hotel se hizo a nombre de mi mujer, seguramente esta información sirvió  a la policía de la Ciudad de México para ubicarme o simplemente venían siguiéndome desde mi último escondite. Fui detenido y trasladado a las instalaciones de la Judicial capitalina donde me recibió el director que amablemente ordenó quitarme las esposas y me ofreció el teléfono para hacer algunas llamadas. La primera de esas llamadas fue a mi mujer para pedirle que avisara a mis hijos y demás familia y que viera como regresarse a Tuxtla, porque no tardarían en dar la noticia. Lo primero que hizo el agente, enviado de la procuraduría de Chiapas fue tomarme la fotografía y enviarla para que el gobierno sabinista diera la noticia con la intención de mantener arrinconados a los interesados en la contienda electoral que no contaban con su voluntad todopoderosa y sobre todo para callar la voz denunciante de su enemigo que lo tenía en la prisión de Huixtla. Ahora sé que Sabines tomó la decisión de aprehenderme el mismo día de la entrevista que el exgobernador Salazar concedió a la periodista Carmen Aristegui, como un aviso para que se callara.

El director de la Judicial del Distrito Federal después de ordenar que me  quitaran las esposas, también ordenó que se retiraran. Luego salió de su oficina para dejarme hacer las llamadas telefónicas con toda libertad. Cuando regresó me regaló una botella con agua de las dos que traía en las manos. Me comentó  que a él le había tocado detener un año antes a Mariano Herrán Salvati a quien estimada porque había trabajado bajo su mando en la SIEDO, comentando: « ¿Qué le pasa al gobernador Sabines? ¿Por qué actúa así? ¿Está desatado deteniendo a quién  le da su regalada gana? Discúlpeme la detención. Sé que usted no tiene la culpa, ni es lo que dice la solicitud de colaboración para su detención.  Todos sabemos que esta es una venganza política, pero debemos cumplir con el convenio de colaboración interinstitucional: ¡Ah que Sabines, se ha convertido en el ogro que está comiéndose a sus hijos!».

Cuando volví a quedarme solo en aquella pequeña oficina sentí el vacío de la soledad en la gran ciudad. Me invadió la sensación de indefensión. Me sentí íngrimo y desvalido, como suelen decir mis viejos en el pueblo. Manteniéndome alerta por tanto que se dice de los agentes judiciales en general y de los separos de la judicial en la gran ciudad. Después de hacer las llamadas  a mi mujer y a mis hijos para que avisaran a mis hermanas y cuidaran a mi madre enferma y la previnieran sobre lo que estaba pasando para evitarle una desagradable sorpresa para su salud. Llamé a un abogado a quien creía mi amigo para que preparara mi defensa, ignorando que estaba en la lista de los tantos favorecidos con una notaría. De ese amigo y de otros que llamé para que se hicieran cargo de mi defensa, hasta el momento de escribir estas líneas, sigo esperando una llamada para decirme “lo que debo hacer para mi defensa”. Nadie quería hacerse cargo de mi defensa para no ofender al gobernante. En ese momento de reflexión entró el agente ministerial chiapaneco con su celular para tomarme otra fotografía, diciéndome: ─Discúlpeme maestro pero debo volver a tomarle la fotografía para darla a los medios junto con el boletín que están preparando. La anterior no pasó─. Esta era la finalidad principal de Sabines mandar el mensaje para paralizar a los políticos con intenciones de contender electoralmente y para advertirle al exgobernador que si no dejaba de hacer denuncias sobre la corrupción imperante, seguirían las detenciones de otros colaboradores, para eso nos tenía enlistados en un solo expediente.

Las horas pasaron lentamente esperando mi traslado a Chiapas. Oía al agente chiapaneco que reiteradamente hablaba con su jefe sobre los detalles del viaje. Casi a la una de la mañana me llevaron al hangar privado del aeropuerto de Toluca. En ese lugar esperamos otras horas más porque el avión no llegaba. Con la boca reseca y amarga y con el dolor intenso de la columna, seguí esperando la llegada del avión del gobierno del estado en que debían trasladarme. Con dificultad y hasta donde el dolor me lo permitió empecé a caminar en el pequeño espacio del hangar desierto y helado para intentar relajarme. Por la indiscreción del mismo agente supe que el mismo gobernador dirigía el operativo de mi detención y traslado desde la casa de gobierno en compañía del procurador Salazar. Estaban urgidos por reafirmar el mensaje de intimidación a Pablo. Por fin llegamos al aeropuerto de Chiapa de Corzo alrededor de las cuatro de la mañana donde fotógrafos y camarógrafos de comunicación del gobierno y otros agentes policiacos esperaban el arribo. El gran aparato montado para presentarme como uno de los peores delincuentes estaba funcionando. Pasada la parafernalia mediática, otros agentes se hicieron cargo de mi detención para trasladarme a la Procuraduría del estado donde otro equipo de comunicadores oficiales esperaba con las cámaras. En seguida me pasaron con una doctora adormilada que de mala gana me hizo el chequeo médico de las condiciones en que me recibía. Fue la noche más aciaga y larga que recuerdo, hasta el amanecer en que llegamos a la entrada del penal de El Amate.

La lectura que fue mi principal actividad durante la persecución y final confinamiento, hacía que divagara comparando los personajes y las tramas de las novelas con la situación que estaba viviendo. Me identificaba con algunos de los protagonistas, principalmente los de algunas novelas como las de Leonardo Padura, Dostoievski o las de Milán Kundera de sus años de persecución ideológica checa o las de Vargas Llosa en las que casi siempre hay personajes perseguidos por el poder que no quiere la presencia de ninguna disidencia. La lectura fue una buena actividad que me ayudó a sobrellevar la angustia y las horas de insomnio en este obligado año sabático que me impulsó a retomar el oficio de escritor, obteniendo como productos: la novela política El heredero y el miedo que recién publiqué y que tuvo mayor demanda en el D. F. que en Tuxtla, porque el presidente Samuel Toledo valiéndose de su cargo, a través de su tesorero, amenazó a los libreros con auditarlos si vendían la novela.  El libro de cuentos: La perseverancia: testimonios de un pueblo bajo el agua, espera la oportunidad de publicación. Ambas obras están recreadas en el surrealismo político de Chiapas, en el que Juan José, a pesar de su ignorancia política e histórica, pero con suficiente perversidad −por ósmosis o simple paralelismo−, no porque haya leído las biografías, emulaba– guardada la proporción y el tamaño− a Stalin, a Leónidas Trujillo, a Calígula o a Gonzalo N. Santos, personajes que hicieron de la política el instrumento idóneo para perseguir y avasallar a sus pueblos.

En el penal de El Amate

Con mi detención dejé de andar a salto de mata para pasar a otro de mayor tensión nerviosa. La sensación de que en cualquier momento podían detenerme quedó atrás para pasar a otra diferente que fue más allá de la alteración de mis nervios porque traspasaba los límites de mi conciencia para acomodarse en lo más profundo de mi ser. Mi confinamiento ahuyentó la tranquilidad y la concentración en mis lecturas o en mi propio pensamiento para pasar a otro tipo de angustia: el de la sobrevivencia, el de saberme en un espacio inhóspito  recordando los comentarios de lo que se vive en las cárceles de México. La mayoría de internos trae  sus demonios sueltos, con odios manifiestos a todo ser humano diferente a ella. Desde la persecución viví en permanente  incomodidad.  A media noche despertaba pensando en todo y en nada, para luego enfrascarme en la necedad de volver a conciliar el sueño y no poder hacerlo hasta el amanecer, preguntándome  insistentemente: ¿Por qué yo?

En prisión empecé a vivir una situación de permanente tensión por mi integridad física ante posibles peligros, en donde la sobrevivencia hay que ganársela a cada minuto de cada hora. La vigilia ya no era por la tensión que en cualquier momento llegaran a detenerte, ahora esa tensión era por el temor de que en cualquier momento llegaran a agredirme los internos o los propios vigilantes. Constaté algunas verdades que se dicen de las cárceles, realidades que superan en mucho cualquier versión y mitos del comportamiento de algunos reos, pero allá adentro no todo es podredumbre ni todo es dignidad. Así como afloran los peores pensamientos y las malas acciones en contra de otros,  también afloraron los sentimientos más humanos en varios de ellos, siendo el más evidente el de la solidaridad que va más allá de la perversión que los políticos han hecho de esta palabra como otras.

Los agentes que se hicieron cargo de mi persona desde el hangar del aeropuerto de Chiapa de Corzo, muy posesionados del papel de rudeza y mal trato, como perros domeñados por el amo, me condujeron en silencio al penal del Amate. Dando ordenes de modo seco y con monosílabos hasta que me entregaron con el alcaide del penal, alrededor de las 6 de la mañana. Esperé a que se levantara el personal de guardia para el trámite de ingreso. Todos estos sucesos truculentos, ideados por el personaje instalado malamente en el poder estatal, los veía pasar como episodios de un mal sueño. Los hechos sucedidos al alrededor, principalmente los que tenían relación conmigo, los veía como si fueran ajenos, como si no fuera yo el que las estuviera padeciendo. A partir de mi ingreso al penal, mientras esperaba a que el personal encargado hiciera los trámites de ingreso, empecé a constatar la verdadera realidad en los penales. Como la trabajadora social y la guardia encargada de los servicios médicos no despertaban para hacer su trabajo, tuve el tiempo suficiente para ver el amanecer de los internos hacinados en el módulo denominado de “setenta y dos horas”, en los que llevaban días, semanas o meses esperando espacio para ubicarlos en los módulos del interior. Los más  afectados son los internos que no tienen para pagar el peaje obligado por el poder real que gobierna dentro de los penales y que no es otro que, una combinación entre la fuerza violenta de algunos presos con el temor y corrupción de las autoridades de los penales. Son estos los que hacen la faina a esa hora, dirigidos con mentadas de madre, por el denominado preciso del módulo, que es un prisionero más, investido de poder por las propias autoridades del penal, escogido de entre los más perversos e inhumanos para realizar el trabajo de sobajar a los demás, cobrar y vender los espacios y la protección. Es el que durante el día abre y cierra la reja del módulo, que no es otro que un espacio irregular de dos plantas de no más de ciento veinte metros de superficie en la que sobreviven unos doscientos reos. Dentro de ese apretado espacio es el preciso quien tiene la exclusiva de vender con sobreprecios los refrescos y las fritangas. Es el que guarda el orden en el interior y rinde cuentas disciplinarias y económicas ante los mandos del penal. Pasada la revisión con el médico y la trabajadora social, vinieron dos custodios con un alcaide para conducirme, observados por dos jóvenes guey, a otra área del interior conocida en el argot penitenciario como Apolo, que no es otro que un espacio adaptado como celdas en la planta alta, con puertas de acero y ventanas selladas, con cuatro cámaras de video y micrófonos ocultos en cada celda para registrar los movimientos y palabras de los internos especiales que son del mayor interés del gobernador. Este espacio originalmente destinado para las instalaciones de la dirección femenil con el personal de apoyo administrativo, son inexistentes en la práctica, pero si en la nómina  en la que cobran algunas damas por ese concepto por realización servicios especiales a los hombres en el poder. En la planta baja de ese módulo están las custodias encargadas del personal femenino.  Para el resto de los casi tres mil internos y de las quinientas internas, fuimos conocidos como los presos del gobernador. Nuestra separación  del resto de la población interna de los módulos no era gratuita o por darnos un trato especial, sino simplemente una medida de autoprotección de las autoridades porque no les convenía que las cámaras de video y micrófonos que registraban cada una de nuestras palabras y nuestros movimientos fueran a captar acontecimientos y vejaciones que son atentatorios a los derechos humanos y que se suceden diariamente en esos espacios que es tierra de los más fuertes. Además de que la presencia de las cámaras y los micrófonos seguramente enardecería el ánimo colectivo y provocaría un motín. En esta cárcel como en todas las de México nada es gratuito ni hay consideración a la integridad humana. En este caso, la separación obedecía a la propia protección de la autoridad interna del penal y de los que, desde la casa de gobierno o de la procuraduría de justicia, ordenaban estas supuestas medidas de seguridad para los internos.     

En la celda  que me llevaron encontré a David y Leonardo aprehendidos unos días antes en este proceso de administración de las detenciones para mantener el miedo colectivo. Este encuentro fue como un vaso de agua fresca en el desierto de los infortunios. Nos dio tanto gusto vernos que lo expresamos con un fuerte abrazo. Pensé que, entre compañeros de la misma desgracia, la estancia sería más llevadera, aunque dicen que mal de muchos es consuelo de tontos. Gran equivocación la mía, este encuentro fue como una acción perversa para confiarme porque inmediatamente la dirección de El Penal recibió la contraorden del procurador o del propio Sabines para reubicarnos. Las cámaras de video y los micrófonos conectados directamente a la casa de gobierno y a la propia procuraduría mostraron nuestro regocijo, por eso no pasaron ni 24 horas para que ordenaran la separación. Llegaron por mí a las ocho de la noche del siguiente día  para regresarme al área inicial e incomunicarme en un cuarto de dos por tres metros sin ventilación ni iluminación con un letrero en la pared exterior que irónicamente decía: consultorio médico. La puerta únicamente la abrían para cuando tenía necesidad de ir al baño o pedía agua o nos ofrecían frituras o refrescos que vendían los internos del penal si quería paliar la sed y el hambre y tenía dinero para comprarlos. Fueron cinco días incomunicado en aquel cuarto sin iluminación ni ventilación. Después supe que a los dos compañeros los pasaron a una celda más chica, herméticamente sellada en la misma planta sin ventilación ni baño. En la planta baja de Apolo estaban Daniel y  Gabriel. Este último, por esos días, obtuvo el beneficio del arraigo domiciliario por razones de salud. Pocos días después salió Daniel.

La dolencia en mi columna cada día se agravaba. Las camas viejas de metal con tambor de malla ciclónica eran hamacas de acero vencidas por el tiempo y el uso. La malla chocaba con los travesaños  que para mí se convertían en instrumentos de tortura por lo que opté por dormir en el suelo sobre un cartón que compré a uno de los custodios. A mi familia no la dejaban pasar ni las inyecciones para ayudarme a sobrellevar los dolores, hasta que no las autorizara el doctor del penal. Pedí que me llevaran con este médico y no lo hicieron. Al tercer día de mi aislamiento abrieron la puerta para dejar pasar a un tipo diminuto, de esos  acostumbrados a obedecer y a realizar los trabajos más viles, pero con aire fatuo, sintiéndose con poder. Venía de parte del juez para que firmara una declaración que llevaba en sus manos a cambio dejaría de padecer el encarcelamiento y saldría libre sin ningún problema, comentándome que otros acusados por los mismos delitos ya lo habían hecho. Leí la propuesta con dificultad por la falta de luz. Logré leer entre líneas que se trataba de una declaración preparada en contra del exgobernador Salazar diciendo mentiras. La misma insistencia presentada a mi familia durante la persecución.  La devolví expresando mi rechazo. << ¡Entonces, aténgase a su necedad, a ver si su amiguito logra librarlo de este encierro!>>, dijo el diminuto secretario mensajero, retirándose molesto. Dos noches después de esa visita se presentó el  alcaide Benito, con tres custodios, para pedirme que cogiera mis escasas pertenencias porque me trasladaban a otra área. Temeroso por no saber a donde me llevaban me dejé conducir al nuevo espacio denominado: “Conyugal Femenil” donde había ocho celdas (cuatro y cuatro) separadas por un pequeño pasillo de arena, en los linderos de los módulos de la población interna femenina, que como su nombre indica servía para los encuentros de las parejas que purgaban sentencia o la visita masculina con alguna de las internas.  Me encerraron en la celda número dos. Cuando quedé solo, prendí el pequeño foco de luz mortecina para reconocer el interior: era un poco más grande que la del “consultorio” con una ventana enrejada, sin celosías ni cristales, que dejaba entrar los zancudos. Tenía un baño en condiciones deplorables. Una plancha de cemento con una pequeña y delgada colchoneta sucia y maloliente que servía de cama. La puerta de acero, por obvias razones no tenía ninguna ventanilla ni orificio alguno para comunicarme con los y las agentes que vigilaban esa área. Si quería comunicarme debía gritar y golpear la puerta con los nudillos para que me oyeran. Así lo entendí cuando oí los gritos y golpes en las puertas de las celdas vecinas. Comprendí que continuaba  la operación de aflojamiento de mi voluntad para ceder a los requerimientos del gobernador.

Fue al sexto día en aquella celda, un día domingo, que me sacaron con los otros “huéspedes” del mismo módulo para concentrarnos en el pasillo de la planta alta (Apolo), en la que estuve un solo día con los otros compañeros. En ese espacio recibí la primera visita de mi familia, mientras la celda de mi reclusión, al igual que las otras siete, la jefa de custodias las rentaba a cien pesos la hora para los encuentros conyugales de las reclusas con sus maridos en ese día de visita. Ese mismo día recibí, conocí y hablé directamente con el abogado que llevaba mi defensa, porque el día de mi comparecencia nada más lo vi del otro lado de la reja sin permitirme hablar con él en ningún momento. Este abogado fue contratado por mi familia de varios que se negaron a defenderme porque sabían que se enfrentaban al aparato de justicia bajo las órdenes del gobernador.

Recuerdo que el día de mi comparecencia dos custodios me llevaron a la reja de prácticas sin permitirme una reunión previa con el abogado. El juez, burda y groseramente, no permitió la intervención de mi defensor y, por el contrario, enmendaba la plana al agente del ministerio público, era como se dice: juez y parte. A mi representante legal tampoco le permitió hacer su oficio, le obstruía el acceso al expediente y lo intimidaba. Por esta razón y sabiendo el resultado negativo y penoso de otros compañeros que apelaron a la segunda instancia del fuero común, directamente solicité el amparo de la justicia federal. Esta decisión que no fue del agrado del juez. Siguió poniendo todos los obstáculos posibles a mi defensa, extremándose en su dureza y parcialidad para quedar bien con el Ejecutivo. Comprendí que el sistema de justicia no es otro que un instrumento para satisfacer caprichos y venganzas del gobernador en turno. Como sucedió con este gobernante.

Una mañana, uno de los custodios me comunicó la llegada al penal en calidad de detenido del doctor William, otro compañero dedicado a la medicina del deporte y a los atletas de alto rendimiento que como yo, fue traído de la Ciudad de México donde se dedicaba a su oficio, en el Centro Olímpico Mexicano. A falta de celdas para mantenernos aislados, lo recluyeron en una de las celdas de la enfermería donde sirvió de gran ayuda para el médico en la atención a los internos que padecían traumatismos en sus articulaciones. Lamentablemente, a tres semanas de su reclusión, sucedió un motín en el interior de uno de los módulos de mayor peligrosidad con resultados de varios muertos y heridos que tuvieron que reubicarlo  en el área donde estaban los otros dos compañeros, aislados entre sí, para que no testificara los sucesos y realidades del interior del plantel y porque necesitaban la celda que ocupaba para meter a los heridos de mayor peligrosidad, en tanto que a los otros heridos los pusieron en los pasillos de la propia enfermería.

Cuando al fin permitieron las visitas de amigos y familiares en los días permitidos y del mismo abogado defensor (únicamente los miércoles en el caso de este último), se realizaron ante la presencia de un custodio para que escuchara lo que decíamos y vigilara lo que recibía porque supuestamente no confiaban en los registros efectuados por el personal de la aduana ni de las cámaras y micrófonos. Poco les importaba que estos registros fueran infamantes y violatorios de todo derecho humano en contra de las visitas y de nosotros mismos. Ante este sistemático espionaje, ideamos la manera de comunicarnos a través de servilletas de papel con la información mínima taquigráfica de los acontecimientos en el exterior, así como para sacar mis apuntes en esos mismos papeles, hecho bolas, como basura, con los trastes de la comida. Las servilletas usadas iban numeradas con las ideas que me servirían para escribir algunos textos. Mi mujer y mis hijos se encargaron en casa de plancharlos y ordenarlos en una caja de cartón.  De esta manera me enteré de los actos y declaraciones de Sabines para mantenerse en el poder más allá de su gestión y  cómo, a pesar de la censura y la intimidación, surgían voces disidentes en las redes sociales criticando la actuación corrupta y represora del gobernante y la persecución y órdenes de aprehensión y cárcel para quienes intentaban participar en el proceso electoral sin su consentimiento o para castigarlos por negarse a darle el apoyo a sus  candidatos en las regiones y municipios. Supe de la llegada al penal en calidad de prisionero del señor Alfredo Guzmán, presidente municipal de Palenque, por no apoyar al candidato que Sabines Guerrero quería que ganara; de la persecución y cárcel a otros como la del abogado Horacio Culebro Borrayes y la del empresario Walter León Montoya, ambos por inconformarse por el desaseo que hacía de la Constitución del estado, al reformarla y acomodarla a sus caprichos y ocurrencias etílicas y cocainómanas como aquella presentada para que los presidentes y diputados locales extendieran su mandato de tres a cinco años hasta el término del sexenio para que operaran durante el proceso electoral del 2012, iniciativa que aprobaron los propios diputados locales y presidentes municipales beneficiarios. ¡Tal ocurrencia cínica mayor no podía darse!, aunque hubieron otras aberraciones que fueron aprobadas porque nadie protestó o porque se hicieron a escondidas de la opinión pública. Ante este tipo de ocurrencias de reformas a la Constitución estatal al antojo del gobernante, vino la solicitud de juicio político y la declaración de inconstitucionalidad, promovidas por parte de estos chiapanecos, a los que Juan José respondió con el uso del aparato de justicia para castigar el atrevimiento. Fueron acusados de homicidio y de otros delitos graves. Me enteré del caso de los que se atrevieron a publicar los primeros datos sobre la escandalosa deuda con que dejaba a Chiapas que motivó la aprehensión por supuesta pornografía infantil y cese injusto que hicieron del trabajador de CONECULTA Héctor Bautista, que por presión de las redes sociales fue liberado y exonerado de tan infame delito. El incremento de las denuncias en las redes sociales y  las cartas de denuncia de los doctores Valdemar y Paco Rojas y de la pelea legal que empezaban a dar otros ciudadanos a pesar del terror y la persecución impuestos, me hicieron recordar las palabras de Shakespeare de que: no todo estaba podrido en Dinamarca. A toda manifestación de inconformidad por la corrupción y la deshonestidad, Sabines respondía con cárcel y persecución a profesionistas y empresarios incluidas las acciones hacendarias o verificaciones de la Secretaría del Trabajo, entre otras dependencias para intimidar despachos y empresas de los ciudadanos que tuvieron la osadía de expresar su molestia por el estado de cosas o el interés para contender en las elecciones estatales sin su voluntad, como fueron los intentos de Manuel Sobrino y el de Bayardo Robles Riqué o la persecución e intimidación sufrida por el empresario Jacinto Robles Ramírez. En tanto que otros empresarios prefirieron cambiar su residencia a otro estado, en oposición a otros que prefirieron hacer negocios fraudulentos con este gobernador.  A pesar de estas acciones intimidatorias, siguieron las manifestaciones de voces dignas de chiapanecos que lo desafiaban, no tantas como era lo deseable. El espacio ideal para expresar las inconformidades fueron las redes sociales ante el silencio cómplice de los medios impresos y electrónicos. Estos ciudadanos que expresaron con valor su sentir, lo hicieron solos, sin ayuda ni apoyo de las organizaciones, los partidos políticos a los que pertenecían, mucho menos de los medios de comunicación por estar sometidos a la voluntad sabinista.

La consigna de mantenerme aislado de los otros compañeros detenidos se mantuvo. Tampoco me permitieron comunicación con otros internos. Con familiares y amigos visitantes, cada día de visita fuimos perfeccionando nuestro elemental modo de comunicación para meter y sacar la información en aquellos pedazos de servilletas de papel hecho bolas que pasaban como basura en la aduana. Hablábamos en voz baja, poniéndonos disimuladamente la mano en la boca para que no oyeran ni nos leyeran los labios. Hasta los dos meses de estancia obligada permitieron que las visitas de amigos y familiares me hicieran llegar lecturas, previa censura para determinar qué libros y revistas debían pasarme, según esta censura no debían pasar libros y revistas con temas políticos ni contenidos sexuales y no más de dos libros o revistas por semana. Gracias a la ignorancia y falta de lectura de los encargados de la censura, nos llegaban textos que obviamente tenían un fuerte componente político. Con la complicidad de algunos custodios pudimos intercambiar lecturas entre amigos y compañeros de infortunio, sin permitirnos el contacto cara a cara, pero haciéndose de la vista gorda en las tarjetas intercaladas entre páginas dándonos mutuo aliento. La represión hizo que sin ser políticos nos interesáramos en asuntos políticos, porque nuestra libertad estaba atrapada entre las manos y decisión de los que jugaban a la política.

A dos meses de estas penurias en cautiverio, ante insistencias propias y de mi familia y por recomendación escrita del médico, empezaron a dejarme salir media hora a un pequeño campo de futbol rápido para la activación física. En ese espacio me encontré con enfermos en sillas de rueda, viejos y desahuciados, con derecho a salir de prisión, pero que los familiares no aceptaban hacerse responsables de ellos. Esa media hora significaba la gloria para mí a pesar de las dificultades para moverme ayudado con un bastón que costó mucho lograr que autorizaran el ingreso. En ese patio buscaba el sol con alegría y le insistía a mi custodio de turno a que me dejara otros minutos más, algunos cedían generosos esos minutos, pero otros eran estrictos con reloj en mano. Los dolores por las lesiones en mi columna iban en aumento, por esta razón y por reiteradas insistencias y por la presencia de los visitadores Romeo Ramírez Utrilla y Claudia Araujo Bomy de la oficina foránea de la CNDH, la dirección del penal permitió la visita de un traumatólogo y un neurólogo, sufragado por  mi familia para que me auscultaran y dieran un diagnóstico sobre mi padecimiento, porque no aceptaron los estudios anteriores presentados por mis familiares. La revisión la hicieron en presencia del médico del reclusorio, de dos alcaides, un custodio, el representante jurídico del penal y un fotógrafo que rechacé por su intento de tomarme fotografías durante la revisión, que tuvieron que cancelar cuando amenacé con quejarme nuevamente ante la CNDH. Estos médicos recomendaron con urgencia los estudios de resonancia, tomografía, placas de rayos x y la electromielografía y la receta para los desinflamatorios y analgésicos que me ayudarían a aminorar los dolores de la columna. Tanto los medicamentos como la autorización para llevarme a  Tuxtla para los estudios fue una gestión continua y molesta para mis familiares que los hacían ir de una oficina a otra de la Procuraduría y de la Secretaría de Seguridad Pública, a la coordinación estatal de los centros penitenciarios, porque ni la dirección del penal ni el juez se atrevían a autorizar la salida para hacerme nuevos estudios que aunque ya los tenía, ellos mismos los rechazaban supuestamente por extemporáneos (fechados tres meses antes)  ni autorizaban la introducción de los medicamentos, temerosos de la reacción de Sabines al enterarse.  A casi un mes de gestiones a distintos niveles, una mañana,  sin previo aviso, fueron por mí para llevarme a Tuxtla con otros dos reclusos que necesitaban revisión y tratamiento médico. A mí me llevaron a dos establecimientos para los estudios que pagó previamente mi familia. Los otros internos estaban citados en el hospital general.

Salimos a las 7 de la mañana, encadenados al piso de la camioneta y custodiados por siete agentes de los llamados lobos, especializados en traslados de delincuentes peligrosos. Posesionados en su papel, con armas largas y protegidos de pies a cabeza con corazas, cascos y chalecos antibalas se movían con espectacularidad. Una exageración ridícula que les permitía justificar este tipo de cuerpos policiacos especiales. Era como estar protagonizando esas películas jolibudences de Robocop o de asesinos peligrosos. Mientras bajaban a uno de nosotros para el estudio o la consulta, acompañado de cinco agentes que intimidaban a los que se encontraban en las salas de espera por las posiciones que adoptaban, revisando previamente el interior del consultorio o salas de estudio antes de permitir que entrara el paciente. Cuando bajaban a uno para la consulta o el estudio, los otros dos nos obligaban a permanecer en el vehículo, sofocados por el calor y custodiados por los otros lobos con las armas listas para disparar. Regresamos al penal a las seis de la tarde sin comer ni beber nada.

Las anécdotas en cautiverio

Después de dos meses de soledad en la celda 2 del conyugal femenil, a la medianoche, sorpresivamente unos custodios abrieron la celda y sin decirme “agua va”  metieron a Toño, un joven mara que había tenido broncas con sus compañeros en el interior del modulo azul (espacio para los reos más violentos), sentenciado a 25 años por homicidio. El joven llevaba una expresión de ira contenida, con tatuajes que se confundían con las huellas de los golpes en la cara y el cuerpo que le fueron propinados por  sus compañeros de celda, con los que traía broncas, además de los toletazos que le dieron los guardias. Cuando los custodios cerraron la puerta, Toño se quedó un rato más jadeando de rabia con la vista fija hacia mi persona. A pesar de la sorpresa, yo también no le quité la vista de encima, temeroso de que en cualquier momento pudiera agredirme. Así nos amaneció: viéndonos fijamente: Toño, recargado con la espalda sobre la puerta de acero, y yo sentado en la losa de cemento que servía de cama. Con los días, ambos fuimos recuperando la confianza en el otro. Me contó de su desgracia desde niño y del abandono de sus seres queridos en aquellas circunstancias, como de su conflicto en el interior del módulo hasta que lo sacaron esa noche golpeado, casi desnudo y sin ninguna de sus pertenencias para llevarlo a la celda que compartimos por espacio de treinta días. Entendí que era una forma de seguirme intimidando porque habían otras dos celdas desocupadas. Pasados los primeros días de mutuas desconfianzas, su presencia me sirvió porque tenía frente a mí a otro ser humano con quién cruzar palabras.  Con este compañero compartí la ropa y los alimentos que la familia me traía. Pasado ese tiempo, una mañana me trasladaron a la celda vecina, la número 4, en donde estaba el interno Roberto, conocido como el teniente sentenciado a 12 años por una falsa acusación de violación equiparada, promovida por venganza del exmarido de su esposa y por la perversión del abogado defensor, que, lejos de defenderlo le sacó dinero y vendió su causa con el acusador. Historias como estas empecé a conocer que como dice el adagio popular: mal de muchos es consuelo de tontos, pero hacía conformarme un poco compartiendo desgracias. En estos espacios y con este tipo de convivencias, fue naciendo en mí, el verdadero sentimiento de solidaridad, más allá de ser una palabra más, pervertida por el uso de los oficiantes de la política. Toño se quedó solo en la otra celda. Después supe por boca de otro custodio  que era un modo de mantenerme en permanente tensión, como una estrategia más para seguir en el desasosiego como era la orden superior. Me enteré también que a Toño lo habían metido en la misma celda para fastidiarme y se enterara de lo que hablaba con mis visitas, sin embargo, como no se dieron los resultados esperados, volvieron a ordenar el cambio de celda. Sabines en su paranoia persecutoria seguía pensando que no obstante estar incomunicados podíamos hacerle daño.                                                                          

       El teniente, mi nuevo compañero de celda, estaba convertido en un hombre entregado a la palabra de Dios. Encontró en la lectura de la Biblia alivio para su adolorido corazón. Preso injustamente por la venalidad del juez y la deshonestidad del abogado defensor y por la carencia de recursos para pagar una nueva revisión de su expediente. A este reo los propios custodios le guardaban consideración y respeto por su condición de militar retirado con el grado de teniente (cargo que en realidad tenía) y porque durante tres años se desempeñó como jefe de seguridad en el desaparecido penal de Cerro Hueco, tocándole la responsabilidad de trasladar a la población reclusa a El Amate, pero que por la desgracia, a dos años de su viudez se enamoró y casó con una joven custodia divorciada y madre de una niña. Sin embargo, la pareja anterior de la señora, fraguó la grave acusación de violación equiparada de su hija, con la complicidad de otras personas y la mentira de la niña obligada por su padre, sin importarle al juez el testimonio de la madre en favor de Roberto. Este hombre, lejos de condolerse de esta perversidad se dedicó generosamente a ayudar a los demás. Invitaba a leer y comprender algunos versículos de la Biblia y a compartir lo poco que tenía. Este compañero de celda me sirvió mucho con sus palabras y reflexiones para no caer en la melancolía, porque adentro, las horas y los días se alargan a la espera de la visita de los familiares y muy corta la estancia cuando se retiran. La falta de noticias por parte del abogado y la lentitud de los jueces, siguiendo instrucciones para alargar los términos legales y mantenerme encerrado me desesperaba, pero hombres, como el teniente Roberto me ayudaron a sobrellevar esta situación y a comprender más al género humano. (Al momento de escribir estas líneas me llegó la noticia de su liberación, en uno de esos paquetes de sentenciados que alcanzaron la libertad anticipada por buena conducta, no por hacer justicia sino como un mecanismo del propio aparato gubernamental para desahogar el sobrecupo y hacinamiento de la población interna de los penales y para liberar a líderes de cuyas organizaciones llegaban a acuerdos con el gobierno para legitimar sus acciones y para los internos que pagaron el precio establecido por los jueces para recuperar su libertad a través de esa “misteriosa y mágica” mesa de reconciliación. De cualquier modo, en este caso creo que se hizo justicia. Esa justicia divina por la que Roberto ayunaba e imploraba diariamente en sus oraciones, porque cuando el hombre ya no tiene esperanza ni dinero para comprar la acción de la justicia terrenal, los hombres se aferran a la justicia divina. En el penal aprendí que hay dos caminos por los que debes decidirte: el de la humanización o el de la deshumanización, no hay de otra.

Un día sábado de visita exclusiva de familiares, el teniente tenía la necesidad de  estar a solas con su esposa. Normalmente, en ocasiones como ésta, me encerraba con mi lectura en el pequeño baño por espacio de una hora para facilitar ese encuentro íntimo, pero como ese día, al mismo tiempo me anunciaron la visita de un familiar, gracias a la buena voluntad de las custodias de ese turno, me permitieron recibirlo en el pasillo para que mi compañero tuviera su momento de intimidad. La seguridad de abrir y cerrar la reja general de esas celdas corría a cargo del grupo de custodias, pero adentro del pasillo había un custodio que vigilaba mis movimientos, pero en ese momento, por alguna razón no estaba.  Mi primera visita se fue pronto dejándome los alimentos que llevó, para que otros familiares pasaran a verme, porque, a diferencia de los internos en general, no me permitían que los miembros de mi familia se juntaran. Como el amigo Roberto estaba adentro con su esposa, me quedé un momento más esperando. Por eso puedo contar lo que pasó después:

En la madrugada de ese día oímos cuando llevaron Verónica, una interna indígena, a la celda uno, ubicada  frente a la que ocupé con la mara Toño. Esta joven  era muy conocida por los ataques esquizofrénicos que frecuentemente padecía, por la falta de medicamentos que la mantuviera controlada porque se violentaba y agredía física y verbalmente a sus compañeras de celda. Esa noche, después de gritar y maldecir resistiéndose a entrar al módulo y de los golpes e improperios de las custodias por meterla a la fuerza, vino un breve silencio antes de que Verónica se pasara el resto de la noche golpeando la reja general y maldiciendo a las custodias, hasta que cayó en la depresión y se quedó llorando por su hija muerta. La celda uno servía de estación momentánea para las internas recién ingresadas hasta que les asignaban el módulo definitivo o, como este caso, para separar y aislar a las que tenían conflictos en las celdas de la población femenina. La siguiente estancia era la bartolina que servía de castigo a la población femenina. Esta indígena Verónica era huésped frecuente de esa celda por sus ataques esquizofrénicos. La historia de la desgracia de esta indígena corría por los pasillos del penal cuando los gritos de ella llegaban a los módulos. Una tragedia muy parecida a la Medea de Eurípides, con la diferencia que la tragedia de Verónica era real, quien desde niña sufrió maltrato y explotación de sus padres. Por su triple condición de mujer, indígena y pobre fue víctima de los usos y costumbres al ser vendida (casada) a sus doce años de edad por unas botellas de posh, un kilo de tasajo y quinientos pesos a un hombre que la golpeaba bajo los influjos del alcohol. Ella empezó a ver visiones de un “animal peludo” que la poseía a la fuerza, hasta que una noche, después de una golpiza del marido, vio en su imaginación al mono peludo que la jalaba a la fuerza hacia el petate. Ella, como en alucinaciones anteriores, sintió que la abrazaba aquel extraño ser del que intentó zafarse. Al no lograrlo, gritó y haciendo acopio de todas sus fuerzas logró aferrarlo del cuello usando sus manos como tenazas hasta ahorcar al supuesto mono. Al recuperar la conciencia se dio cuenta que había estrangulado a su propia hija. Delito por la que fue condenada a prisión sin tomar en cuenta su estado mental. Por esta razón, en momentos de crisis, entraba en conflictos con sus compañeras de celda al agredirlas y querer ahorcarlas. Cuando aminora su violencia y le viene la lucidez, llora y lamenta en voz alta su desgracia. Por esto, para evitar males mayores con sus compañeras, la trasladan a esta celda sin cerrarla, contenida por las rejas generales que impide ir más allá del pequeño corredor de las ocho celdas, para que no vaya a reventarse la cabeza a golpes si cierran la celda. Esa noche se la pasó llorando y gritando su desgracia. Por momentos discutía imaginariamente con el marido en tsotsil, en otros con la visión del mono peludo o con lamentos lastimeros por su pequeña hija. Después de un largo tiempo de insultos a las custodias, empezó a pedirles agua y comida. Aquellas, molestas por los gritos y las ofensas, hicieron  caso omiso de los insultos, como una forma de castigarla por no dejarlas dormir. Al amanecer, cuando las custodias se preparaban para el relevo de la guardia de 24 horas, una de las que hacía el aseo, sin abrir la reja le arrojó agua con una cubeta, diciéndole: ─ << ¡Hay tenés toda el agua que quieras para que te ahogués y dejés de chingar la madre, pinche cabrona! ¡No  dejaste dormir anoche!>>─. Por esta razón, un poco más tarde, cuando me quedé solo en el pasillo, con agua y suficiente comida, se me ocurrió acercarle un plato de comida y una botella de agua hasta donde estaba sentada en el quicio de la puerta, gimiendo. Al verme, se irguió con las manos hacia adelante y los ojos enfurecidos, gritando desaforadamente:

─ ¡No quero marido! ¡No quero mono peludo! ¡No quero coger! ¡No quero coger!…

Asustado, dejé la comida y la botella de agua en la banqueta y retrocedí para tocar afligido la puerta de mi celda para que mi compañero me dejara entrar, temeroso de que me acusaran de algo grave, tomando en cuenta las malas intenciones de Sabines y su pandilla. Felizmente, el encuentro conyugal de mi compañero había concluido. En la tensión nerviosa no escuché las carcajadas de las custodias que festejaron la situación embarazosa en que me quedé ni cómo, un rato después, la Verónica  engullía los alimentos que dejé en la banqueta.

Los abusos y la impunidad

De manera subrepticia me llegaban noticias del exterior. Voces disidentes  en las redes sociales denunciaban los saqueos en las dependencias estatales por parte de funcionarios y los actos licenciosos del gobernador que ante la proximidad del fin del sexenio, el jefe del ejecutivo y subalternos burdamente hacían efectivo el dicho oprobioso de que: siendo el año de Hidalgo, chingue su madre el que deje algo. Los denunciantes en las redes sociales se protegían en anonimatos y seudónimos para evitar represalias. Los que fueron descubiertos por los agentes especializados que Sabines tenía contratados, fueron víctimas de la represión.  Hasta hoy día, este mal gobernante mantiene a un grupo de troles que agreden a los que se atreven a criticarlo por ese medio.

En lo personal, a cada inconformidad escolar, estudiantil o magisterial se recrudecía el hostigamiento hacia mi persona a pesar de la incomunicación y vigilancia extrema a que estaba sometido. Para la mente enfermiza de Juan José y para la incapacidad de sus corifeos, me seguían considerando como el instigador resentido. Para éste y su pandilla aduladora, los estudiantes  y los maestros no eran capaces de pensar y actuar de motu proprio.

La administración y funcionamiento en los penales está por los suelos. Durante los primeros tres meses de mi estancia en El Amate, pasaron tres directores destituidos o trasladados a otros penales por “carecer de la suficiente capacidad para hacernos sentir nuestra triste suerte”, pero faltaba lo peor. Cuando se hizo el anuncio del traslado del exgobernador Salazar de Huixtla a este penal en cumplimiento a un amparo concedido para  regresarlo de aquella ciudad. Dos días antes, trasladaron a este penal a un tal César Amín, quien de guardaespaldas de Sabines había sido habilitado como director del penal de Huixtla, sin experiencia ni formación, pero con la suficiente confianza de su jefe y la maldad y perversidad necesarias para fastidiar y espiar al detenido, haciéndose acompañar de cómplices de la misma ralea. Con ese mismo cargo y encargo especial llegó al Amate para extender su perversidad a los que estábamos ahí. Al llegar a este plantel, aprovechó el apoyo incondicional del gobernador para cometer todo tipo de abusos y delitos, secundado por sus acompañantes delincuentes traídos de Huixtla con la promesa de emplearlos. De entrada destituyó y cambió arbitrariamente al personal, con el pretexto de cumplirle a su jefe y de paso llevar a cabo sus proyectos de enriquecimiento. Reubicó a los internos que estaban incomunicados por su peligrosidad a espacios de mayor comodidad a cambio de recursos suficientes para proporcionarles los equipos y servicios necesarios. A los tres días de su presenci, los internos empezamos a ser víctimas de la perversidad y las malas intenciones que traía: primero fastidió a los que estábamos prisioneros por la voluntad de Sabines Guerrero, sobre todo al exgobernador Salazar que, por orden federal y en contra de la voluntad del gobernante, regresaba a este penal. César Amín llegó dos días antes para preparar el recibimiento y las condiciones de fastidio para el exgobernador perseguido. Este director, como ya dije, me subió nuevamente al área de Apolo en compañía de Roberto, para tener a los presos especiales concentrados, pero incomunicados entre si y a la vista de cámaras y  micrófonos, exigiéndole a mi compañero de celda un informe puntual de todas las irregularidades que oyera y viera de mí, amenazado que si no cumplía sería traslado al interior con los presos peligrosos.

Este César Amín, conocido en el bajo mundo como El Coyote, impuso como jefes de seguridad a José Luis Soto Huitzil en el interior de los módulos másculinos y, un extraviado mental de nombre Cristian Darinel, alias El Tiburón en los módulos de la población femenina y en el que estábamos los presos del gobernador. Este último tipo, durante las tres semanas aciagas que duró este cuerpo directivo, se paseaba por el módulo de los reos peligrosos y por el área femenina del penal atropellando a unos, acosando a otras y favoreciendo a los internos de su misma ralea que pudieran pagar los favores. Como segundo de abordo llevó a un tipo de apellido Miranda, autonombrado como jefe de custodios que se ensañaba con el personal. De Soto Huitzil, el otro jefe de seguridad decían que también hacía gala de crueldad y violencia, vendiendo favores a los internos que podían pagarlos, aunque a decir verdad, este último, nunca se metió con nosotros en el área de Apolo, quien al momento de escribir este testimonio me enteré que lleva dos años en El Amate en calidad de interno enfrentando un proceso por homicidio y abuso de autoridad y quién sabe cómo  la esté pasando con los internos que fastidió. El Tiburón si se ensañó con nosotros, como psicótico y adicto, envanecido por el poder, la agarró particularmente conmigo. Quiso maltratarme verbal y  físicamente, obligándomea quejarme, hasta conseguir que los representantes de la CNDH intervinieran en respuesta a la queja presentada. No solo fastidiaba a “los presos de Sabines” sino a todos los custodios y custodias del reclusorio para que renunciaran. El Tiburón los castigaba con arrestos y tableadas que cumplía el tal Miranda (de 20 a 50 golpes en las sentaderas con una tabla de madera rustica según la gravedad de la falta) porque necesitaba las renuncias para darle de alta a la gente traída de Huixtla, con la disposición de delinquir a cambio de la promesa de una plaza y que, sin estar dados de alta realizaban funciones de seguridad por la voluntad del Coyote. Como el Tiburón no podía pedirnos dinero a los que estábamos en el área  de Apolo, por el riesgo de ser denunciado, se dedicó a hostigarnos, a unos más que a otros. A nuestros familiares hizo sufrir humillaciones y largas esperas durante los días de visita. La comida que llevaban los familiares exigía que se la pasaran “para revisarla” antes de entregarlas en las celdas con el propósito de escupirlas y de escurrirle tinta de sello. Por suerte, como los custodios estaban molestos por el mal trato recibido, no faltó quién nos alertara de esta ignominia para no comerla y hacer la denuncia correspondiente. Conmigo, en lo personal, desde el principio, no sé si por consigna o de su propio motivo me fastidió. No permitió la introducción de una tabla autorizada por el médico del penal para que me sirviera de cama. En la bodega hay más de cien camas metálicas nuevas para reemplazar a las que ya no sirven. A pesar que el médico del penal solicitó una para mí, no la permitió.  La tabla estuvo expuesta 4 días en el exterior del penal. Nuevamente, mi familia recurrió ante la representación de los derechos humanos para que la dejaran pasar. Como represalia me canceló la caminata diaria de media hora y extremó el aislamiento y prohibió a la tienda del penal que me vendieran algo. En fin, se dedicó a fastidiar a mis visitas en la aduana poniendo a custodias lesbianas conocidas por la procacidad con que se conducen durante la revisión de las visitas femeninas y a los hombres no los dejaba pasar sino rentaban pantalones y camisas con la gente que tenía exprofeso para este negocio. Con cualquier pretexto negaba el ingreso de mis visitas.  El propósito era fastidiarlas para que desistieran de llegar. En contraposición, hizo negocios con reos de la delincuencia organizada, cambiándolos de celdas de seguridad a otras de mayor comodidad, autorizándoles: pantallas planas, estéreos, minibares, hornillas eléctricas, películas,  alcohol y drogas y todo aquello que pudieran comprar con estos delincuentes investidos como autoridad del penal. Al área de Apolo subieron a dos reos conocidos como el Coco y el Conejo de alta peligrosidad relacionada con la delincuencia organizada. Por las noches oíamos el ruido de zapatillas y nos llegaba el intenso olor de perfumes de mujeres que entraban por la noche. Algunas jóvenes internas las obligaban a prestar este tipo de servicio a cambio de una comisión o de favores que las internas necesitaban. Estas compañías femeninas las retiraban muy temprano, antes del cambio de guardia. Con naturalidad se decía que la droga entraba a los módulos del interior, en bolsas de plástico dentro de los tambos de comida. En la camioneta asignada al director, a decir de algunos custodios, metían las cajas de licor para los que pudieran pagarlas. Asimismo, estableció tarifas para que los internos que pudieran pagar, pasaran la noche con sus mujeres en las celdas de la población varonil. Otras internas fueron acosadas por estos mismos tipos para que tuvieran relaciones con ellos y a otras obligaban a prostituirse dentro del mismo penal a cambio de una cuota. En las tres semanas de permanencia del Coyote y su pandilla, podía comprarse o venderse cualquier favor, contando con la anuencia de estos directivos a cambio de buenas ganancias.

La única llamada telefónica nocturna a la que teníamos derecho para comunicarnos con la  familia nos fue restringida. Cuando logramos el restablecimiento de esta pequeña concesión, el Tiburón cortó los alambres para incomunicarnos, a diferencia de los otros módulos donde era “un secreto a voces” que cual más tenía celular adquirido con este mismo sujeto. Cuando presentamos nuestra protesta, al siguiente día, interrumpieron la señal no sólo del teléfono público de Apolo sino también las casetas de los módulos de la población interna en general, dejando correr la versión que esta irregularidad era por culpa nuestra. Tenían el propósito de provocar molestia para que los familiares de los internos protestaran ante los medios de comunicación pidiendo nuestro traslado a otros penales. Cuando presentamos la protesta con la representación de los derechos humanos por la incomunicación, logramos nuevamente el restablecimiento de la línea para hacer las llamadas, pero la interferían burdamente para grabar la conversación o para cruzarla con la línea hot-line, en el momento en que hablábamos con familiares, responsabilizando de esta falla a Telmex. Para hacer uso de este derecho obligadamente debíamos anotar el número del teléfono y el nombre de la persona con la que hablábamos y la relación de parentesco que teníamos, en una libreta que ellos manejaban, datos que servían al  Tiburón y al tal Miranda (autollamado teniente) para fastidiar a nuestras familias con llamadas obscenas o para proponerles un mejor trato para nosotros a cambio de “caerse con una lana”.

Entre los custodios del penal había de todo: unos honrados y respetuosos de su oficio, estos fueron los que padecieron el maltrato de la administración del Coyote y de los abusos del Tiburón, al resistirse a participar en las irregularidades que ordenaban. Como estos delincuentes venían investidos de autoridad por quien saqueaba al estado, no les importó la buena marcha ni la seguridad del penal, sino la de cumplirle al gobernador fastidiando a sus presos especiales a cambio de realizar libremente sus trapacerías. La mayoría de los custodios es gente improvisada de origen campesino de los ejidos de Cintalapa, Jiquipilas y de Arriaga, vecinos del penal con sueldos de miseria. Para completar sus ingresos cultivan la tierra en los días que descansan, otros hacen piñatas con sus familiares o venden comida o tejidos de los internos en los días de visita a cambio de pequeñas propinas. Los muy dañados por su adicción a las drogas se vuelven sirvientes de los reclusos pudientes, relacionados con el tráfico de drogas, a cambio de algunas monedas o de la dosis necesaria para satisfacer esta dependencia. Para los que por convicción se resistieron a realizar tareas ilícitas recibieron castigos que iban desde tableadas en las nalgas hasta los arrestos de 72 horas junto a reclusos peligrosos. En fin, que durante las  tres semanas que duró esta administración se incrementó la corrupción en el interior del penal en dónde todo fue vendible y comprable. Si allá afuera, la corrupción encabezada por el gobernador era obvia, adentro, en este espacio restringido fue evidente. Durante los cinco meses que permanecí en este penal sucedieron  dos motines: uno del llamado interior de los módulos de sentenciados, donde hubieron muertos y heridos por el control del poder entre los internos; y, el otro en el área de las maras, entre dos grupos que protestaban por el maltrato recibido. Ambos sucesos fueron minimizados en los medios por instrucciones recibidas. Del segundo motín, el tal César Amín lo manejó como una inconformidad por el traslado del exgobernador de Huixtla al Amate, que nada tenía que ver, pero mediáticamente quería tener un pretexto para trasladarlo a otro penal. Debo reconocer que si hay un lugar donde la información del exterior y del propio interior circula con prontitud y veracidad, es en los penales: ¿cómo  se enteran?, ¿cómo circula la información? Quién sabe, pero sucede. Vives al día de los acontecimientos en cada módulo del interior como de los acontecimientos del exterior.

Otro de los negocios que reditúo buenas ganancias a estos bandidos, investidos de autoridad, en la brevedad de su estancia en el penal, fue el que hicieron con huizacheros y abogados venales, que tenían prohibido el acceso por estar identificados como estafadores de los esperanzados internos. A cambio de una buena cantidad volvieron a permitirles el reingreso para ofrecer sus servicios a los reos con procesos pendientes. Cobraron una cantidad como adelanto y no volvieron a verlos más. Mención aparte merecen los defensores de oficio para los reos sin recursos. Éstos son seleccionados entre recién egresados de escuelas particulares de derecho que ofertan cursos lights de tres años, con asistencias cada día domingo para recibir nociones elementales del derecho, pero sin ninguna experiencia ni mayores lecturas. Estos abogados improvisados se aburren pronto y renuncian para seguir litigando en el mismo penal por propia cuenta, dejando los procesos en manos de otros que duran lo mismo, en tanto pasan los tiempos legales y los reos, por estas defensas mal llevadas, son sentenciados a varios años por no tener la oportunidad de demostrar su inocencia. Todo es dinero dentro del penal. Las “mordidas” en los juzgados es práctica común. La ética está ausente. Con frecuencia se oyen las maldiciones de los reos en contra de abogados estafadores, por ser los culpables de purgar condenas inmerecidas, por no haber contado con una defensa adecuada o por no haberle llegado al precio del juez.

Del exterior, mi familia evitaba llevarme malas noticias, pero algunas no podían ocultármelas como las llamadas obscenas o proposiciones que hacían pidiéndoles dinero a cambio de un mejor trato o la invasión inducida de un terreno de mi propiedad en San Cristóbal, aprovechándose de mi situación, mismo que hasta el momento de escribir este informe nada hace la autoridad actual a pesar de estar demostrado el despojo y existir una orden de aprehensión, pero como son personas al servicio de este grupo político que sigue apoderado de Chiapas están seguros de que nada podrá hacérseles por el manto de la impunidad que tienen.

En tanto la dolencia de mi columna iba en aumento. A pesar de la recomendación  emitida por el único médico del penal que hacía lo que podía y la de los especialistas que llevaron mis familiares no eran atendidas por la voluntad del Tiburón. Orgulloso del poder se vanagloriaba diciendo que venía  lo mejor para él porque sería el próximo director de la policía especializada, tan luego se fuera el actual procurador y llegara el nuevo gobierno, sin importar los antecedentes delincuenciales de todos conocidos. A internos y custodios amenazaba con meterlos al cubículo si no obedecían sus instrucciones. Este espacio de castigo, a decir de quiénes lo conocían, es un lugar en donde los castigados únicamente caben de pie, sin espacio para acurrucarse  en cuya posición hacen sus necesidades fisiológicas. Un hecho inhumano y atentatorio a la dignidad humana.

Para la atención de la población reclusa de más de tres mil internos hay un solo médico con cuatro  custodias habilitadas como enfermeras que se turnan de dos en dos, cada 24 horas, sin medicamentos ni el equipo necesario para atender emergencias como sucedió el día que los reos se amotinaron dejando el saldo de varios muertos y  heridos graves, aunque los medios únicamente reportaron el fallecimiento de dos internos y seis lesionados. Esa noche el Coyote ordenó que sacaran a los reos enfermos que tenían en las celdas de enfermería y los regresaran a las celdas comunes. Los heridos fueron tendidos y atendidos en el piso y pasillos sin asepsia alguna.

El único médico poco podía hacer sin medicamentos ante la excesiva demanda de atención, sin los mínimos recursos para desempeñar su encargo. Físicamente hacía lo que podía. Se daba tiempo para atender a los adictos en crisis por la falta de droga ya sea porque escaseaba en el mercado interno o porque no tienen recursos para adquirirla. Cuando terminaba el alcohol, a estos adictos en crisis les inyectaba agua liofilizada, cuando tenía, haciéndoles creer que era un tranquilizante. La tragedia con estos enfermos se da cuando además de escasear el alcohol también se termina el agua y no hay ningún otro líquido que permita sugestionarlos de que es un fármaco que les ayudará a superar la crisis.

Esa misma noche, después de controlar el primer motín, vinieron por los que todavía estábamos recluidos en el Conyugal Femenil para subirnos a la sección Apolo, ahogándonos con los gases lacrimógenos que soltaron los custodios sobre los rijosos, cuyos efectos llegaron hasta donde nos encontrábamos.  Al doctor William que estaba recluido en una de las celdas de enfermería para controlarle la hipertensión y las arritmias que padecía y que servía de gran  ayuda con sus conocimientos, también fue concentrado en una celda de la misma área de Apolo. La reubicación obedeció a tres razones: primera la emergencia exigía todos los espacios posibles en el área médica; en segunda, no querían que ninguno de nosotros fuera testigo de los hechos de sangre que estaban sucediendo en el interior y la tercera por el inminente traslado del exgobernador Salazar del penal de Huixtla a la celda 3 de Conyugal Femenil que reforzadas con nuevas y sendas cámaras de video y micrófonos hasta en los pasillos, cuidaban que no tuviéramos ninguna relación ni siquiera de vista con nosotros.  Además, el Coyote ordenó trasladar a la celda 5 contigua, a dos internos de alta peligrosidad con la consigna de ganarse la confianza del  interno especial de la celda 3, para que reportaran cada noche lo que vieran, oyeran o les platicara a cambio de ayudarlos con algunas migajas.

Mi regreso a una de las celdas de Apolo obedeció al propósito de concentrarnos en una sola área. Los otros compañeros de persecución también estaban recluidos en otras celdas de la misma planta alta, pero sin posibilidad de comunicación sometidos al aislamiento por la insania del gobernador y por las propias ocurrencias del Coyote y del Tiburón, quienes en el breve tiempo de estancia como autoridad pusieron de cabeza al penal por el desorden y los abusos cometidos. Ignoro de qué manera ni quiénes fueron los que hicieron del conocimiento a la superioridad de lo que sucedía en el interior de este penal a punto de estallar en un motín generalizado, pero antes de cumplirse el mes, este grupo fue destituido, quedándose en el aire a los que trajeron de la costa, principalmente mujeres que, con la promesa de darles trabajo, las obligaron a tener relaciones con ellos. El Coyote, El Tiburón, Huitzil y el tal teniente Miranda y otros miembros de esa pandilla, a pesar de las averiguaciones previas en su contra por los sucesos en el mismo penal y de otros abusos y delitos cometidos en lugares donde prestaron su servicios, la procuraduría los protege para que sigan en funciones dentro de la corporación, quizás como pago por el cumplimiento de las instrucciones recibidas para fastidiar a los que estuvimos privados de nuestra libertad. Para estos delincuentes investidos de autoridad no cuenta el supuesto filtro de control de confianza que con tanta publicidad promueven.

El mismo día que removieron a esta camarilla, dos horas antes, alrededor de las 10 de la mañana, por primera vez desde que llegó el Coyote a hacerse cargo del penal, el teniente Miranda llegó a sacarme de la celda para llevarme al pequeño patio, luego de tres semanas de quitarme la media hora de caminata que necesitaba por razones de salud. El patio estaba lleno de internos que participaban en un torneo de futbol rápido y el grupo de enfermos crónicos unos y dializados otros, que los sacaban a tomar un rato de sol.  En ese momento, se enfrentaba un equipo del dormitorio de las  Maras con el equipo de la sección de Servidores Públicos donde recluían principalmente a policías estatales y municipales acusados de algún delito en el desempeño de sus funciones. Las maras que no jugaban, al percatarse de mi presencia, inmediatamente me rodearon para pedirme la moneda para la galleta o el refresco, felizmente entre ellos estaba El Berrio, uno de sus líderes a quien conocía desde mis primeros días en el área llamada irónicamente de las setenta y dos horas y que, como líder de ellos, le permitían salir a los pasillos a ofrecer los tejidos de sus compañeros y levantar los pedidos de algún otro trabajo manual. La oportuna intervención de este joven evitó que no me pasara nada por no tener las suficientes monedas que me pedían. El teniente Miranda, tan luego pisamos el patio recibió una llamada que le hizo salir apresuradamente. Terminó el torneo como a las dos de la tarde y los grupos participantes fueron retirados por los policías encargados de custodiarlos y cuidar el orden durante el evento, porque ya era la hora de la comida. A partir de ese momento me quede solo en el patio a pleno sol, sin más cuidado que la que podía darme el guardia que dormitaba en una de las torres de vigilancia. Irónicamente me decía que quizás me estaban reponiendo las medias horas que por tantos días me quitaron, sin embargo, la soledad en aquel patio me hacía temer cualquier peligro para mi seguridad. Alrededor de las 6 de la tarde  me acerqué al portón para tocar, con el deseo de regresar a la celda para sentirme más protegido, pero no encontré respuesta. Fue hasta una media hora después cuando llegó otro custodio a buscarme porque al pasar la lista de la tarde se percataron de mi ausencia y fue mi compañero de celda quien les dijo que me habían sacado a la activación física desde la mañana. Por este custodio me enteré que la pandilla jefaturada por el Coyote y el Tiburón, entre ellos el teniente Miranda, había partido para no regresar más, quedando como director  José Miguel Alarcón, que fungía como subdirector y que la pandilla había tratado de  destituirlo sin éxito alguno.

Este director ordenó pequeñas medidas de distención en la planta de Apolo en la que nos encontrábamos incomunicados los perseguidos políticos. Permitió que las puertas de las celdas se mantuvieran abiertas unas horas por la mañana y que nuestras visitas pudieran entrar juntas si eran familiares directos. La revisión de alimentos y visitantes se hizo conforme a las normas establecidas, prohibiendo comestibles  que por su naturaleza pudiesen ser susceptibles de fermentarse para la elaboración de chicha, una bebida alcohólica casera que hacen algunos internos. Regresaron a sus celdas originales los reclusos de alta peligrosidad tales como el Coco y el Conejo favorecidos con privilegios por la  dirección de César Amín. A la planta de Apolo metieron a un invidente que llevaba 6 años purgando una condena de 20 años por violación, acompañado de su esposa, quien desde el principio renunció voluntariamente a su libertad para mantenerse a su lado. No pude ocultar mi alegría, principalmente por su esposa, al enterarme de la libertad del compañero invidente, hace unos meses al comprobar su inocencia.

Consciente de que el ministerio público y el juez estaban de acuerdo para no dejarnos salir en libertad, haciendo uso de todos los recursos legales a su alcance y aún de aquellos extralegales que pudieran retrasar cualquier resolución favorable del Juzgado Federal que llevaba la causa. El juez y las autoridades del penal siguieron obstaculizando a mi abogado defensor, haciendo a un lado las normas exigidas para la aplicación del debido proceso. La consigna a cumplir fue que ninguno de los que estábamos detenidos, acusados de los mismos delitos y bajo un solo expediente, saliéramos libres. Convencido que este atropello no cejaría hasta en tanto no concluyera el sexenio del enloquecido gobernante, me concentré en la lectura y en ayudar, dentro de mis escasas posibilidades, a quiénes las circunstancias me lo permitían para no llenarme de odio ni rencor ni permitir que la melancolía se posesionara de mí. Aprendí que, ante la actitud amenazadora de los que atropellaban mis derechos debía oponer la serenidad que no la sumisión. Esta actitud desconcertó a mis agresores, aunque, cuando fue necesario y se pasaban de los límites, con la razón y el derecho me opuse abiertamente a los abusos, a pesar de las amenazas de enviarme al cubículo. Nunca lo hicieron. Aprendí también que, aún entre los seres envilecidos o rechazados por la sociedad como es el caso de las maras y malandros en general, tienen la necesidad de comprensión y muestran buenos sentimientos ante quiénes los tratan con respeto. Todo ser humano privado de su libertad sufre momentos depresivos y no sobran las palabras de aliento, por eso algunos reos que conocían bien los mensajes de la Biblia obtuvieron permiso para predicar en los módulos y en los precarios talleres de trabajo.

Muy temprano, hasta la celda en que me encontraba, escuchaba los cantos de himnos religiosos de una y otra iglesia, pero todas alabando a Dios, sumándose  voces irreverentes que con canciones rancheras de amor y desamor trataban de callarlos. Además, en este concierto tan diverso y confuso no dejaban de escucharse los cantos y las consignas de los grupos adictos, que a grito abierto, realizaban ejercicios terapéuticos de recuperación en el patio donde se ejercitaban después del pase de lista. Ante este conjunto de voces vivas que expresaban deseos y plegarias, de vez en cuando surgía la discordante “mentada de madre”  de algún desesperado ante la falta de droga o con la esperanza perdida.

Hasta mi celda de reclusión llegó la noticia de la mala intención del gobernante para adelantarse a la carta  que un grupo de artistas e intelectuales nacionales,  encabezados por el poeta nacional Javier Sicilia, recolectaba firmas para enviársela, pidiendo el cese la persecución en contra del poeta Oscar Oliva, por ser inocente y encontrarse gravemente enfermo y que enfrentaba la irracional orden de aprehensión con la misma acusación por la que varios de nosotros padecíamos reclusión. Seguramente que alguien filtró la noticia de ese documento al gobernador, respaldado por connotados pensadores convencidos del irreductible comportamiento ético del poeta Oliva (Premio Chiapas e integrante en 1994 de la Comisión de Intermediación para la Paz entre el Ejército Zapatista y el Ejercito Nacional Mexicano).  Este mandatario, con la paranoia con que se caracterizó, imaginó tal vez que sería exhibido en los medios nacionales, porque inmediatamente movilizó a su responsable de medios para que, con los recursos que fueran necesarios, neutralizara cualquier posible publicación de esta carta, al mismo tiempo que ordenaba a los directivos del Congreso del Estado para que al poeta perseguido le otorgaran, ipso facto, la Medalla Rosario Castellanos de ese año 2012, presionando a los familiares para que obligaran al poeta a aceptar el reconocimiento y garantizaran su asistencia a la ceremonia para que el propio perseguidor le impusiera la medalla, como una burla y un mensaje a su enemigo personal. Felizmente, Oscar no se prestó a este show para no ser cómplice de la jugada perversa de este gobernante ni exponerse a ser aprehendido a pesar del desistimiento por escrito que la procuraduría le entregó a la familia del poeta como condición previa para aceptar el reconocimiento. Lo único lamentable es que la sensibilidad del bardo quedó lastimada al poner su nombre junto a los que anteriormente fueron distinguidos, sin merecerlo, como el de Salinas Pliego o el de doña Beatriz Paredes, tal vez merecedores de otro tipo de medallas, pero en los ámbitos en que se desenvuelven. Por la familia de Oscar Oliva me dio mucho gusto enterarme que el Gobierno y la Universidad de Zacatecas, un año después le entregaron el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde, por la magnitud de su obra.

El arraigo domiciliario

Convencido de que, en tanto Sabines fuera el dictador que tenía bajo su voluntad al sistema impartidor de justicia para agredir a los que consideraba sus enemigos, me sería muy difícil demostrar mi inocencia para recuperar la libertad sustraída alevosamente, me propuse sobrevivir con dignidad, sobreponiéndome a la adversidad en la cárcel y posteriormente al arraigo domiciliario. Fue necesario oponer a la depresión y la resignación pasiva la actividad intelectual ya que la física dependía de la voluntad de las autoridades que me limitaban. Mis ideas y esbozos literarios las consignaba como ya dije en las servilletas desechables que furtivamente la familia sacaba como basura durante las visitas. La lectura intensa, a pesar de la restricción bibliográfica impuesta la superamos con mis compañeros ideando formas de comunicación e intercambio. Lectura y escritura me fortalecieron enormemente. En este encierro valoré el amor de los míos sintiéndome en plena libertad. Nunca me sentí privado de mi libertad, a pesar de las restricciones porque nunca claudiqué. Me propuse no darle gusto al represor de verme deprimido y derrotado desde el monitor que tenía en la casa de gobierno para vigilarnos. El dolor físico persistía con mayor intensidad cada día, pero la dignidad me servía de acicate para soportar los dolores y hacerle frente a los embates intimidatorios de los esbirros a sueldo.

En los últimos dos meses de este atropello, cuando esperaba que de un momento a otro se diera a conocer la resolución final del juzgado federal dejé de recibir los mensajes intimidatorios unos y tentadores otros de parte del gobernante considerándose un agredido imaginario. A unos días de mi libertad, supe que este impase sirvió a Sabines  para concentrarse en la búsqueda de una reconciliación política con su antecesor. Fue un primo hermano de este gobernante el que empezó a buscar los contactos, ofreciendo la figura del arraigo domiciliario por razones de salud, como paso previo para que obtener la libertad. De este acercamiento me enteré hasta que estuve en libertad absoluta. En mi caso, como la dirección del penal, tenía un expediente mío con más de 20 recetas de los medicamentos que dejaron pasar, previas autorizaciones, al igual que los estudios realizados en Tuxtla, bajo la custodia del personal del penal, más los diagnósticos de los especialistas, estaba suficientemente ajustado al espíritu del Artículo 308 bis del Código de Procedimientos Penales, para que al medio día del 16 de junio del 2012, después de cinco meses de mi detención me notificaran  que pasaba a reclusión domiciliaria por lo que pidieron a mi familia que acreditara el domicilio al que debían llevarme. Esta fue en la granja que tenía. Me extrañó tal beneficio, sin una solicitud de mi parte, sin descartar de que, en ese interés de distender la relación, alguien haya falsificado tal petición. Ignorante de esta negociación política, fui trasladado a Tuxtla esa tarde del mismo día 16. “en arraigo domiciliario hasta en tanto  se resuelva su situación jurídica…” según rezaba el oficio PGJE/DGP/529/2012, enviado a la policía interna. Fui trasladado por agentes del  penal y una actuaria del Juzgado Tercero de lo Penal para entregarme a elementos de la Procuraduría de Justicia del Estado quienes serían los encargados de mi custodia. Designaron a dos guardias: uno del grupo <táctico> y otro de la <policía interna>, hasta ahora no sé la diferencia, únicamente supe que era una estrategia para vigilarse entre sí y para que ninguno hiciera “arreglos” conmigo.

Al principio, estos agentes que se relevaban cada 24 horas se portaron muy estrictos: anotaban el nombre y hora de llegada y salida de cada una de mis visitas, pero sin la exagerada revisión de la aduana del penal, por esta razón aumentó el número de mis visitas. Con el trato diario, los nuevos custodios fueron aflojando su actitud hasta terminar confiándose en mi persona. De tarde en tarde, por las pláticas con ellos me enteré  de las condiciones tan difíciles  en que laboraban. Los descuentos inmerecidos de que eran objeto sin la posibilidad de quejarse con nadie para no ser corridos ni sometidos a algún proceso. En fin, me compartieron sus dificultades laborales y diversas anécdotas del oficio y de su vida personal, entendiendo que la mayoría se desempeñaba como policía porque no tuvieron una mejor opción en la vida. Constaté el desamparo en seguridad social en que quedaban ellos o sus familias cuando participaban en algún operativo  y resultaban lesionados o muertos o los que terminaban en la cárcel o despedidos por algún fracaso en los operativos. Cuando ellos perdían la vida o quedaban inválidos sus familiares quedaban desprotegidos. Este oficio es mal visto por la sociedad. A pesar de ser requerida su presencia en situaciones de peligro, cuando éstos llegan a cumplir alguna orden son despreciados. Claro que hay de todo: están los que se sienten como pez en el agua, porque al amparo de la autoridad cometen atropellos y delitos, pero no son todos. Si los operativos policiacos implementados resultan un éxito el mérito es de los jefes, si por el contrario fracasa, las consecuencias la pagan ellos ante las comisiones de los derechos humanos o con procesos judiciales o encarcelamientos, sin ninguna asistencia jurídica. Cuando los suspenden de sus funciones por alguan investigación les suspenden los sueldos. Cuando caen en prisión les va muy mal con los internos porque se encuentran con sus víctimas y les hacen pagar los agravios cometidos. Durante el arraigo, recuerdo a dos agentes que llegaron molestos por la nueva comisión de cuidarme, ya que venían del municipio fronterizo de Benemérito de las Américas, donde ganaban dinero suficiente para pagarse vicios y placeres, permitiendo el contrabando del ganado guatemalteco a suelo mexicano, cuyas bandas de abigeos con ranchos a la orilla del río, pagan una cuota por cada cabeza de ganado remarcado que pasa, con el que se beneficia la infantería y hasta el jefe más encumbrado. Situación semejante pasa con las armas, las drogas y el tráfico de indocumentados, a pesar de los retenes militares instalados a lo largo de la carretera fronteriza que atraviesa la Selva Lacandona. Lo malo para estos agentes  es que, al ser separados de estos espacios, quedan con la vocación de obtener dinero fácil  y con la adicción a las drogas y a otros vicios, por lo que se ven obligados a buscar el modo de obtener ese dinero extra para seguir gozando de los placeres. Así sucedió con un custodio que se dedicó a sorprender a las visitas que llegaban a nuestros arraigos. Un amigo que me visitó me advirtió de lo que hacía este agente que reconoció en el arraigo de otro compañero. Se puso como ejemplo al ser sorprendido en casa de otro compañero arraigado, cuando le pidió prestada una cantidad para, supuestamente, recuperar de una casa de empeño, la pistola reglamentaria que estaba bajo su resguardo, porque en la tarde pasaría revista y si no exhibía el arma sería cesado y arrestado. Fue tan convincente la petición que el amigo cayó en el engaño. Con esta experiencia advertí a visitas y familiares que no cayeran en el mismo error. Días después, intentó hacerlo conmigo, pero no le fue posible obtener algo. Otros fueron atentos y respetuosos, sin por ello faltar a las órdenes que les daban sus superiores. En el último mes de los cuatro que duró el arraigo, la vigilancia se relajó de tal modo que algunos guardias, al llegar la noche dejaban sus armas largas bajo mi cuidado, mientras se ausentaban para “resolver asuntos urgentes y personales”, dándome un número telefónico para avisarles por si llegaban a supervisarlos, les dijera que habían ido a buscar algo para cenar. Pronto el policía <táctico> con el de <la interna> se pusieron de acuerdo para que pasada la hora de revista uno se quedara para que el otro se fuera a su casa. Otros fueron tan cumplidos que no aceptaron.

El gobierno de Juan José impuso el miedo, la destrucción y la persecución en contra de supuestos enemigos, pero no pudo destruir la dignidad de la mayoría de sus perseguidos, con  excepción de los que por conveniencia, suscribieron documentos difamatorios en contra de quien les dio la oportunidad de ejercer un cargo para servir al estado, a cambio de dejarlos en paz o en los puestos públicos que desempeñaban. Estas excepciones confirmaban las palabras del presidente chileno Salvador Allende cuando dijo: podrán avasallarnos pero no podrán detener los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza…, a esta sentencia me aferro ante quiénes corrompieron, abusaron y atropellaron derechos. Pienso que tarde o temprano pagaran los delitos cometidos. Los que por conveniencia o miedo se reprimieron y no dijeron nada, incluyendo a los periodistas que a toro pasado, destaparon la cloaca de la corrupción sabrán sus motivos de por qué actuaron así. Los que si tienen que responder tarde o temprano son los que tuvieron la responsabilidad de hacer las denuncias judiciales pertinentes por los delitos y abusos cometidos y no lo hicieron, por el contrario, descaradamente desde el Congreso del Estado o desde el órgano de fiscalización o de la secretaría de la función pública, por instrucciones superiores o por propia iniciativa, para pagar favores,  se dedicaron a limpiar la administración pasada solventando y justificando las cuentas de un gobierno que dejó en la miseria al estado. Las componendas  del sistema de impunidad impuesto hasta ahora, ha funcionado a la perfección. A pesar de esta aparente excelencia en los mecanismos de protección e impunidad, Juan José Sabines no puede cantar una victoria total. El cúmulo de mentiras y fraudes al erario público sigue aflorando. En cada dependencia  salen más irregularidades, para dejar al descubierto la verdad de un gobierno corrupto y represor que, tarde o temprano enfrentara a la justicia junto a familiares como partícipes culpables de este saqueo, mientras tanto, enfrenta la condena popular de la sociedad que ya lo juzgó y encontró culpable.

En el arraigo y con una vigilancia menos estricta me llegaban las cartas abiertas y los mensajes por las redes sociales. Así fue como me enteré de los comunicados del doctor Valdemar Rojas,  quien con el valor civil que se le reconoce, dijo en tiempo y forma  los atropellos que este mal gobernante estaba cometiendo. La respuesta represora no se hizo esperar, yéndose en contra del doctor Francisco Rojas aprovechándose de un incidente familiar. El doctor Valdemar en carta dirigida al nuevo gobernador le pidió deslindarse de la influencia y poder que ejerce Juan José a través de personeros que continúan en el poder estatal para seguir operando, no en favor del actual gobernante para que le vaya bien al estado, sino acatando las órdenes enviadas desde Acapulco y ahora desde Orlando Florida en su calidad de cónsul. El engaño a otras figuras políticas para sacarlos del escenario electoral fue otra de las prácticas comunes recurridas por Sabines, quien con esa gesticulación que le es habitual, engañó a José Antonio Aguilar Bodegas para confiarlo y luego librar orden de aprehensión en su contra para impedirle su participación en el proceso democrático. Aquí evidenció de nuevo su vocación traidora, mostrándose desleal y desagradecido con quien,  en su tiempo le tendió la mano, lo apoyó y ayudó como ser humano.

 

La libertad

A partir de mi detención el 17 de enero del año 2012 inicié una lucha interna por no dejarme vencer. Una fue la limitación de movimientos por mis problemas físicos de la columna y por la incomunicación impuesta para hacernos la vida difícil y a la que el aparato impartidor de justicia obedecía, pero otra fue mi actitud de mantenerme tranquilo, sintiéndome en plena libertad interior, entendiendo que al no tener ninguna razón lógica ni legal para estar prisionero, debía asumirme como víctima de un pleito político irracional de un hombre mentalmente enfermo, obnubilado por las drogas  en contra de su predecesor que lo rescató y encumbró hasta que llegó al poder, pero que al final la verdad se impondría.

El Juez Tercero del Ramo Penal adscrito al reclusorio, cumpliendo fielmente con la consigna, me dictó auto de formal prisión, sin permitir que mi abogado conociera el expediente, a pesar de la ampliación del término constitucional solicitado. Por esta misma razón y entendiendo que nada podríamos hacer legalmente, a nivel de las autoridades locales, optamos con mi abogado por recurrir a la autoridad federal para no sufrir la mala experiencia padecida por otros compañeros que apelaron al Tribunal Superior de Justicia, cuyo resolutivo confirmó el auto de formal prisión dictado por el juez de la causa, perdiendo más de tres meses de su libertad. La verdad estaba a la vista: dos de los magistrados adscritos a la sala penal del tribunal, reconocidos por su capacidad para resolver legalmente cualquier asunto en el sentido que el ejecutivo lo indicara, conocieron y resolvieron sobre este expediente colectivo que ellos mismos, en su calidad de jueces habían librado las órdenes de aprehensión y que en pago recibieron las dos magistraturas para seguir encargándose de las impugnaciones que hiciera cualquiera de nosotros.

Fue el 16 de febrero del año 2012, un mes después, una vez que mi abogado, superando las dificultades, logró conocer el expediente para armar mi defensa,  hizo la promoción del amparo indirecto contra actos del Juez Tercero del Ramo Penal Francisco de Jesús Aguilar Zúñiga y del Director del Penal del Amate, correspondiendo al Juzgado Quinto de Distrito del Poder Judicial de la Federación con sede en Tuxtla Gutiérrez conocer y resolver la petición. Cuando esperaba el resolutivo de mi solicitud de amparo, me enteré que con fecha 23 de abril, que por instrucciones superiores de la Suprema Corte, mi expediente y los de otros compañeros habían sido remitidos al Juzgado Sexto de la Segunda Región con sede en San Andrés Cholula, Puebla y otros a Cancún, Quintana Roo. Para no perder el optimismo entre los que sufríamos la misma injusticia, preferimos creer que la federación alejaba nuestros asuntos de la influencia nefasta de Sabines, para que los juzgadores resolvieran libremente, en lugar de creer que esta decisión tenía el propósito de dificultar nuestra defensa y alargar el proceso por alguna recomendación superior ya que sabíamos que un ministro de la Suprema Corte de Justicia y uno de los ex ministros de esa misma Corte, ahora en funciones de secretario general de gobierno, asesoraba al gobernador en ese sentido. Este gobernante desde su óptica personal, buscaba impedir nuestra liberación antes de las elecciones del mes de Julio de ese año,  para que pudiera despacharse, a su antojo, las candidaturas y los resultados electorales que le dieran protección e impunidad al dejar el cargo, por ese obsesivo temor de que alguno de nosotros tuviera aspiraciones electorales o quisiera entorpecer sus propósitos, concediéndonos un interés,  posibilidad y capacidad que en realidad no teníamos.

El 12 de julio de ese mismo año del 2012 cuando se me concedió el amparo y protección de la justicia federal solicitado y el 31 de ese mismo mes, en el límite del término constitucional de los diez días hábiles para inconformarse, el ministerio público federal, sin razón alguna, presentó el recurso de inconformidad en contra de la resolución, pidiendo la revocación de la sentencia para que se me negara el amparo a sabiendas de que la resolución estaba bien fundada, señalando claramente que el juez local no podía procesarme por cinco delitos, imposibles de coexistir en un mismo juicio, aplicándose el principio de non bis in ídem (no dos veces por lo mismo) y que  no se actualizaba el cuerpo del delito de asociación delictuosa, a pesar de ello, continué recluido.  El 20 de agosto, el Juzgado Quinto de Distrito después de analizar los tiempos legales, admitió el recurso de inconformidad, fue hasta el 13 de septiembre cuando turnaron los autos al magistrado ponente Daniel Sánchez Montalvo como responsable del proyecto de resolución definitiva.

Por esta razón el arraigo domiciliario duró más de cuatro meses, a la espera de la sentencia definitiva del juzgador federal. Lamentablemente, para los que como yo padecimos  privación de la libertad, no existe plazo legal para resolver el asunto. En contraparte, los días y meses de espera se hicieron interminables, esperando el resolutivo que pusiera punto final a esta reclusión injusta.

Desde principios de septiembre, pasada la efervescencia electoral y a cuatro meses de terminar su gestión, Juan José Sabines Guerrero empezó a inquietarse por lo que pudiera resolverse en definitiva, viendo que los delitos, por los que nos tenía encarcelados a unos y perseguidos a otros, se desvanecían, cambió de estrategia y urgió a su primo hermano Carlos a que intensificara la búsqueda de un acuerdo político con Pablo, del que yo ignoraba hasta que llegó un mensajero a buscarme al arraigo domiciliario, a finales del mes de septiembre llevando dos documentos redactados por la gente de Sabines, diferentes a los que me envió a través del personal del Juzgado, pero en esencia asegurándose la impunidad.

El primero de estos dos textos estaba dirigido a unos anónimos integrantes de la Mesa de Reconciliación del Gobierno a los que yo, supuestamente solicitaba:

“…se me conceda el beneficio del desistimiento de la acción penal ya que estoy acusado injustamente de diversos delitos que no he cometido…” y remataba pidiendo: “…expuesto lo anterior, con la confianza de que el criterio jurídico que tengan a bien tomar los H. Integrantes de la Mesa de Reconciliación será el más justo, apelando a que el estado de derecho es la pieza fundamental para el acceso a la justicia de los gobernados, por lo antes expuesto, atentamente solicito a ustedes:

Primero. Tenerme por presentado en los términos de mi petición y darle entrada conforme al estilo correspondiente, por ser procedente en derecho.

Segundo. Concederme el desistimiento de la acción penal por los delitos de Peculado, Ejercicio Indebido del Servicio Público, Abuso de  Funciones Públicas, Abuso de Autoridad y Asociación Delictuosa; ordenándose en consecuencia el sobreseimiento de la causa, por los citados ilícitos.”

Pero el documento que no tiene comparación alguna por el cinismo del que ordenó la redacción y dio el visto bueno, refleja la desfachatez y la convicción de Sabines, dentro de su alienación mental, de que es el paladín de la libertad y el defensor de los derechos humanos. Lo transcribo textualmente, con los subrayados originales, porque no tiene pierde alguno:

“C. JUAN SABINES GUERRERO

GOBERNADOR CONSTITUCIONAL DEL ESTADO DE CHIAPAS

Por este medio Alfredo Palacios Espinosa, reconozco la intervención como gestor del Gobernador del Estado de Chiapas, Juan Sabines Guerrero, ante las instancias judiciales correspondientes para que la situación judicial en la que me vi involucrado, sea resuelta conforme a derecho.

Por ello, manifiesto mi confianza en las resoluciones del Poder Judicial del Estado, y prueba de ello, es que desde ahora renuncio a interponer cualquier queja o recurso ante algún organismo nacional o internacional de derechos humanos, o ante cualquier otra instancia judicial en el ámbito penal, civil o administrativo o de cualquier tipo, en contra del propio estado o de cualquier servidor público del mismo.

Declaro mi convicción de mantener civilidad en aras de preservar la estabilidad y la gobernabilidad del estado de Chiapas, y no recurrir a expresiones dentro y fuera del estado que dañen la imagen del mismo.

Finalmente manifiesto que todo lo antes expuesto, lo hago por mi propia voluntad y en pleno ejercicio de mi libertad.

Atentamente

─────────────────────

Firma del que suscribe”

Como decía una tía en el rancho: ¡Qué tal eso!, a pesar de la vileza de sus acciones, Juan José parecía no estar consciente de sus actos o creía que con los daños causados a mi persona había perdido la dignidad; deseoso de reconocimientos, quería que al final del peor sexenio que Chiapas ha tenido, una de sus víctimas lo reconociera como gestor de las libertades conculcadas por él mismo y de antemano renunciara al derecho de presentar queja en contra de él y del propio estado ante cualquier organismo de los derechos humanos o judicial, y comprometerme por escrito a comportarme tranquilo, callado y sumiso dentro y fuera del estado, expresando que  todos estos compromisos lo suscribía en “pleno ejercicio de mi libertad”

Ante tal cinismo, devolví los escritos expresando mi indignación y molestia al mensajero (un valioso amigo que lo presionaron para que hiciera este oficio) pidiéndole que expresara a los operadores de esta trama infame que, por supuesto no firmaría tales documentos ni me prestaría a semejante vileza por ir en contra de mi dignidad y condición humana, que me atenía al resolutivo que dictara el juzgador federal. Esta visita se repitió hasta cuatro veces pidiéndome que reflexionara con mi familia y con mi abogado. Para la tercera visita me dejó los documentos que di a leer a la familia y al abogado. Mis hijos y mi mujer expresaron indignación y solidaridad y respeto ante  cualquier decisión que tomara. El abogado, quizás, con el afán de concluir su tarea como defensor o simplemente desde el punto de vista de su oficio, me dijo: que esos documentos o nada servían para lo mismo, porque a nadie puede coaccionársele presionándolo a firmar un documento renunciando a sus derechos, estando privado de su libertad. El abogado me sugirió  firmarlos porque de todos modos no tenían valor alguno ante cualquier organismo legal, por el contrario podían servir de prueba del comportamiento abusivo de este mal gobernante. En lo legal, tal vez no tuvieran ningún valor, pero en lo ético si los tenían por lo que en definitiva no hice caso de la sugerencia del mensajero ni de mi asesor legal.

A mediados de octubre recibí la cuarta y última visita del amigo que llegó a buscarme afligido y preocupado, comentándome que estaban urgiéndole los documentos firmados por todos los involucrados en el expediente de marras, por lo que esa misma noche los entregaría al nefasto Mauricio Perkins, pero que, antes de hacerlo, quería conocer mi decisión porque le preocupaba entregar los míos sin la firma requerida, por la reacción que pudiera tener Juan José en mi contra. Le agradecí su interés, pero que, prefería correr ese riesgo a humillarme ante un tipo desesperado por la terminación del poder sexenal. Con la urgencia de tener un documento de cada una de sus víctimas pensando que todos éramos seres sin dignidad o que padecíamos de amnesia. Que a una sola voz haríamos “borrón y cuenta nueva” de los agravios, pero, en mi caso, nada de eso ocurrió. Mi dignidad al igual que mi memoria sobrevivió para contarles lo sucedido. Mis principios fueron puntales para mantener el espíritu en alto, para que hoy, recuperada la libertad física y con total serenidad, aunque veo con desencanto como pasan los días y a pesar del acumulamiento de pruebas y denuncias de corrupción no pasa nada, como de manera cínica y desvergonzada tipos como el diputado José Ángel Toledo Córdova, Humberto Blanco Pedrero y Cesar Corzo Velazco, el primero diputado presidente de la comisión encargada de la cuenta pública del nuevo congreso local; el segundo  presidente del Órgano de Fiscalización y el tercero Secretario de la Función Pública del Estado, sin conciencia ética y coludidos en los mismos actos de corrupción, sin ningún respeto a sí mismos y menos a la sociedad chiapaneca, limpiaron el estiércol y sellaron la cloaca que Sabines dejó con la cuenta pública de su administración, para que, una vez cumplida esta asquerosa tarea, desaparecieran del espacio político, renunciando a sus cargos para irse a casa bien retribuidos por esta ignominia que los hará arrastrar el desprecio y la vergüenza para toda su vida.

Como dice el dicho y dice bien, que no hay plazo que no se cumpla, por fin, a la media noche del día 24 de octubre fui sorprendido por autoridades del penal y del propio Juzgado Tercero de lo Penal que llegaron a la granja para notificarme el contenido del oficio 1006-B/2012 dirigido al Director del Penal de El Amate y suscrito por el Juez Tercero en Materia Penal ordenando mi inmediata libertad, al igual que los otros siete compañeros más que padecían la misma injusticia, cerrando el mencionado oficio con este párrafo que resume el acto: “…lo anterior toda vez que el Fiscal del Distrito Metropolitano Armando Pérez Narváez, ratificó el desistimiento de la acción penal promovido por Gabriela Selene Gálvez Hernández, Fiscal del Ministerio Público adscrita”.

Las preguntas que inmediatamente saltaron a mi mente sorprendida fueron: ¿Por qué el desistimiento tan repentino? ¿Por qué el beneficio de la libertad si me había negado a firmar los oprobiosos documentos? ¿Qué estaba pasando?

Las respuestas inmediatas a estos cuestionamientos empezaron a llegar a la mañana del siguiente día: un enviado del Juzgado Federal llegó a comunicarme el resolutivo favorable y definitivo del amparo solicitado. Otras respuestas siguieron llegando por sí solas: en primer lugar Juan José tenía prisa por cumplirle a personajes que le hicieron ver el riesgo que corría si no arreglaba el asunto de los detenidos por delitos prefabricados, cuando aún tenía el poder, porque podría revertírsele cuando dejara el gobierno de Chiapas. En segundo lugar él ofreció, en la negociación política encabezada en su nombre por Carlos Guerrero dejarnos en libertad para llegar a un acuerdo de no agresión con Pablo Salazar y como paso previo, ofreció el arraigo como antesala para obtener la libertad de los detenidos y, cuarto, contaba con la información filtrada de la federación, que al siguiente día, 25 de octubre, saldría la resolución definitiva en los términos siguientes:

“PRIMERO. Se confirma la sentencia recurrida.

SEGUNDO. Para el efecto precisado en el considerando quinto del fallo impugnado, la Justicia de la Unión ampara y protege a Alfredo Palacios Espinosa, contra los actos que, por propio derecho, reclamó del ahora Juez Tercero del Ramo Penal… y del Director del Centro Estatal para la Reinserción Social…

Notifíquese como corresponda; con testimonio autorizado de esta ejecutoria, vuelvan los autos al juzgado de distrito de origen y, en su oportunidad, archívese el presente toca como asunto concluido.”

 

Reflexiones

Decía Shakespeare que “el primer paso para comenzar a caminar por los ámbitos de la política, no está en la lectura de los tratados de los politólogos sino en el conocimiento del teatro”. En efecto algunos políticos contemporáneos pasaron directamente de la farándula al oficio político  como Ronald Reagan o Evita Perón, por mencionar a unos, que se hicieron de un reconocimiento teatrero antes de buscar el poder público y no lo hicieron mal, a decir de sus coterráneos; sin embargo, en el afán del colectivo chiapaneco de hacer todo al revés y de vivir evocando la popularidad de otro gobernante del mismo nombre, ante la falta de nuevas figuras, guardando la distancia en la comparación, Juan José Sabines, con esa capacidad simuladora y la vehemente necesidad de aplausos y falsos reconocimientos, usufructúo el nombre del otro Juan y  en lugar de hacer política hizo del oficio político una pésima representación teatral, convirtiendo al gobierno de la entidad en una larguísima temporada farandulera de seis años con la pretensión de extenderse por otros años más, sin importarle desgastar el nombre de su padre y de su tío poeta.

Ahora bien, lo deseable y conveniente para la vida política, social y económica de esta atropellada entidad es que Juan José salga de los closet en los que se ha venido escondiendo, primero en la comodidad de su emporio acapulqueño y ahora en el consulado mexicano en Orlando, Florida, para que deje de asumirse como director de escena encubierto, enviando el script y el guión coreográfico a sus comparsas incrustadas actualmente en los poderes del estado para que se muevan, actúen y digan lo que a su interés convenga. Por el contrario debe venir a responder por el colapso financiero y político en que dejó a  la entidad. Que deje en paz al gobierno actual y sociedad de Chiapas, y que de una buena vez se asuma como la gran revelación productora de espectáculos y telenovelas y compita con Salvador Mejía, Juan Osorio, Rosy Ocampo o con quienes financió al 100% telenovelas, programas televisivos de belleza, artísticos y deportivos y desarrolle esa vocación artística en Televisa o TV Azteca en donde invirtió suficiente tiempo y recursos del estado a lo largo del sexenio. Que continúe con su vocación farandulera, pero no con los recursos del estado, sino con los vastos recursos que posee. Los ejecutivos de estas televisoras le deben esa atención y mucho más por lo que ahorraron y llevaron de la riqueza de esta entidad.

En fin, para decirlo con palabras de Octavio Paz: «Es lamentable que la política actual haya degenerado en espectáculo pero, si he de ser sincero, lo que deploro no es tanto la teatralidad sino la vulgaridad», en efecto, esto es lo lamentable del paso de este gobernante por el palacio de gobierno que no nada más engañó a la gente, sino que además sedujo con una actuación burda y ridícula a la gente pensante, empresarial y dirigente quienes, por conveniencia, simularon sumisión y guardaron silencio a cambio de migajas.

Cuando los excesos de este gobernante fueron más allá de lo obvio y los atropellos  amenazaron la tranquilidad de personajes y familias privilegiadas, otrora aliadas o asociadas en negocios oscuros con él, en detrimento del erario estatal, de la salud y bienestar de la sociedad y que, en un primer momento, guardaron silencio y justificaron la persecución y los abusos de poder por así convenirles, al sentirse amenazados en carne propia prefirieron mudarse de domicilio: unos al D.F. o al extranjero y ceder la parte de capital de la empresa que tenían en sociedad con este gobernante que le puso el ojo a las empresas que proveían o prestaban servicios al propio gobierno, exigiéndoles peajes y comisiones exageradas hasta imponerles la participación directa en la desesperada ambición de enriquecerse. Fue así como no se salvó ninguno: constructores, proveedores, prestadores de servicios fueron víctimas de la delincuencia organizada. No se salvó ni el equipo de futbol Jaguares,  que supuestamente el gobierno del estado era el socio mayoritario. Al final vendió y se quedó con el recurso obtenido. Nada ni nadie se salvó del pillaje sabinista, salvo aquellos que supieron adularlo. Los afectados olvidaron que la pasividad es la renuncia a la acción y con eso también renunciaron a su libertad para que el delincuente mayor con familia y  pandilla avasallara y se apoderara de todo.

Creo que dentro de las asignaturas pendientes para los habitantes de esta entidad, está la de definir nuestra identidad, haciendo consciente tanto las virtudes y las fortalezas como las debilidades y defectos que tenemos, para identificar lo que nos impide avanzar como colectivo y nos hace presa fácil de simuladores metidos al oficio político. Debemos dar el gran salto para que la entidad deje de ser presa de gobernantes surgidos de las mismas familias que, desde hace más de doscientos años disputan las, cada vez más menguadas, riquezas de la entidad.            

Reconozco que este sátrapa logró involuntariamente al final de su sexenio, unir a los chiapanecos para condenar sus excesos. Sin embargo, sumido en la nostalgia por el poder y creyéndose con suficiente fuerza, recursos y cinismo, creyéndose ave que cruzó el pantano sin mancharse las alas, sorprendió a todos presentando una demanda judicial por daño moral en contra de un medio periodístico y de sus columnistas, por las verdades publicadas al concluir su mandato. Las preguntas surgieron: ¿qué buscó Sabines con esta demanda a sabiendas que no  prosperaría?, ¿quiso obligar al actual mandatario a  confrontarse con este periódico?, ¿quiso probar la lealtad hacia él o está de acuerdo con el actual Procurador para algo oscuro? Porque nadie cree que esta aparición sea un simple deseo de notoriedad ni un arrancón de burro viejo o simplemente el  aviso para los que denunciamos sus delitos: algo trama el perverso de Juan José.

Algunos amigos que aún guardaban relaciones con este gobernante, durante mi detención  mandaron a decirme inocentemente que escribiera una carta para este hombre ponderando mi trabajo como educador y como colaborador en el trienio que gobernó el viejo Juan Sabines Gutiérrez y que ellos se la llevarían personalmente. Invariablemente mandé a agradecerles, diciéndoles que ese ofrecimiento lo tuve de parte del juez de la causa desde los primeros días, antes que me dictara  el auto de formal prisión y que no haría tal cosa, porque en el fondo quería humillar a sus oponentes publicando cualquier petición de clemencia; por lo que, por supuesto, nunca tuve ninguna duda de mi respuesta, convencido de no darle el gusto de verme pisotear mi dignidad.

De esta experiencia aprendí que no hay peor ser humano que un gobernante ensoberbecido y ensordecido de poder y vanidad, que toma decisiones llevado por la ira y el odio, en estado de embriaguez y atrapado en el consumo de drogas y liviandades, aunque ahora, esos vicios y debilidades humanas, parezcan ser los requisitos indispensables para ascender al poder.

Es interesante la metamorfosis de medios y  dueños  con sus propias estrategias empresariales para asegurar la continuidad de sus abultados ingresos marcando la transición de un sexenio a otro. Al igual que los circenses que demuestran su habilidad montándose de un caballo en movimiento a otro que empieza a trotar. Siguiendo esta estrategia, presionaron al hombre de palacio en los días finales del sexenio que veía como iba diluyéndose el poder, cuestionando generalidades de la enorme deuda que dejaba, sin condenarlo, con la única finalidad de cobrarle las cuentas millonarias pendientes por concepto de publicidad antes de que se fuera. En contraparte, con el nuevo gobernante, afilaron sus uñas, adulándolo y compitiendo entre sí para ganarse el afecto del nuevo príncipe y si éste se los pide, empiezan a enlodar al que se va, sacándole  las historias de infamia que se guardaron por seis años, para cumplir con la clásica expresión de: ¡Muera el rey, viva el rey! Cosa que hasta ahora no se ha visto.

Con suficiente propaganda, como siempre hacía cuando anunciaba alguna de sus ocurrencias, una mañana, con bombo y platillo, anunció la cancelación del arraigo en Chiapas, como figura anticonstitucional, pero se cuidó de decir que el arraigo se terminaba únicamente en las casas que el gobierno rentaba para este efecto, porque ya no tenía para seguir pagando el alquiler de esas casas. Ahora convertía en centros de detención los domicilios particulares de los detenidos.

Quienes contribuyeron al saqueo y persecución y quedaron en los ayuntamientos municipales y en los Congresos locales y nacionales y en los órganos de fiscalización para seguir encubriendo a un gobernante que marcó un grave retroceso para la entidad, algún día responderán a esta traición, muy a pesar de que tengan la convicción de que la gente de este estado no tiene memoria y que pronto olvida a quiénes lo saquean.

Los que concentraron riquezas: los del poder público, los medios de comunicación, el sistema de justicia, entre otros, que sirvieron de instrumentos represivos y antidemocráticos en ese sexenio, deben contribuir, para no matar a la gallina de los huevos de oro, a la reconstrucción de esta devastación porque no podemos esperar que la madre naturaleza o que la divina providencia reconstruya el tejido social, económico y político, mientras los chiapanecos permanecemos indiferentes. Ya vimos lo que nos pasa cuando dejamos que fuereños vengan a gobernar para sus propios intereses. Toca a los chiapanecos decidir por la participación o la inacción, la memoria o el olvido, recordando a Octavio Paz: «Nuestro servilismo ante los poderosos (sobre todo si son extranjeros) y el desprecio por lo nuestro, revela que no tenemos ninguna estimación por nosotros mismos». Actualmente un amigo realiza un estudio sociológico sobre la forma de ser de los chiapanecos a partir de esta pregunta clave: ¿Por qué nos odiamos tanto los chiapanecos? Ojalá pronto veamos publicada esta investigación porque seguramente encontraremos respuestas a este tipo de gobernantes que, de vez en cuando, recibimos a dos manos.

En las redes sociales circuló la verdadera realidad de la Torre Chiapas como un monumento a la corrupción de ese gobierno, dejando entrever entre telones los nombres de  los verdaderos dueños de esa gran construcción hecha con recursos públicos, supuestamente para albergar a diferentes oficinas de gobierno que funcionaban en edificios rentados y que con esta obra el gobierno se ahorraría el costoso alquiler. Ni lo uno ni lo otro. Esta construcción debía  llamarse La Torre Sabines para estar a tono con la megalomanía, despilfarro y corrupción de un gobierno que nos dejó en la miseria, aunque ya es tiempo, sin llegar al extremo de la purga cultural china, de empezar un proceso de desabinización de la vida política, social y cultural de Chiapas. 

Los últimos dos meses de la gestión de este mal gobernante fueron críticos para su acomplejada personalidad, mientras inauguraba calles con todos los nombres de su familia y de políticos ajenos a Chiapas, de estatuas, museos y exposiciones permanentes para satisfacer su ego, pueblos y organizaciones empezaron a salirse de control para evidenciarlo como el más corrupto gobernante de Chiapas. La reacción de la sociedad inició con la inconformidad por el desaseo poselectoral como el de Motozintla para hacer triunfar a sus incondicionales. Los bloqueos de las organizaciones sociales, las invasiones a la propiedad privada, las movilizaciones estudiantiles, las inconformidades de los trabajadores por la falta de recursos para pagar salarios y la gratificación de fin de año aumentaron. Las protestas por más préstamos para pagar salarios y facturas a proveedores y las acusaciones cada vez más frecuentes por las redes sociales denunciando el gran saqueo cometido, lo mantenían histérico, haciendo hasta lo imposible para pararlas. Gente de todas partes del estado, cansados del silencio impuesto y de las amenazas en las fuentes de trabajo o en seguridad personal, alzaron la voz. Los líderes de organizaciones independientes acostumbrados a no callar no les importó exponerse a que los encarcelara o matara, evidenciando cada día más la ausencia de gobierno. La larga y virtual luna de miel sostenida con engaños llegó a su término. Por fin, aunque tardíamente, Chiapas despertaba de un letargo de seis años. Por su parte, este mal gobernante, fiel a su costumbre, lejos de  reflexionar en qué estaba fallando, empezó a buscar culpables, por lo que a punto estuvo de cancelar los arraigos y mandarnos nuevamente a El Amate, porque alguna de las “mentes brillantes” que mantuvo a su lado, sugirió la posibilidad de ser nosotros los que estábamos detrás de esas movilizaciones. Durante la primera quincena de octubre endureció la vigilancia en los arraigos, ordenando a los guardias un reporte diario de nuestras visitas y la grabación de las conversaciones telefónicas. Nuestros teléfonos hasta hoy día siguen intervenidos a pesar de vivir en otra administración. No hay ningún sector de trabajadores que no se haya visto perjudicado por la falta de recursos. Entre los más afectados estaba la policía estatal y municipal por descuentos indebidos, cooperaciones obligadas y despidos injustificados por lo que me compartían su descontento ante la imposibilidad de hacerlo públicamente.  70 de los 122 ayuntamientos municipales se declararon en quiebra por no tener recursos para enfrentar  compromisos. Cual más expresaba el deseo de que terminara pronto la pesadilla de este gobierno, con la esperanza de que el nuevo fuera diferente y sacara a la entidad del bache económico.  A la gente le urgía poder decir como en el cuento de José Luis Castro Aguilar: ¡¡Uff que pinche sueño!!

Por mi parte, después de ese tiempo de dificultades someramente narradas, con mi amparo en la mano, lo primero que hice fue dar gracias a Dios y a los míos, por el apoyo recibido y ponerme en las manos del médico militar Gonzalo Santiago Tipac, especialista en problemas de la columna vertebral que me recomendó otro amigo médico militar Moisés Munch Navarro, para que realizara la tan pospuesta operación de mi columna de la que salí bien librado.

Hay mucho qué decir, pero creo que hay más por hacer y mucho qué ver hacia adelante. Con esta retrospectiva dejo constancia de una etapa de mi pasado, dolorosa pero de mucho aprendizaje,  que me sirvió para conocer a la gente, fraguar y templar mi espíritu y fortalecer mi libertad.  Con este ejercicio de memoria pongo punto final a esta historia de infamia para seguir adelante, lo que no significa renunciar al derecho que tengo de buscar la reparación del daño moral ante las instancias que sean necesarias.

Cuando manifesté a mis amigos mi voluntad de escribir este testimonio algunos me trajeron a la memoria la actitud del gran  Mandela cuando decidió darle la vuelta a tantos años de privación de su libertad para que lo imitara, diciéndome que si seguía ocupándome de mi victimario seguiría siendo prisionero de éste mismo, sin embargo, creo que debo dejar este testimonio para propios y extraños, porque de no ser yo, como uno de los afectados, ninguna otra persona se interesará en dejar constancia del atropello sufrido. Tampoco desestimo la posibilidad de recibir el vituperio en defensa del sátrapa aquí descrito.

Cierro este ejercicio memorístico con los versos perennes de mi amigo Enoch Cancino Casahonda:

y fue preciso

Que el caudal de los años se rompiera

Sobre mi triste vida solitaria,

Como la espuma en flor, de roca en roca,

Para saber que Chiapas no era sólo río

Para saber que Chiapas no era sólo estrella

Brisa, luna, marimba y sortilegio.

 

 

3 de agosto del 2014.

 

 

 

 

INDICE

 

 

A modo de introducción………………………………………………………………………………………………………3

Los primeros barruntos………………………………………………………………………………………………………9

La orden de aprehensión…………………………………………………………………………………………………..24

En busca del médico………………………………………………………………………………………………………….37

La aprehensión.…………………………………………………………………………………………………………………..41

En el penal del Amate………………………………………………………………………………………………………..46

Las anécdotas del cautiverio………………………………………………………………………………………………57

Los abusos y la impunidad…………………………………………………………………………………………………62

El arraigo domiciliario………………………………………………………………………………………………………75

La libertad………………………………………………………………………………………………………………………..80

Reflexiones……………………………………………………………………………………………………………………….88

 

 

 

 

 

 

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